2

He decidido pasar unos días fuera de Brynmawr.

El verdadero motivo es que deseo hacer ciertas investigaciones bibliográficas con tranquilidad, lejos del constante riesgo de ser sorprendido por mi tía. Justamente la descubrí el otro día revisando celosamente las páginas de la Encyclopoedia, pese a haber declarado que no insistiría en saber lo que yo había estado buscando, actitud ésta que no encontré muy honesta. Por supuesto, tuve que inventar una excusa para no ir a Cwm, pero eso no me resultó muy difícil. Siempre me he negado a dejarme tocar por un dentista local. Por otra parte, hasta mi tía reconoce que es necesario hacerse ver periódicamente la dentadura; en realidad, generalmente insiste para que lo haga. Como mucha gente, tiene la opinión un tanto espartana, aunque quizás acertada, de que es necesario que los demás acudan al dentista a intervalos frecuentes y regulares, pero, como muchas otras personas, jamás pone en práctica sus propios consejos.

Además agregué, como otra excusa, que necesitaba reemplazar la ropa que se había quemado con mi ropero. No me gustó nada el modo con que mi tía levantó las cejas al oírlo.

Estoy escribiendo estas líneas instalado en un antiguo e incómodo club al que por desgracia pertenezco, aunque en realidad ignoro por qué. Es una cosa completamente ajena a mi naturaleza, pero parece haber sido un deseo de mi madre. Abrigaba la esperanza, según me informó mi tía, de que los vejestorios que frecuentan este lugar terminaran por convertirme en un ente de sus mismas características. Cómo llegarán a hacerlo es una pregunta que me intriga tanto como el deseo de mi madre. La cuestión es que mi tía lo cumplió al pie de la letra (¡cómo no!). Paga mi cuota todos los años y llama a esto su regalo de Navidad; yo lo considero una manera de eludir la responsabilidad y por lo tanto una falta de imaginación. Pero eso me ahorra el esfuerzo de tener que pensar demasiado. A mi vez, le regalo una novela francesa, señalando que eso le servirá a ella para ampliar sus conocimientos. Casi nunca lee el libro y yo raras veces voy al club. Con todo, tengo una ventaja sobre ella: yo puedo leer su novela, pero a ella le está prohibido entrar en el club.

Con todo, dejando a un lado el hecho de que queda muy bien decir que uno pertenece a un club, éste puede proporcionar momentos de paz muy útiles como el actual. Para hablar con franqueza, aún no he decidido cuál será el método que intentaré esta vez y tengo que pensarlo con calma. Hasta ahora sólo tengo una idea general: lo mejor será utilizar algún veneno. Claro está que la dificultad radica en encontrar un veneno que no deje ninguna señal reconocible. Si pudiese estar seguro de que nadie más que el viejo Spencer ha de realizar el examen, estaría bastante satisfecho, pues, tratando de eludir las cosas más evidentes, no hallaría sin duda, nada anormal. Otra cosa que debo averiguar es la manera de obtenerlo. Indudablemente no ha de ser fácil. Quizás toda la idea sea imposible de llevar a cabo, pero antes quiero estar seguro. He estado revisando la increíble biblioteca del club (por supuesto, saturada de libros clásicos y religiosos) y no logro encontrar un buen trabajo médico sobre venenos, de modo que será mejor que empiece con el artículo de la Encyclopoedia que estaba mirando el día que mi tía me interrumpió en forma tan intempestiva.

He aquí, pues, el volumen, «Vaca, Válvula, vela». Aquí está, «Veneno». Ahora veamos si dice algo útil. Creo que tomaré algunas notas.

Comienza refiriéndose a un aspecto legal, tema que preferiría pasar por alto. «La venta de venenos al público está severamente restringida por la ley, mediante lo cual se disminuye el peligro que constituye para la vida humana la venta irresponsable de venenos por parte de personas no autorizadas». Esto me resulta sorprendente, aunque el saberlo no me ayuda en nada.

Luego habla sobre vidrio en polvo y limaduras metálicas. Éstas son dos buenas ideas para tener en cuenta y averiguar algo más al respecto, aunque me parece que se trata de dos sistemas muy conocidos, demasiado vieux jeu para mi gusto, o para mi seguridad. «El envenenamiento puede ser accidental, suicida o bien homicida. Desde luego, el tipo más frecuente es el motivado por causas accidentales». Exacto. Quisiera hacer que el viejo Spencer leyera esto y se lo aprendiera de memoria. Es curioso cómo esta palabra «accidente» surge por todas partes. Por supuesto, no debo olvidar que éste también será un accidente.

