[1] El autor nos va a poner ahora, en sucesión inmediata y con el mismo inicio literario, tres ejemplos de la anterior desviación metódica y de flagrante intromisión de unas ciencias en otras, destruyendo la armonía que entre ellas debiera reinar y atropellándolo todo. Una vez desbrozado el camino, y de cara al tema de su propia investigación —el pecado y la angustia—, el autor intentará colocar las cosas en su sitio, haciendo de paso un balance y una nueva división de la ciencia de suma importancia programática. En este sentido, la presente introducción dista muchísimo del pequeño prólogo, tan ligero y travieso. <<

El primer ejemplo de la desviación es ese de que el último título de la Lógica sea precisamente la realidad. Como es claro, la Lógica que está en la picota es la de Hegel. Sin embargo, en La ciencia de la Lógica, Hegel trata en último término de la doctrina del concepto. La realidad aparece como tema de la tercera sección de la parte anterior, la segunda, que versa toda ella sobre la doctrina de la esencia. Por lo tanto, no hay que tomar la expresión de Kierkegaard al pie de la letra, sino en el sentido de que Hegel, partiendo del ser puro, casi nada o pura nada, va al canzando todas y cada una de las realidades, hasta llegar a la última reducción del idealismo absoluto: «todo lo racional es real y todo lo real es racional» —estas últimas palabras aparecen concretamente en la introducción a la Filosofía del Derecho.

En cambio, por lo que se refiere al segundo ejemplo, en el que en seguida se confundirá la fe con lo inmediato —sin más definición— o también, en lo referente a las «investigaciones casi sólo propedéuticas» del tercer ejemplo, no podemos afirmar que el autor aluda a Hegel, sino que directamente se enfrenta ahora con algunos de los seguidores de la derecha hegeliana dentro de la propia Universidad de Copenhague, entre ellos Rasmus Nielsen y Hans L. Martensen, sucesor este último de Mynster —primer primado de la Iglesia danesa— y a quien Kierkegaard atacaría diez años después desde otro ángulo y de una manera mucho más feroz.

[2] O «falsedad fundamental», como dice el texto recurriendo a una expresión griega: πρῶτον ψεῦδος. <<

[3] Dentro de la filosofía griega —a pesar de la ambigüedad de las afirmaciones y concepciones respectivas— el logos siempre equivalió en el fondo al «pensamiento» humano, oscuramente divinizado. Incluso al final, en el período neoplatónico, tan religioso y místico, no se puede confundir su doctrina y su común predicación del logos con el logos cristiano, con el Verbo que se hizo carne y senos ha revelado. En este último sentido afirma Kierkegaard que el logos es lo dogmático. En cambio, Hegel los ha confundido del todo. Cabalmente, esta confusión, como muy bien nos lo ha mostrado Hans Leisegang, es el principio histórico de la Lógica hegeliana. <<

[i] Por ejemplo: «Wesen ist was ist gewesen»; «ist gewesen» es el pretérito perfecto de «sein», luego «Wesen» es «das aufgehobene Sein», es decir, el «Sein» que ha sido. ¡Esto es un movimiento lógico! Si alguien se tomara la molestia de entresacar y poner en un montón todos los duendes y fantasmas aventureros que pueblan la Lógica hegeliana —tanto según ésta salió de las manos del maestro como atendiendo a las mejoras con que la han completado sus discípulos— y que como mozos de cuerda arriman el hombro a la enorme tarea del movimiento lógico, entonces es casi seguro que alguna de las generaciones posteriores se iba a llenar de asombro al constatar que ciertas agudezas fuera de serie, por no decir todas, habían desempeñado en su día un gran papel dentro de la Lógica. Y esto no sólo como aclaraciones marginales o ingeniosas observaciones, sino en cuanto geniales directrices del movimiento, hasta constituir en definitiva la maravilla de la Lógica de Hegel, dándole alas para que el pensamiento lógico pueda volar sin ninguna dificultad. Claro que con anterioridad a esa supuesta investigación nadie habría sospechado el truco, puesto que el manto de la admiración encubría todo el tinglado, algo así como cuando Lulú entra corriendo en escena sin que ninguno vea la máquina instalada para lograr semejante efecto. La introducción del movimiento en la Lógica es el mérito de Hegel, y en comparación con este mérito casi no merece la pena mencionar ese otro inolvidable mérito de Hegel —que desde luego tuvo, pero que él mismo empezó por menospreciar, para lanzarse por los derroteros de lo incierto—, a saber, el mérito de haber legitimado de muchas maneras las determinaciones categoriales y su ordenación. (N. del A.) <<

