Mr. Green se encontraba en su habitación, ocupado en redactar una carta.
Eran las ocho y treinta de ese mismo día.
La carta iba dirigida a sir Owen Kent y en ella le explicaba los motivos que tenía para considerarse incapaz de continuar trabajando a sus órdenes, a la vez que le informaba que abandonaría Harmony Hall a la mañana siguiente.
El rostro amable y regordete de Mr. Green tenía una expresión de profundo descontento. Era la primera vez en su larga carrera detectivesca que se veía obligado a abandonar un caso. «Me debo estar volviendo viejo —se repetía a cada momento—. Charlotte tenía razón. No debía haber venido». Pensó que después telefonearía a su sobrina, en cuanto terminase la carta para decirle que le esperara al día siguiente, a la hora del almuerzo.
Tomó la hoja de papel entre sus manos para releer el comienzo:
Estimado sir Owen:
Mucho me temo que estas líneas no sean de su agrado, pero después de una profunda consideración, he decidido que no sería justo por mi parte prolongar mi asociación con usted en la actual situación por la que atraviesa. Como ya le expliqué en un principio, he rebasado la edad para dedicarme a estas investigaciones. Por otra parte, y a riesgo de parecerle descortés, existe cierta incompatibilidad de caracteres entre nosotros, que me impide tener la plena seguridad de que exista una verdadera cooperación…
Mr. Green arrojó la carta lejos de sí con repugnancia. Después de leer un párrafo tan poco amable y tan fingido, tuvo la certeza de estar envejeciendo. Cierta incompatibilidad de caracteres, decía, pero había algo más. ¿Por qué no declarar abiertamente que lo odiaba?
Ése era el sentimiento que, en realidad, le inspiraba sir Owen. La escena que presenciara junto a la parva de abono había influido en su ánimo mucho más de lo que quería admitir. Consideraba que había sido testigo de una lucha primitiva entre el bien y el mal. Eastwood podía ser un hombre raro y difícil, un fanático extremista, pero al menos, estaba del lado de los ángeles, aunque éstos fuesen representantes de la más incómoda austeridad. En tanto que sir Owen se encontraba, de una forma casi melodramática, de parte del demonio. Cuando arrojó el cigarro sobre la parva, lo hizo con un ademán de irreverencia deliberado. Disfrutaba del máximo placer que sienten todos los hombres perversos, el placer de la blasfemia.
Su actitud no le agradó a Mr. Green y por eso no deseaba llevar adelante la investigación. Este caso le producía la sensación de algo sucio.
Sin embargo, ¿cuál era el caso? ¿Existía en realidad?
Arrugó la carta y la arrojó al cesto de los papeles. Miró su reloj. Habían pasado casi veinticinco minutos, durante los que se había dedicado a tantas reflexiones infructuosas. Estaba viejo… viejo… eso era lo malo. Se puso de pie y se acercó al ventanal, para luego descorrer las cortinas. Permaneció allí unos minutos, con la vista perdida en la lejanía. La noche era tranquila y las estrellas brillaban resplandecientes, así como la luna en su cuarto creciente. Todo era sombras y plata, sombras en los cipreses y plata en el césped nevado.
Reinaba la paz más absoluta.
Súbitamente, un disparo quebró el silencio, como un latigazo. Y luego, otro.
En cuanto los oyó, Mr. Green se sintió rejuvenecido en el breve espacio de unos segundos. Su expresión era seria y preocupada, pero su rostro no era el de un anciano. Se dirigió hacia la puerta y la abrió de par en par, decidido a trabajar.
Antes de proseguir con nuestro relato y ver lo que le ocurrió a Mr. Green, dejémoslo en las escaleras, en dirección al salón donde se produjeron los disparos, para ocuparnos del resto de los personajes del drama y analizar sus movimientos durante la noche.
Debemos suponer que sir Owen también se sintió profundamente afectado por la escena que había protagonizado junto a la parva de abono. Probablemente deseaba retener a Mr. Green a su servicio, y mientras volvía a la casa, se preguntó si no habría ido demasiado lejos con su ironía a expensas de Eastwood.
