Capítulo 6

Wewelsburg, Alemania

La vehemente Cabalgata de las Valquirias, Orquesta Nacional de Berlín, dirigida por el joven Von Karajan, hacía tintinear la cristalería de las vitrinas. Himmler se dirigió al armario musical Grundig y redujo el sonido para que no estorbara la conversación. Se volvió hacia sus visitantes, les ofreció asiento en un sofá de cuero, sonrió complacido y dirigiéndose al doctor Ulstein dijo:

—Bien, Herr profesor, hábleme de Lotario de Voss, ¿qué han descubierto?

—Como sabe, Herr Reichsführer, Lotario de Voss, después de ganar la Espuela de Oro luchando contra los sarracenos en Tierra Santa, fue víctima de una oscura conspiración tramada por los templarios y se vio obligado a ejercer la piratería. —Himmler asentía mecánicamente, sólo tenía una vaga idea de aquella historia—. No obstante, al cabo de unos años, los franceses lo apresaron y lo condenaron a muerte, pero el canciller real Nogaret le ofreció perdonarle la vida a cambio de que les arrebatara a los templarios el Arca de la Alianza.

—Una reliquia judía, profesor, el depositario de la religión mosaica —comentó Himmler, mordaz.

—Una reliquia misteriosa, una máquina de poder que los judíos habían arrebatado a los antiguos egipcios.

Himmler asintió complacido al oír de boca del profesor lo que ya sabía. Para la historia oficial alemana, todas estas reliquias judías, la Sagrada Lanza, el Arca de la Alianza, habían pertenecido antes a sociedades arias, eran reliquias arias arrebatadas por los rapaces judíos.

—Lotario de Voss, herido de gravedad —prosiguió Ulstein—, comunicó al cónsul veneciano en Túnez, un tal Renzo di Trebia, el paradero de los tabotat del Arca de la Alianza y, gracias a sus informes, Renzo di Trebia les arrebató los tabotat a los templarios.

—Un momento —dijo Himmler—, ¿qué son esos tabotat?

—Dos piedras mágicas, en las que reside realmente el poder del Arca. Quizá sean las verdaderas Tablas de la Ley. Traemos sus fotografías.

En este punto, a un gesto del doctor Ulstein, el joven Rutger extrajo de su cartera de cuero las fotografías que había tomado en la basílica de San Marcos y las extendió ante Himmler. Éste las observó detenidamente con ayuda de una gran lupa.

—Entonces tenemos localizadas estas piedras —concluyó Himmler sin disimular su satisfacción.

—En realidad no son las piedras auténticas, Herr Reichsführer —admitió Ulstein—. En una primera comunicación, Renzo di Trebia enviaba a la Señoría veneciana las que él creyó que eran las verdaderas reliquias, pero unos meses más tarde supo que eran unas copias falsas que el templario Roger de Beaufort, el asesino de Lotario de Voss, había encargado a un artesano del zoco.

—¿Y los verdaderos… cómo se dice? —quiso saber Himmler.

Tabotat, Herr Reichsführer —respondió Ulstein—. El cónsul veneciano, en un segundo informe, que también ha localizado Fritz Rutger, expone su sospecha de que el templario los hubiera ocultado en un cementerio pagano donde también sepultó a Lotario de Voss.

Himmler tamborileó, molesto, con los deditos sobre el tablero de la mesa.

—¿Y eso es todo lo que tenemos, una sospecha?

—Esa sospecha confirma otras noticias históricas, Herr Reichsführer. Cuando pasaron algunos años y Roger de Beaufort creyó que sus correligionarios se habían olvidado de él, escribió una carta a un abad español, que había conocido años atrás, en la que le rogaba que se la enviara a los templarios refugiados en Escocia. El cónsul veneciano, que lo mantenía vigilado, interceptó la carta y la remitió a la Señoría de Venecia. Fritz Rutger, estimando su tremendo valor, ha sustraído el original del archivo.

—He incurrido en ese pequeño delito para servir al Reich —balbució el joven.

Himmler le dedicó una sonrisa indulgente.

—¿Y bien?

—La carta no está cifrada, pero contiene algunos pasajes en clave que podrían conducirnos a los tabotat originales. Dice, por ejemplo, que el Nombre de Dios está sepultado con aquel que quiso arrebatarlo y que su enemigo espera el Juicio Final custodiando la reliquia. Se deduce que ocultó los tabotat en la tumba de Lotario de Voss.

—¿Quién puede saber dónde está esa tumba?

—La clave, Herr Reichsführer, debe de encontrarse en el archivo veneciano. Si la Señoría estaba interesada en los tabotat, hay que suponer que instaron a su cónsul para que los encontrara. Parece providencial que esos territorios estén actualmente bajo control alemán.

Himmler meditó un momento. Las gruesas gafas de miope le daban a su mirada una fijeza inquietante.

—Hay que dar con esa tumba lo antes posible, inmediatamente —urgió—. ¿Qué medios necesita, profesor Ulstein? No repare en gastos.

—El doctorando Rutger está haciendo un buen trabajo, Herr Reichsführer —respondió Ulstein dirigiendo una amable sonrisa a su protegido—. Si enviamos más gente al archivo; los italianos podrían recelar. Creo que con él bastará y confío en que muy pronto encuentre lo que buscamos.

—Bien, joven —dijo Himmler—. Sufragaremos sus gastos. Pida lo que necesite, pero obtenga resultados. E infórmenme a diario.

—A sus órdenes, Herr Reichsführer.