Capítulo 45

—Soy Hartling —dijo la voz ronca y ansiosa al otro extremo del hilo.

El cardenal, alertado bruscamente por el teléfono, miró la esfera brillante del despertador sobre la mesita de noche.

—¿Está loco, profesor? ¿Sabe qué hora es?

—Dos hombres me han asaltado —sollozó Hartling, en pleno ataque de nervios—. Han asaltado los laboratorios.

Leoni se incorporó completamente despierto. Apartó con brusquedad el brazo del muchacho que dormía plácidamente a su lado.

—¿Quiénes?

—Dos desconocidos… me encañonaron. Eliminaron a los guardias. Han sacado copia de los programas del proyecto Mercur y saben dónde se esconde Único.

Único era la palabra clave con la que el proyecto Mercur designaba al Jesucristo clónico.

—Sólo usted y yo lo sabíamos, profesor —advirtió Leoni severamente—. ¿Por qué ha cometido la torpeza de traicionarnos?

—Creí que lo sabían ya, dijeron que lo habían capturado a usted.

—¿Y no se le ocurrió comprobarlo?

—¿Cómo iba a comprobarlo?: me amenazaban con una pistola.

—Ahora puede darse por muerto.

—Quizá no todo esté perdido aún.

—¿Qué quiere decir?

—Me encerraron en el archivo sin advertir que hay un dispositivo para abrir la puerta desde dentro. Logré alcanzar la consola de televisión que vigila la calle y apunté la matrícula del coche en el que huyeron, un Peugeot 607 azul.

—Dígamela

—Es 2792 B 34, suizo.

—Bien. ¿Ha llamado a la policía?

—Todavía no.

—Pues no lo haga. Nadie debe saber lo que ha ocurrido ahí esta noche.

—Lo que ordene su eminencia.