Instinto e inconsciente
Si se quiere discutir con éxito la relación entre instinto e inconsciente, importantísimo problema que interesa tanto a la biología como a la psicología y a la filosofía, es indispensable anticipar una clara definición de dichos conceptos.
Con respecto a la definición de instinto, debo destacar que la característica de la «reacción todo o nada» formulada por Rivers, es muy significativa. Hasta me parece que esa propiedad de la actividad instintiva es de particular importancia precisamente para el aspecto psicológico del problema. Naturalmente, debo limitarme sobre todo al aspecto psicológico del problema, puesto que no me siente competente para tratar el problema del instinto desde el punto de vista biológico. Y cuando intento caracterizar psicológicamente la actividad instintiva, no puedo valerme del criterio de «reacción todo o nada» sustentado por Rivers, por la siguiente razón: Rivers explica esa reacción como un proceso con una gradación de la intensidad no adecuada a las circunstancias. Es una reacción que ocurre con toda su intensidad propia y sin proporción con el estímulo que la provoca. Pero, cuando examinamos e investigamos los procesos psicológicos de la conciencia, para ver si hay algo que sobresalga por carencia de proporción entre su intensidad y el estímulo provocador, a cada paso podemos comprobar una cantidad de tales procesos, por ejemplo, afectos desproporcionados, impresiones, impulsos exagerados, intenciones y demás. Por ello, parece imposible atribuir todos esos procesos al instinto. De ahí que debamos, en primer término, buscar otro criterio.
Como se sabe, el lenguaje corriente utiliza con mucha frecuencia la palabra «instinto». Hablamos de acción «instintiva» siempre que se presenta una conducta cuya causa y finalidad no son enteramente conscientes, y que ha sido provocada sólo por una oscura necesidad interna. Esta peculiaridad ya fue apuntada por Reid, cuando dijo:
Por instinto entiendo un impulso natural hacia ciertas acciones, sin tener en vista un fin, sin deliberación y sin verdadera idea de lo que hacemos[98].
De ese modo, la acción instintiva se distingue por cierta inconsciencia de su motivación psicológica, en contraposición con los procesos conscientes, que se caracterizan por la continuidad consciente de sus motivaciones.
Por eso la actividad instintiva aparece como un acontecer psíquico más o menos abrupto, una suerte de irrupción en la continuidad de la conciencia. De ahí que también sintamos al instinto como «necesidad interna», definición dada ya por Kant[99]. En virtud de tal naturaleza de la actividad instintiva, debe ser atribuida a los procesos propiamente inconscientes, sólo accesibles a la conciencia por sus resultados. Si nos contentáramos con esta concepción del instinto, en seguida veríamos que es insuficiente, pues con semejante definición sólo hemos deslindado el instinto del proceso consciente y lo hemos caracterizado como inconsciente. Si examinamos los procesos inconscientes, advertiremos que resulta imposible concebirlos a todos como instintivos, aunque el lenguaje corriente no hace aquí diferencia alguna. Cuando alguien pisa una serpiente y por ello se asusta vivamente, tal impulso debe designarse como instintivo, pues en nada se diferencia del temor de los monos a las víboras. Precisamente esta uniformidad y regularidad del fenómeno la mayor parte de las veces es la cualidad característica del instinto; como Lloyd Morgan acertadamente lo ha señalado, sería tan poco interesante apostar a que se desencadena una acción instintiva, como a que sale el sol por la mañana. En cambio, nadie se asusta tanto a la vista de una gallina como ante una serpiente. Si bien el mecanismo del susto ante una gallina involucra un impulso inconsciente como el instinto, debemos sin embargo distinguir ambos procesos. El primer caso, el temor a las serpientes, es un proceso comprensible, ampliamente difundido; el último, en cambio, cuando es habitual, se presenta como una fobia y no como un instinto, pues sólo ocurre aisladamente, sin característica general alguna. Pero existen aún otras necesidades inconscientes, por ejemplo, ideas obsesivas, melodías persistentes, ocurrencias y caprichos intempestivos, emociones compulsivas, depresiones, sentimientos de angustia, etc. Esos fenómenos se observan, como se sabe, no sólo en los individuos anormales, sino también en los normales. En tanto que todos esos fenómenos ocurran aisladamente y no se repitan con regularidad, han de distinguirse de los procesos instintivos, si bien su mecanismo psicológico parece corresponder al del instinto. Pueden ellos caracterizarse también por la reacción «todo o nada», lo que es fácil de observar especialmente en los procesos patológicos. En el terreno de la psicología existen muchos casos de esa especie, en los que un estímulo provoca una reacción desproporcionada, comparable a una reacción instintiva.
