[i] El problema de qué sea el bien es un problema que acosa con peculiar insistencia a nuestra época, ya que entraña una importancia decisiva para la cuestión acerca de las relaciones de la Iglesia, el Estado y el orden moral. Con todo, es necesario tomar muchas precauciones a la hora de responder a ese problema. Hasta la fecha es el tema de la verdad el que de modo raro ha obtenido la preferencia, por cuanto se ha entendido y explicado la famosa trilogía: «la belleza, el bien y la verdad», en la misma esfera de la verdad —entendida ésta en el sentido del conocimiento—. Pero el bien no admite en absoluto que se lo defina. El bien es la libertad. La diferencia entre el bien y el mal sólo existe para la libertad y en la libertad, y tal diferencia nunca existe in abstracto, sino exclusivamente in concreto. A esto se debe el que los inexpertos encuentren no pocas dificultades embarazosas en el método socrático, cuando Sócrates reduce de repente el bien —esa cosa en apariencia infinitamente abstracta— a las cosas más concretas. El método es completamente correcto, lo único en que fallaba Sócrates —aunque en el sentido griego tenía razón para obrar de esa manera— era al concebir el bien por su lado externo, es decir, concebirlo como lo útil, como lo que tiene una finalidad finita. Sin duda que la diferencia entre el bien y el mal existe para la libertad, pero in abstracto. Este error proviene de que se convierte la libertad en otra cosa, en un mero objeto de la mente. Sin embargo, la libertad nunca ha existido como abstracción. Por eso, cuando sin estar ella misma en ninguna de las dos partes, se pretende concederle a la libertad un momento para que elija entre el bien y el mal, lo único que se logra en ese preciso momento es que la libertad no sea libertad, sino una pura reflexión sin sentido. Y ¿para qué sirve entonces el experimento, si no es para confundirlo todo? Si —sit venia verbo— la libertad permanece en el bien, entonces no sabe en absoluto nada del mal. En este sentido se puede afirmar acerca de Dios —no es mía la culpa si alguno lo interpreta al revés— que no conoce el mal. Con esto no quiero decir en modo alguno que el mal sea meramente lo negativo, lo que hay que superar; pero el absoluto castigo del mal consiste en que Dios no sepa nada de él, ni quiera ni pueda saberlo. En este sentido se emplea en el Nuevo Testamento la preposición ἀπό para significar el alejamiento de Dios, la absoluta ignorancia —si puedo expresarme así— que Dios tiene acerca del mal. Si se concibe a Dios de un modo finito, entonces sería muy cómodo para el mal el hecho de que Dios lo ignorase, pero como Dios es infinito, su ignorancia es la aniquilación en vivo…, porque el mal no puede prescindir de Dios, ni siquiera para ser el mal. A este propósito citaré un texto dela Sagrada Escritura; en la segunda Epístola a los Tesalonicenses I, 9, se dice de aquellos que no conocen a Dios ni obedecen al Evangelio: οἵτινφτς δίχην τίσουσιν ὄλεθρον αἰώνιον, ἀπὸ προσώπου τοῦ κυρίου, χαὶ ἀπὸ τῆς δὸξης τῆς ἰσκύος αὐτοῦ. (N. del A.) <<
[ii] Dada la forma de la presente investigación no me es posible señalar cada una de las situaciones particulares sino con rasgos muy breves, casi algebraicos. No es éste el lugar de una verdadera descripción. (N. del A.) <<
[1] ‘Hasta el jugo y la sangre’; en castellano decimos «hasta la médula». <<
[iii] Aquí, se entiende, hablamos en términos éticos; pues la Ética no mira a la situación, sino a cómo ésta se convierte en el mismo momento en un nuevo pecado. (N. del A.) <<
[2] Esta exclamación es de Gloster, act. IV, ese. VI: «O ruin’d piece of nature!». Kierkegaard, como de costumbre, recoge la cita de Shakespeare en su traducción alemana de Schlegel y Tieck: «O du zertrümmert Meisterstück der Schopfung!». <<
