Hay una estatua moderna de Aristóteles, pobremente inspirada, en un promontorio que domina la ciudad de Estagira, al norte de Grecia; su rostro inexpresivo dirige una fija mirada sobre las encrespadas colinas boscosas, hacia el Egeo azul. La forma prístina de Aristóteles en mármol blanco, casi luminiscente a la brillante luz solar, lleva sandalias y una toga, y soporta un pergamino ligeramente astillado en su mano izquierda. (Se dice que esta lesión fue producida por un profesor de filosofía argentino a la caza de souvenirs). Grabadas en el plinto, en griego, están las palabras «Aristóteles el Estagirita».
Aristóteles nació en Estagira en el 384 antes de Cristo pero, a pesar de la estatua, no vino al mundo en el moderno pueblo de Estagira; según la guía, el acontecimiento tuvo lugar en la antigua Estagira cercana, cuyas ruinas, todavía visibles, me propuse visitar después de mi decepcionante encuentro con la estatua. Las ruinas estaban un poco más abajo siguiendo el camino, según me dijo un bedel en ruta de la escuela a su casa, a la vez que me indicaba, con un movimiento de su capa negra de plástico, la carretera hacia la costa.
Después de una sofocante caminata de una hora por la larga y sinuosa carretera, con truenos retumbando, entre las colinas rocosas, ominosamente sobre mi cabeza, alguien me llevó finalmente en su coche hasta Estratoni, una misteriosa combinación de lugar marítimo de veraneo y poblado minero. La antigua Estagira quedaba algo apartada de la vieja carretera, un poco más al norte, me dijo un carpintero que estaba reparando un café cerrado, frente a la playa vacía.
Pocos coches pasan por esta carretera en octubre, como pronto descubrí, y las tormentas de otoño, cuando finalmente se desatan, puede ser muy fuertes en esta región. Me refugié durante una hora debajo de un retallo en la roca, mientras una lluvia torrencial corría por las pendientes desnudas, sin señales de ruinas o vehículos visibles en la oscuridad centelleante que me rodeaba; empapado hasta los huesos, maldecía la estatua que me había dirigido hacia la Estagira equivocada. No era sino un fraude. El moderno pueblo de Estagira no merecía de ninguna manera ser conocido como la cuna de Aristóteles. Por la misma regla de tres, podrían haber erigido la estatua de Juana de Arco en Nueva Orleans.
Aristóteles nació en la antigua Estagira, en la Macedonia griega, en el 384 antes de Cristo. En el siglo IV antes de Cristo, los antiguos griegos consideraban Macedonia de manera muy similar a como los franceses de hoy tienden a estimar Gran Bretaña y América, aunque Estagira no quedaba fuera de los confines de la civilización, puesto que era una pequeña colonia griega fundada por la isla de Andros en el Egeo.
El padre de Aristóteles, Nicómaco, había sido médico personal de Amintas, rey de Macedonia y abuelo de Alejandro Magno. De resultas de esta relación, que se había convertido en amistad, parece que el padre de Aristóteles llegó a hacerse rico adquiriendo propiedades alrededor de Estagira y en otros puntos de Grecia. El joven Aristóteles fue criado en una atmósfera de saberes médicos, pero su padre murió cuando él era todavía muchacho y Aristóteles fue entonces llevado a Atarneo, una ciudad griega en la costa de Asia Menor, donde su primo Proxeno se hizo cargo de su educación.
Al igual que muchos herederos, Aristóteles se puso enseguida a gastar todo el dinero recibido. Una leyenda dice que lo fundió todo en vino, mujeres y fiestas y que se arruinó de tal modo que tuvo que alistarse por un tiempo en el ejército, después de lo cual regreso a Estagira para dedicarse a la medicina; más tarde, a la edad de 30 años, lo dejó todo y se fue a Atenas para estudiar en la Academia de Platón, donde permaneció ocho años. Hagiógrafos medievales posteriores, decididos a santificar a Aristóteles, ignoraron o vilipendiaron estas impensables calumnias. Pero no podía faltar otra leyenda, más aburrida, pero también más verosímil, sobre la juventud de Aristóteles, según la cual ingresó directamente en la Academia a los 17 años, aunque algunas de las fuentes de esta historia aluden también a un breve interludio de vino y mujeres, como buen señorito calavera.
