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Fue un gesto muy propio del pobre Edward el negarse a prestar su ayuda para colocar la tela metálica sobre los cerezos, aunque él era la única persona en la casa a quien le agradaba esa fruta. Era típico en él hacer toda esa comedia para hacerme creer que no había ido caminando hasta Llwll aquella tarde de verano. Y supongo, para ser justa, que fue también una característica mía tomarme tanto trabajo para lograr que lo hiciera.

Lo hice por varias razones. En primer lugar, cuando uno vive en el campo, tiene que tener buen cuidado de que el cerebro no se le embote, y nada mejor para ejercitarlo que un pequeño juego de astucia de esa especie. Además debo reconocer que fue sumamente divertido. La pinta de Edward sudando y jadeando mientras trataba de salir del bosque Fron fue un espectáculo digno de verse, y sus esfuerzos por aparentar que no se había movido ni un metro sin su ridículo coche, resultaron decididamente cómicos. No sé cómo logré mantener una expresión seria, cosa que debía hacer, pues formaba parte de la diversión no hacerle saber demasiado pronto, por lo menos hasta que hubiese agotado las últimas energías que le quedaban colocando la tela metálica, que yo estaba al tanto de su pequeña excursión, que había hablado por teléfono antes y después con Herbertson y Hughes (dos hombres muy dignos de mi confianza), que había logrado la ayuda de la misma telefonista y que finalmente había presenciado su penoso regreso. O sea que yo había preparado toda la función, en la que él no era más que un títere, aunque un títere que desempeñaba un papel muy importante. En realidad, hubo un detalle malogrado, y fue que él consiguiera esas pocas gotas de gasolina, aunque ahí también el destino fue indulgente conmigo.

Pero este asunto no fue una simple comedia urdida por mí para divertirme un poco a costa de mi sobrino. Con esto perseguía un objeto determinado. Desde su más temprana edad, Edward fue siempre un muchacho muy difícil de dominar. Ya en la cuna era la criatura más terca que he conocido, y de niño fue una atrocidad. Si por un instante su voluntad soberana era contrariada, se producían escenas de llanto y rabietas, seguidas de períodos de mal humor y de determinación de lograr su objeto de un modo o de otro. Recuerdo que en una oportunidad se le quitó temporalmente cierto juguete al que, por otra parte, nunca había hecho mucho caso. Por supuesto fue ése el único que quiso y al ver que sus gritos y sollozos eran inútiles, aparentemente se tranquilizó. Pero se levantó a medianoche y destrozó todo lo que había en el cuarto que pudiese tener algún valor para su niñera.

Ignoro si seré yo la culpable. No cabe la menor duda de que es terriblemente difícil educar a una criatura, y en especial a un niño rebelde que no es de uno y que proviene de semejantes padres. Deseo hablar lo menos posible acerca de mi pobre hermano, pero mucho me temo que no haya sido un hombre muy equilibrado, y la muerte trágica de él y su esposa siempre ha estado rodeada del más profundo misterio. Como es natural, invariablemente hemos tratado de esquivar el asunto delante de Edward; pero, por lo visto, alguna referencia llegó a sus oídos. Era entonces demasiado pequeño para que el golpe le afectara, pero no hay duda de que de un padre como ése tenía que salir un niño difícil.

Era evidente que si seguía manteniendo toda su vida la actitud que demostraba desde la cuna, las cosas no se le presentarían en forma muy favorable. El mundo no soporta a alguien que pretenda estar siempre en lo cierto, que siempre quiera salirse con la suya y que, al verse contrariado, se muestre vengativo y ruin. De modo que, un poco a disgusto, me vi obligada a tratar de ser amable, aunque también increíblemente firme. Cada vez que Edward se encaprichaba por conseguir alguna cosa, por más trivial que fuese, yo me proponía inquebrantablemente frustrar sus propósitos. A veces me resultaba muy duro lograrlo, pero rara vez fracasé. En parte, todo esto era pura fanfarronería, y de ahí nació el uso de la expresión «tomaré serias medidas». Pensaba, y ahora estoy segura de ello, que la frase tenía una especie de influencia magnética sobre él, y muy a menudo me bastaba sólo pronunciarla para que quedara automáticamente sin efecto la necesidad de poner en práctica mi amenaza.

