[i] Véase el capítulo 5. (N. del A.) <<
[ii] Epístola a los Romanos, VIII, 19. (N. del A.) <<
[iii] Porque es así como tiene que establecerse la Dogmática. Toda ciencia ha de situarse sin titubeos en su propio punto de partida y no vivir a expensas de amplias digresiones por el campo de las demás. En este sentido podemos afirmar que la Dogmática, íntegramente, resultará problemática y fluctuante si comienza empeñándose en explicar la pecaminosidad en sí misma o en demostrar su correspondiente realidad. Por este camino, desde luego, jamás tendremos una ciencia dogmática. (N. del A.) <<
[iv] El mismo Schelling habla muchas veces de angustia, cólera, tormento, sufrimiento, etc. No obstante, siempre hemos de estar un poco desconfiados ante semejante terminología, no sea que confundamos las repercusiones del pecado en la creación con determinados estados y talantes del mismo Dios, según el alcance que Schelling da también a dichos términos. En efecto, este pensador designa con esas expresiones los dolores de la divinidad o, dicho de un modo demasiado atrevido, los dolores de parto de la divinidad creadora. Con tales expresiones figuradas pretende designar Schellinglo que él mismo ha llamado otras veces, no sin ciertos titubeos, «lo negativo»; Hegel, por su parte, ha sido más decidido en este punto y nos ha definido «lo negativo» como lo dialéctico, esto es, το ἕτερον. La misma ambigüedad vuelve a manifestarse en Schelling cuando éste habla de una melancolía derramada sobre toda la naturaleza y de una cierta tristeza que embarga a la divinidad. No obstante, la idea capital de Schelling es que la angustia —etc.— principalmente designa los sufrimientos de la divinidad al ponerse a crear. <<
En Berlín nos volvió a hablar Schelling de lo mismo, aunque de un modo todavía más exacto. Para ello comparaba a Dios nada menos que con Goethe y Joh. von Müller, los cuales sólo estaban a gusto cuando producían. A este propósito Schelling recordaba también que una felicidad que no se puede comunicar es una verdadera desdicha. Lo saco a colación por cuanto estas manifestaciones de Schelling ya han aparecido impresas en un folleto de Marheineke. Este último ironiza sobre ellas. Por mi parte creo que no se debiera hacer tal cosa, pues un vigoroso y pletórico antropomorfismo siempre es muy valioso. El fallo está más bien en otra cosa, y en ello tenemos un ejemplo de qué extraño resulta todo cuando se tergiversan los métodos peculiares de la Metafísica y de la Dogmática, tratando la Dogmática metafísicamente y la Metafísica dogmáticamente. (N. del A.)
[v] Esta palabra «alteración» expresa muy bien la ambigüedad. Pues se dice «alterar» en el sentido de cambiar, tergiversar, sacar algo de su estado primitivo —de suerte que la cosa se convierte en otra distinta—, pero también se dice «alterarse» en el sentido de asustarse, cabalmente porque ésta es en el fondo la primera consecuencia inevitable. En cuanto que yo sepa, el latino no emplea esa palabra, sino que en su lugar dice —lo que no deja de ser bastante curioso— adulterare. El francés dice: «altérer les monnaies» y «étre altéré». Entre nosotros y en el lenguaje corriente se suele usar solamente en el sentido de asustarse, y así no es raro oír al hombre de la calle que exclama: «jeg blev ganske altereret» (‘¡estoy asustadísimo!’). Al menos yo he oído decir esto a una vendedora. (N. del A.) <<
[1] L. Holberg, célebre poeta cómico danés (1684-1754), le dedicó una de sus comedias a Erasmo, Erasmus Montanus. Lo curioso es que no es monsieur Jeronimus el que lo dice, sino que es Jesper Fronvogt elque se lo dice a Jerónimo a propósito de Erasmo. <<
[vi] En el apartado 6 del capítulo 1. (N. del A.) <<
[vii] Esto, naturalmente, sólo es válido en cuanto a la especie humana, ya que el individuo está determinado como espíritu. Por el contrario, en las especies animales cada ejemplar posterior es tan bueno como el primero; o, dicho con mayor exactitud, ser ahí el primero no significa absolutamente nada. (N. del A.) <<
[2] Aquí el traductor se ve tentado a poner «inocencia» en vez de «ignorancia», no sería el primero que lo ha hecho. Sin embargo, ninguna de las ediciones críticas, empezando por la original danesa, da ningún derecho a tomarse tan expedita licencia. <<
[viii] Cf. Obras completas —Siimtliche Werke—, t. VII, p. 15, en la historia de Merlín. (N. del A.) <<
[3] Aquí emplea el autor la palabra Elskov. Se trata, pues, del amor correspondiente al «estadio estético», amor inmediato puramente instintivo y erótico, sujeto del todo al placer, a la sensibilidad y al instante pasajero. No es ningún amor «decisivo», como el que corresponde al «estadio ético» —véanse los Dos diálogos sobre el primer amor y el matrimonio—, y está infinitamente apartado del amor —caridad—, véanse Las obras del amor. <<
[ix] Así ha de entenderse también lo que Sócrates le dice a Cristóbulo acerca del beso. Creo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo si afirmo que es una imposibilidad el que Sócrates hablase en serio, tan patéticamente, acerca de lo peligroso de los besos. Nadie discrepará tampoco, creo yo, sí decimos que Sócrates no tenía nada que ver con esa mojigatería temblona que no se atreve a mirar a una mujer a la cara. Es verdad que el beso en los países meridionales y en otras naciones más apasionadas significa bastante más que aquí en el Norte. En este sentido —como puede verse, según Bayle, en la Dissertatio de osculis de Kempises bien tajante la afirmación que hace el Puteanus en una carta dirigida a Juan Bautista Saccus: nesciunt nostrae virgines ullum libidinis rudimentum oculis aut osculis inesse, ideoquefruuntur. Vestraesciunt. Sea de esto lo que quiera, lo cierto es que a Sócrates, ni en cuanto irónico ni en cuanto moralista, no le va el hablar de esa manera acerca de los besos. Porque cuando se exagera como moralista, entonces lo único que se consigue es avivar la llama del placer e incitar al discípulo a que, casi contra su voluntad, se ponga a ironizar contra su maestro. <<
La relación de Sócrates con Aspasia viene a demostrarnos lo mismo. Sócrates alternaba con ella, sin importarle un comino la vida equívoca que ésta llevaba. Sócrates no buscaba otra cosa en casa de Aspasia sino aprender de ella —Ateneo—, y lo curioso es que tampoco estaba desprovista del talento aleccionador, pues, como es bien sabido, los hombres solían llevar consigo a sus esposas a casa de Aspasia con el solo afán de que aprendieran de ella. Eso sí, en el caso de que Aspasia hubiera querido influir sobre él con todos sus encantos, es casi seguro que Sócrates le habría dado a entender muy finamente que hay que amar alas feasy que no debía en absoluto esforzarse tanto en tal acoso encantador, pues él tenía bastante con Jantipa para alcanzar sus fines —véase la descripción que hace Jenofonte sobre la idea que se había formado Sócrates de sus relaciones con Jantipa.