[4] Hasta aquí la nota del autor, tan satírica. Hemos respetado el texto alemán del comienzo, aunque hemos puesto en castellano el relleno del mismo, que casi todo él está en latín. Ese texto hegeliano lo ha extractado el autor del final del primer párrafo del libro segundo de La ciencia de la Lógica, en el que se dice: «Die Sprache hat im Zeitwort Sein, das Wesen in der vergangenen Zeit: gewesen, behalten; denn das Wesen ist das vergangene, aber zeitlos vergangene Sein»; y unas páginas más adelante se añade: «das Wesen ist das aufgehohene Sein». En la traducción castellana de esta obra del coloso suabo, magníficamente editada (en 1956) por la Hachette argentina y magníficamente hecha por Rodolfo Mondolfo y su esposa Augusta, puede leerse —en el t. II, pp. 9 y 15-la siguiente versión de ambos textos: «El idioma alemán ha conservado la esencia (Wesen) en el tiempo pasado (gewesen) del verbo ser (sein); en efecto, la esencia es el ser pasado, pero el pasado intemporal»; y después, «La esencia es el ser superado». <<

[ii] La eterna expresión de la Lógica es —cosa que los eleatas aplicaron por equivocación a la existencia—: «Nada nace, todo es». (N. del A.) <<

[iii] En nuestro tiempo se ha olvidado por completo que también la ciencia, tan plenamente como la poesía y el arte, presupone un talante, tanto en el que la produce como en el que la recibe; de tal manera que una falta en la modulación adecuada causará efectos no menos perturbadores que otra falta en la evolución del pensamiento. Por otra parte, no es raro que nuestro tiempo lo haya olvidado, pues en él se ha olvidado también completamente la interioridad y lo que significa la categoría de la apropiación, en virtud de la inmensa alegría que confiere la enorme magnificencia que se cree poseer, o a la que se ha renunciado caprichosamente como en el caso del perro que prefería la sombra. Sin embargo, toda falta engendra su propio enemigo. La falta del pensamiento provoca la enemistad de la dialéctica, y el desplazamiento o falsificación del talante caen en la adversidad de lo cómico. (N. del A.) <<

[iv] Si se considera esto a fondo, se tendrá una buena ocasión para ver qué gran ingeniosidad encierra el hecho de que la última parte de la Lógica se intitule precisamente la realidad. ¡Cuando ni siquiera la Ética la alcanza! Por eso, hemos de decir que la realidad con que concluye la Lógica no significa más, en el sentido de la realidad, que aquel ser con el que comienza. (N. del A.) <<

[v] Sobre este punto encontrará el lector varias observaciones en la obra Temor y temblor, publicada por Johannes de Silentio, Copenhague, 1843. En ella, el autor hace muchas veces que la deseada idealidad de la Estética venga a encallar en la exigida idealidad de la Ética, para que con el choque de ambas salga a la luz la idealidad religiosa, que es cabalmente la idealidad de la realidad; una idealidad, consiguientemente, no menos deseable que la de la Estética y no imposible como la de la Ética. Esta idealidad es tan típica que surge de un salto dialéctico y viene acompañada tanto de un talante positivo: «he aquí que todo es nuevo», como de un talante negativo, que consiste en la pasión del absurdo, a la que corresponde el concepto de repetición. Porque hay dos posibilidades, o bien la existencia entera queda interrumpida con la exigencia de la Ética, o bien se abre paso a las condiciones requeridas para salir de este estancamiento y así toda la vida y la existencia comienzan desde un principio, no precisamente en una línea de continuidad inmanente con lo anterior —lo que sería una contradicción—, sino a través de una auténtica trascendencia. Entonces, esta trascendencia instala un verdadero abismo entre la repetición y la primera existencia, de tal suerte que sólo representa una manera figurativa de hablar el que se afirme que lo anterior y lo posterior se relacionan mutuamente. Algo así como cuando se dice que la totalidad de los seres acuáticos se relaciona con la totalidad de los que viven en el aire o sobre la tierra. Claro que con respecto a esto último hay más de un científico que opine que la primera totalidad ha de preformar en su imperfección y de un modo prototípico todo lo que en la segunda se manifiesta. A propósito de esta categoría se puede consultar La repetición, de Constantino Constantius, Copenhague, 1843. <<

