Fue en ese momento cuando comprendí cuáles eran mis sentimientos hacia la señorita Mildred Powell. Fue entonces cuando forjé en mi mente la frase con que inicié estas páginas.
Ha sido un gran desahogo poder escribir este incidente. Lo hice en parte anoche, después de cenar, cuando por fin los agotadores acontecimientos del día hubieron terminado, y lo finalicé esta mañana. Creo que continuaré escribiendo esta especie de diario de vez en cuando, cuando quiera serenar mi mente. Veo que una nueva secta religiosa se ha apropiado de la idea de «compartir» (sólo que en apariencia les agrada «compartir») o confesar sus pecados a otras personas presentes. Pero yo prefiero volcar mis preocupaciones en estas taciturnas hojas de papel sobre las que nunca se posarán otros ojos que los míos.