En todo caso, Aristóteles se asentó de temprano en la Academia para un periodo de intenso estudio, y se hizo notar rápidamente como la mente más brillante de su generación; empezó como estudiante, pero fue pronto invitado al círculo de colegas de Platón. Parece ser que al comienzo Aristóteles veneraba a Platón; ciertamente absorbía toda la doctrina platónica enseñada en la Academia y su propia filosofía había de estar firmemente afincada en sus principios.
Pero Aristóteles era demasiado brillante para ser un simple seguidor de nadie, ni siquiera de Platón; siempre que Aristóteles discernía lo que parecía ser una contradicción (o un fallo) en las obras de su maestro, creía que era su deber intelectual hacerse notar. Esta costumbre irritó pronto a Platón, y aunque no parece que se hayan enemistado, hay datos que sugieren que las dos más grandes cabezas de su época encontraron conveniente guardar cierta distancia. Se sabe que Platón se refirió alguna vez a Aristóteles como «esa cabeza con patas» y que llamó a su casa «el taller de lectura»; este último comentario se debe a la famosa colección de pergaminos antiguos que poseía Aristóteles, que tenía el hábito de comprar todos los pergaminos raros de obras antiguas que caían en sus manos y fue así uno de los primeros ciudadanos en disfrutar de una biblioteca privada.
Se sabe que el joven académico recibía considerables rentas de sus propiedades heredadas y que pronto se dio a conocer en Atenas por sus maneras cultivadas y por su estilo de vida refinado, si bien un tanto profesoral. La tradición dice que era un sujeto flaco, zanquilargo, que hablaba ceceando y que, quizá como compensación, se convirtió en un elegante a la última moda en sandalias y togas, y que ornaba sus dedos con anillos del mejor gusto. Hasta Platón, que no era precisamente un indigente, le envidiaba su biblioteca. Pero, no obstante su confortable y refinado modo de vida, las primeras obras de Aristóteles —perdidas— eran, principalmente diálogos que versaban sobre la innoble futilidad de la existencia y sobre los gozos del más allá.
Aristóteles tenía una inclinación natural por lo práctico y lo científico, lo que le indujo a mirar las ideas de Platón desde un punto de vista cada vez más realista.
Platón pensaba que el mundo particular que percibimos alrededor de nosotros consiste en meras apariencias, y que la realidad última está en un mundo trascendente de ideas semejantes a «formas» o «ideales». Los objetos singulares del mundo obtienen su realidad sólo por su participación en el esencial mundo de las ideas. Así, este gato negro que veo echado en una silla es un gato solamente porque participa de la idea fundamental (o forma) de lo gatuno, y es negro sólo en tanto que participa de la idea (o ideal) de lo negro. La única realidad verdadera reside más allá del mundo que percibimos, en el esencial mundo de las ideas.
Mientras que la manera de ver el mundo propia de Platón era esencialmente religiosa, la de Aristóteles tendía hacia lo científico, lo cual no le hacía proclive a desechar, por irreal, el mundo que nos rodea. Sin embargo, sí persistió en la división de las cosas en substancias primarias y secundarias, sólo que para Aristóteles las substancias primarias eran los objetos singulares del mundo y las secundarias las ideas o formas; al principio vaciló sobre cuál de estas sustancias era de hecho la realidad última, en parte por respeto a Platón (aunque sólo fuera por el hecho de que era su viejo profesor quien había, después de todo, dado origen a esta concepción). Pero Aristóteles se fue convenciendo cada vez más de que vivía en un mundo real y se fue apartando de la visión de Platón.