Este último libro, desde luego, es una obra estrafalaria, y lo curioso es que así lo quiso el autor intencionadamente. Sin embargo, en cuanto yo sepa, él ha sido el primero que con energía se ha fijado en la repetición y nos la ha puesto delante de los ojos con la carga peculiar de su concepto, para explicar por medio de ella la relación que hay entre lo étnico y lo cristiano, destacando el ápice invisible y ese discrimen rerum en que las ciencias chocan unas con otras hasta que surja la nueva ciencia. Pero C. Constantius vuelve a ocultar en seguida lo que ha descubierto, camuflando el concepto con el ropaje bromístico de la correspondiente descripción. Es difícil decir por qué ha hecho semejante cosa, o más bien es difícil de comprenderlo. Claro que él mismo nos afirma que ha escrito de esa forma «para que no puedan entenderle los herejes». Por otra parte, no pretendiendo otra cosa que tratar el tema estética y psicológicamente, era natural que la forma fuese humorística. Tal efecto lo consigue admirablemente, unas veces haciendo que las palabras lo signifiquen todo, otras significando lo más insignificante. De esta suerte, el tránsito de un sentido a otro —o, mejor dicho, el constante estar cayendo de las nubes— es provocado sin cesar por los contrastes bufos que escalonan la obra. No obstante, nuestro autor no ha dejado de señalar con bastante concisión, precisamente en la pág. 34, toda la entraña del asunto: «La repetición constituye el interés de la Metafísica, y a la par aquel otro interés en que la Metafísica encalla; la repetición es la contraseña de toda intuición ética; la repetición es conditio sine qua non de todo problema dogmático». La primera proposición alude a la tesis de que la Metafísica no tiene que ser interesante, algo así como lo que Kant afirmaba respecto de la Estética. La Metafísica queda desplazada en el mismo momento en que entre en juego el interés. Por eso se ha subrayado la palabra «interés». En la realidad entra en juego todo el interés propio de la subjetividad, y aquí encalla la Metafísica. En segundo lugar, de no estar puesta la repetición, la Ética se convierte en un poder despótico; y es muy probable que ésta sea la razón que ha inducido al autor a decir que la repetición es la contraseña de la intuición ética. Y, por último, si la repetición está ausente, la Dogmática no podrá existir en absoluto, puesto que la repetición arranca de la fe, y ésta es el órgano de todos los problemas dogmáticos.

En el dominio de la naturaleza la repetición reviste una necesidad inquebrantable. En el dominio del espíritu la tarea no consiste en que se le sonsaque a la repetición una que otra variación y así encontrarse uno mismo en cierto modo a sus anchas a la sombra de la repetición…, como si el espíritu solamente estuviera en una relación extrínseca con sus repeticiones, en virtud de las cuales el bien y el mal alternasen en él a la manera en que lo hacen el verano y el invierno dentro del ciclo de la naturaleza. No, la tarea en este orden ha de consistir en transformar la repetición en algo interior, en la propia tarea de la libertad, en su más alto interés, de suerte que realmente se vea si la interioridad es capaz, mientras todo cambia a su alrededor, de poner en práctica la repetición. Aquí el espíritu finito se desespera. Esto es lo que ha querido indicar C. Constantius echándose personalmente a un lado y dejando que la repetición apareciera en el hombre joven en virtud de lo religioso. Por esta razón, Constantino nos dice muchas veces que la repetición es una categoría religiosa, demasiado trascendente para él; ya que importa un movimiento en fuerza del absurdo. Y lo mismo quiere significar cuando en la pág. 142 nos advierte de que «la eternidad es la auténtica repetición».