Con todo, y a pesar de que no me puedo imaginar qué otro método hubiese podido usar, el sistema no ha tenido el éxito que yo esperaba. Edward siguió siendo el muchacho obstinado y egoísta de antes. Eso yo ya lo sabía, pero nunca pensé que pudiese guardar tanto rencor. Mirando un poco hacia atrás, no puedo dejar de experimentar una especie de admiración por él. No todos habrían sido capaces de soportar la educación que recibió y permanecer absolutamente impasibles, en especial las personas de temperamento tan insustancial como Edward, de modales y gustos tan afeminados. Aunque tenía carácter, si bien tan desagradable que arruinó completamente su vida.

Su primera infancia no fue sino una larga batalla y su edad escolar una serie de fracasos. Probamos escuela tras escuela y de cada una salía en un ataque de furia, resuelto a entrar de mala gana en la siguiente. Nunca conocí a nadie tan capaz como Edward de perjudicarse gravemente a sí mismo por hacer daño a otros, y por lo general en los di versos colegios le pagaban con la misma moneda. En algunos me pedían que me lo llevara cuanto antes; de todos se escapaba un suspiro de alivio cuando se iba, y finalmente se produjo un escándalo muy desagradable, al que sólo me referiré brevemente. En un arranque de ira destruyó unas reliquias de gran valor sentimental para la escuela y poco faltó para que lo lincharan. Sí, su época escolar no fue feliz, pero con todo he llegado a la conclusión de que los muchachos que se quejan de su vida en las escuelas, tanto públicas como privadas, generalmente merecen lo que les ocurre.

Sin embargo, después de esta experiencia, abandoné todo intento de volver a mandarlo al colegio, aunque sin lugar a dudas creo que en ninguno lo hubieran admitido. Quedaba, pues, el problema de lo que haría con él. Puesto que había fracasado en lo referente a su educación, resolví dejar que las cosas se decidieran por sí solas, en la esperanza de que algún día él mismo eligiera el camino que debía tomar —una vana ilusión, como veo ahora claramente, pero la única solución que en el momento se me podía ocurrir—. Mientras tanto, le brindé un hogar y una renta muy suficiente para cubrir sus necesidades mientras viviera conmigo, pero que no le alcanzaría para vivir enteramente independiente y satisfacer sus lujosos gustos, a menos que decidiera arremangarse y ponerse a trabajar. Por otra parte, eso era todo lo que me podía permitir mi situación.

Es verdad que me hubiese sido posible obligarlo mediante una compulsión económica a ocuparse en algo, y creo que últimamente hubiera tenido que recurrir a ese medio, pero estoy segura de que bajo coerción Edward se hubiese negado adrede a hacer lo que se le pedía. Por otra parte, mediaba la promesa que yo había hecho a sus padres y que para mí era sagrada. Asimismo, él era el último Powell de Brynmawr y yo abrigaba la secreta esperanza de que se encariñara con nuestra querida casa y con el hermoso paraje que la rodea. Pero me temo que todo haya sido en vano.

Conociéndolo tan bien, tendría que haber adivinado que un incidente como el de su caminata a Llwll habría de tener consecuencias. Pero es que Edward parecía tan insignificante y superficial, y era, en realidad, tan incompetente, que, después de haberlo dominado durante tantos años, me había acostumbrado prácticamente a menospreciarlo; y en cuanto a aquel trivial suceso, había olvidado un detalle. Yo me habría reído de él abiertamente, cosa que a nadie le agrada, que Edward jamás había podido tolerar, y que yo siempre había tratado de evitar. De modo que con motivo de esa pequeña comedia había comenzado todo, y como quizás yo he sido responsable de ese suceso, supongo que, en cierto modo, lo soy igualmente de su desenlace. Es por eso por lo que he publicado el diario de Edward de modo que las fechas y nombres resulten algo confusos, pues tengo mis motivos para no revelar claramente mi identidad y la de Brynmawr, como podrá verse al final. He considerado necesario escribir esta posdata a modo de explicación.