Con los años, Aristóteles volvió virtualmente del revés la filosofía de Platón, aunque, a pesar de ello, sus teorías metafísicas son ostensiblemente una adaptación de las de Platón. Donde Platón veía las formas como ideas con una existencia separada, Aristóteles consideraba las formas (o «universales», como las llamó) más bien como esencias incorporadas a la substancia del mundo, sin existencia independiente. Aristóteles propuso varios argumentos devastadores contra la Teoría de las Ideas de Platón, pero no parece haberse dado cuenta de que esas críticas eran igualmente devastadoras para su propia Teoría de los universales. Pero tampoco nadie más parece haberse apercibido de esto, con el resultado de que las teorías de Platón, en gran medida como la doctrina modificada por Aristóteles, llegaron a ser la filosofía dominante en el mundo medieval. Había, por suerte, muchos puntos oscuros y contradicciones aparentes en las obras de Aristóteles, de modo que los eruditos medievales pudieron encontrar alimento para interminables controversias sobre diferentes interpretaciones. Estas disquisiciones sobre errores, herejías, impiedades cismáticas y malas interpretaciones inspiradas por el diablo mantuvieron viva la noción de filosofía, cuando, para todos los efectos e intenciones esta tarea había muerto (o quizás, más precisamente, entrado en un periodo de hibernación). Se ha sugerido, por otra parte, que muchas de estas controversias se originaban simplemente por los errores de los clérigos, y que eran el resultado de la inserción por los copistas medievales de sus propias conjeturas en el lugar de las palabras, ya ilegibles de los textos carcomidos por los gusanos.
Platón murió en el año 347 antes de Cristo, dejando así vacante el puesto de rector de la Academia. Una media docena de los más capaces colegas de Platón eran de la opinión de que no había sino un hombre adecuado para posición tan prestigiosa, aunque, por desgracia, cada uno pensaba en un hombre distinto (en él mismo, por lo general) y Aristóteles no era una excepción. Para disgusto suyo, el cargo recayó finalmente en Espeusipo, primo de Platón. Espeusipo era famoso por tener tan mal genio que en una ocasión arrojó a su perro a un pozo porque ladraba cuando él daba sus clases. Se dice también que inventó un arnés para el transporte de teas y que finalmente se administró eutanasia a sí mismo después de haber sido objeto de ridículo público en una discusión en el ágora con Diógenes el Cínico. Espeusipo no era, ni por asomo, un igual del intelectual cuyas doctrinas habían de ser el fundamento de todo el pensamiento serio durante los siguientes dos milenios, de modo que Aristóteles abandonó muy enojado Atenas en compañía de su amigo Xenócrates (otro candidato frustrado).
Aristóteles navegó a través del Egeo hasta Atarneo, donde había pasado su juventud y que era gobernado a la sazón por el eunuco Hermias, un mercenario griego que había conseguido tomar el poder en este pequeño rincón del Asia Menor. En una visita a Atenas, Hermias había quedado muy impresionado por lo que había visto en la Academia y recibió a Aristóteles con los brazos abiertos. Hermias estaba decidido a hacer de Atarneo un centro de la cultura griega y Aristóteles se dispuso a aconsejarle sobre los mejores medios para conseguirlo.
La filosofía política de Aristóteles consistía, en su mayor parte, en un examen de los diferentes tipos de Estado y de los mejores métodos de gobierno. Su comprensión de la política era profunda, lo que le inducía a adoptar una actitud pragmática, en abierto contraste con la concepción idealista de Platón. En La República, Platón había descrito como debería regir su utopía (como cualquier otra utopía, en realidad, poco más que una tiranía) un filósofo-rey. Aristóteles, por su parte, describió cómo gobernar un estado real, trazando líneas efectivas de acción que, a menudo, son casi maquiavélicas. Aristóteles conocía cómo funcionaba la política y sabía que debía ser eficaz si había de servir de algo. Esto no quiere decir que estuviera desprovisto de ideales. En general, Aristóteles creía que el objetivo del Estado era producir y sostener una clase de caballeros cultivados similares a él mismo, aunque entendía que esto no es siempre posible. Por ejemplo, para que una tiranía funcione con éxito, su gobernante debe comportarse como un tirano y, en tal estado policial, no habría lugar para la élite culta de Aristóteles. Con todo, en algún punto sugiere que hay otro método de regir una tiranía, con el tirano asumiendo una postura religiosa y adoptando una política de moderación.
Algunos dicen que este último es el camino que probablemente adoptó Aristóteles cuando asesoraba al tirano Hermias. Esto no es verosímil, en mi opinión, aunque no estoy sugiriendo que Aristóteles habría aprobado los métodos necesarios para mantener una verdadera tiranía, con toda actividad cultural libre prohibida, la población mantenida en el temor y la pobreza y puesta a trabajar en la construcción de grandes monumentos públicos, con entreactos de guerra que mantuvieran alerta a los súbditos y les demostrada la necesidad que tenían de un gran líder.
