Antes de cocinarlos será necesario conseguirlos.
«El acónito posee un tallo corto y subterráneo, del cual descienden raíces fusiformes de color oscuro. La raíz del rábano silvestre es mucho más larga que la del acónito y no es fusiforme; es de color amarillento y en su parte superior se advierten restos de hojas». En realidad, preferiría que fuera a la inversa, pues en ese caso sería posible tomar una raíz, acortarla, afilarla, aplicarle un poco de pintura amarilla y quitarle las hojas. Si hiciera eso, conseguiría que un rábano se pareciera a un acónito, o sea que la oveja se pondría la piel del lobo, en este caso del matalobos. Pero entonces, lo más probable sería que la cocinera dijese: «Esto tiene un aspecto raro» y arrojara a la basura mis acónitos obtenidos después de tantos sinsabores.
«Las raíces del Aconitum ferox proporcionan el famoso veneno de la India (Nepal) llamado bikh, bish o nabee. Contiene, cantidades considerables del alcaloide seudoconitina, que es uno de los venenos más poderosos que se conocen». Permítaseme esbozar una sonrisa. «Como plantas ornamentales, los acónitos son muy apreciados. Se desarrollan bien en la tierra común del jardín y crecen bajo la sombra de los árboles». Bueno, esto facilitará su cultivo en Brynmawr. Me pregunto si tendré que plantar las semillas o si me será posible obtener plantitas pequeñas. En el primer caso, tendría que esperar hasta la próxima primavera para sembrar, todo lo cual me llevaría un año. Quizás me sea posible comprar plantas bien desarrolladas. Supongo que tendré que recurrir a algún vivero, donde no creo que haya gente tan fastidiosa como los farmacéuticos, en lo que se refiere a plantas venenosas.
Pero, al fin y al cabo, aún no sé cómo son. La Encyclopoedia continúa hablando del veratril-seudoconina, del ácido verático, de la japanconitina (extraída de los acónitos japoneses y conocida en el lugar, pero no por mí, como kuza-uza) y finalmente termina enredándose con la japbenzaconina. Luego observa: «Muchas especies de acónito son cultivadas en jardines, siendo sus flores azules o bien amarillas», dato con el cual me será sumamente fácil localizarlo. Los pensamientos tienen las mismas características. Esto es todo lo que he podido sacar en claro, fuera del consolador detalle de que el único signo que se puede hallar mediante la autopsia es el de asfixia, aunque esto no interesa mucho, puesto que, aun en el caso de que se descubra la causa, el motivo se limitará simplemente a un descuido de Evans.
Todavía no he conseguido mi acónito.
Como biblioteca de consulta la de este club es absolutamente deficiente. Como creo haber dicho antes, lo que más abunda aquí son libros clásicos y de religión, ¿pero a quién le pueden interesar, si no es para resolver algún crucigrama? «Poesía», «Viajes», «Bellas Artes», «Historia», «Diccionarios», todo figura, pero la «Botánica» no parece ser una materia muy solicitada. A pesar de todo, ayudado por una búsqueda exhaustiva, logré confeccionar una pequeña selección.
Diccionario ilustrado de jardinería (una enciclopedia de horticultura), adquirido en 1911 y escrito, a lo que parece, por la abuela de la reina Victoria.
Botánica de Withering (1812).
La Enciclopedia de las plantas (1855).
Nombres latinos de plantas comunes, escrito por un miembro del club.
El jardín inglés. Primera edición 1833; Sexta edición 1898.
Estos cinco parecen completar la lista. La persona que se ocupa de comprar los libros para este club tiene presentes, sin duda, las palabras del señor Hardcastle: «Me agrada todo lo que sea viejo: los viejos libros, el viejo vino e incluso, una vieja esposa». Estoy completamente de acuerdo con la reacción de desagrado de la señora Hardcastle. ¡Si habré detestado esa obra cada vez que me obligaban a leerla durante las vacaciones!
