Antes de la salida del sol[294]

¡Oh cielo por encima de mí, tú puro! ¡Profundo! ¡Abismo de luz! Contemplándote me estremezco de ansias divinas.

Arrojarme a tu altura – ¡ésa es mi profundidad! Cobijarme en tu pureza – ¡ésa es mi inocencia!

Al dios su belleza lo encubre: así me ocultas tú tus estrellas. No hablas: así me anuncias tu sabiduría.

Mudo sobre el mar rugiente has salido hoy para mí, tu amor y tu pudor dicen revelación a mi rugiente alma.

El que hayas venido bello a mí, encubierto en tu belleza, el que mudo me hables, manifiesto en tu sabiduría:

¡Oh, cómo no iba yo a adivinar todos los pudores de tu alma! ¡Antes del sol has venido a mí tú, el más solitario de todos!

Somos amigos desde el comienzo: comunes nos son la tristura y la pavura y la hondura[295]; hasta el sol nos es común.

No hablamos entre nosotros, pues sabemos demasiadas cosas callamos juntos, sonreímos juntos a nuestro saber.

¿No eres tú acaso la luz para mi fuego? ¿No tienes tú el alma gemela de mi conocimiento?

Juntos aprendimos todo; juntos aprendimos a ascender por encima de nosotros hacia nosotros mismos, y a sonreír sin nubes: –

– a sonreír sin nubes hacia abajo, desde ojos luminosos y desde una remota lejanía, mientras debajo de nosotros la coacción y la finalidad y la culpa exhalan vapores como si fuesen lluvia.

Y cuando yo caminaba solo: ¿de quién tenía hambre mi alma por las noches y en los senderos errados? Y cuando yo subía montañas, ¿a quién buscaba siempre en las montañas sino a ti?

Y todo mi caminar y subir montañas: una necesidad era tan sólo, y un recurso del desvalido: – ¡volar es lo único que mi entera voluntad quiere, volar dentro de ti!

¿Y a quién odiaba yo más que a las nubes pasajeras y a todas las cosas que te manchan? ¡Y hasta a mi propio odio odiaba yo, porque te manchaba!

Estoy enojado con las nubes pasajeras, con esos gatos de presa que furtivamente se deslizan: nos quitan a ti y a mí lo que nos es común, – el inmenso e ilimitado decir sí y amén.

Estamos enojados con esas mediadoras y entrometidas, las nubes pasajeras: mitad de esto mitad de aquello, que no han aprendido a bendecir ni a maldecir a fondo.

¡Prefiero estar sentado en el tonel bajo un cielo cubierto, prefiero estar sentado sin cielo en el abismo, que verte a ti, cielo de luz, manchado con nubes pasajeras!

Y a menudo he sentido deseos de sujetarlas con los dentados alambres áureos del rayo, y golpear los timbales, como el trueno, sobre su panza de caldera: –

– ser un encolerizado timbalero, porque me roban tu ¡sí! y ¡amén!, ¡cielo por encima de mí, tú puro! ¡Luminoso! ¡Abismo de luz! – porque te roban mi ¡sí! y ¡amén!

Pues prefiero el ruido y el trueno y las maldiciones del mal tiempo a esta circunspecta y dubitante quietud gatuna; y también entre los hombres, a los que más odio es a todos los que andan sin ruido, y a todos los medias tintas, y a los que son como dubitantes e indecisas nubes pasajeras.

¡Y «el que no pueda bendecir debe aprender a maldecir»![296] – esta luminosa enseñanza me cayó de un cielo luminoso, esta estrella brilla en mi cielo hasta en las noches negras.

Mas yo soy uno que bendice y que dice sí, con tal de que tú estés a mi alrededor, ¡tú puro!, ¡luminoso!, ¡tú abismo de luz! – a todos los abismos llevo yo entonces, como una bendición, mi decir sí.

Me he convertido en uno que bendice y que dice sí, y he luchado durante largo tiempo, y fui un luchador, a fin de tener un día las manos libres para bendecir.

Pero ésta es mi bendición: estar yo sobre cada cosa como su cielo propio, como su techo redondo, su campana azur y su eterna seguridad: ¡bienaventurado quien así bendice!

Pues todas las cosas están bautizadas en el manantial de la eternidad y más allá del bien y del mal; el bien y el mal mismos no son más que sombras intermedias y húmedas tribulaciones y nubes pasajeras.

En verdad, una bendición es, y no una blasfemia, el que yo enseñe: «Sobre todas las cosas está el cielo Azar, el cielo Inocencia, el cielo Casualidad y el cielo Arrogancia».

«De casualidad» – ésta es la más vieja aristocracia del mundo[297], yo se la he restituido a todas las cosas, yo la he redimido de la servidumbre a la finalidad.

Esta libertad y esta celestial serenidad yo las he puesto como campana azur sobre todas las cosas al enseñar que por encima de ellas y a través de ellas no hay ninguna «voluntad eterna» que – quiera.

Esta arrogancia y esta necedad púselas yo en lugar de aquella voluntad cuando enseñé: «En todas las cosas sólo una es imposible – ¡racionalidad!».

Un poco de razón, ciertamente, una semilla de sabiduría, esparcida entre estrella y estrella, – esa levadura está mezclada en todas las cosas[298]: ¡por amor a la necedad hay mezclada sabiduría en todas las cosas!

Un poco de sabiduría sí es posible; mas ésta fue la bienaventurada seguridad que encontré en todas las cosas: que prefieren – bailar sobre los pies del azar.

Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro!, ¡elevado! Ésta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón: –

– que tú eres para mí una pista de baile para azares divinos, que tú eres para mí una mesa de dioses para dados y jugadores divinos![299]

Pero ¿te sonrojas? ¿He dicho tal vez cosas que no pueden decirse? ¿He blasfemado queriendo bendecirte?

¿O acaso es el pudor compartido el que te ha hecho enrojecer? – ¿Acaso me ordenas irme y callar porque ahora – viene el día?

El mundo es profundo y más profundo de lo que nunca ha pensado el día[300]. No a todas las cosas les es lícito tener palabras antes del día. Pero el día viene: ¡por eso ahora nos separamos!

Oh cielo por encima de mí, ¡tú pudoroso!, ¡ardiente! ¡Oh tú felicidad mía antes de la salida del sol! El día viene: ¡por eso ahora nos separamos! –

Así habló Zaratustra.