Como, por desgracia, es un hecho repetidísimo el que la gente se embarque en cualquier lectura con ideas preconcebidas, no es ninguna maravilla que todo el mundo participe en la idea fija de que un cínico tiene que ser, casi inevitablemente, una persona disoluta. Sin embargo, a mi parecer, es cabalmente en el caso del cínico donde cabría la posibilidad de encontrar también un ejemplo de aquella concepción que considera el erotismo como lo cómico. (N. del A.)
[4] La comprensión de esta nota supone, con algunas variaciones, el conocimiento de algunos textos clásicos que aparecen en las Memorables y en el Symposion de Jenofonte. Por lo que se refiere a la concepción de este último acerca de Sócrates, Kierkegaard ya escribió lo suyo en su misma tesis doctoral, en torno al concepto de la ironía. En cuanto a la cita latina, que el autor recoge del Diccionario famoso de P. Bayle, digamos que su autor es belga, y el destinatario, italiano: «Nuestras jóvenes no saben que en las miradas o en los besos haya ningún indicio de lascivia, y por eso se entregan a ellos sin el menor reparo. Las vuestras, en cambio, lo saben». <<
[x] Por muy extraño que le pueda parecer a quien no está acostumbrado a mirar cara a cara los fenómenos, hemos de afirmar, sin embargo, que existe una completa analogía entre la concepción que Sócrates tiene del erotismo como lo cómico y la actitud de un monje con respecto a las mulieres subintroductae. El abuso, naturalmente, sólo tiene que ver con aquellos que tampoco carecen del mismo sentido del abuso. (N. del A.) <<
[5] Éxodo, XX, 5. Y, también lo mismo, en el Deuteronomio, V, 9. <<
[6] Estas tres preguntas irónicas, con la puntilla inmediata, apuntan de lleno a Schelling y sus prosélitos, en cuanto «filósofos de la naturaleza». <<
[xi] Bien vale la pena reflexionar sobre esto; pues cabalmente en este punto ha de hacerse patente hasta dónde alcanza el principio moderno de que el pensamiento y el ser son una misma cosa. Y esto con tal de que, por un lado, no se eche a perder ese principio con malentendidos extemporáneos y en parte estúpidos; y, por otro lado, tampoco se desee tener en él un principio supremo que nos dé carta blanca para pensar desatinadamente. Hecha esta advertencia, digamos que lo universal solamente es en cuanto se piensa y se puede pensar —no meramente de una manera experimental, sino pensada, sin que en este sentido haya límite, pues ¿acaso hay algo que no se pueda pensar?—, y, además, es tal y como permite ser pensado. El secreto de lo individual está precisamente en su comportamiento negativo con respecto a lo universal, en su repulsión. Por lo tanto, tan pronto como se piense que no existe tal repulsa, queda eliminado lo individual; y tan pronto como se la piense, quedará ella misma transformada, de suerte que no se piensa en ella, sino solamente se la imagina, o se piensa en ella, y entonces uno no hace más que imaginarse que la ha incorporado al pensamiento. (N. del A.) <<
[xii] La sentencia latina «unum noris omnes» (‘si conoces a uno, los conoces a todos’) expresa lo mismo de una manera descuidada, y expresa con exactitud realmente lo mismo si por el unum se entiende el conocedor mismo, a la par que no anda espiando en torno al omnes, sino que se aferra seriamente a lo único que son realmente todos. Los hombres, por lo general, no suelen creer que esto sea así, e incluso opinan que se trata de un excesivo orgullo. La razón está más bien en que ellos mismos son demasiado cobardes y perezosos como para atreverse a conquistar personalmente la comprensión del orgullo auténtico. (N. del A.) <<
[7] ‘Conócete a ti mismo’. <<
[8] El autor introduce aquí la palabra alemana Heiterkeit, que también significa ‘apacibilidad’, ‘serenidad’. Hegel la usa muchas veces a propósito de los griegos. Por nuestra parte, hemos preferido la traducción más pronta: «jovialidad», con la que juega paradójicamente el adjetivo «melancólica». Pero preferimos esta paradoja y no complicar aquí, directamente, a la palabra sophrosyne. <<