El restablecimiento de los principios del continuum

Si el bebé mantiene un constante contacto físico con el cuerpo de su dadora, su campo energético se vuelve una unidad con el de ella, y se pueden descargar el exceso de energía a través de las actividades de la cuidadora. El bebé puede permanecer relajado, sin acumular ninguna tensión, a medida que su exceso de energía fluye hacia la de su cuidadora.

Hay un asombroso contraste entre la conducta de un bebé yecuana en brazos y la de nuestros bebés, quienes pasan la mayor parte del tiempo aislados. Los bebés yecuanas son suaves y fáciles de manejar, y al ser sostenidos o llevados en cualquier posición práctica no ofrecen la menor resistencia. En cambio, nuestros bebés patalean tensando el cuerpo, agitan los bracitos violentamente y agarrotan la espalda formando un rígido arco. Se mueven inquietos y se tensan mientras están en la cuna o el cochecito y cuesta sostenerlos si siguen moviéndose de la misma forma mientras los cogemos. Están intentando descargar la creciente tensión procedente de haber recibido más energía de la que pueden retener o liberar de una manera agradable. Cuando se excitan con la atención de alguien o se revuelven, suelen emitir penetrantes chillidos. Aunque estén expresando placer, el estímulo les causa una reacción muscular violenta que consume parte de la energía acumulada.

El bebé pasivo que está cómodamente dentro de su continuum, cuyas expectativas de recibir un continuo contacto físico están satisfechas, ha de colaborar muy poco para descargar la energía y deja esta tarea en manos del adulto o del niño que lo lleva a cuestas. Pero esta situación cambia de manera radical en el momento en que el bebé completa la fase de estar en brazos y empieza a gatear. Será él quien tendrá entonces que hacer circular su propia energía. Su actividad aumenta enormemente. En poco tiempo aprende a desplazarse valiéndose de los codos, la parte interior de las piernas y el estómago y viaja a unas velocidades impresionantes, que aumentan más si cabe cuando empieza a gatear. Si no se le limita, el bebé empieza entonces a gatear de manera vigorosa y persistente por la zona disponible, gastando su exceso de energía a medida que explora el mundo en el que vivirá.

Cuando el bebé empieza a andar, correr y jugar lo hace a un ritmo que al adulto le puede parecer bastante febril. Un adulto que intente mantener el ritmo del niño se agotará pronto. Los niños de la misma edad o mayores son los compañeros más adecuados para él. El bebé desea imitarles y lo hace tan bien como se lo permite su creciente habilidad. Sólo él puede poner límite a su tremenda actividad. Cuando se cansa, va a descansar con su madre o, cuando es mayor, a la cama.

Pero un niño no puede descargar la suficiente energía necesaria para sentirse a gusto si por alguna razón, como ocurre con tanta frecuencia en las situaciones del mundo civilizado, sus acciones se ven limitadas por un tiempo o un espacio insuficientes en el que jugar o si es encerrado en un parque, un arnés, una cuna o una trona.

Cuando el niño pasa a la etapa en la que patalea, agita los miembros y se tensa para aliviar la incomodidad de la energía no expresada, lo más probable es que descubra pronto que el molesto exceso de energía se concentra principalmente en los genitales y que, al estimularlos, el exceso de energía que hay en el resto del cuerpo fluye hacia ellos hasta que la tensión acumulada en los genitales es lo bastante fuerte como para liberarse. La masturbación se convierte así en una segura válvula para descargar el exceso de energía que el niño no ha gastado con las actividades diarias.

En la adultez, el exceso de energía se concentra igualmente por medio de los preludios sexuales y se libera con el orgasmo. El acto sexual tiene, pues, dos objetivos: el reproductor y el de restablecer un nivel agradable de energía.

En las personas cuyas carencias les han obligado a mantener un estado de tensión entre los poco armoniosos aspectos de su personalidad, el orgasmo sólo libera una parte superficial de la energía encerrada en sus músculos permanentemente tensos. Esta descarga incompleta del exceso de energía crea un estado crónico de insatisfacción que se manifiesta en malhumor, interés desmesurado por el sexo, incapacidad para concentrarse, nerviosismo y promiscuidad.