Ahora bien; en el párrafo siguiente hay algo sumamente interesante: «Pese a las precauciones tomadas por el Estado en la venta de venenos, el público no tiene el mismo cuidado con respecto a los que obran en su poder, los cuales son a menudo ingeridos por error en lugar de otras sustancias de naturaleza inofensiva, o bien tomados en dosis excesivas simplemente por descuido. De este modo, los cristales de ácido oxálico suelen ser guardados en frascos o tarros sin etiqueta y luego ingeridos en vez de sulfato de magnesio, con el que tienen una gran semejanza».

Me pregunto si esto podrá llevarse a la práctica. Probablemente, según puedo deducir de lo que acabo de copiar, no creo que me sea posible comprar cristales de ácido oxálico, sean lo que fueren. Con todo, trataré de averiguar si es factible, como asimismo si existe alguna manera sencilla de prepararlos. No lo creo, y por otra parte está la dificultad de que mi tía nunca toma, según creo, sulfato de magnesia, lo cual debo admitir que constituye un gran inconveniente.

Pero volvamos a la Encyclopoedia. «Sublimado corrosivo confundido con ciertas píldoras para la anemia». Pero esta idea no me atrae en absoluto, aunque sin duda entraría dentro de la categoría de la «muerte lenta en aceite hirviente». «Por lo general, la cantidad de veneno ingerido está en proporción directa con el efecto producido»; bueno, eso ya me lo imagino. Pero ya veo: si algunos venenos se toman en cantidad excesiva, uno se descompone antes de envenenarse, y el ácido oxálico es uno de ellos. Verdaderamente este hombre parece haber considerado las dificultades con mucha inteligencia. ¿Tendrá acaso una tía?

«Hábito, idiosincrasia». No puedo decir que mi tía haya tenido nunca tendencia a tomar drogas, pero en lo que se refiere a «idiosincrasia» está llena de ellas, aunque no conozco su idiosincrasia con respecto a los ácidos acetilsalicílicos y, desdichadamente, ignoro cómo averiguarlo. «Edad, estado de salud»; ninguno de estos datos tiene importancia. «Condición y modo de administración». Esto es, exactamente, lo que andaba buscando. Bendito sea el hombre. Espero que este párrafo me sea de utilidad. Pero veo que es demasiado conciso y de muy poca aplicación práctica.

Con todo, hay algunos detalles útiles que vale la pena recordar. «Los venenos son más efectivos cuando son ingeridos en forma líquida; de acción más rápida cuando se los toma antes de las comidas; más poderosos cuando se los administra por vía subcutánea o intravenosa». Todo esto está muy bien, pero no puedo pretender pinchar la piel o las venas de mi tía, si eso es lo que quiere decir. A menos que pudiera preparar un clavo con herrumbre envenenado… Tengo que anotar esta idea; la pondré en la lista de posibles. Pero estaría más cerca de lo posible si supiera qué clase de veneno usar.

Continuemos. «Diagnóstico y tratamiento». Estamos en el campo de Spencer. «Características». Esto deberé leerlo con cuidado… «Venenos corrosivos, irritantes, sistemáticos, gaseosos, alimentos venenosos». Sin duda, podré extraer alguna idea de este último capítulo, que incluye los hongos y los mariscos. Sería de una justicia poética que los culpables fuesen justamente hongos, después de que tanto Spencer como mi tía osaron dudar de mi palabra con respecto al que creí ver en el prado que está cerca de Brynmawr, poco antes de que mi pobre So-So fuera tan alevosamente asesinado.

«Venenos corrosivos». Éstos me parecen muy desagradables y, por otra parte, muy fáciles de descubrir y quizás hasta de curar. No me sirven. Esta vez no tendrá que haber error posible; uno de los remedios consiste en una cosa tan simple como la clara de huevo, y esto se puede obtener en Brynmawr sin ninguna dificultad. Debo tratar de hallar algo que requiera un antídoto más complejo.

El amoníaco puede constituir una posibilidad. Supongo que se podrá obtener con cierta facilidad, pero, según veo, es necesario disponer de una solución fuerte, lo cual puede ser una dificultad, aunque parece que una dracma ha sido suficiente para causar la muerte, de modo que con dos quizá tendría suficiente. Y aquí me pregunto cuánto será una dracma. Pero, de todos modos, es imposible no advertir el fuerte olor del amoníaco. Debo recordar que no tendré oportunidad de hacérselo tragar por la fuerza. De todas maneras, lo consideraré como un método factible.

