¿De dónde las voces? ¿De dónde el templado carillón
con sus floridas y mansas interrogaciones?
¿De dónde el repentino bálsamo que apacigua el dolor?
Los bosques de flores ciegas.
¿De dónde los arbustos? La espesura.
Respiraría si respondiera. Percibiría el sosiego. La quietud.
Garabatearía un dibujo muy simple en mi cuaderno de apuntes.
Pero él sólo sonríe
y me descubre mi enmascarada acritud.
Él interviene
y me revela toda mi indecisión.
Alza un fortísimo brazo
y me dispongo a divinizar sus pasadas glorias
más todas aquellas que aún han de acaecer.
Terminados los deberes,
nos sentaremos en el suelo con las manos abrigadas
entre las rodillas.