15

Flotando.

El cielo era de color rojo y ella estaba viendo unos pequeños molinetes blancos. Se notaba el cuerpo liviano como una pluma. Experimentó después unas terribles náuseas y temió vomitar en la barra de los testigos. Pero entonces se percató de que no se encontraba en el estrado sino sentada en el último banco de la sala de operaciones del North London Hospital. El señor Bomsie sostenía el bisturí entré sus dientes y llevaba un delantal manchado de sangre porque acababa de realizar una autopsia. Estaba a punto de extirpar el pecho de la joven, y Samantha intentó gritar para decirle que había olvidado esterilizar los instrumentos y administrar éter a la paciente a fin de que no gritara. Y Freddy, sentado a su lado, le estaba diciendo que el señor Bomsie hacía cuanto podía y que ella no tenía que disgustarse.

Después experimentó frío, un frío glacial, mientras se deslizaba resbalando sobre el hielo y llegaba hasta unas turbulentas aguas negras para apresar una melena pelirroja que asomaba justo por debajo de la superficie.

Inclinó la cabeza hacia un lado, abrió los pesados párpados, vio la lluvia gris oscuro bajando por los cristales de las ventanas y pensó: Las aguas de la bahía están creciendo, nos vamos a ahogar todos…

—¿Cómo te encuentras? —preguntó una voz grave.

Samantha parpadeó, mirando a Mark.

—¿Qué ha ocurrido?

—Te has desmayado. ¿Cómo estás?

Ella movió la cabeza de uno a otro lado y lanzó un gemido.

—Creo que te has golpeado la cabeza antes de que yo te pudiera sujetar. Descansa, tranquila. No hay prisa. Se ha suspendido la sesión.

Ella miró a su alrededor; se encontraba en el despacho del juez Venables.

—¿Cuánto rato llevo aquí?

—Sólo unos minutos. En cuanto te hayas repuesto un poco, te llevaré a casa. —Mark le acercó una copa de brandy a los labios, pero ella la rechazó—. ¿Por qué te has desmayado, Sam?

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para centrar la mirada en el rostro de Mark. Al ver su expresión preocupada, esbozó una sonrisa.

—¡El médico es el último en enterarse! Qué estúpida he sido Mark. Estaba tan atareada con el juicio, que no presté atención a los síntomas.

—¿Qué síntomas?

—Los del embarazo.

—Del emba… ¡Oh, Sam! ¿Es eso cierto?

—Estoy todavía bajo juramento, ¿no? —dijo sin dejar de sonreír.

La respuesta de Mark fue estrecharla en sus brazos.

El juez Venables asomó la cabeza por la puerta.

—¿Cómo está?

Las pacientes de Samantha testificaron y, como era de esperar, el teatral comportamiento del abogado Cromwell consiguió dejarlas en mal lugar; el jurado se pasó seis días deliberando y por último se pronunció a favor de la Compañía Fenwick.

—No les quedaba otro camino —dijo Stanton Weatherby, arrojando otro tronco al fuego—. Los Fenwick han podido demostrar todo lo que afirmaban en sus anuncios. Pero será una victoria pírrica para ellos.

Legalmente, los Fenwick habían ganado, moralmente, sin embargo, la cosa era muy distinta. La victoria de los Fenwick resultó muy efímera, porque el juez decretó el pago de una indemnización de tan sólo cincuenta dólares y después hizo una seria advertencia al señor Fenwick en relación con sus futuras actividades. La prensa, por su parte, se mostró tan favorable a la causa de Samantha, que finalmente fue como si el juicio lo hubiera ganado ella.

—Pues muy bien —dijo Samantha, apoyando los pies en un escabel mientras miraba sonriendo a sus amigos—. Hemos iniciado un movimiento. El Chronicle ha tenido que abrir una oficina especial para atender toda la correspondencia que está recibiendo, toda ella favorable a esta campaña. Pero ahora me gustaría que ampliáramos nuestros intereses. Creo que debiéramos unirnos a Harvey Wiley en sus esfuerzos por modificar la legislación alimentaria, porque aspiramos fundamentalmente a conseguir un etiquetado correcto de todo aquello que introducimos en nuestro organismo…

—Samantha querida —dijo Hilary—, ¿de dónde vas a sacar tiempo para todo eso? Ahora tendrás que tomártelo con más calma, ¿sabes?

—¿Por qué? ¡Estoy embarazada, no enferma! Horace, ¿te gustaría que nos uniéramos al señor Wiley?

—Bueno… —contestó Horace, sacándose un palillo de la boca—, creo que con eso podríamos despertar el interés del público. A mis lectores les gustaría mucho saber que a menudo el ron y el brandy que compran no son sino alcohol con un poco de colorante.

—A nuestros soldados de Filipinas les están mandando latas de carne embalsamada —dijo Darius.

—Y la señora Gossett, la de la cocina —terció Willella—, jura que hay formaldehído en nuestros cereales enlatados.

—¿Recordáis a Toby Watson? —dijo Samantha—. ¿Recordáis lo enfermo que se puso con aquellos dulces de melaza? Después descubrimos que contenían ácido sulfúrico. —Sus ojos se iluminaron—. Sí, ahora tenemos que centrar nuestra atención en todo lo que introducimos en nuestro organismo, tanto si se trata de medicinas como de alimentos. Y tenemos que poner manos a la obra en seguida.

Mark se acercó para sentarse en el brazo de su sillón y ella tomó su mano. Ante el fuego de la chimenea y rodeada por sus amigos, mientras fuera seguía lloviendo, Samantha pensó que nunca había sido más feliz. Pensó en la campaña que tenía por delante, en los litigios ante los tribunales, en las investigaciones de Mark sobre el cáncer y en un brillante futuro de progresos en el campo de la medicina; se imaginó una Enfermería de más vastas proporciones y pensó en el nuevo siglo que se encontraba apenas a un año y medio de distancia. Y entonces dijo serenamente:

—Es posible que hayamos perdido la primera batalla, pero, qué demonios, seguiremos luchando…