Aristóteles desarrolló su filosofía política durante sus últimos años, de manera que es probable que en su tiempo de consejero de Hermias se adhiriera a las ideas expresadas en La República de Platón. Si esto es así, puede que modificara discretamente en este caso la doctrina de Platón del filósofo-rey. No era necesario que el eunuco-tirano se convirtiera en filósofo, bastaba con que siguiera rigurosamente los consejos de uno.
Aristóteles se aproximaba ya a la mediana edad y, a pesar de su dandismo (que no ha podido tener mucho campo de acción con solo togas y sandalias donde ejercitarse) era visto como el tipo profesoral seco como un palo; pero entonces, para sorpresa de todos los que le conocían, Aristóteles se enamoró. El objeto de su amor era una joven llamada Pitia, de quien se sabe que era de la casa de Hermias; algunos dicen que la hermana de Hermias, otros que una hija adoptiva y, aún otras fuentes, por lo general confiables, pretenden que era originariamente una concubina de Hermias (lo cual, teniendo en cuenta la condición sexual de este, debió ser una sinecura). Estas contradicciones sugieren que pudo muy bien haber sido una cortesana de palacio. ¿Fue este un caso temprano de infatuado profesor enamorándose de su Ángel Azul?
En todo caso, Pitia no era virgen cuando Aristóteles se casó con ella, a juzgar por su afirmación: «Una vez que se han casado y se llaman marido y esposa, es del todo incorrecto que el hombre o la mujer sean infieles», lo que implica que antes no está mal. Se encuentra esta declaración entre las observaciones de Aristóteles sobre el adulterio y parece que, en asuntos de índole personal, tenía el hábito de generalizar a partir de su limitada experiencia; en sus notas sobre el matrimonio, afirma que la mejor edad para casarse es la de 37 para el hombre y 18 para la mujer, precisamente las edades a las que Pitia y él se casaron. Por muy brillante que haya podido ser Aristóteles, la imaginación no fue siempre su punto fuerte.
No deja de ser irónico que, en su Poética, el prosaico Aristóteles exponga la interpretación de la literatura de mayor influencia que jamás se haya escrito, mientras que Platón, con mucho el mejor dotado en lo poético de todos los filósofos, decretara el destierro de los poetas (uno se pregunta qué trata de esconder).
Aristóteles tenía en alta estima a la poesía y le concedía más valor que a la historia, porque era más filosófica. La historia sólo trata de acontecimientos particulares, mientras que la poesía está más cerca de lo universal; aquí parece contradecirse a sí mismo y repetir la visión del mundo de Platón; sin embargo, la célebre declaración de Aristóteles de que la tragedia «despierta piedad y temor para que esas emociones resulten purificadas en la representación» permanece como una penetrante comprensión de la experiencia, a la vez conmovedora y problemática, del drama trágico.
Como era de carácter profundo y esencialmente serio, Aristóteles se encontraba fuera de su ámbito al analizar la comedia. En su opinión, la comedia es la imitación de gente inferior y la burla una forma indolora de la fealdad. La estética sólo puede intentar ordenar el enredo creado por el arte y los teorizantes sobre la comedia suelen terminar en terreno resbaladizo. Aristóteles no es una excepción cuando observa «al comienzo la comedia no era tomada en serio».
Poco después de su matrimonio, Aristóteles fundó una escuela en Assos y, tres años más tarde, se trasladó a Mitilene, en la isla de Lesbos, donde fundó otra escuela. Por entonces estaba Aristóteles muy interesado en la clasificación de animales y plantas. Sus sitios favoritos para la caza de especímenes eran los lugares frecuentados por animales en las playas del golfo de Yera, casi cerrado al mar, cuyas aguas azules y tranquilas bajo el monte Olimbos son hoy tan idílicas como han debido de ser en aquel tiempo. Las laderas se cubren en primavera de una alfombra multicolor y en época de Aristóteles había seguramente en las montañas jabalíes, linces y hasta osos. El primer paraíso naturalista para el primer naturalista.