[iv] Sin duda, no está éticamente muy maduro el que, incluso en medio de sus mayores sufrimientos, no sea capaz de experimentar algún consuelo y alivio cuando alguien tenga la valentía de decirle que lo que le pasa no es obra del destino, sino algo propiamente culpable. En cambio, da pruebas de madurez ética el que siente consuelo y alivio cuando se le dice eso con seriedad y sinceridad. Pues nada hay que tema tanto una personalidad éticamente desarrollada como esa palabra mágica del destino y otras zarandajas estéticas que, bajo la máscara de la compasión, pretenden robarle su joya preciosa, es decir, la libertad. (N. del A.) <<
[3] San Agustín aconsejó ciertamente contra los donatistas el empleo de la fuerza para traerlos al buen camino. Pero en ningún caso, que se sepa, aconsejó la pena de muerte, sino todo lo contrario. Tertuliano, en cambio, sí que lo hizo. <<
[4] Adjetivo derivado de la palabra griega πνεῦμα —πνευματικός: ‘pneumático’— que etimológicamente significa ‘viento’, ‘soplo’, y que en la traducción latina equivale a spiritus —‘espíritu’, ‘espiritual’—. En este último sentido la tomamos aquí, dejando a un lado la complicación de las innumerables acepciones que ha ido teniendo y la no menos complicada aplicación que de ella se ha hecho en el Nuevo Testamento y en la Patrística. Kierkegaard, por su parte, nunca ha dejado de acentuar en esta línea la tricotomía de cuerpo (σῶμα), alma (ψυχή) y espíritu (πνεῦμα) en el hombre, al mismo tiempo que defiende y define la síntesis de un modo excepcional. De ahora en adelante pondremos siempre sin p el adjetivo correspondiente a la tercera palabra, por la misma pauta que lo hacemos siempre con los derivados de la segunda. <<
[5] Por ejemplo, en el caso de los posesos. Añadamos que hemos traducido por «forzosidad al mal» la expresión danesa: Forskrivelse til det Onde, para no implicar al autor, innecesariamente, en la polémica de la predestinación. Es verdad que Forskrivelse puede significar esto, pero él la emplea en el sentido más obvio de ‘prescripción’, ‘obligación’, ‘forzosidad’. <<
[v] Ya hemos dicho, y lo repetimos aquí una vez más, que lo demoníaco tiene un alcance muy distinto del que ordinariamente se le atribuye. En el párrafo anterior han quedado indicados los grupos correspondientes que se mueven en otro sentido; aquí sigue una segunda serie de grupos peculiares. La clasificación no resultará nada difícil para el que siga el hilo de mi exposición. Si se encuentra una mejor, escójase en buena hora; pero no estará nada mal que en estos dominios se tenga un poco de prudencia, pues de lo contrario todo será un embrollo. (N. del A.) <<
[6] ‘¿Qué hay entre tú y yo?’—o ‘¿qué tengo yo que hacer contigo?’—; véanse Me., V, 7, y Le., VIII, 28. <<
[7] En el Nuevo Testamento no se encuentra ningún pasaje concreto que corresponda a esta referencia, al menos poniendo las palabras aludidas en boca de un endemoniado. Se trata, pues, de una equivocación, de un quid pro quo provocado muy probablemente por el recuerdo de Me., V, 17,y Le., VIII, 37. <<
[vi] El poder emplear su categoría propia es condición sine qua non para que la observación correspondiente sea verdaderamente importante. Cuando el fenómeno se presenta hasta un cierto grado, la mayoría de los hombres fijan su atención en él, pero no pueden explicarlo, porque les falta la categoría; si la tuvieran, poseerían también la llave para abrir todos los secretos del fenómeno, dondequiera que hubiese un rastro del mismo. Porque los fenómenos puestos bajo la categoría la obedecen como al anillo los espíritus del anillo. (N. del A.) <<