Todos esos procesos deben distinguirse de los procesos instintivos. Sólo pueden llamarse instintos aquellos fenómenos que son procesos heredados, insconscientes, y sobre todo que se repiten uniforme y regularmente. A la vez deben tener el sello de una necesidad imperiosa, comparable a una especie de acto reflejo, como ha dicho Herbert Spencer. La actividad instintiva, en el fondo, se distingue de un reflejo sensoriomotor puro sólo por su naturaleza más complicada. Por eso William James, no sin fundamentos, llama al instinto «un impulso meramente excitomotor, debido a la preexistencia de cierto “arco reflejo” en los centros nerviosos»[100]. Los instintos tienen en común con los puros reflejos la uniformidad y regularidad, así como la inconsciencia de sus motivos.
La cuestión del origen de los instintos y de cómo se adquieren por vez primera, es extraordinariamente complicada. El hecho de que los instintos siempre son hereditarios no aclara en nada la cuestión de su origen. La herencia sólo traslada la cuestión a los antepasados. Es conocida la concepción de que los instintos proceden de una especie de acto volitivo frecuentemente repetido de un modo individual y luego también general. Esa explicación es plausible en la medida en que podemos observar diariamente cómo las actividades aprendidas con esfuerzo, mediante el frecuente ejercicio se vuelven poco a poco automáticas. En cambio, debe destacarse que los instintos más maravillosos observados en el reino animal, carecen por completo del factor del aprendizaje. En muchos casos es hasta imposible imaginarse cómo podría haber tenido lugar jamás un aprendizaje y un ejercicio. Pensemos, por ejemplo, en el refinadísimo instinto de propagación de la Prónuba yuccasella, la mariposa de la yuca[101]. Cada flor de la yuca se abre sólo por una noche. De una de esas flores saca la mariposa el polen, que amasa formando una bolita. Luego busca una segunda flor, corta el ovario, coloca sus huevos entre los óvulos de la planta, trepa por el pistilo y mete la bola de polen en esta abertura en forma de embudo. Sólo una vez en su vida realiza la mariposa tan complicada acción.
Tales casos son difíciles de explicar mediante la hipótesis del aprendizaje y del ejercicio. La filosofía de Bergson ha abierto nuevos caminos para la explicación, que acentúan el factor intuición. La intuición en cuanto proceso inconsciente, cuyo resultado es una ocurrencia, se presenta como irrupción de un contenido inconsciente en la conciencia[102]. Por esto la intuición es una especie de proceso perceptivo, pero en contraposición con la actividad sensorial consciente y la introspección, es una percepción inconsciente. El lenguaje corriente refiriéndose a la intuición habla también de aprehensión «instintiva», porque la intuición es un proceso análogo al instinto, con la única diferencia de que el instinto es un impulso adecuado a una actividad a veces muy complicada, y la intuición la aprehensión inconsciente adecuada a una situación con frecuencia sumamente compleja. La intuición sería así una especie de inversión del instinto ni más ni menos admirable que éste. Pero nunca debemos olvidar que lo que para nosotros resulta complicado y aún maravilloso, para la naturaleza no representa ningún milagro, sino algo totalmente común. Siempre tenemos tendencia a proyectar en las cosas nuestra propia dificultad de comprensión y a llamarlas complicadas, pero en sí son sencillas y no participan en nuestras dificultades mentales.
Un examen del problema del instinto sin referencia al concepto de lo inconsciente, sería incompleto. Los procesos instintivos requieren precisamente el concepto complementario de lo inconsciente. Según entiendo, lo inconsciente ha de comprenderse como la totalidad del conjunto de fenómenos psíquicos carentes de la cualidad de la conciencia. Esos contenidos psíquicos pueden prácticamente designarse como subliminales, suponiendo que todo contenido psíquico debe poseer cierto valor energético para volverse consciente. Cuanto más bajo descienda el valor de un contenido consciente, tanto más fácilmente desaparecerá éste bajo el umbral. Por eso lo inconsciente es el receptáculo de todos los recuerdos perdidos, y además de todos aquellos contenidos que son aún demasiado débiles para poder tornarse conscientes. Estos contenidos proceden, por combinaciones inconscientes, de la misma fuente donde se originan los sueños. A dichos contenidos añádense también todas las represiones más o menos intencionales de representaciones e impresiones penosas. A la suma de todos esos contenidos la designo como inconsciente personal. Pero además encontramos en lo inconsciente no sólo las cualidades adquiridas por el individuo, sino también las hereditarias, por ejemplo los instintos, esto es, los impulsos a actuar que sin motivación consciente resultan de una necesidad. A ello se suman las formas de intuición existentes a priori, es decir congénitas, los arquetipos de la percepción y aprehensión, que son una condición