Ahora estoy bien seguro de que tengo razón. Mi tía es una persona sumamente engañosa. Sin duda hace ya años que tiene la costumbre de ocultarme sus sentimientos con respecto a mi persona. De todos modos, tengo la certeza de que recela mucho más de lo que dice acerca de lo que ha estado ocurriendo. No puedo decir con exactitud en qué funda sus sospechas. En realidad, aunque no sé muy bien cuáles podrían ser, mucho me temo que haya sacado conclusiones precipitadas, que muy bien podrían ser acertadas. Por supuesto, es incapaz de llevar a cabo un razonamiento lógico, pero hay que reconocer que sabe adivinar bien.
Comprendo que el incendio del ropero tiene que haberle llamado la atención. En verdad, cuanto más recapacito, más me avergüenzo de lo que hice. Todo esto ocurrió por haber tomado como buenas las ideas poco sólidas de Jack Spencer. Nada más que por pertenecer a un batallón de infantería, cree que debe saber todo lo que se refiere al trabajo que hacen los ingenieros. Por otra parte, todos los Spencer son algo tontos. Y aquella empresa era de las que, de no salir bien, pueden parecer muy sospechosas. Tendría que haber tomado más precauciones; no cabe duda de que ése fue mi error, aunque no alcanzo a imaginar cómo podría haberlo hecho, a menos de regar el piso con petróleo, cosa poco inteligente, pues se hubiera olido inmediatamente.
Con todo, aunque el asunto pueda haber parecido un poco extraño, sigo pensando que cualquier mujer más indulgente hubiese concedido la gracia de la duda, pensando que todo había ocurrido según las apariencias. Accidente es la palabra que mi tía utilizó hoy con toda ironía, no sólo con respecto al incendio, sino también a lo sucedido a su coche. Esto, pese a lo que ella diga, fue en cierto modo un accidente, y no veo lo que pueda hacerla pensar de otra manera. Todo esto lo he dicho solamente para demostrar lo mal pensada que es mi tía. Pero vayamos al incidente.
Por supuesto, no tengo la menor intención de conformarme con la idea de la derrota. Mi mente ya está maquinando una nueva manera de lograr el ansiado éxito. Con ese fin esta mañana estaba tratando de obtener alguna información de la Encyclopoedia Britannica. Encuentro que ésta es una obra bastante incompleta; a primera vista parece estar llena de datos, pero casi nunca es posible hallar la respuesta exacta a lo que uno busca. De todos modos, la estaba consultando, a falta de algo mejor, cuando experimenté un sobresalto al oír la áspera voz de mi tía a mis espaldas.
—La búsqueda del saber y Edward Powell en conjunción. Caramba, esto sí que es inesperado. Pero no creo que aprendas nada aquí, Edward. Se trata de la Encyclopoedia Britannica y estoy segura de que nada que sea de esa nacionalidad te interesa. Tú estás muy por encima de eso. —Y diciendo esto se puso nada menos que a silbar una irritante melodía del ostenso Gilbert y Sullivan, cuyo tema es «el idiota que alaba con tono sentimental todos los siglos menos éste y todos los países menos el suyo», o algo parecido; no me preocupo por conocer esa música sin valor. Mi tía se imagina que ésta es una manera segura de fastidiarme y, para ser sincero, diré que efectivamente es así.
No puede evitar el gesto involuntario de llevarme las manos a los oídos, pero antes tuve cuidado de cerrar el libro con rapidez.
—¡Por favor, tía Mildred, que desafinas!
Y además, eso de silbar…
—Me alegro que reconozcas la tonada, y el sentimiento, querido.
—No es difícil reconocerla. Por lo general la silbas de la misma manera, aunque dudo que sea ésa la idea del compositor.
—No te preocupes por lo que haya querido decir el compositor, Edward. No creo que pudieras comprender ninguna de las dos cosas. Pero ¿qué es lo que buscas con tanto empeño en la Encyclopoedia?
Ahora bien, era imposible decirle con exactitud lo que había estado buscando y por desgracia no tenía ninguna respuesta preparada de antemano. La situación era, francamente incómoda. Con todo, si mi tía podía insinuar trozos del Mikado, ¿por qué no iba a hacerlo yo? Con una sonrisa que confío haya sido exasperante, canturreé:
Tit-willow, Tit-willow, Tit-willow
No recordé que Gilbert y Sullivan constituyen casi una segunda biblia para mi tía… El juego pareció divertirla.
Replicó, mientras yo me apresuraba a guardar el libro en su estante y a cambiar el tema. Creía que no oiría hablar más del asunto, pero eran ilusiones demasiado prematuras. Cuando me despedí de mi tía esa noche, ella abordó de nuevo el tema.
—Esta mañana no insistí mucho por saber lo que ibas buscando, Edward. Creo que te hubiese resultado difícil contestarme. Ahora sólo quisiera decirte una cosa. No he de permitir más —siguió aquí una pequeña pausa para dar más énfasis— accidentes, Edward. Si llega a ocurrir otro, tendré que tomar serias medidas. Y cuando yo digo que tomaré serias medidas sabes perfectamente que así lo hago y por lo general sin previo aviso. De modo que, por primera y última vez, te digo que no quiero más accidentes.
Por supuesto, no podía permitir que se saliera con la suya con tanta facilidad.
—¡Oh!, tía, cuánto me alegra que por fin hayas resuelto tomar lecciones para aprender a conducir mejor.
—No seas tonto, Edward —realmente pareció molesta. Sabía que éste era uno de sus puntos débiles, pues, muy en el fondo, creo que sabe perfectamente que conduce muy mal—. No seas tonto bajo ningún concepto.
La miré con firmeza.
—No, tía, pierde cuidado. Buenas noches.
No pienso cometer ningún otro disparate. Esta vez estoy seguro de tener éxito. Por otra parte, no me hago ilusiones. Si mi tía dice que tomará medidas, lo hará, y no dudo que han de ser severas. Estoy verdaderamente asombrado ante el coraje que demuestro al permanecer en esta casa después de lo que ha ocurrido. Creo que si mis planes llegaran a fracasar de nuevo, sólo me quedaría el recurso de la huida. ¡Si al menos supiera adonde ir…!
No estoy muy seguro, al evocar lo ocurrido, que haya sido acertado referirme al coche. A lo mejor mi tía me estaba sometiendo a uno de esos «test» psicotécnicos y me había dicho la palabra «accidente» con toda intención, a fin de ver cuál sería mi reacción. Quizás había caído en la trampa al responder «coche», pero había dicho «accidentes» y no «accidente». De modo que mi próximo paso ya está resuelto. Si mi tía quiere cometer la estupidez de tener sospechas, éstas tendrán que ser eliminadas para siempre. Hasta ahora me había visto frenado por el tonto y sentimental deseo de hacerlo evitándole sufrimientos, pero si ella amenaza con «tomar medidas», tendré que proceder de cualquier manera, aunque el método resulte doloroso. Me la imagino citando a su autor favorito en «una muerte lenta en aceite hirviendo», aunque ello no quiere decir que piense llegar a ese extremo. Pero ha arrojado el guante y por lo tanto ya no habrá reglas.