[vii] Con todo cuidado he empleado aquí la palabra «apertura», pero lo mismo hubiese podido llamar aquí al bien: diafanidad. E incluso habría escogido otra palabra distinta de tener motivos para temer que alguien iba a entender mal la palabra «apertura» y sus relaciones con lo demoníaco, como si de continuo se hablara aquí de algo externo, por ejemplo, de una confesión palpablemente abierta, en voz alta…, confesión que en cuanto puramente externa no serviría absolutamente de nada. (N. del A.) <<
[viii] Se echa de ver con toda facilidad que el ensimismamiento descrito no es más que mentira o, si se prefiere, falsedad. Ahora bien, la falsedad es aquí lo mismo que la esclavitud, la cual se angustia al abrirse. Por esta razón se le llama también al diablo «el padre de la mentira». Naturalmente que hay una enorme diferencia entre mentira y falsedad, entre mentiras y mentiras o entre falsedades y falsedades, pero la categoría siempre será idéntica. (N. del A.) <<
[8] «A todo un sentido, pero no una lengua.» Kierkegaard, una vez más, cita por la traducción alemana ya aludida. La frase íntegra de Hamlet está casi al final de la ese. II, act. I: «And whatsoever else shall hap tonight, give it an understanding, but no tongue». Según la traducción castellana de Astrana Marín: «y cualquier cosa que esta noche ocurra lo confiéis al pensamiento, pero no a la lengua». <<
[ix] El autor de La alternativa (Enten-Eller) ha llamado la atención sobre el hecho de que Don Juan es esencialmente musical. En ese mismo sentido cabe afirmar acerca de Mefistófeles que es esencialmente mímico. Lo mímico y lo musical han corrido la misma suerte, es decir, se ha creído que todo podía llegar a ser mímico e, igualmente, que todo podía llegar a ser musical. Existe un ballet que se titula Fausto. Si su autor hubiera comprendido realmente lo que significa concebir a Mefistófeles de una manera mímica, nunca se le habría ocurrido hacer de Fausto un ballet. (N. del A.) <<
[x] Podemos afirmar que la interpretación que el pequeño Winslóv hacía del papel de Klister en Los inseparables era verdaderamente profunda porque acertó muy bien con el aspecto esencialmente cómico del aburrimiento. Que un noviazgo que cuando es verdadero entraña sin duda ninguna el contenido propio dela continuidad, se convierta precisamente en todo lo contrario, en un infinito vacío…, ¿no es acaso un hecho de enorme efecto cómico en cuanto se destaque el aburrimiento que ello implica? La comicidad en este caso no está, desde luego, en que Klister sea una mala persona, o le sea infiel a su novia, etc., etc.; al revés, Klister esta íntimamente enamorado, lo que pasa es que en sus relaciones con la novia viene a ser una especie de empleado excedente, que es cabalmente el puesto que ocupa en las oficinas aduaneras. Claro que también es injusto que en la representación de la obra citada se saque partido, cómicamente, del puesto que Klister ocupa en la aduana. Porque, ¿qué culpa tiene el pobre Klister de no figurar en la plantilla? Otra cosa muy distinta es que le pase lo mismo en relación con su enamoramiento, pues en este punto no es criado de nadie, sino dueño de sí mismo. (N. del A.) <<
[9] C. Winslóv —1796-1834— fue en su época uno de los más destacados actores del Teatro Real de Copenhague. Y Klister, por su parte, es el personaje central de la graciosa comedia Los inseparables —De Uadskillelige—, de J. L .Heiberg, que critica en ella los noviazgos que duran muchos años. Doce, nada menos, duraron las relaciones de Amalia —familiarmente, «Malle»— con el señor Klister. Por cierto que el mismo nombre, aplicado a un hombre, es de los más cómicos que puedan encontrarse en el diccionario de la lengua danesa, ya que Klister significa exactamente ‘engrudo’. <<
