El carruaje traqueteaba suavemente y el sonido de los cascos del caballo de Humphrey ejercía un efecto hipnótico, pero Samantha no se había adormecido tal como solía ocurrirle en sus regresos desde la estación de Chislehurst. Su mente estaba atormentada.
Había que adoptar una decisión: ¿a dónde ir?
En su cabeza resonaban voces: la de Freddy, hacía mucho tiempo. «Espérame, Sam. Regresaré por ti, te lo prometo».
La de la doctora Blackwell: «Quería ser independiente».
«Iremos juntos a la ruina —decía la voz de James desde la tumba—. Recuerda bien lo que te digo, también a ti te tocará el turno».
Samantha se frotó los ojos, que mantenía fuertemente cerrados. Juntos a la ruina… Sí, padre, a ti te gustaría eso, ¿verdad? Primero Matthew, después James, y ahora yo. Al cabo de dieciocho años, podrías vengarte.
Pero no lo conseguirás. Tengo el propósito de abrirme camino en este mundo, y sin la ayuda de los hombres. Freddy se ha ido, me ha olvidado. Lo haré sola. En Norteamérica…