El tiempo de los distingos ya ha pasado. El sistema los ha superado todos. Por esta razón, quien en nuestros días se empeñe todavía en hacer una que otra distinción será tenido sin más como un ser extravagante, un ser que mantiene su alma prendida a una de las más viejas antiguallas. ¡Enhorabuena! Porque, a pesar de todo, Sócrates siempre seguirá siendo el mismo, es decir, aquel sabio sencillo que se mantuvo firme en la curiosa distinción que él formulara y pusiera en práctica de una manera tan perfecta. Por cierto que el singular Hamann, después de dos milenios de olvido, ha vuelto a hacerse eco admirativo de tan antigua distinción, «pues —según su frase— Sócrates fue grande precisamente porque distinguía entre lo que comprendía y lo que no comprendía».