[10] K. M. Bellmann —1740-1795— es un poeta y músico sueco, cantor de la vida popular de Estocolmo y sus alrededores. Sus obras principales son: Fredmans Epistlar y Fredmans Siinger, es decir, Cartas y Canciones de un hombre pacífico. Lo cierto es que Bellmann vivió una vida agitada y pasó en ella por muy diversos cargos, de suerte que yo no sé si Kierkegaard trae aquí su ejemplo en un doble sentido. <<
[xi] Esto hay que tenerlo siempre muy en cuenta a pesar de lo demoníaco mismo y de todas las ilusiones que fomenta el lenguaje habitual, que aveces emplea tales expresiones en torno a este estado de endemoniamiento que uno no sabe a qué atenerse, olvidando fácilmente que la propia esclavitud es un fenómeno de la libertad, es decir, un fenómeno que no puede explicarse según categorías de las ciencias de la naturaleza. Aunque la propia esclavitud nos diga con las afirmaciones más enérgicas que ella no se quiere a sí misma, podemos estar seguros de que no dice verdad y que siempre hay en ella una voluntad que es más fuerte que el deseo. El estado mismo puede engañar enormemente, tanto que no es nada difícil inducir a un hombre hasta la desesperación si frente a toda su sofística logramos mantener firme y constantemente la pureza de la categoría. Nadie debe tener miedo a poner en práctica semejante procedimiento, pero al mismo tiempo ha de tener mucho cuidado para no aventurarse por estas esferas con meros experimentos juveniles. (N. del A.) <<
[11] El libro de Parent-Duchatelet a que el autor se refiere llevaba por título: De la prostitution dans la ville de París, y apareció en el año 1836. <<
[xii] En el Nuevo Testamento encontramos la expresión σοφία δαιμονιώδης (Santiago, III, 15). La verdad es que la categoría no resulta nítida tal y como se la describe en ese pasaje. En cambio, si se atiende al texto del cap. II, 19:καὶ τὰ δαιμόνια πιστεύουσι καὶ φρίσσουσι’ entonces sí que seve en el saber demoníaco la relación de la propia esclavitud con el saber dado. (N. del A.) <<
[xiii] Por lo demás, lo demoníaco puede tener en la esfera religiosa una falaz semejanza con los escrúpulos. La naturaleza de éstos nunca podrá ser discriminada de una manera abstracta. Así, por ejemplo, un cristiano practicante puede caer en una angustia tal que le dé miedo acercarse a comulgar. Esto es un escrúpulo o, mejor dicho, la actitud de ese cristiano respecto de la angustia pondrá de manifiesto si es o no es un escrúpulo. En cambio, una naturaleza demoníaca puede haber llegado tan lejos y su conciencia religiosa puede haberse hecho tan concreta, que el entender puramente personal del entender sacramental sea precisamente la interioridad de que se angustia y de la que procura evadirse en medio de su angustia. Un individuo semejante se adentrará por la dirección emprendida solamente hasta cierto punto, después se parará en seco, querrá arreglárselas de un modo meramente intelectual y también querrá, de una u otra manera, llegar a ser algo más que una individualidad empírica, históricamente determinada y prisionera de la finitud. Así, el hombre asediado por los escrúpulos religiosos querrá acercarse a aquello de lo que los mismos escrúpulos pretenden mantenerlo alejado. Por lo contrario, el que esté endemoniado deseará personalmente alejarse de ello. A esto le impulsará su voluntad más fuerte —es decir, la voluntad de la propia esclavización—, mientras que su voluntad más débil le empujará en el sentido opuesto, en el sentido del acercamiento. Esto hay que tenerlo siempre muy en cuenta, pues de lo contrario se avanza un poco a ciegas y se piensa en lo demoníaco de una manera tan abstracta que es imposible haya existido nunca en la realidad. ¡Como si la voluntad de la propia esclavitud tuviese en cuanto tal un carácter constitutivo! Pero esto no es así, sino que la voluntad de la libertad, por muy débil que ella sea, nunca deja de estar presente en todas las contradicciones interiores del yo. Si alguien desea materiales relativos al escrúpulo religioso, los encontrará en gran abundancia en la Mística, de Görres. Confieso, sin embargo, con toda sinceridad, que nunca he tenido elvalor de leer todo este libro ordenadamente. ¡Tal es la angustia que rezuma! A mi juicio, Görres no siempre ha sabido distinguir entre lo demoníaco y el escrúpulo, motivo por el que hay que aprovecharlo con mucha cautela. (N. del A.) <<