Aquí tenemos otro. «El ácido carbólico se usa comúnmente como desinfectante con fines domésticos. Algunos derivados, como la creosota y el creosol, tienen un efecto venenoso similar». (Me resultaría fácil conseguir creosol o cualquier otro desinfectante, aunque antes tendría que saber si contiene ácido carbólico). «El ácido carbólico es uno de los venenos más frecuentemente empleado por los suicidas», continúa mi inconsciente valioso colaborador. Se me acaba de ocurrir la posibilidad de hacerlo pasar por un suicidio. Pero no creo que sea acertado. Un suicidio siempre acarrea indagaciones; además mi tía no podría tener motivo alguno para hacer semejante cosa, a menos que (¡qué ironía!), que la causa fuera yo. «Debido a su frecuente empleo para fines domésticos, son muy comunes los envenenamiento que ocasiona». ¡Espléndido! ¿Pero cómo puede una persona beber tanta cantidad de ácido carbólico sin notarlo? Yo creo que, aun mezclado en un cocktail, se debe notar el sabor.

Parece que aquel veneno de las dracmas puede provocar la muerte a las doce horas. Demasiado lento. Hasta el viejo Spencer podría curarla en ese lapso, en especial tratándose de un veneno tan conocido. Ni siquiera me tomaré el trabajo de anotarlo.

Y llegamos ahora a los «venenos irritantes»: «El ácido oxálico es habitualmente usado para limpiar sombreros de paja, quitar manchas de tinta, limpiar bronces, etc. Es a menudo causa de envenenamientos accidentales e intencionales». Entonces no será muy difícil de obtener. Sí, mi tía estuvo muy sarcástica con respecto a mi sombrero de paja. Subrayaré el ácido oxálico.

«A menos que se haga un tratamiento inmediato al paciente, sobreviene un estado de postración que rápidamente lleva a la muerte. Puede producirse a la hora de haber ingerido el veneno, aunque puede ser retardada». Evidentemente tengo que investigar esto más a fondo. Y por supuesto no le daré el antídoto, que consiste en una pinta de agua de cal mezclada con una onza de tiza. Parece bastante repugnante.

«Arsénico». No; se sabe demasiado acerca del arsénico. Ni siquiera cometeré la torpeza de leer ese párrafo. «Ácido prúsico… solamente se encuentra en estado de dilución». Pero se encuentra. «Menos de una cucharadita de ácido al dos por ciento ha causado la muerte. Los síntomas de envenenamiento por ácido prúsico se ponen en evidencia con gran celeridad y en consecuencia su aparición puede ser medida en segundos, más que en minutos». Esto parece alentador. No me agrada mucho la idea de tener que presenciar un proceso lento. Por otra parte, veo que «otros cianuros solubles, en especial el cianuro de potasio, una sal muy usada en fotografía, son igualmente venenosos con el ácido cianhídrico». Esto quiere decir que es posible obtenerlo. Lo pondré en mi lista. Leeré este párrafo una vez más.

No, lo he tachado. «El carácter veloz de la enfermedad y la muerte rápida del paciente, asociados con el olor característico del ácido, rara vez permiten dudar acerca de la causa de la muerte». Evidentemente hay que descartarlo. Andemos con cautela.

¿Qué es esto?: «Envenenamiento por acónito. El acónito común, anapelo o matalobos, y un alcaloide que de él se extrae, la aconitina son quizás los venenos más mortíferos que se conocen. Se ha comprobado que la dieciseisava parte de un gramo de aconitina es fatal para un hombre». Supongo que lo mismo ocurrirá con una mujer; pero he aquí lo más interesante: «La raíz del acónito ha sido comida por error en lugar del rábano silvestre».

Esto sí que es magnífico. La abominable comida de los domingos en Brynmawr consiste, casi invariablemente, en rosbif acompañado de una abundante salsa de rábanos silvestres, que yo jamás pruebo. Mary puede ser testigo de que digo la verdad. Si me fuese posible sustituir los rábanos por las raíces de acónito, la cosa sería muy sencilla. Tienen que tener bastante semejanza entre sí para que la cocinera no advierta el cambio. A propósito, me pregunto si ella o Mary acostumbran comer salsa de rábanos silvestres. Probablemente se produzca algún desorden antes de que puedan empezar a comer. Todo depende de la rapidez con que el veneno actúe. Espero que las cosas sucedan así, aunque la cocinera lo tendría bien merecido y, en cuanto a la criada de la cocina, casi no cuenta. Luego está Mary. Bueno, Mary me ha traicionado. A pesar de todo, espero que no tengan tiempo de ponerse a comer.

El próximo paso, pues, será hallar más datos acerca del acónito. En realidad, ni siquiera sé qué apariencia tiene, pero con un poco de suerte puede ser que encuentre algo aquí. Por el momento, pienso dar por terminadas mis tareas. Espero que este club pueda proporcionarme un almuerzo decente. Creo que lo merezco, después de esta activa mañana.