De la cordura respecto a los hombres

¡No la altura: la pendiente es lo horrible!

La pendiente, donde la mirada se precipita hacia ahajo y la mano se agarra hacia arriba. Aquí se apodera del corazón el vértigo de su doble voluntad.

Ay, amigos, ¿adivináis también la doble voluntad de mi corazón?

Esto, esto es mi pendiente y mi peligro, el que mi mirada se precipite hacia la altura y mi mano quiera sostenerse y apoyarse – ¡en la profundidad!

Al hombre se aferra mi voluntad, con cadenas me ato a mí mismo al hombre, pues me siento arrastrado hacia arriba, hacia el superhombre: hacia allí tiende mi otra voluntad[264].

Y para esto vivo ciego entre los hombres; como si no los conociese: para que mi mano no pierda del todo su fe en algo estable.

Yo no os conozco a vosotros, hombres: ésta es la tiniebla y éste es el consuelo que me han rodeado a menudo.

Estoy sentado junto a la puerta de la ciudad, expuesto a todos los bribones, y pregunto: ¿quién quiere engañarme?

Ésta es mi primera cordura respecto a los hombres, el dejarme engañar, a fin de no tener que mantenerme en guardia frente a los engañadores[265].

Ay, si yo me mantuviera alerta frente al hombre: ¡cómo podría ser éste un ancla para mi globo! ¡Demasiado fácilmente me vería arrastrado a lo alto y a lo lejos!

Ésta es la providencia que domina mi destino, el que yo no tenga que tener cautela.

Y quien no quiera morir de sed entre los hombres tiene que aprender a beber de todos los vasos; y quien quiera permanecer puro entre los hombres tiene que entender de lavarse incluso con agua sucia.

Y así me hablé yo a menudo para consolarme: «¡Bien! ¡Adelante! ¡Viejo corazón! Una infelicidad se te ha malogrado: ¡disfruta eso como tu – felicidad!».

Y ésta es mi segunda cordura respecto a los hombres: yo trato con más indulgencia a los vanidosos que a los orgullosos.

¿No es la vanidad ofendida la madre de todas las tragedias? Pero cuando el orgullo es ofendido, allí brota ciertamente algo aún mejor que el orgullo.

Para que la vida sea buena de contemplar, su espectáculo tiene que ser bien representado: y para ello se necesitan buenos comediantes.

Buenos comediantes me han parecido todos los vanidosos: representan la comedia y quieren que la gente guste de verlos, – todo su espíritu está en esa voluntad.

Ellos se ponen en escena, se inventan a sí mismos; en su proximidad amo yo contemplar la vida, – se me cura así la melancolía.

Por ello trato con indulgencia a los vanidosos, pues son para mí médicos de mi melancolía y me atan al hombre como a un espectáculo.

Y además: ¡quién mide en el vanidoso toda la profundidad de su modestia! Yo soy bueno y compasivo con él a causa de su modestia.

De vosotros quiere él aprender a creer en sí mismo; se alimenta de vuestras miradas, devora la alabanza que llega de vuestras manos.

Cree incluso vuestras mentiras, si mentís bien acerca de él: pues en lo más hondo su corazón suspira: «¡qué soy yo!».

Y si la verdadera virtud es la que se ignora a sí misma: ¡el vanidoso ignora su modestia!

Y ésta es mi tercera cordura respecto a los hombres, el no permitir a vuestro temor que me quite el gusto de contemplar a los malvados.

Y soy feliz de ver las maravillas que un sol ardiente encoba: tigres y palmeras y serpientes de cascabel.

También entre los hombres hay hermosas crías de un sol ardiente, y muchas cosas hay dignas de ser admiradas en los malvados.

Es cierto que así como vuestros sapientísimos no me parecen tan sabios, así también encontré que la maldad de los hombres está por debajo de su fama[266].

Y a menudo me he preguntado, moviendo la cabeza: ¿por qué seguir cascabeleando, serpientes de cascabel?

¡En verdad, también para el mal hay todavía un futuro! Y el sur más ardiente no ha sido aún descubierto para el hombre.

¡Cuántas cosas llámanse ya ahora la peor de las maldades, que, sin embargo, sólo tienen doce pies de ancho y tres meses de duración! Alguna vez vendrán al mundo, sin embargo, dragones mayores.

Pues para que no le falte al superhombre su dragón, el superdragón, que sea digno de él: ¡para ello muchos soles ardientes tienen aún que abrasar la húmeda selva virgen!

Vuestros gatos salvajes tienen primero que convertirse en tigres, y vuestros sapos venenosos, en cocodrilos: ¡pues el buen cazador debe tener una buena caza!

¡Y en verdad, oh buenos y justos! Muchas cosas hay en vosotros que causan risa, ¡y ante todo vuestro miedo de lo que hasta ahora se ha llamado «demonio»!

¡Tan extraños sois a lo grande en vuestra alma que el superhombre os resultará temible en su bondad!

¡Y vosotros, sabios y sapientes, huiríais de la quemadura de sol que produce la sabiduría, quemadura en la que el superhombre baña con placer su desnudez!

¡Vosotros, los hombres supremos con que mis ojos tropezaron! Ésta es mi duda respecto a vosotros y mi secreto reír: ¡apuesto a que a mi superhombre lo llamaríais – demonio![267].

Ay, me he cansado de estos hombres, los más elevados y los mejores de todos: desde su «altura» sentía yo deseos de marchar hacia arriba, lejos, fuera, ¡hacia el superhombre!

Un espanto se apoderó de mí cuando vi desnudos a estos hombres, los mejores de todos[268]: entonces me brotaron las alas para alejarme volando hacia futuros remotos.

Hacia futuros más remotos, hacia sures más meridionales que los que artista alguno haya soñado jamás: ¡hacia allí donde los dioses se avergüenzan de todos los vestidos!

Mas a vosotros, prójimos y semejantes, yo os quiero ver disfrazados y bien adornados, y vanidosos, y dignos, como «los buenos y justos». –

Y disfrazado quiero yo mismo sentarme entre vosotros, – para conoceros mal a vosotros y a mí: ésta es, en efecto, mi última cordura respecto a los hombres.

Así habló Zaratustra.