Y peor aún, la necesidad del adulto carente de una expresión física del sexo se mezcla con la necesidad insatisfecha de la primera infancia de experimentar un contacto físico no sexual. En general, esta última necesidad no se reconoce en nuestra sociedad y cualquier deseo de contacto físico se interpreta como un deseo sexual. De modo que los tabúes contra el sexo se aplican también a todas las otras reconfortantes formas no sexuales de mantener contacto físico.

Incluso los niños y los adultos yecuanas que han experimentado todo el contacto físico necesario en la primera infancia, siguen gozando de un abundante contacto físico al sentarse juntos, descansar en la misma hamaca o al acercarse unos a otros.

Necesitamos mucho más que ellos romper el presente tabú y reconocer la necesidad humana de experimentar la satisfacción del contacto físico. Nuestra necesidad infantil insatisfecha aumenta en gran medida el deseo que uno tiene de ella de manera natural tanto de niño como de adulto. Pero a medida que la necesidad continúa, la oportunidad de satisfacerla también persiste. Colmarla depende de nosotros.

Bajo el amplio estandarte del sexo, sin distinguirse de él como un impulso distinto, se encuentra la necesidad de ser abrazado, estar rodeado por la protección de otra persona, ser mimado y sentir que uno es adorable no porque haya traído un salario a casa o haya hecho un pastel, sino simplemente porque existe. La reconfortante atmósfera creada por el lenguaje infantil y el uso de nombres infantiles como Conejito o La nena de papá entre los miembros de una pareja llena los espacios experienciales que les quedaron por la poca atención recibida de sus padres. El uso generalizado de un lenguaje infantil es en sí mismo un testimonio de la continuada naturaleza de la necesidad.

A menudo, el deseo sexual y el deseo de afecto conducen el uno al otro. En los adultos, la satisfacción de una apremiante necesidad puede hacer surgir la otra. Un día tenso en la oficina puede hacer que el esposo, al llegar a casa, desee abrazar y ser abrazado por su esposa y que ella lo trate con afecto; después de satisfacer esta necesidad, quizás descubra que siente un deseo sexual por ella. Pero en nuestra sociedad puede sentirse obligado a pasar directamente al sexo, ya que su mente no distingue las dos necesidades como independientes la una de la otra.

El amor entre adultos que han sido privados de la experiencia de estar en brazos es, forzosamente, una mezcla de las dos necesidades, que varía de una persona a otra según la naturaleza de la carencia. Las parejas deben aprender a tener en cuenta sus necesidades especiales y las de su pareja e intentar satisfacerlas lo mejor posible si desean tener un buen matrimonio.

Pero es importante resolver la confusión que hay entre la necesidad sexual y la necesidad de afecto —un contacto físico de carácter maternal—, la confusión que crean frases como la mamó cachonda. Creo que con una clara noción de la diferencia que hay entre ambas y con un poco de práctica en disociarlas, se puede intercambiar una mayor cantidad de afecto sin las complicaciones del compromiso sexual cuando uno no desea adquirirlo. La inmensa cantidad de deseo insatisfecho acumulado de experimentar un satisfactorio contacto físico podría reducirse considerablemente si socialmente fuera aceptable caminar con un compañero de uno u otro sexo cogidos de la mano, sentarse con los amigos con los que uno conversa con el cuerpo pegado al suyo, sin guardar una cierta distancia, sentarse en el regazo de un amigo tanto en público como en privado, acariciar una tentadora cabellera cuando uno siente el deseo de hacerlo, abrazarse con más libertad y de una forma más pública y, en general, no refrenar los impulsos afectuosos a no ser que no sean bienvenidos.

En los últimos años se han dado algunos pasos para mantener mayor contacto físico, y los abrazos se han ido aceptando no sólo entre los latinos y los miembros de las profesiones teatrales, sino cada vez más en otros sectores de la sociedad, entre mujeres y mujeres, entre mujeres y hombres y, al final, entre hombres y hombres.

Partiendo del punto de vista del continuum, al comprender qué es lo que los humanos necesitan y por qué lo necesitan, es posible comprender nuestra propia conducta y la de los demás de una manera más útil. Podemos dejar de culpar a nuestros padres o a la sociedad por haber obrado mal con nosotros y comprender que todos somos víctimas de carencias. Los arzobispos y los hippies, los artistas y los científicos, los profesores y los niños pequeños traviesos, todos ellos están intentando encontrar el camino que conduce a la sensación de bienestar, al igual que las estrellas de cine, los políticos, los criminales, los cómicos, los homosexuales, las feministas, los clérigos y los hombres de negocios. Siendo los animales que somos, no podemos dejar de buscar la solución para satisfacer nuestras expectativas, por más irracional que sea nuestra conducta actual a causa de la maraña de combinaciones de carencias.