El segundo y el tercero de la relación pueden ser desechados a primera vista. Son de una erudición tal que me resultan completamente ininteligibles, llenos de signos, abreviaturas y términos en latín, que ni siquiera se pueden leer. En cuanto a Nombres latinos de plantas comunes, se trata de una obra didáctica relativa al origen de los nombres, muy útil a su manera, pero que no puede proporcionarme ninguna ayuda.
El jardín inglés parece ser más corto y no tan insulso y pedante como el Diccionario. Ensayemos primeramente con éste: «El acónito o anepelo —informa— es una alta y esbelta planta herbácea de la familia de las ranunculáceas, peligrosa por el veneno que contienen sus raíces. Tiene diversos nombres, aunque no tantas especies, siendo muy apreciados en nuestros jardines». Luego, sin quererlo, dice algo un poco gracioso: «Por lo general se evita plantarlos en lugares donde sus raíces pudieran ser confundidas con otras, comestibles, pues son sumamente venenosas; casi todas sus especies pueden ser cultivadas fácilmente al pie de árboles o arbustos más bien alejados del jardín». De modo que si existen en Brynmawr (cosa que por lo que veo, no parece del todo imposible) deberán encontrarse lejos del huerto y probablemente a la sombra de los árboles. Deberé tener esto presente. El libro prosigue: «Se trata de plantas cuya altura alcanza de tres a cinco pies y que florecen de julio a septiembre». Bueno, poco a poco nos vamos representando las cosas tal como deben ser. Los pensamientos, por ejemplo, no tienen de «tres a cinco pies de altura».
En realidad, también hay una ilustración, si se puede llamar así, pero resulta bastante inútil. El acónito figura como una planta alta y lánguida, de apariencia poco airosa. Se la tomaría fácilmente por un yerbajo, cosa que sin duda me pasaría a mí algún día que mi tía me mandara escardar el jardín, como lo hace a menudo. Pero tendré esta ilustración a mano, por si me llega a proporcionar alguna idea, aunque la veo demasiado borrosa y pequeña para que pueda ser de alguna utilidad.
Veamos ahora el Diccionario ilustrado. El nombre acónito proviene de un puerto de Heraclea en Bitinia, cerca del cual parece abundar. No pienso ir hasta allí para buscar plantas, aun en el caso que supiera dónde se encuentra Heraclea o que el autor estuviese seguro del dato, lo que no parece suceder. El acónito, anapelo o matalobos es una planta perenne sumamente decorativa. Sólo puedo decir que no parecía ser así en la ilustración que acabo de ver. «Flores en racimos terminales; cinco sépalos, el superior en forma de casco, y los dos laterales más anchos que los dos superiores; cinco pétalos, pequeños, los dos superiores con largos espolones encorvados en la punta; los tres inferiores más pequeños o poco desarrollados; hojas palmeadas. Ofrece una vistosa inflorescencia apanojada. Aunque bastante distinto al rábano silvestre, es muy a menudo confundido con éste, con resultados fatales; ninguna de sus especies debe ser plantada cerca de los huertos». Muy bien, muy bien; eso ya lo sabemos.
Debo reconocer que este hombre, aunque demasiado técnico, es un investigador y siento haber tenido que arruinar su gramática con mi resumen. Si supiera lo que son «sépalos», «espolones», «hojas palmeadas», e «inflorescencia apanojada», podría ir más rápido. Ahora tendré que buscar todas éstas palabras en el diccionario.
Con todo, hay tres ilustraciones. Este individuo parece estar en desacuerdo con el que dijo que existían muchos nombres, pero no tantas especies. Menciona docenas y docenas de especies, pero desafortunadamente no ilustra el «ferox», que es el que necesito.
¡Pero, por Dios!, la tercera figura sí que tiene un aire familiar. Veamos. Hay que representársela de unos tres a cinco pies de altura, con flores azules o amarillas (quizás un amarillo pálido) y al pie de un árbol. Sí, sí, ¡eureka!, debajo del haya que se encuentra a la derecha del jardín, mirando desde la ventana de la sala. No cabe duda. Actualmente está en flor, pues en Brynmawr todo ocurre con retraso, y no se encuentra muy lejos del huerto, desde luego.
Esto se presenta demasiado fácil. Kuza-uza, como dirían los japoneses.