En sus obras sobre la naturaleza intentó descubrir una jerarquía de clases y especies pero, por el enorme volumen de sus investigaciones, estaba convencido de que la naturaleza tenía un propósito y de que cada característica particular de un animal estaba en él para una función. «La naturaleza no hace nada en vano», aseveró. Habrían de transcurrir más de dos milenios antes de que la biología avanzara más allá de su concepción, con la noción de evolución de Darwin.
Ya entonces había alcanzado Aristóteles la reputación de ser el principal intelectual de toda Grecia. Filipo de Macedonia había invadido recientemente Grecia, uniendo en un solo país las ciudades estado en continua riña, y propuso a Aristóteles que hiciera de preceptor de su díscolo hijo Alejandro. Como el padre de Aristóteles había sido médico personal y amigo del padre de Filipo, Aristóteles era considerado como uno más de la familia; así que se sintió obligado a aceptar la oferta real y emprendió de mala gana el viaje a Pella, la capital de Macedonia.
Hoy en día, Pella es poco más que un yacimiento de piedras, algunos mosaicos y media docena de columnas, al lado de la muy transitada carretera principal de Salónica y es un lugar sorprendentemente anodino, si se considera que fue la primera capital de la antigua Grecia y que, después de que Alejandro Magno se lanzara a su megalómana campaña para conquistar el mundo, pudo incluso haber sido la primera (y última) capital del mundo conocido.
Allí, en el 343 antes de Cristo, una de las mentes más brillantes de la humanidad se dispuso a tratar de educar a uno de los más grandes megalómanos de la humanidad. Aristóteles tenía 42 años y Alejandro 13, pero no es de extrañar que fuera Alejandro el que se saliera con la suya. El voluntarioso joven no aprendió absolutamente nada de su preceptor durante los tres años que duró su relación. Así dice la tradición. Aristóteles estaba convencido de la superioridad de los griegos sobre toda las otras razas. A sus ojos, el mejor caudillo sería un héroe homérico, como Aquiles, cuya mente hubiera asumido los últimos avances de la civilización griega. Pensaba, además, que en la mente del hombre hay la capacidad suficiente para dominar el mundo entero. No se puede negar que Alejandro ofrecía un extraordinario parecido con este diseño, aun cuando no resultó del todo como Aristóteles hubiera deseado. Pero sólo podemos especular sobre este encuentro de dos mentalidades acerca del cual poco se conoce.
Lo que sí se conoce es que, en pago de sus servicios, Aristóteles pidió a Filipo que reconstruyera su lugar de nacimiento, Estagira, que había sido reducida a escombros durante una de las campañas recientes de Filipo en la península Calcídica. Hay también evidencia de que Alejandro, durante su gran expedición, envió una selección de plantas desconocidas y un zoo de animales exóticos para que su antiguo preceptor los clasificara. El saber popular sobre horticultura tiene por cierto que así llegaron los primeros rododendros a Europa. Si esto es verdad Aristóteles debe haber clasificado mal la especie, rododendro significa «rosal» en griego antiguo.
Filipo de Macedonia fue asesinado el 336 antes de Cristo y ascendió al trono su hijo Alejandro, a la edad de 16 años. Después de ejecutar a todos los otros posibles pretendientes, y de emprender unas cuantas campañas preliminares de blitzkrieg en Macedonia, Albania, hacia Bulgaria y más allá del Danubio, por el norte, y por el sur a través de Grecia (reduciendo Tebas a ruinas), Alejandro se lanzó a su campaña hacia la conquista del mundo conocido. Esto incluía, en la práctica, el norte de África, Asia hasta Tashkent y el norte de la India; por suerte las lecciones de geografía de Aristóteles no habían mencionado China, cuya existencia era desconocida en Occidente en ese tiempo.