Pero comprender cuál es el problema y aceptar que todos somos sólo víctimas de víctimas, que nadie es el ganador, no nos curará. Como máximo nos ayudará a decidir dar un paso hacia la dirección correcta en lugar de alejarnos un paso más del bienestar.

Los niños pequeños que han sufrido carencias en la primera infancia se benefician enormemente sólo con que la madre, el padre o cualquier otra persona los acojan en su regazo y los dejen dormir en la cama de sus padres. Al cabo de poco tiempo habrán recibido todo cuanto necesitaban y querrán dormir solos, como lo habrían hecho antes si hubieran dormido con sus padres desde el momento de nacer.

En este momento de la historia, con las costumbres que tenemos, defender el hecho de dormir con nuestro bebé parece algo muy radical, así como llevarlo encima a todas partes o que alguien lo sostenga en todo momento mientras el niño duerme o está despierto. Pero a la luz del continuum y sus millones de años, sólo es nuestra diminuta historia la que parece radical al haberse alejado de las normas de la experiencia humana y prehumana establecidas hace mucho tiempo.

Hay mujeres y hombres que temen aplastar a su bebé mientras duermen o asfixiarlo bajo las sábanas. Pero una persona dormida no está muerta ni en coma a no ser que esté ebria, drogada o muy enferma. Mientras uno duerme es consciente constantemente.

Recuerdo las primeras noches en las que compartí mi cama con una lanosa cría de mona que apenas pesaba un kilo. La primera noche me desperté una docena de veces temiendo aplastarla. La segunda fue casi tan mala como la primera, pero al cabo de algunos días ya había aprendido que mientras yo dormía era consciente de la posición de la mónita, y lo hacía teniéndola en cuenta, como cualquier otro animal grande que duerme con otro de menor tamaño. La posibilidad de que un bebé se asfixie bajo las sábanas de la cama de sus padres me parece mucho más remota, ya que estos son conscientes de él, que la posibilidad de asfixiarse en su propia cama mientras duerme solo.

También existe la preocupación de que el niño esté presente mientras sus padres hacen el amor. Entre los yecuanas, su presencia es algo normal, al igual que debió de haberlo sido durante los cientos de milenios anteriores a nosotros. Puede ser incluso que al no estar presente no pueda forjar un importante vínculo psicobiológico con sus padres, con lo cual le quedará una sensación de desearlo que se convierte más tarde en un complejo de Edipo o Electra, un deseo reprimido y lleno de culpabilidad de hacer el amor con el padre del sexo opuesto, cuando en realidad lo que deseaba en un origen era el papel pasivo de un bebé, papel que se transformó en el distinto deseo de mantener una participación activa cuando cambió la cualidad de su sexualidad y dejó de recordar o imaginar la participación pasiva. Las investigaciones pueden demostrar que esta poderosa fuente de molesta y antisocial culpabilidad puede evitarse.

Una opinión muy generalizada es que prestar demasiada atención a un bebé o a un niño impedirá que se vuelvan independientes, y que llevarlos encima todo el tiempo debilitará su independencia. Ya hemos visto que la independencia en sí misma procede de haber vivido totalmente la etapa de estar en brazos, pero es una experiencia en la que el bebé está siempre presente pero en la que raras veces es el centro de atención. Se limita a estar ahí, en medio de la vida de sus cuidadores, experimentando cosas constantemente y siendo sostenido de manera segura. Cuando abandona las rodillas de su madre para arrastrarse, gatear y caminar por el mundo que está más allá del cuerpo materno lo hace sin interferencias. El papel de la madre es entonces estar disponible cuando él la busca o la llama. No es asunto suyo dirigir las actividades de su hijo ni protegerle de los peligros de los que él sería totalmente capaz de protegerse si se le diera la oportunidad. Esta es quizás la parte más difícil de cambiar al modo de actuar del continuum. Cada madre deberá confiar tanto como pueda en la capacidad de conservación de su bebé. Algunas lograrán dejar que su hijo juegue libremente con cuchillos afilados, con fuego o a la orilla del agua como hacen los yecuanas sin la menor vacilación al conocer el gran talento de los bebés para protegerse; pero cuanto menos se responsabilice una madre del mundo civilizado de la seguridad de su bebé, más pronto su hijo podrá volverse independiente y mejor lo hará. El niño sabrá cuándo necesita ayuda o consuelo. Él ha de ser el iniciador. Nunca se le debe impedir que esté con su madre, pero ella debe guiarlo lo menos posible.

