En Hyde Park, un hombre con sombrero y gabardina se sentó en el mismo banco en el que un individuo le arrojaba miguitas de pan a las palomas. El recién llegado desplegó un periódico deportivo que habían abandonado y se puso a leerlo.
—Necesito información sobre un sujeto —dijo el de las palomas, sin levantar mucho la voz—. La foto está entre las páginas de este periódico.
—¿Quién es? —preguntó el del sombrero y la gabardina.
—Sólo sabemos que visitó al coronel Burton el día que murió.
—¿Podría ser el asesino?
—No lo creo. Burton estaba ya muerto, pero este tipo permaneció casi una hora en la casa y después debió de avisar a la policía desde un teléfono público.
El de las palomas agotó el cartucho de miguitas, se levantó y se fue. Unos minutos después, el del sombrero estiró las piernas, bostezó y se marchó también llevándose el periódico con la foto y la revista. A dos manzanas estaba la central de Scotland Yard. Entró, saludó al guardia de la puerta, que le devolvió respetuosamente el saludo, y tomó uno de los cuatro ascensores. Mientras subía buscó la fotografía entre las páginas centrales del periódico. Era grande, tomada con teleobjetivo.
—Así que fue éste —murmuró mientras miraba la foto.
El inspector Climsey llegó a su despacho y abrió la carpeta que tenía sobre la mesa. En los ficheros británicos, el coronel Burton figuraba como traficante de armas y contratista de servicios de seguridad y defensa, una nueva manera, más elegante, de designar a los mercenarios. Climsey retransmitió la fotografía a un colega del SIS y le hizo una consulta. El hombre del SIS la reenvió a su contacto en Gurkhas Support Group, la compañía de mercenarios inglesa con sede en un elegante edificio de oficinas frente a Regent Park. El ejecutivo de Gurkhas conocía al coronel Burton, pero hacía un par de años que habían dejado de hacer negocios juntos.
—Creo que los sudafricanos deben de tener información más actualizada —dijo Climsey.
Los sudafricanos eran la compañía Executive Outcomes, la empresa se servicios militares más importante de Occidente, junto con la israelí Levdan.
El funcionario del SIS tardó dos horas en reunir la información que su amigo requería.
—Ese Coronel lleva una vida muy movida.
—Llevó. Murió ayer, apiolado.
—Ya veo. Pues el mundo no se pierde gran cosa. Era socio de Dyncorp y de MPRI, o sea Military Professional Ressources Incorporated.
—¿Y ésos quiénes son, Paul?
—Dos compañías de mercenarios con sede en Virginia, EE. UU. A veces colaboran con la CIA en misiones concretas, en las que el gobierno prefiere mantenerse al margen, o cuando una posible baja en el ejército regular podría ser impopular. Son los que verificaron la retirada de las tropas serbias en Kosovo, y otros trabajos sucios en Haití, en Bosnia o en Croacia.
—¿Han identificado al tipo de la foto?
—Negativo. No está en los ficheros. También hemos consultado en los ficheros del ejército y de la policía, porque la mayoría de los mercenarios proceden de ahí, sin resultado. El Coronel había tenido contactos con Jean Jacques Yeye, otro jefe de consejeros técnicos, como ahora se llaman los perros de la guerra, un tipo que opera en Sierra Leona, pero tampoco aparece ahí, ¿es todo lo que tenemos de él?
—¿De cuándo datan los ficheros?
—De 1980.
—El tipo tiene cincuenta y tantos años. Debes buscarlo antes.
—¿Tan importante es?
—Mucho.
—Bien —suspiró—, lo intentaré de nuevo.
Una hora más tarde le telefoneó a Climsey.
—Ya tengo a tu hombre. Ese tipo ha salido de una página amarilla de la historia. Se llama Simón Draco y fue mercenario en el Congo belga a las órdenes del coronel Burton. Eso explica la amistad. Te envío su ficha con la dirección actual, sus datos de la seguridad social y el permiso de conducir.
—Un buen trabajo. Gracias.
—A mandar, pero me debes una botella de bourbon.