Ahora que Alejandro tenía otras cosas en qué ocupar su mente, no era ya requerida la presencia de Aristóteles. De modo que se le permitió regresar a su casa de Estagira pero, antes de marcharse, Aristóteles recomendó a Alejandro a su primo Calístenes para el empleo de intelectual de la corte. Este acto de generosidad pudo resultarle fatal. Calístenes era algo bocazas y Aristóteles ya le aconsejó que no hablara demasiado. Calístenes acompañó, como historiador oficial, a Alejandro en su campaña de vencedor del mundo. Cuando se abrían camino batallando a través de Persia, parece que las habladurías de Calístenes le hicieron caer en la acusación de traición, con lo que Alejandro le encerró en una jaula portátil. Según Calístenes se arrastraba en su jaula al lado del ejército y su cuerpo se iba llenando de llagas e insectos hasta que, finalmente, Alejandro sentía tanto asco al verlo que lo lanzó a un león. Como todos los megalómanos, Alejandro tenía su lado paranoide: culpó a Aristóteles de la traición de Calístenes y se dice que Alejandro estuvo a punto de firmar la sentencia de muerte de Aristóteles pero, al final, se olvidó de todo y, en su lugar, se dispuso a conquistar la India.
Después de pasar cinco años en Estagira, Aristóteles regresó a Atenas. En el año 339 antes de Cristo murió Espeusipo y quedó de nuevo vacante el puesto de director de la Academia. Esta vez el cargo le fue asignado a Xenócrates, un individuo austero y digno, a pesar de que en una oportunidad se le había concedido la corona de oro «por su proeza en la bebida en la Fiesta de los Jarros» (Xenócrates moriría veinte años más tarde al tropezar una noche y caer dentro de un tonel de agua).
Aristóteles se irritó tanto por haber sido de nuevo postergado que decidió fundar una escuela rival propia. La cual estableció en un gran gimnasio fuera de las murallas de la ciudad, al lado del monte Licabeto. El gimnasio estaba adscrito al vecino templo de Apolo Liceo (Apolo en forma de lobo) y, por esta razón, la escuela fue llamada Liceo. El nombre vive hasta el día de hoy, muy apropiadamente en la palabra francesa lycée, pero no se sabe muy bien porqué la gran escuela de Aristóteles tenga que ser conmemorada en nombres de salas de baile o teatros. En el Liceo original de Aristóteles se enseñaba una gran variedad de materias, mientras que el baile de salón y la actuación teatral no alcanzaron completo rango académico hasta el siglo XX en el Medio Oeste americano.
El Liceo se asemejaba a una moderna universidad mucho más que la Academia. Cada diez días se elegía un nuevo principal del consejo de estudiantes, facultades distintas competían en la captación de estudiantes, y hasta se hicieron intentos por fijar un horario. El Liceo investigaba en las diferentes ciencias y trasmitía sus descubrimientos a los discípulos, mientras que la Academia estaba más interesada en proporcionar una base política y leyes para que pudieran llegar a ser los futuros gobernantes de la ciudad. El Liceo era como el MIT (o incluso el Instituto de Estudios Avanzados) de entonces, mientras que la Academia se parecía más a Oxford o la Sorbona del siglo XIX.
Las diferencias entre el Liceo y la Academia ilustran con justeza las que hay entre las filosofías de Aristóteles y Platón. Mientras que Platón escribió La República, Aristóteles prefería recoger copias de las constituciones de todas las ciudades-estado griegas y seleccionar los mejores puntos de entre ellas. El Liceo era la escuela donde acudían las ciudades-estado cuando deseaban escribir una nueva constitución, ninguna trató de instaurar la república.
Por desgracia, el exhaustivo estudio de la política por parte de Aristóteles se había vuelto ya prácticamente sin objeto, nada menos que por obra de su peor discípulo. La faz del mundo estaba cambiando de manera irreversible. El nuevo Imperio de Alejandro acabó con la época de las ciudades-estado, de forma similar a como hoy en día, la confederación continental de Europa puede bien estar a punto de ser el fin del Estado nación independiente europeo. Ni Aristóteles, ni ninguno entre la galaxia de intelectuales reunidos en las escuelas de Atenas parecen haber notado este gran cambio histórico, con una falta de visión igual a los de los intelectuales del siglo XIX, desde Marx a Nietzsche, incapaces de prever la supremacía de América.
Aristóteles daba sus clases mientras caminaba con sus discípulos, de ahí el que sus seguidores se llamarán peripatéticos (los que caminan de arriba abajo). Aunque hay quien sostiene que ese nombre es porque el maestro enseñaba en la arcada cubierta del gimnasio (conocida como Peripatos).
