Capítulo 22

A la hora prevista, Draco marcó el número del teléfono móvil del Moro.

—Ya tengo el regalo. Venga a verme a las once al condominio Villa Amalfi, torre segunda, 3.º, número 236.

—Allí estaré.

—Ahora dígame cómo se llama.

—No será necesario.

—Sí será necesario —replicó el Moro, impaciente—. ¿Sabe lo que es un condominio? Es un edificio rodeado de un sistema de seguridad. Tendrá que darme un nombre para que los guardias de la puerta lo dejen pasar.

—Está bien. Me llamo Gálvez.

—Un nombre muy británico —ironizó el Moro—. Servirá.

—Lo celebro.

—Está bien, señor Gálvez. Lo espero.

Draco sacó veinticinco mil dólares del falso fondo de la maleta y tomó un taxi en Consolação.

—¿Conoce un condominio llamado Villa Amalfi?

El taxista se lo pensó un poco.

—¿Amalfi? Me parece que eso cae por Panamby, ¿no?

—No lo sé.

El taxista bajó la ventanilla y gritó a los compañeros de una parada próxima:

—¡Eh! ¿Alguien sabe dónde está Villa Amalfi?

—¿Villa Amalfi? —gritó uno de los interpelados con una potente voz de bajo.

Draco reprimió un gesto de fastidio. No le parecía imprescindible que medio São Paulo se enterara de que el extranjero del bigote postizo iba a Villa Amalfi, la residencia del traficante que alquilaba armas para atracos y asesinatos.

—¿Villa Amalfi? —respondió otro, también a gritos—. ¿El condominio?

—Sí.

—Pasada Villa Monteverde, en Panamby.

Obrigado.

Villa Amalfi, el condominio, estaba en el complejo residencial São Paulo. Antes de llegar, el taxi tuvo que pasar por un control de seguridad privada instalado en medio de la calle. Un mulato de aspecto rufianesco con el uniforme de una compañía de seguridad salió de una caseta portátil y se inclinó sobre la ventanilla del conductor. Llevaba un mondadientes en la comisura derecha de la boca.

—¿Adónde vas, hermano?

—A Villa Amalfi.

Se cambió diestramente el palillo a la comisura izquierda y le echó un vistazo suspicaz al pasajero.

—Adelante.

El otro negro de la garita accionó la palanca que levantaba la barrera.

—De día no son tan rigurosos —le comentó el taxista—. Lo malo es de noche. Si se ponen nerviosos, te pueden pegar un tiro antes de preguntar. Ahora llevan unos días muy susceptibles, desde que, hace una semana, una banda desvalijó todo un bloque de apartamentos de lujo después de sorprender y esposar a los guardianes. Se armó una buena.

La cancela de acceso al condominio Villa Amalfi era un elegante búnker disfrazado de portería. Draco reconoció los cristales blindados corredizos y el listón de acero que llegado el caso se abatía para dejar al descubierto las aspilleras de tiro. Una verdadera fortaleza.

Junto a la barrera, un guardia de la empresa Graber, con gorra de plato y pistola ametralladora al hombro, comprobó el libro de visitas. Sus ademanes eran incluso distinguidos.

—Me llamo Gálvez. Me están esperando en el número 236.

El guardia consultó sus notas en el libro y luego en la pantalla del ordenador.

—Adelante, señor Gálvez, el señor Magalhaes lo espera.