determinante, ineludible y a priori de todos los procesos psíquicos. Así como los instintos disponen al hombre a una manera de vivir específicamente humana, así los arquetipos obligan la percepción e intuición a formas específicamente humanas. Los instintos y los arquetipos de la intuición constituyen lo inconsciente colectivo que llamo colectivo porque, en contraposición a lo inconsciente definido más arriba, no es receptáculo de contenidos individuales, es decir más o menos esporádicos, sino difundidos de un modo general y uniforme. El instinto es, según su naturaleza, un fenómeno colectivo, es decir general y uniformemente expandido, que nada tiene que ver con la individualidad del hombre. Los arquetipos de la intuición tienen la misma cualidad de los instintos: también son fenómenos colectivos. Sostengo el criterio de que la cuestión del instinto no puede tratarse desde el punto de vista psicológico sin considerar la cuestión de los arquetipos, pues una es condición de la otra. Pero la discusión de este problema se encuentra notablemente dificultada a causa de las notables divergencias de opinión en punto a qué se entiende por instinto en el hombre. James piensa que el hombre está lleno de instintos, mientras que otros quieren limitarlos a unos pocos procesos apenas diferentes de los reflejos, es decir, a ciertos movimientos del lactante, a ciertas reacciones particulares de brazos y piernas, de la laringe, al uso de la mano derecha y a la formación de sonidos vocálicos. A mi juicio esa limitación va demasiado lejos, pero es muy característica de la psicología humana en general. Por sobre todas las cosas siempre debemos tener presente que cuando hablamos de los instintos humanos, hablamos de nosotros mismos, por lo cual no estamos libres de prejuicios. Somos más capaces de observar los instintos en los animales y aún en los primitivos, que en nosotros mismos. Lo que obedece al hecho de que estamos habituados a criticar nuestras propias acciones y a darles un fundamento racional. Pero de ningún modo está demostrado, y hasta es muy poco probable, que nuestros argumentos sean concluyentes. No se precisa ser un talento para ver la superficialidad de ciertos argumentos, y reconocer el verdadero motivo, esto es el instinto oculto que los maneja. A causa de nuestra artificiosa manera de razonar, puede parecemos que no hemos obrado por instinto, sino por motivación consciente. Con lo cual no se pretende que al hombre no le ha sido posible, mediante un cuidadoso adiestramiento, transformar parte del instinto en actividad volitiva. El instinto, sin duda, es domesticado, pero el motivo principal sigue siendo el instinto. Se ha logrado, por cierto, envolver una gran cantidad de instintos en argumentos y propósitos racionales, de tal suerte que ya no podemos reconocer debajo de tantos velos el motivo primordial. Nos parece, así, que casi no tuviéramos ya instintos. Pero cuando aplicamos a la acción humana el criterio, recomendado por Rivers, de la reacción desproporcionada, reacción «todo o nada», encontraremos innumerables casos de reacciones exageradas. La exageración es una peculiaridad humana extendida universalmente. Aun cuando cada uno con el mayor cuidado fundamente su reacción racionalmente, para lo cual siempre encontrará pretextos, el hecho de la exageración quedará en pie. ¿Y por qué no hace, da o dice aún algo más? Porque justamente en él se produce un proceso inconsciente, que transcurre sin intervención de la razón, y por eso no cumple la norma de la motivación razonable, o la sobrepuja. Ese fenómeno es tan uniforme y regular, que sólo cabe designarlo como instinto, si bien nadie querría reconocer como instintiva su manera de obrar en el caso respectivo. Creo por lo tanto que el obrar humano está influido por el instinto en grado mucho más alto de lo que por lo general se supone, y que a este respecto estamos sujetos a múltiples engaños del juicio, como consecuencia de la exageración instintiva del punto de vista racional.
Los instintos son formas típicas de acción, y siempre que se trata de formas de reacción que se repiten uniforme y regularmente, se trata de un instinto, sea que se asocie un motivo consciente o no.
Así como es cuestionable si el hombre posee muchos o sólo pocos instintos, así también hasta ahora apenas ha sido ventilada la cuestión de si posee o no muchas formas primordiales o arquetipos de la reacción psíquica. Asimismo aquí tropezamos con la misma gran dificultad antes mencionada: nos hallamos tan acostumbrados a operar con conceptos tradicionales y evidentes, que ya no sabemos absolutamente hasta qué punto tales conceptos se basan en los arquetipos de nuestra intuición. Igualmente las imágenes primordiales están encubiertas por la extraordinaria diferenciación de nuestro pensamiento. Así como la biología las más de las veces sólo reconoce pocos instintos al hombre, así también la teoría del conocimiento reduce los arquetipos a relativamente pocas y lógicamente limitadas categorías del entendimiento.