A Aristóteles se debe la fundación de la lógica (dos mil años antes de que apareciera un lógico de nivel similar). Era un metafísico casi a la par con Platón. Aristóteles sobrepasó a su maestro en ética y epistemología. A pesar de ello, Platón le aventajaba como pensador originario. Puede que Aristóteles haya dado las respuestas, pero era Platón quien veía las primeras preguntas básicas que deberíamos cuestionarnos. Como los logros más eficaces y significativos de Aristóteles fueron en el campo de la lógica llegó a ver en ella el fundamento sobre el cual basar todo el saber. Platón había entendido que el conocimiento avanzaba por medio de la dialéctica (argumentación conversacional de preguntas y respuestas) y Aristóteles formalizó y adelantó este método con el descubrimiento del silogismo. Según Aristóteles, el silogismo mostraba que «establecidas ciertas cosas, se puede demostrar que otra sigue necesariamente». Por ejemplo, al hacer los dos enunciados siguientes: «Todos los hombres son mortales» y «Todo los griegos son hombres», se puede inferir que «Todos los griegos son mortales». Esto es lógicamente necesario e innegable.
Aristóteles llamó a su lógica «analytika», que quiere decir «desatar». Toda ciencia o campo de conocimiento debía comenzar por una serie de principios o axiomas de modo que las verdades podrían deducirse (o ser desatadas) a partir de estos por la lógica. Los axiomas definían el campo de actividad del objeto, separándolo de elementos irrelevantes o incompatibles. La biología y la poesía, por ejemplo, partían de premisas mutuamente excluyentes. Así, las bestias mitológicas no formaban parte de la biología y ésta no tenía que escribirse en forma de poema. Tal visión lógica liberó campos enteros de conocimiento, proporcionándoles el potencial para descubrir nuevas verdades. Habrían de pasar dos mil años antes de que estas definiciones se convirtieran en una camisa de fuerza que restringía el desarrollo de conocimiento humano.
El pensamiento de Aristóteles fue la filosofía durante muchos siglos. Se la consideró en la Edad Media como el Evangelio, impidiendo así posteriores desarrollos. El pensamiento de Aristóteles construyó el edificio intelectual del mundo medieval, aunque no fue culpa suya que finalmente se convirtiera en una prisión.
El propio Aristóteles no habría permitido esto. Sus obras están sembradas de las inconsistencias propias de la mente en desarrollo, continuamente en cuestión. Prefería investigar cómo funciona el mundo realmente antes que especular sobre su naturaleza. Hasta sus errores ofrecen a menudo una visión poética: «la rabia es el hervor de la sangre alrededor del corazón», «el sol hace los ojos azules»… A la manera verdaderamente griega, la educación era para él el camino hacia delante de la humanidad. En la creencia de que un hombre educado se distinguía del que no lo era «tanto como un vivo de un muerto». Pero su comprensión de la importancia de la educación no era la de un activista superficial: «Es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad». Es posible que terminara pareciendo un poco pedante, pero da muestras de haber conocido su lote de sufrimiento. Fue profesor toda su vida y nunca buscó un empleo oficial y, sin embargo, ningún hombre en toda la historia de la humanidad, ha producido un aspecto tan duradero sobre el mundo y probablemente seguirá siendo esto así hasta la llegada del maligno personaje que presione el botón nuclear.
Aristóteles parece haber sido un hombre bueno. Creyó que la finalidad de la humanidad era la búsqueda de la felicidad, que definió como la realización de lo mejor de lo que somos capaces. Pero, ¿qué es eso mejor? Según Aristóteles, la razón es la más alta facultad del hombre, por lo tanto, «el mejor (y el más feliz) de los hombres emplea el mayor tiempo posible en la actividad más pura de la razón, que es el pensar teorético». Es ésta una visión profesoral bastante inocente de la felicidad: el hedonismo como una búsqueda puramente teorética. Pocos en el mundo real suscribirían esta opinión. Se le podría replicar que el discípulo de Aristóteles, Alejandro, buscó la realización de lo mejor de que era capaz, infringiendo en el proceso sufrimientos y muerte a innumerables miles de hombres, pero también se podría argumentar que Aristóteles intentó poner un límite a tales excesos con su famosa doctrina de la Media Áurea.
