En la autovía E-92, rebasados los barrios dormitorio de Atenas, Petisú avistó el Volkswagen y se le aproximó lo suficiente para comprobar la matrícula. Luego redujo la velocidad, lo dejó alejarse y permitió que un par de automóviles se interpusieran. Cuando Draco se detuvo a repostar y desayunar, Petisú aparcó al otro lado de la estación de servicio, junto al surtidor de aire, y comprobó la presión de los neumáticos. Mientras el empleado le llenaba el depósito, Draco entró en la cafetería.
Petisú se acercó al Volkswagen, fingió que se ataba un zapato y le colocó un dispositivo de seguimiento por satélite con imanes de sujeción. Luego fue al restaurante y solicitó una tarrina de cheta, un excelente queso de cabra, otra de chachiki, un yogur de pepino y ajo, y un gran vaso de zumo de naranja recién exprimido, con toda su vitamina C.
El resto del viaje fue mucho más descansado. El receptor le indicaba a Petisú la distancia y la dirección de su objetivo. Se mantuvo constante, a menos de un kilómetro, sin dejarse ver. Coser y cantar, como solía decir cuando era más entusiasta y más joven, en los buenos tiempos de Chile.
Draco se detuvo a almorzar en Metalion. Ocupó una mesa junto a la ventana en un coqueto restaurante de la plaza del pueblo. Mientras tanto, Petisú aparcó en una de las calles adyacentes, compró un tarro de cheta en una frutería y se lo comió al lado de su todo terreno sin dejar de vigilar la pantalla del localizador. Media hora después, la lucecita parpadeó y se puso nuevamente en movimiento cuando el Volkswagen pasó por su lado buscando la carretera. Aguardó a que Draco se alejara un par de kilómetros antes de poner el motor en marcha.
Al llegar a las montañas de Othris, donde los mapas acusaban un relieve más arriscado, Petisú acortó distancias hasta que avistó el Volkswagen. La carretera era ancha, con el piso irregular, producto de sucesivas ampliaciones con fondos comunitarios, pero ascendía por la ladera de la montaña describiendo curvas abiertas sobre despeñaderos precariamente defendidos con barreras metálicas o más antiguas, de cemento.
Petisú se mantuvo detrás del Volkswagen, como si pretendiera adelantarlo, hasta que llegó a una curva doble especialmente cerrada. A la derecha descendía un pequeño barranco recorrido por un arroyo, un lugar idílico para convencer a Draco de que revelara el paradero de las piedras templarias y también para romperle el cuello con todas las apariencias de un desgraciado accidente. Accionó el piloto de la izquierda, indicando su intención de adelantar, y apretó a fondo el acelerador. El motor respondió con un rugido poderoso. Vio que el inglés lo observaba algo alarmado. «¿Adónde va ese loco?», creyó leer en sus ojos a través del retrovisor, pero, en realidad, lo que Draco se estaba preguntando era: «¿Dónde he visto yo antes a ese tipo?» En una décima de segundo, la respuesta se abrió paso, fulminante. Primero en el avión, luego en el aeropuerto, luego en el restaurante de la carretera. Cuando Petisú inició la maniobra de adelantamiento casi rozando al Volkswagen, Draco había advertido cabalmente la situación y las intenciones del hombre del todoterreno: golpearlo lateralmente y sacarlo de la carretera. Por eso, apenas había aminorado la velocidad para facilitarle la maniobra, pisó a fondo el acelerador y el Volkswagen salió disparado hacia adelante como un pura sangre al picarle la espuela, esquivando la embestida del mastodonte. El todoterreno, arrastrado por el propio impulso de sus casi tres toneladas, rodó sobre el estrecho arcén, derrapó en la grava y se precipitó por el barranco. Desde la curva siguiente, Draco echó una ojeada: el vehículo había dado una vuelta de campana y se había quedado boca abajo en medio del arroyo, el agua le entraba por el parabrisas roto. No quiso meterse en más averiguaciones y siguió su camino.
—Ese hombre venía a por mí —murmuró—. Y me venía siguiendo desde Suiza.
Recorrió varios kilómetros para poner tierra por medio y se detuvo en un ensanchamiento para telefonear a Perceval.
—Soy Draco. Un hombre me ha seguido desde Suiza y ha intentado embestirme con su coche. Por ahora me lo he quitado de encima. Lo que me preocupa es la posibilidad de que anden también detrás de ti. Procura protegerte. Ahora es mejor que cortemos, no sea que intercepten esta conversación. Yo sigo a lo mío. Nos veremos pronto. Adiós.