Por cierto que todo esto se le ha pasado por alto al eminente profesor Heiberg, que ha pretendido buenamente y en cuanto alcanzan sus conocimientos —eso sí, con la finura y elegancia habituales en él, como si se tratara del mismo regalo que por el Año Nuevo hace a todo el mundo colaborar en el sentido de convertir la mencionada obra en una elegante y linda bagatela. En realidad, lo único que ha hecho es llevar el asunto allí donde Constantino comenzaba o, si se quiere, y para recordar otra obra recientemente aparecida, allí donde lo había dejado el esteta de La alternativa en el breve ensayo titulado La rotación de los cultivos. Yo no sé si Constantino se habrá sentido realmente halagado al participar de ese modo el raro honor que le incorpora a uno de los círculos innegablemente selectos. En este caso, y a mi modo de ver las cosas, nuestro autor ha cambiado mucho desde que escribió su libro, de suerte que podemos afirmar, según la costumbre, que ha contraído una especie de locura astronómica. Pero, por otra parte, no creo que un autor como él, un autor que escribe precisamente para ser mal entendido, haya perdido de ta manera los estribos como para no encajar con la suficiente ataraxia el hecho de que el profesor Heiberg no le entienda. De no ser así, su locura también sería astronómica. Sin embargo, no temo que haya sucedido tal cosa, pues la circunstancia de que hasta la fecha no le haya respondido ni una palabra al eminente profesor es un síntoma clarísimo de que sigue teniendo plena conciencia de sí mismo. (N. del A.)

[5] La nota es importante, ya que de una parte y en punta del arrepentimiento constituye el contrafuerte de toda la introducción, y por otra parte nos ofrece una clave de primera mano para dilucidar hasta cierto punto el sentido radical de una de las categorías más resistentes entre todas las kierkegaardianas. ¡Que ya es decir! Esa categoría se puso en circulación con los dos libros a que la nota alude en primer lugar, sobre todo con el segundo, que lleva su mismo título. Ambos libros vieron la luz el mismo día, el 16 de octubre de 1843. Esa categoría encierra, a suvez, la clave de todo el mensaje de Kierkegaard, distinguiéndolo toto coelo del sistema de Hegel: repetición contra mediación. <<

[6] ‘Filosofía primera’. Por su parte, el mismo Aristóteles nos dio entre sus definiciones de la metafísica la de ciencia teológica (τεολογικὴ ἐπιστήμη). En consecuencia, Kierkegaard da a entender con su crítica que no admite una teología natural «como parte de la metafísica». Sin embargo, las siguientes consideraciones son muy dignas de atención en este mismo aspecto fundamental. <<

[vi] Schelling recordaba este nombre aristotélico en favor de su distinción entre una filosofía negativa y una positiva. Lo que nuestro filósofo entendía por filosofía negativa era la Lógica, cosa que estaba suficientemente clara. En cambio, para mí resultaba mucho menos claro lo que Schelling entendía propiamente por filosofía positiva, fuera de que por otra parte no cabía lugar a dudas que lo que él quería poner en circulación era cabalmente una filosofía positiva. Pero aquí no tenemos tiempo de meternos en más honduras en cuanto a este punto, puesto que el deber me impone no salirme de mi propia concepción. (N. del A.) <<

[7] Esta evocación de Schelling tiene un tono muy personal, ya que Kierkegaard había asistido en los dos años anteriores, aunque cada día con mayor desilusión y al final nada, a las clases de aquél en Berlín. Luego se lamentará de haber sido tan tonto, en aquella ocasión, que le diera pena de un estudiante sueco que había bajado con él a la gran ciudad precisamente para asistir a las clases del aristotélico Trendelenburg, que entonces era tenido por kantiano. Véase Papirer VIII, A 18. <<

[vii] Esto ha sido recordado a su vez por Constantino Constantius, al indicar éste que la inmanencia siempre encalla en el interés. Sólo con este último concepto aparece propiamente la realidad. (N. del A.) <<

[8] Se alude a la filosofía de Leibniz, en su variación al argumento «ontológico». <<

[9] El autor, como bien se ve, avanza aquí sobre la misma terminología de Hegel. Éste, en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, estudia la Psicología en cuanto tercer momento del «espíritu subjetivo». Luego, su discípulo y biógrafo Rosenkrantz —que con Michelet forma el centro de los seguidores de Hegel— escribirá su Psychologie oder die Wissenschaft vom subjektiven Geist. <<