Según esta doctrina, toda virtud es la media entre dos extremos; por desgracia, esto sólo conduce a la mediocridad o al juego de palabras. Aseverar que decir la verdad está a medio camino entre decir la mentira y corregir una falsedad es ingenioso, pero éticamente vacío (Aristóteles no sostuvo esto, pero habría necesitado algo parecido para llenar el vacío de su argumento sobre la media).
Durante los años últimos de Aristóteles murió su hija y su mujer, Pitia. Evidentemente le iba el matrimonio puesto que se casó entonces con su criada Herpilis, que habría de ser la madre de su primer hijo Nicómaco. En el 323 antes de Cristo llegaron noticias a Atenas de que Alejandro había muerto en Babilonia, al final de un prolongado asalto a la bebida con sus generales. Los atenienses habían siempre resentido la dominación de los primitivos macedonios y dieron rienda suelta a sus sentimientos a la muerte de Alejandro. Aristóteles, que había nacido en Macedonia y que era famoso por haber sido preceptor de su hijo más capaz, fue víctima de una ola de pasiones anti-macedonias. Fue procesado con cargos falsos de impiedad; su acusador, Eurimedonte el Hierofante citó el elogio que había escrito veinte años atrás a la muerte de su benefactor, el eunuco Hermias de Atarneo. El populacho reclamaba víctimas y Aristóteles habría sido con seguridad condenado a muerte; pero no estaba hecho de la misma pasta que Sócrates y no sentía inclinación por el martirio, así que, prudentemente se escapó de la ciudad para evitar que Atenas «pecara dos veces contra la filosofía».
No fue esta, sin embargo, una decisión fácil. Implicaba abandonar su amado Liceo para siempre. Privado de su biblioteca y del acceso a sus archivos personales, el profesor se retiró a una propiedad en Calcis, que había heredado de su padre. Esta ciudad está situada a unos 45 kilómetros al norte de Atenas, en la larga isla de Eubea, en el punto en el que un estrecho canal la separa de tierra firme. Las aguas de este canal presentan un fenómeno inexplicado; a pesar de que el Egeo es un mar prácticamente sin mareas, una corriente rápida corre a lo largo del canal y cambia de dirección, por ninguna razón conocida, hasta una docena de veces al día. Un persistente mito local dice que Aristóteles pasó muchos días torturando su mente en busca de una explicación del fenómeno y que, al verse por primera vez en su vida, derrotado, saltó al agua y se ahogó.
Otras fuentes más confiables registran que Aristóteles murió el 322 antes de Cristo a la edad de 63 años, un año después de su llegada a Calcis; se dice que murió de una enfermedad del estómago, aunque hay quien pretende que se suicidó con un extracto venenoso sacado del acónito; el acónito se usaba a veces como medicina, lo cual me sugiere, más que suicidio, una sobredosis accidental o bien eutanasia autoadministrada; aunque es muy posible que su amarga frustración por la pérdida del Liceo le perturbara hasta el punto de considerar que la vida no merecía la pena.
El testamento de Aristóteles comienza con las inmortales palabras: «Todo irá bien, pero en caso de que algo sucediera…»” Prosigue dando instrucciones para el cuidado de sus hijos y concediendo la libertad a sus esclavos; informa entonces a su albacea de que si Herpilis desea casarse otra vez «debería ser dada a alguien no indigno». El autor de este documento se revela como un hombre prosaico, decente, en ningún modo pervertido por ser el vehículo de un genio supremo; termina su testamento con la petición de que se destine parte del dinero que lega para erigir estatuas de Zeus y Atenea de tamaño natural en Estagira.
No descubrí ningún rastro de estas estatuas cuando, por fin, llegué durante la cola de una tormenta, aquella tarde de mi visita a Grecia hace algunos años, a las piedras dispersas, lavadas por la lluvia, de la antigua Estagira. Cuando vagaba sin rumbo por aquellas colinas dejadas de la mano de Dios, me sorprendí recordando las ideas de Aristóteles acerca de la naturaleza de la comedia, según las cuales, lo ridículo no es más que una forma indolora de fealdad. Entumecido de frío, no era yo una bella visión; me di cuenta de cuánto hay todavía aprovechable en el pensamiento de Aristóteles, al menos en lo que lo ridículo se refiere.