Tomaré chocolate amargo

añadido al té verde de mi tazón de loza.

Contemplaré, desde la mesa de madera blanca que me acoge,

cómo ruge la bestia que ha venido a arruinarme

y a engullir la paz de las campánulas.

A desdibujar la sonrisa inexpresiva de las enredaderas.

A gritar como sólo las bestias saben hacerlo.