Sin embargo, aunque no podamos leer los pensamientos de sir Owen podemos por lo menos seguir sus acciones. Estas parecen haber estado determinadas por el acontecimiento principal de la tarde, que se centró alrededor de la pantalla de televisión. Exactamente a las ocho cincuenta y nueve, debía pasarse un anuncio por el que sir Owen había abonado mil libras, sobre una bebida natural a la que había bautizado con el nombre de Harmony. Sabemos que el principal interés de sir Owen en Harmony Hall era puramente financiero. Algunas averiguaciones posteriores revelaron que no había consultado con Eastwood al respecto y como este último, por lo menos teóricamente, era el único propietario y director de Harmony Hall, sir Owen quizás pensó que de sobrevenir una completa ruptura, se suscitarían graves dificultades por la cuestión de los derechos de propiedad. El más romántico de los idealistas puede, en un momento de desesperación, complicar las cosas para el más sagaz de los materialistas, si cuenta con el apoyo de la ley.
De cualquier modo, lo primero que hizo sir Owen al regresar a Harmony Hall fue escribir la siguiente nota a Eastwood:
Querido Harold:
No tengo por costumbre escribir cartas para ofrecer mis disculpas. Sin embargo, te dirijo estas líneas con el convencimiento de que mi proceder ha sido imperdonable. Sólo encuentro una justificación de mi comportamiento en el hecho de que hace ya varios días que sufro fuertes dolores y no me he sentido capaz de pedirte que me hagas una revisión completa.
Comprenderás que para un hombre de mi temperamento, no es cosa fácil verse obligado a reconocer, y a ti especialmente, primero que procedió mal, y segundo, que es un cobarde.
De la misma forma sé que, para un hombre como tú, no será tarea fácil reconciliarte y tenderme una mano en prueba de amistad. Pero puedo pedirte, arriesgándome a sufrir un desastre, que lo hagas.
Tengo otra razón para rogarte que me perdones. Esta noche habrá gratas nuevas para Harmony Hall.
Si miras la televisión (el canal independiente) unos minutos antes de las veintiuna horas, comprenderás por qué. Se trata de un anuncio que llevará el nombre de «Harmony» a un auditorio mucho más numeroso de lo que jamás pudiéramos sospechar. Quizás debería haberlo consultado contigo previamente, a fin de tomar una decisión definitiva, pero… en fin, mi querido Harold… tú no eres un hombre de negocios. Yo sí lo soy, y este establecimiento, por admirable que sea, debe marchar como cualquier otra empresa de las que financio.
Cualesquiera que sean tus sentimientos, espero que tú (y lógicamente Catharine) cubráis cuando menos las apariencias.
Sinceramente tuyo.
Owen.
¿Acaso esas líneas expresaban un auténtico deseo de lograr una reconciliación, o debía reconocerse en ellas una sutil malicia, o engreimiento… el deseo de arrojar sus éxitos al rostro del otro? Se formularon todos estos interrogantes posteriormente, cuando la carta que dirigiera a Eastwood se convirtió en uno de los principales documentos de la sensacional tragedia. No obstante, jamás esas preguntas tuvieron una respuesta. Una sola cosa fue cierta: la carta produjo el efecto deseado. Eastwood apareció esa noche en la sala de televisión.
También se hallaban presentes la mayoría de los huéspedes alojados en Harmony Hall. Parecía como si sir Owen se hubiese mostrado ansioso por asegurarse un vasto auditorio. Lógicamente, estaban su hermana Maisie y miss Delamere, pero, además, sir Owen consiguió despertar la curiosidad de lady Kendall, lisonjeó a miss Dawn y se dignó cambiar unas palabras con el matrimonio Johnson, caminó del brazo con Paul Stole, le hizo algunos cumplidos a mistress Dee y hasta simuló perdonar a Garth, llegando incluso a invitar a todo el resto del personal, criadas, masajistas y hasta al portero. Supo cómo dirigirse a cada uno para conseguir que se hallasen todos presentes. Les dijo que su consejo podría serle muy útil… que tal vez tuviesen una sorpresa. No necesitó recordar a miss Frost la hora de la proyección, ya que ella no se perdía ningún programa.
