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Y ciertamente tendrá que ser así. Hoy me ha faltado poco para tener un desliz. Últimamente me las he arreglado para hacer ensayar varias veces a So-So. Es indudable que posee una inteligencia extraordinaria. Ya ha llegado al punto de quedarse sentado todo el tiempo que yo quiero, temblando de impaciencia y relamiéndose con avidez, pero (animalito maravilloso) sin emitir ningún sonido, esperando el momento en que la correa caiga de su cuello para salir como una flecha al encuentro de su ansiado bizcocho.

Le he estado enseñando a contenerse durante períodos cada vez más prolongados, hasta que llegue el día en que ponga mi plan en ejecución. Ese día quizás será mejor que salga de la casa mucho antes que mi tía, pues no debo olvidar que no tiene que recaer ninguna sospecha sobre mí. Por lo tanto, So-So está aprendiendo a dominar sus impulsos. Solamente una vez rompió la disciplina; fue cuando Athel, que andaba paseándose solo por las inmediaciones (supongo que cazando), se acercó sin que yo lo viera, pero sí So-So, y se apoderó del bizcocho. Entonces, So-So hizo una escena terrible por la que francamente no lo puedo censurar. Casi me mordió en su desesperación por evitar el robo de algo suyo por uno que, además, quizá sería incapaz de apreciar tal manjar.

Pero hoy he sido algo descuidado. Había hecho esperar a So-So un rato muy largo, tan largo que ya estaba dejando volar mi imaginación. De pronto oí pasos en el camino y, en mi sorpresa, solté tontamente la correa que ataba a So-So. En un instante el animalito atravesó corriendo el seto y el camino, pasando por poco entre las botas del granjero Williams.

—¡Caramba! —lo oí murmurar—, ¿de dónde vienes tú? Y si estás aquí, ¿dónde está tu amo? —Su voz subió con las últimas palabras, adoptando la odiosa tonada galesa. Pude adivinar que estaba mirando a su alrededor, que me buscaba, pues Williams, como buen galés, es increíblemente curioso.

De un momento a otro So-So terminaría de comer el bizcocho y, volviendo a mi lado, me pondría en evidencia. Con toda celeridad me tiré de espaldas al suelo detrás del árbol y emití un ronquido con sorprendente realismo.

—¡Caramba! —murmuró de nuevo Williams—, de modo que el señor Edward está ahí. Me parece que podría haber encontrado mejor modo de pasar la mañana. —Oí que se apartaba del seto para dirigirse a So-So—, oye, pequeño demonio, no debes meterte así entre mis pies. Otra vez te puedo lastimar, y aunque, para ser sincero, no te tengo mucha simpatía, nunca haría una cosa así. Desde luego que no lo haría.

En ese momento debió agacharse para hacerle una caricia, cosa que So-So interpretó como una tentativa de arrebatarle el bizcocho que estaba saboreando, pues oí a Williams que seguía diciendo:

—¿Y qué puede ser esto? ¿Un bizcocho? ¿Y cómo puedes encontrar bizcochos en medio del pasto? Puesto que tu amo duerme tan profundamente, no puede ser él quien te lo ha tirado. Entonces debe de habértelo arrojado justamente antes de que yo subiera la pendiente de la cañada y llegara al camino, después de lo cual se quedó dormido en un minuto… o menos. ¡Bueno, bueno! —Williams hizo una pausa—. Puedes estar seguro de que nunca te robaría un bizcocho y quizás muy pronto tu amo se olvide que los dos tuvimos una pequeña desavenencia sobre vacas y cercas. De modo que, buenos días, perrito; y si alguna vez vienes a mi casa te daré la bienvenida que doy a todos mis huéspedes: «Adelante, perrito, tranquilízate y come a tus anchas».

Noté con satisfacción que So-So desdeñó sus desmañados intentos de acercamiento. Por mi parte, continué fingiendo que dormía. Era curioso advertir que Williams realmente creía que yo lo esquivaba con motivo de que mi tía había hecho un papel ridículo en su presencia.