El niño sobreprotegido y debilitado es aquel cuya iniciativa ha sido constantemente arrebatada por una madre demasiado ansiosa. No es aquel niño que fue sostenido en brazos durante los primeros e importantes meses cuando lo necesitaba.

Por supuesto, no resultará fácil trasladar las lecciones aprendidas de los yecuanas sobre el continuum a las distintas situaciones del mundo civilizado. Creo que el paso más útil que podemos dar es intentar mantenernos lo más cerca posible del continuum. Una vez el deseo de hacerlo está ahí, para descubrir cómo lograrlo en gran parte sólo hemos de usar el sentido común.

Una vez que una madre comprenda que si lleva encima a su bebé durante los primeros seis u ocho meses de vida estará asegurando la independencia del pequeño y creando la base para que sea sociable, poco exigente y positivamente servicial durante los quince o veinte años siguientes en los que vivirá con sus padres, lo hará aunque se diga por su propio interés que es mejor evitarse la molestia de llevarlo encima mientras hace las tareas domésticas o va a comprar.

Creo que la gran mayoría de padres quieren realmente a sus hijos y que sólo les privan de unas experiencias tan esenciales para su felicidad porque no tienen ni idea de que están haciéndoles sufrir. Si comprendieran la tortura que supone para un bebé llorar en la cuna sin que nadie le haga caso, el terrible deseo de contacto que siente y las consecuencias del sufrimiento que le produce y los efectos que tendrá esta carencia sobre el desarrollo de la personalidad del niño y sobre el potencial para llevar una vida satisfactoria, no me cabe la menor duda de que harían todo lo posible por evitar dejarlo solo por un minuto.

Creo que cuando una madre empiece a servir al continuum de su bebé —y por tanto al suyo como madre— su instinto confundido por la cultura se reafirmará y conectará de nuevo con sus motivos naturales. No deseará dejar a su bebé. Cuando su hijo llore, la señal le irá directamente al corazón, que no estará confundido por ninguna escuela de pensamiento sobre el cuidado de los niños. Si ella sigue los pasos adecuados, estoy segura de que el antiguo instinto pronto se encargará de la situación, pues el continuum es una poderosa fuerza y nunca deja de intentar restablecerse. La sensación de bienestar que siente la madre cuando se comporta según la naturaleza restablecerá el continuum en ella de una forma muchísimo mejor que cualquier otra cosa que este libro pueda haberle transmitido como una teoría[9].

La diferencia entre nuestro estilo de vida y el de los yecuanas es irrelevante para los principios de la naturaleza humana que estamos considerando.

Muchas madres no pueden ir a trabajar con sus hijos, pero esos trabajos suelen ser opcionales. Las madres podrían, si se dieran cuenta de lo necesaria que es su presencia durante el primer año de vida del bebé, dejar el trabajo para evitar crear unas carencias que dañarían al bebé para el resto de su vida y que además serían una carga para ella durante años. Hay madres que necesitan trabajar. Pero no dejan a sus hijos solos en casa: pagan a alguien para que los cuide, los dejan con la abuela o hacen otro arreglo para que el niño esté acompañado. Sea cual sea el caso, se puede pedir a la cuidadora que lleve en brazos al bebé. A las canguros que cuidan al niño alguna noche se les puede pedir que cuiden al bebé en vez de a la televisión. Mientras miran la televisión o hacen sus deberes, pueden sostener al pequeño en el regazo. El ruido y la luz no lo perturbarán ni lo lastimarán, pero estar solo sí lo hará.