[xiv] Descartes, en su Tratado de las pasiones, ha llamado la atención sobre el hecho de que a toda pasión le corresponde otra contraria, siendo la admiración la única excepción de esta regla. La exposición detallada que hace Descartes es bastante floja, pero a mí me ha interesado mucho que hiciese una excepción con la admiración o el asombro, porque éste es según las ideas de Platón y Aristóteles, como todo el mundo sabe, la pasión de la filosofía, la pasión con que empieza todo filosofar. Por lo demás, a la admiración le corresponde la envidia; y a este propósito la filosofía moderna de seguro que también hablaría de la duda. Pero en esto radica justamente el error fundamental de la filosofía moderna, en querer empezar con lo negativo, en vez de hacerlo con lo positivo. Porque esto será siempre lo primero, exactamente en el mismo sentido en que se dice omnis affirmatio est negatio, donde en primer lugar se pone la affirmatio. Esta cuestión acerca de si el puesto de lo primero le pertenece a lo positivo o a lo negativo es de la mayor importancia. Herbart es el único filósofo moderno que se ha declarado sin ambages en favor de lo positivo. (N. del A.) <<
[12] Véase el act. II, esc. III, del Macbeth. El autor, una vez más, cita y comenta la famosa traducción alemana, anteriormente aludida, de Shakespeare. El lector, por lo general, no tendrá mayor dificultad con el texto alemán que el autor inserta, si lo compara con el original inglés o con la traducción castellana y en prosa de Astrana Marín. Helos aquí: <<
… from this instant,
There’s nothingserious in mortality:
Ali is but toys: renown and grace is dead;
The wine of life is drawn…
«… desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete; gloria y renombre han muerto. ¡El vino dela gloria se ha esparcido!». Esto último está mejor al pie dela letra: el vino dela vida se ha vertido.
[xv] Para mí constituye una alegría el suponer que mi lector ha leído en todo caso tanto como yo mismo. Esta suposición nos ahorra muchas cosas tanto al que lee como al que escribe. Supongo, pues, que el lector conoce la obra mencionada. De no ser así, le aconsejo que la conozca cuanto antes, pues se trata de una obra francamente buena. El único reparo es que el autor, que por lo demás se distingue por su sano juicio y su humano interés por la vida humana, manifiesta de ordinario una fanática veneración por los esquemas vacíos, hasta hacerse ridículo algunas veces. El desarrollo que el autor hace en los distintos capítulos de la obra suele ser muy bueno la mayoría de las veces, y lo único que con frecuencia resulta ininteligible es el pomposo esquema previo y cómo pueda ajustarse la exposición concreta de los temas a semejante esquema. Como ejemplo de esto último referiría yo a las páginas 209-211: Das Selbst-und das Selbst. l. Der Tod. 2. Der Gegensatz von Herrschaft und Knechtschaft. (N. del A.) <<
