El niño del espejo[139]

Zaratustra volvió a continuación a las montañas y a la soledad de su caverna y se apartó de los hombres: aguardando como un sembrador que ha lanzado su semilla[140]. Mas su alma se llenó de impaciencia y de deseos de aquellos a quienes amaba: pues aún tenía muchas cosas que darles. Esto es, en efecto, lo más difícil, el cerrar por amor la mano abierta y el conservar el pudor al hacer regalos[141].

Así transcurrieron para el solitario meses y años; mas su sabiduría crecía y le causaba dolores por su abundancia.

Una mañana se despertó antes de la aurora, estuvo meditando largo tiempo en su lecho y dijo por fin a su corazón:

«¿De qué me he asustado tanto en mis sueños, que me he despertado? ¿No se acercó a mí un niño que llevaba un espejo?

“Oh Zaratustra –me dijo el niño–, ¡mírate en el espejo!”.

Y al mirar yo al espejo lancé un grito, y mi corazón quedó aterrado: pues no era a mí a quien veía en él, sino la mueca y la risa burlona de un demonio.

En verdad, demasiado bien comprendo el signo y la advertencia del sueño: ¡mi doctrina está en peligro, la cizaña quiere llamarse trigo![142]

Mis enemigos se han vuelto poderosos y han deformado la imagen de mi doctrina, de modo que los más queridos por mí tuvieron que avergonzarse de los dones que yo les había entregado.

¡He perdido a mis amigos; me ha llegado la hora de buscar a los que he perdido!»[143]. –

Al decir estas palabras Zaratustra se levantó de un salto, pero no como un angustiado que busca aire, sino más bien como un vidente y cantor de quien se apodera el espíritu. Extrañados miraron hacia él su águila y su serpiente: pues, semejante a la aurora, sobre su rostro yacía una felicidad cercana.

¿Qué me ha sucedido, pues, animales míos? – dijo Zaratustra. ¿No estoy transformado? ¿No vino a mí la bienaventuranza como un viento tempestuoso?

Loca es mi felicidad, y cosas locas dirá: es demasiado joven todavía – ¡tened, pues, paciencia con ella!

Herido estoy por mi felicidad[144]: ¡todos los que sufren deben ser médicos para mí!

¡De nuevo me es lícito bajar a mis amigos y también a mis enemigos! ¡De nuevo le es lícito a Zaratustra hablar y hacer regalos y dar lo mejor a los amados!

Mi impaciente amor se desborda en ríos que bajan hacia levante y hacia poniente[145]. ¡Desde silenciosas montañas y tempestades de dolor desciende mi alma con estruendo a los valles!

Demasiado tiempo he estado anhelando y mirando a lo lejos. Demasiado tiempo he pertenecido a la soledad: así he olvidado el callar.

Me he convertido todo yo en una boca, y en estruendo de arroyo que cae de elevados peñascos: quiero despeñar mis palabras a los valles.

¡Y lo haré aunque el río de mi amor se precipite en lo infranqueable! ¡Cómo no va a acabar encontrando tal río el camino hacia el mar!

Sin duda hay en mí un lago, un lago eremítico, que se basta a sí mismo; mas el río de mi amor lo arrastra hacia abajo consigo – ¡al mar!

Nuevos caminos recorro, un nuevo modo de hablar llega a mí; me he cansado, como todos los creadores, de las viejas lenguas. Mi espíritu no quiere ya caminar sobre sandalias usadas.

Con demasiada lentitud corre para mí todo hablar: –¡a tu carro salto, tempestad! ¡E incluso a ti quiero arrearte con el látigo de mi maldad!

Como un grito y una exclamación jubilosa quiero correr sobre anchos mares, hasta encontrar las islas afortunadas[146] donde moran mis amigos: –

¡Y mis enemigos entre ellos! ¡Cómo amo ahora a todo aquel a quien me sea lícito habl2arle! También mis enemigos forman parte de mi bienaventuranza.

Y si quiero montar en mi caballo salvaje, lo que mejor me ayuda siempre a subir es mi lanza: ella es el servidor constantemente dispuesto de mi pie: –

¡La lanza que arrojo contra mis enemigos! ¡Cómo les agradezco a mis enemigos el que por fin se me permita arrojarla!

Demasiado grande era la tensión de mi nube: entre carcajadas de rayos quiero lanzar granizadas a la profundidad.

Poderoso se hinchará entonces mi pecho, poderoso exhalará su tempestad por encima de los montes: así quedará aliviado.

¡En verdad, semejantes a una tempestad llegan mi felicidad y mi libertad! Pero mis enemigos deben creer que es el Maligno[147] el que se enfurece sobre sus cabezas.

Sí, también os asustaréis vosotros, amigos míos, a causa de mi sabiduría salvaje[148]; y tal vez huyáis de ella juntamente con mis enemigos.

¡Ay, si yo supiese atraeros con flautas pastoriles a volver atrás! ¡Ay, si mi leona Sabiduría aprendiese a rugir con dulzura! ¡Y muchas cosas hemos ya aprendido juntos!

Mi sabiduría salvaje quedó preñada en montañas solitarias; sobre ásperos peñascos parió su nueva, última cría.

Ahora corre enloquecida por el duro desierto y busca y busca blando césped – ¡mi vieja sabiduría salvaje!

¡Sobre el blando césped de vuestros corazones, amigos míos! – ¡sobre vuestro amor le gustaría acostar lo más querido para ella!

Así habló Zaratustra.