Parecía como si le hubiese asaltado algún extraño presentimiento del desastre, y como si creyese que estaría más seguro cuanto más numeroso fuese el grupo que tenía a su alrededor.
Por algún motivo desconocido hasta ahora, excluyó a una sola persona de su invitación, que era, en realidad, la única cuya asistencia debía haber procurado por todos los medios a su alcance, y esa persona era Mr. Green.
Volvamos a él ahora.
Mr. Green se detuvo en la parte superior de la escalera principal. El corazón le latía apresuradamente y le provocaba un fuerte dolor en el pecho, pero aquél no era el momento de preocuparse. Una de las frases más frecuentes citadas en su celebrado manual. Principios básicos de la investigación, era la siguiente: Los descubrimientos logrados durante las primeras cuarenta y ocho horas de investigación son, por lo general, de mayor importancia que cualquier otro que pueda realizarse durante los cuarenta y ocho días subsiguientes. No tenía un momento que perder.
Descendió rápidamente las escaleras. Al llegar al último escalón se detuvo una vez más y comenzó a parpadear. Percibía el clamor de las voces procedentes del sótano, donde se hallaba situada la sala de televisión, si bien no eran ellas las que provocaban su reacción. Contemplaba el árbol de Navidad, con los ojos muy abiertos. ¿Quién había apagado sus luces? Durante el día parecía alegre y brillante, en tanto que ahora estaba apagado y abandonado, aunque no del todo, ya que pudo advertir una extraña fosforescencia en sus ramas, como si alguien las hubiese decorado con pintura luminosa. Nuevamente le llamó la atención un olorcillo desagradable que parecía emanar de él.
Las voces se hicieron cada vez más audibles. Cruzó el hall, guiado por la luz que procedía de las escaleras que daban al sótano. Su corazón aún latía con demasiada violencia, pero había conseguido dominarse. Llegó al último escalón y siguió por el corredor, pasando junto a las habitaciones dedicadas a los masajes. La puerta de la sala de televisión estaba abierta.
Vio un grupo de personas, en corro, por así decirlo, como en un ballet, alrededor de una figura central que yacía sobre una silla. Su cerebro estaba completamente despejado. Cuando terminó de parpadear se sentía como un experto fotógrafo que registra una escena de importancia histórica. Veía las siluetas de los circundantes con toda claridad, cada una en una actitud casi coreográfica alrededor del cadáver.
No obstante, fue uno de ellos el que le llamó principalmente la atención; Button, sobre cuyas manos descansaba la cabeza de la víctima.
El hombre miró a Mr. Green, cuya obesa y poco convencional figura pareció imponer silencio. El rostro bañado en lágrimas de Button, adquiría una expresión teatral bajo las luces brillantes, y era como si sus lágrimas fuesen de glicerina, pero su dolor era sincero y parecía un perro que acaba de perder a su amo.
Los ojos de ambos hombres se encontraron.
—Se nos ha ido, señor. Se nos ha ido —dijo Button, entrecerrando luego los párpados.
Mr. Green creyó advertir que sus labios se movían, como si murmurase una plegaria en silencio. Finalmente, se enderezó y luego se volvió lentamente hacia el grupo. Había en sus ojos un odio tan profundo, que todos comprendieron que su propósito era erigirse en vengador de la muerte de sir Owen y prefirieron abandonar el recinto lo más pronto posible.
Del laberinto de declaraciones hechas durante el procedimiento subsiguiente, podemos dar forma al siguiente relato básico de la tragedia que, posteriormente, no fue contradicho en ninguno de sus puntos vitales.