[13] «Que el sentimiento se abre a la conciencia del yo, y al revés, que el contenido de la conciencia del yo es sentido por el sujeto como suyo. Solamente esta unidad puede llamarse talante —así traducimos al castellano la palabra alemana Gemüt o su correspondiente danesa Gemyt, por cierto una palabra muy difícil por sus muchas oscilaciones significativas, ya que mientras unos la supervaloran, otros la abaten demasiado; a este propósito puede aleccionar mucho el cap. XI de la II parte de la Ética de Aranguren—. Porque si falta la claridad del conocimiento, el saber del sentimiento, entonces sólo existe el impulso del espíritu natural, la hinchazón de la inmediatez. Pero si falta el sentimiento, entonces sólo hay un concepto abstracto, un concepto que no ha alcanzado la intimidad última de la existencia espiritual, que no se ha hecho una sola cosa con el yo del espíritu». <<
[14] «De su complexión anímica y de su conciencia.» <<
[xvi] En este sentido hay que entender lo que Constantino Constantius decía —precisamente en La repetición, p. 6—: «La repetición es la seriedad de la existencia»; y que, por el contrario, la seriedad de la vida no consiste en ser caballerizo del rey, y esto por más que el tal caballerizo, cada vez que monta su caballo, lo haga con toda la seriedad del mundo. (N. del A.) <<
[xvii] Véase Marbach, Geschichte der Philosophie, II parte, p. 302, nota: Albertus repente ex asinafactus philosophus et exphilosopho asinus. Véase también Tennemann, Gesch. d. Phil., tomo VIII, parte segunda, p. 485, en la nota. A este propósito tenemos una narración todavía más precisa acerca de otro escolástico, Simón Tornacensis, el cual opinaba que Dios no podía por menos de estarle agradecido porque había demostrado la Trinidad, pudiendo muy bien haber hecho lo contrario, pues… profecto si malignando et adversando vellem, fortioribus argumentis scirem illam infirmare et deprimendo improbare. En recompensa de ello, el buen hombre cayó en una total fatuidad y tuvo que dedicar dos años enteros a aprender de nuevo las letras del abecedario. Sobre este particular puede leerse Tennemann, obra y tomo citados, en la nota de la p. 314. Después de todo, que sea de esto lo que quiera y no nos metamos ahora en la cuestión de si este escolástico dijo realmente tal cosa. Y hagamos lo mismo respecto de otra frase que se le atribuye y en la que está incluida la blasfemia de los tres grandes engañadores, tan famosa en la Edad Media. Lo cierto es que el Tornacensis no carecía de una esforzada seriedad en la tarea dialéctica o especulativa, pero le faltaba del todo la seriedad en la comprensión de sí mismo. Casos parecidos a los de esta historia se dan no pocos, y en nuestro tiempo la especulación se ha arrogado una tal autoridad que casi ha llegado a intentar que Dios se tambaleara desde sus mismos cimientos, como un monarca que se sienta angustiosamente en su trono y está esperando a que la asamblea nacional tenga a bien declararlo monarca absoluto o meramente constitucional. (N. del A.) <<
[15] Por mi parte, no creo necesario traducir el texto latino, referente a san Alberto Magno, con que se abre esta nota puramente anecdótica, por no decir cabalística. En cuanto al texto probable del Tornacensis, he aquí la traducción: «ciertamente que si me dejara llevar por el ánimo de la malicia y el afán de oposición, podría debilitarla con argumentos más fuertes e impugnarla hasta abatirla del todo». Finalmente, los tres grandes engañadores de la blasfemia famosa son Moisés, Cristo y Mahoma. <<
[xviii] Indudablemente hay que entender en este sentido aquella frase de Constantino Constantinus que reza así: la eternidad es la auténtica repetición. (N. del A.) <<
[16] Ésta es la tesis de P. M. Moller en su tratado acerca de la inmortalidad, titulado Om Muligheden af Beviserfor Menneskets Udodelighed. De este tratado afirma Hans Brix que no es más que un sermón de profano en la materia. Kierkegaard, como seve, no compartía estas ideas fantásticas de su amigo. Cf. etiam mi primera nota en este mismo libro, prescindiendo de las de mi prólogo. <<
[17] Estas dos palabras subrayadas aparecen en alemán dentro del texto; primero Sinnigkeit, y después Innigkeit. <<