El despertar

1

Tras la canción del viajero y sombra la caverna se llenó de repente de ruidos y risas; y como los huéspedes reunidos hablaban todos a la vez, y tampoco el asno, animado por ello, continuó callado, se apoderó de Zaratustra una pequeña aversión y una pequeña burla contra sus visitantes; aunque al mismo tiempo se alegrase de su regocijo. Pues le parecía un signo de curación. Así, se escabulló afuera, al aire libre, y habló a sus animales.

«¿Dónde ha ido ahora su aflicción?, dijo, y ya se había recobrado de su pequeño hastío, – ¡junto a mí han olvidado, según me parece, el gritar pidiendo socorro!

– si bien, por desgracia, todavía no el gritar». Y Zaratustra se tapó los oídos, pues en aquel momento el I-A del asno se mezclaba extrañamente con los ruidos jubilosos de aquellos hombres superiores.

«Están alegres, comenzó de nuevo a hablar, y, ¿quién sabe?, tal vez lo estén a costa de quien los hospeda; y si han aprendido de mí a reír, no es, sin embargo, mi risa la que han aprendido[554].

¡Mas qué importa ello! Son gente vieja: se curan a su manera, ríen a su manera; mis oídos han soportado ya cosas peores y no se enojaron.

Este día es una victoria: ¡ya cede, ya huye el espíritu de la pesadez, mi viejo archienemigo! ¡Qué bien quiere acabar este día que de modo tan malo y difícil comenzó!

Y quiere acabar. Ya llega el atardecer: ¡sobre el mar cabalga él, el buen jinete! ¡Cómo se mece, el bienaventurado, el que torna a casa, sobre la purpúrea silla de su caballo!

El cielo mira luminoso, el mundo yace profundo: ¡oh, todos vosotros, gente extraña que habéis venido a mí, merece la pena ciertamente vivir a mi lado!».

Así habló Zaratustra. Y de nuevo llegaron desde la caverna los gritos y risas[555] de los hombres superiores: entonces él comenzó de nuevo.

«Pican, mi cebo actúa, también de ellos se aleja su enemigo, el espíritu de la pesadez. Ya aprenden a reírse de sí mismos: ¿oigo bien?

Mi alimento para hombres[556] causa efecto, mi sentencia sabrosa y fuerte: y, en verdad, ¡no los he alimentado con legumbres flatulentas! Sino con alimento para guerreros, con alimento para conquistadores: nuevos apetitos he despertado.

Nuevas esperanzas hay en sus brazos y en sus piernas, su corazón se estira. Encuentran nuevas palabras, pronto su espíritu respirará petulancia.

Tal alimento no es desde luego para niños, ni tampoco para viejecillas y jovenallas anhelantes. A éstas se les convencen las entrañas de otra manera; no soy yo su médico y maestro.

La náusea se retira de esos hombres superiores: ¡bien!, ésta es mi victoria. En mi reino se vuelven seguros, toda estúpida vergüenza huye, ellos se desahogan.

Desahogan su corazón, retornan a ellos las horas buenas, de nuevo se huelgan y rumian, – se vuelven agradecidos.

Esto lo considero como el mejor de los signos: el que se vuelvan agradecidos. Dentro de poco inventarán fiestas y levantarán monumentos en recuerdo de sus viejas alegrías.

¡Son convalecientes!». Así habló Zaratustra alegremente a su corazón, y miraba a lo lejos; mas sus animales se arrimaron a él y honraron su felicidad y su silencio[557].

2

Mas de repente el oído de Zaratustra se asustó[558]: en efecto, la caverna, que hasta entonces estuvo llena de ruidos y de risas, quedó súbitamente envuelta en un silencio de muerte; – y su nariz olió un humo perfumado y un efluvio de incienso, como de piñas al arder.

«¿Qué ocurre? ¿Qué hacen?», se preguntó, y deslizose a escondidas hasta la entrada para poder observar, sin ser visto, a sus huéspedes. Pero ¡maravilla sobre maravilla!, ¡qué cosas tuvo que ver entonces con sus propios ojos!

«¡Todos ellos se han vuelto otra vez piadosos, rezan, están locos!» – dijo, en el colmo del asombro. Y, ¡en verdad!, todos aquellos hombres superiores, los dos reyes, el papa jubilado, el mago perverso, el mendigo voluntario, el caminante y sombra, el viejo adivino, el concienzudo del espíritu y el más feo de los hombres: todos ellos estaban arrodillados, como niños y como viejecillas crédulas, y adoraban al asno. Y justo en aquel momento el más feo de los hombres comenzaba a gorgotear y a resoplar, como si de él quisiera salir algo inexpresable; y cuando realmente consiguió hablar, he aquí que se trataba de una piadosa y extraña letanía en loor del asno adorado e incensado. Y ésta letanía sonaba así:

¡Amén! ¡Y alabanza y honor y sabiduría y gratitud y gloria y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos![559]

– Y el asno rebuznó I-A[560].

Él lleva nuestra carga, él tomó figura de siervo, él es paciente de corazón y no dice nunca no; y quien ama a su Dios, lo castiga[561].

– Y el asno rebuznó I-A.

Él no habla: excepto para decir siempre sí al mundo que él creó: así alaba a su mundo[562]. Su astucia es la que no habla: de este modo rara vez se equivoca.

– Y el asno rebuznó I-A.

Camina por el mundo sin ser notado. Gris es el color de su cuerpo[563], en ese color oculta su virtud. Si tiene espíritu, lo esconde; pero todos creen en sus largas orejas.

– Y el asno rebuznó I-A.

¡Qué oculta sabiduría es ésta, tener orejas largas y decir únicamente sí y nunca no! ¿No ha creado el mundo a su imagen[564], es decir, lo más estúpido posible?

– Y el asno rebuznó I-A.

Tú recorres caminos derechos y torcidos; te preocupas poco de lo que nos parece derecho o torcido a nosotros los hombres. Más allá del bien y del mal está tu reino. Tu inocencia está en no saber lo que es inocencia.

– Y el asno rebuznó I-A.

Mira cómo tú no rechazas a nadie de tu lado, ni a los mendigos ni a los reyes. Los niños pequeños los dejas venir a ti[565], y cuando los muchachos malvados te seducen[566], dices tú con toda sencillez I-A.

– Y el asno rebuznó I-A.

Tú amas las asnas y los higos frescos, no eres un remilgado. Un cardo te cosquillea el corazón cuando sientes hambre. En esto está la sabiduría de un Dios.

– Y el asno rebuznó I-A.