Brighton
Vasili Danko le señaló una silla a su ayudante Piotr Vorsenko para que se sentara. El mongol puso sobre la mesa un par de folios que extrajo de una ostentosa cartera de cuero, debajo del último número de la revista Playboy.
—¿Y bien? —preguntó Danko.
—Nuestros amigos de Londres han localizado al curioso, Vasili. Es un antiguo amigo del Coronel.
—¿No tiene que ver con el gobierno?
—No, nada que ver.
—¿Para quién trabaja, entonces?
—Para el Coronel, supongo. Eran amigos. Estuvo casi una hora en la casa del Coronel y tomó la precaución de avisar a la policía desde un teléfono público, sin darse a conocer.
Vasili Danko reflexionó.
—Es evidente que sabe algo. ¿Crees que nos puede llevar a las piedras?
—Creo que nos escamoteó las piedras delante de nuestras narices y que las ha vendido. Hace dos días realizó un viaje a Hamburgo, ida y vuelta. Su nombre quedó registrado en la lista de la compañía aérea. Y ayer ingresó ciento cincuenta mil libras en una cuenta bancaria.
Danko lanzó un silbido admirativo en sordina.
—O sea que trajo las piedras de Hamburgo y ya las ha vendido.
—Me temo que sí. En Moscú no están orgullosos de nosotros. Nos conceden tres días para que recuperemos las piedras.
—¿Qué vamos a hacer si las ha vendido ya?
—Sólo tenemos que capturarlo, convencerlo para que nos diga quién se las compró y eliminarlo. Por ese orden, no lo olvides.
—Será un trabajo fácil.
—Quizá no sea tan fácil. El tipo es un pájaro de cuidado, tiene un largo currículum.
—¿Un largo qué?
—Currículum, o sea historial.
Danko sacudió la cabeza.
—Piotr, desde que vivimos fuera de la Madre Patria te estás amariconando. ¿Qué palabra es ésa, qué has dicho?
—¿Currículum? Es latín. Se usa mucho a cierto nivel.
—Pues no olvides que has salido de las cloacas. A ver, dime de qué clase de pájaro se trata.
Piotr consultó sus papeles.
—Sus padres murieron en un bombardeo durante la guerra y él creció en una inclusa. Luego vivió con su tío, un cerrajero ladrón que lo enseñó a destripar cajas fuertes. En el año 60, cuando tenía diecisiete años, se alistó como mercenario en el Congo y durante un par de años sirvió a las órdenes del coronel Burton.
—Así que tenemos un gallito.
—Quizá no lo sea tanto. Ha pasado mucho tiempo. Últimamente se ganaba la vida como detective. Tiene la licencia en orden, paga sus impuestos y no se mete en líos. Estuvo casado diez años, pero se divorció.
—¿Tiene hijos?
—No, aquí no figura que tenga hijos.
—¿Novia?
—Tampoco.
—¿Familiares?
—No tiene familia ni obligaciones. Tiene algún dinero ahorrado y sólo acepta los casos que le parecen más limpios. Nada de vigilancias conyugales y casos así.