Por supuesto que jamás le perdonaría la parte que había tenido en aquel incidente, pero tampoco me tomaría la molestia de cambiar mi actitud hacia él, simplemente porque se había comportado en forma avarienta conmigo. Ni siquiera valía la pena incomodarse por él, y me hubiese gustado que lo supiera. Era quizás de lamentar que hubiese salido con una impresión errada de nuestro pequeño encuentro, pero a lo mejor aquello era preferible a que sospechara algo de lo que había estado ocurriendo. Desgraciadamente, conozco bastante bien a estos galeses. Su curiosidad es insaciable y estoy seguro de que me hubiera hecho pregunta tras pregunta acerca de por qué le estaba dando bizcochos a So-So, de por qué tenía que ser en el camino, y así indefinidamente. No era una explicación muy de desear la que había encontrado, pero al menos la haría concordar con todos los hechos, lo cual le impediría pensar demasiado o detenerse mucho en el asunto y, después que todo hubiese ocurrido, evitaría que se le desatase la lengua provocando conjeturas innecesarias. En cuanto a su patético y manifiesto intento de reconciliación, me limitaría a ignorarlo.

Mientras volvía a almorzar, caminando bajo la sombra de los robles, pensé sobre el asunto detenidamente. Debería usar las mayores precauciones. Tendría que cuidar de que ni mi tía ni nadie me volviesen a ver en ese punto del camino.

En realidad, pensaba que tendría que poner muy pronto mi plan en ejecución. So-So ya había aprendido su papel y no creía poder continuar engatusando a Mary sin llamar la atención. Además, la continua tensión está comenzando a repercutir en mi salud. Duermo muy mal.

Lo más grave es que parece que mi semblante ya delata que algo me sucede, pues mi tía me lo ha hecho notar este mediodía. Parece inquieta por mi salud, aunque debo decir qué toda conmiseración pierde su efecto cuando consiste más que nada en referirse al tono macilento de nuestro rostro.

Esta tarde, mientras mi tía cogía grosellas, pasé mi tiempo, en teoría, revisando La Joyeuse. Me pregunta tan a menudo qué es exactamente lo que estoy haciendo, que he encontrado conveniente tener siempre una explicación a mano.

No voy a cometer la injusticia de acusarla de entrometida o de desconfiada, indudablemente que no es porque le interese lo que yo hago. Se trata simplemente de que ésa es la idea que ella tiene de una conversación trivial. Me hallaba, pues, en la situación de hablar con toda naturalidad, en el caso de que se le ocurriera preguntar algo, sobre el carburador de La Joyeuse, tema que yo sabía la aburriría en seguida. La verdad era que estaba examinando su Morris más que mi propio coche.

Lo de la dirección será un asunto fácil, pues no está en muy buenas condiciones, tanto que si espero mucho más mi tía puede advertir el fallo y hacerlo arreglar, lo cual resultaría bastante incómodo. La dificultad se halla en los frenos.

Yo había pensado que todos los coches estaban equipados con el tipo de frenos hidráulicos que he descrito, aunque algunos modelos tienen una barra de metal que comunica el pedal del freno con la rueda. Pero el Morris de mi tía es tan antediluviano (realmente creo que Noé debe haberlo llevado a bordo de su arca) que está equipado con un cable que hace funcionar los frenos.

Sólo se puede hacer una cosa con ese mecanismo/ Tendré que cortar ocho de los diez hilos que componen el cable y confiar en que la sacudida rompa los otros dos. No es un procedimiento tan seguro como dejar sin funcionamiento el cilindro maestro, y tendrá que poner sumo cuidado al cortar los hilos. Deben aparecer deshilachados y no cortados bruscamente, porque es posible que después sean examinados, aunque, con un poco de suerte, el auto deberá quedar completamente destrozado.

Con todo, los cortes deben hacerse gradualmente para que cada hilo no parezca recién cortado. Comencé esta tarde con el mayor arte y cautela. El resto se puede dejar librado a la superficie irregular de los caminos adyacentes a Cwm.