1.º) Cuando mataron a sir Owen, había dieciséis personas en la habitación. La primera en llegar fue, como de costumbre, miss Susan Frost. Se había instalado exactamente a las siete, en el centro de la primera fila, desde donde podía reajustar los mandos del aparato, en caso de que el sonido o la visión no fuesen de su agrado. Poco después habían llegado lady Kendall y su hijo, que tomaron asiento en la segunda fila. Míster y mistress Johnson entraron alrededor de las ocho y veinte. Ocuparon la tercera hilera. Detrás de ellos estaba Louise Delamere, quien entró junto con Kay Dawn. Cinco minutos después, llegaron míster y mistress Eastwood con John Garth. Estos últimos se sentaron junto a miss Frost en la primera fila.
Sir Owen llegó exactamente a las ocho y media de la noche, en compañía de su hermana Maisie. Ocuparon la misma hilera que miss Delamere, si bien estaban separados de ella por una silla que el mismo sir Owen reservó para Paul Stole. Luego entró mistress Dee, quien ocupó la última fila, donde también se sentaron, un minuto más tarde, Alice Cross, la criada de Louise Delamere y Grange, uno de los masajistas. El último en llegar, a las ocho cincuenta, fue Paul Stole, quien se dirigió inmediatamente al lugar que le había reservado sir Owen Kent.
Es interesante señalar que todos los miembros del auditorio ocupaban sillones, con excepción de sir Owen que estaba sentado en una silla de respaldo recto. La había hecho colocar especialmente para su uso particular, porque, según decía, se hallaba atacado de un fuerte lumbago y no se encontraba cómodo hundido en un sillón.
2.º) El crimen se produjo pocos segundos después de las ocho cincuenta y nueve. Es posible determinar la hora con exactitud, porque tuvo lugar inmediatamente después del último anuncio que, como sabemos, era el de Harmony, la última empresa que financiara sir Owen.
3.º) Se produjeron dos disparos. Inmediatamente después del primero, se apagó la televisión, juntamente con la luz de una lámpara colocada en un rincón. Ambos artefactos se hallaban enchufados en la misma toma de corriente junto a la puerta. Normalmente, el cable debía estar ajustado al zócalo, alrededor de la habitación; pero después de producirse el crimen, se descubrió que éste había sido arrancado del zócalo, para pasar entre las sillas, de manera que a cualquiera le hubiese sido posible tirar de él y desconectar los aparatos, con un simple movimiento del pie, o una simple inclinación del cuerpo.
Sabemos que hubo dos disparos, si bien el primero no pudo localizarse. Nadie fue capaz de decir con certeza de dónde provenía. Probablemente con él se intentó causar una conmoción. Si ése fue su propósito, debemos admitir que lo logró ampliamente, ya que durante los diez segundos siguientes y antes de que se produjese el segundo, todos los presentes trataban de abrirse paso, víctimas de una horrible confusión, mientras buscaban infructuosamente la salida.
Por esta razón, es de escaso valor considerar el lugar que ocupaba cada uno de los huéspedes antes de producirse el crimen.
4.º) Las luces se encendieron después de un intervalo de unos quince segundos. Cartwright, el masajista suplente, que ocupaba un asiento más próximo a la toma de corriente, fue el que consiguió colocar el enchufe en su lugar. Todos vieron entonces que sir Owen se había caído sobre las rodillas de Paul Stole, quien, a su vez, trataba de no perder el equilibrio, apoyándose contra el respaldo de la silla. Miss Delamere había cambiado de posición y se hallaba ya junto a la puerta. Lo mismo le ocurría a Garth. Ambos explicaron posteriormente su actitud, diciendo que trataban de encontrar el interruptor. En cuanto a los otros, ninguno ocupaba su lugar primitivo, con excepción de miss Frost, que permanecía junto al aparato de televisión.
Nadie abandonó la habitación, excepto Grange. En cuanto vio lo sucedido, su reacción instintiva fue correr en busca de Button, cuya habitación estaba en uno de los corredores laterales próximo a la planta de la calefacción central. Le hizo levantarse de la cama y los dos se dirigieron hacia la sala.
Éste es, en resumen, el planteo de la tragedia con la que Mr. Green tuvo que enfrentarse.