En Platón los arquetipos de la intuición tienen el extraordinario valor de ideas metafísicas o paradigmas, con respecto a las cuales las cosas de la realidad se comportan sólo como mimesis o imitaciones. Sabemos que también la filosofía medieval, desde San Agustín —de quien he tomado la idea de arquetipo[103]— hasta Malebranche y Bacon, muévese a este respecto en el mismo plano que Platón. También encontramos en la Escolástica la idea de que los arquetipos son imágenes de la naturaleza grabadas en el espíritu humano, con arreglo a las cuales éste forma sus juicios. Así dice Herbert de Cherbury:
Instinctus naturales sunt actus facultatum illarum a quibus communes illae notitae circa analogiam rerum internam, cuiusmodi sunt, quae circa causam, medium et finem rerum bonarum, malum, pulchrum, gratum, etc., per se etiam sine discursu conformantur.
Pero desde Descartes y Malebranche ese concepto metafísico de arquetipo o idea ha ido perdiendo importancia. Se convierte en pensamiento, en una íntima condición del conocimiento, como lo formula claramente Spinoza: «Per ideam intelligo mentis conceptum, quen mens format». Kant, por último, reduce los arquetipos al limitado número de las categorías del entendimiento. Schopenhauer va mucho más lejos aún en la simplificación, pero por otra parte retorna en cierto modo al punto de vista platónico. En este bosquejo lamentablemente demasiado somero vemos obrar de nuevo ese desarrollo psicológico que ha soslayado los instintos bajo motivaciones racionales y transforma los arquetipos en conceptos racionales. Bajo esas envolturas apenas si se puede reconocer el arquetipo. Y sin embargo el modo como el hombre concibe el mundo, a pesar de todas las diferencias de detalle, es tan uniforme, y regular como su acción instintiva. Así como debemos establecer el concepto de un instinto determinante y regulador de nuestra acción consciente, debemos también tener un factor correlativo que determine la uniformidad y regularidad de nuestra aprehensión. Designo tal factor como arquetipo o imagen primordial. Podríase asimismo llamarlo intuición del instinto en sí mismo o autorretrato del instinto, por analogía con la conciencia, que no es otra cosa que una imagen interior del proceso objetivo de la vida. Del mismo modo que la aprehensión consciente da forma y objetivo a la acción, la aprehensión inconsciente determina, mediante el arquetipo, la forma y objetivo del instinto. Al igual que consideramos al instinto como «refinado», también debemos suponer que la intuición o aprehensión —causante del instinto— por medio del arquetipo, es de increíble precisión. Así, la mariposa de la yuca, antes mencionada, debe tener como quien dice una imagen de la situación en que se desencadena su instinto. Tal imagen le permite «reconocer» la flor y su estructura.
El criterio de la reacción «todo o nada», sustentado por Rivers, nos ha permitido descubrir fácilmente la actividad del instinto; espero que el concepto de la imagen primordial ayude a descubrir la actividad de la aprehensión intuitiva. Eso se logra con facilidad mucho mayor si se piensa en los primitivos. En ellos encontramos sobre todo ciertas imágenes típicas y temas que constituyen los fundamentos de sus mitologías. Estas imágenes son autóctonas y de uniformidad relativamente grande, como por ejemplo, la idea de la fuerza y sustancia mágicas, del espíritu y su conducta, de los héroes y dioses y sus leyendas. En las grandes religiones del mundo vemos esas imágenes perfeccionadas y a la vez envueltas en formas racionales. Aun en las ciencias exactas aparecen como la raíz de conceptos auxiliares indispensables: la energía, el éter, el átomo[104]. En filosofía Bergson nos da un ejemplo de renovación de una antiquísima imagen en su concepto de la «duración creadora», que ya se encontraba en Proclo y en forma más primitiva en Heráclito.
La psicología analítica se ocupa diariamente en el tratamiento de perturbaciones de la aprehensión consciente, tanto en sanos como en enfermos, debidas a la irrupción de imágenes primordiales. Pues las exageraciones de la acción debidas a la injerencia del instinto son ocasionadas por concepciones intuitivas, es decir por arquetipos, que provocan impresiones demasiado intensas y a veces con una deformación particular.
Los arquetipos son formas típicas de la aprehensión; sobre todo cuando se trata de concepciones que se repiten de un modo uniforme y regular, está actuando un arquetipo, reconózcase o no su carácter mitológico.
Lo inconsciente colectivo consta de la suma de los instintos y sus correlatos, los arquetipos. Así como cada ser humano posee instintos, así también posee imágenes primordiales. Pruébalo en primer término la psicopatología de los trastornos mentales en que irrumpe lo inconsciente colectivo. Tal es el caso de la llamada esquizofrenia, perturbación donde con frecuencia comprobamos la aparición de instintos arcaicos, asociados con imágenes mitológicas evidentes. A mi entender, es imposible decir qué es primero: la aprehensión o el impulso. Me parece que ambos son una misma cosa, la misma e idéntica actividad vital, que sólo para una comprensión mejor debemos pensar con diferentes conceptos[105].