Llevar al bebé pegado al cuerpo mientras se realizan las tareas domésticas es cuestión de práctica. Una pañoleta que pase sobre un hombro y sostenga al bebé en la cadera opuesta servirá. Quitar el polvo y pasar la aspiradora también puede hacerse en gran medida con una sola mano. Hacer la cama resultará un poco más difícil, pero una madre ingeniosa encontrará el modo de hacerlo. Al cocinar, cuando la comida pueda salpicar, es cuestión de colocarse entre el fogón y el bebé para que el niño esté a salvo. El problema de hacer la compra se resuelve adquiriendo una bolsa con una buena capacidad y no comprando más de lo que se pueda llevar de una vez. Mientras haya tantos cochecitos en el mundo, no sería mala idea poner las compras en él y llevar al bebé en brazos. Las mochilas portabebés que permiten al adulto tener las manos libres, llevando al bebé en la parte frontal del cuerpo, eliminan gran parte de las experiencias importantes, ya que el pequeño sólo se tensará incómodamente al intentar ver lo que sucede a sus espaldas y la libertad de movimientos de la madre también se verá limitada innecesariamente después de las primeras semanas. En la mayoría de los casos, el mejor lugar para llevar a un bebé es sobre la cadera.

Sería de gran ayuda no considerar el cuidado del bebé como un trabajo. Hemos de aprender a verlo como si no exigiese hacer nada. Trabajar, hacer la compra, cocinar, limpiar, pasear y conversar con las amigas son cosas que hay que hacer, necesitamos disponer de un tiempo para ello, considerarlo como actividades. El bebé —junto con otros niños— simplemente está presente en estas actividades de una forma natural; no se necesita reservar un tiempo especial para él, aparte de los minutos dedicados a cambiarle los pañales. Su baño puede formar parte del de la madre. El hecho de darle el pecho no tiene que detener las otras actividades. Sólo es cuestión de cambiar nuestros hábitos mentales de estar centrados en el bebé en otros hábitos más adecuados para un ser capaz e inteligente cuya naturaleza es disfrutar del trabajo y la compañía de los adultos.

En nuestro actual estilo de vida se dan innumerables obstáculos para el continuum humano. No sólo tenemos costumbres anticontinuum, como separar a los bebés de las madres cuando nacen en el hospital, usar cochechitos, cunas y parques y no esperar que una madre que acaba de tener un hijo lleve a su bebé a una reunión social, sino que como nuestras viviendas están aisladas las unas de las otras, las madres no pueden disfrutar de la compañía de gente de su edad y se aburren, y los niños tampoco pueden ir a ver libremente a niños de su edad o mayores salvo en algunas guarderías y escuelas. Incluso en estos lugares en general sólo pueden relacionarse con niños de su edad, y los profesores, con demasiada frecuencia, enseñan a sus alumnos lo que deben hacer en vez de dejar que los niños sigan de manera natural su ejemplo.

Todavía hay parques en los que los padres y los niños pueden encontrarse al margen de la edad que cada uno tenga. Pero tanto los padres como los hijos tienen unos obstáculos impuestos, como mínimo, por el pasado, por la forma en que los padres fueron criados y por las antiguas ideas acerca del cuidado de los niños que forman parte de nuestra cultura. Surgirá el miedo habitual a no seguir las costumbres actuales, ya que el mismo continuum hace que tendamos a aceptar cualquier cosa que nuestra sociedad haga.

Un niño no podrá ir con su padre a la oficina y, a no ser que sea granjero o algo así, su hijo seguirá el ejemplo de otra persona.

Los individuos cuyo trabajo sea asumir el papel de ser un ejemplo para los demás, que demostrarán las habilidades de nuestra sociedad, serán las personas a las que los niños podrán seguir. Si estos educadores basan la relación que mantienen con los niños en estar disponibles para observar, seguir y ayudar, los niños podrán utilizar sus propios medios eficaces y naturales de educarse a sí mismos al hacer uso de las personas, las cosas y los acontecimientos de su mundo para imitar, observar y poner algo en práctica, movidos por su naturaleza sociable e imitativa. Es de esperar que los niños de más edad muestren a los pequeños la forma de hacer las cosas. Para ellos es algo natural y crea mucha menos tensión en cada uno de los implicados. Para los niños que enseñan también supone una práctica excelente que los más pequeños los usen de este modo. No puede haber un medio más eficaz de educar.

En nuestro estilo de vida, otro obstáculo para el continuum es la idea de que nuestros hijos nos pertenecen y que, por tanto, tenemos el derecho de tratarlos como nos plazca, salvo pegarles o matarlos. No tienen ningún derecho legal que les proteja de ser torturados por unas madres que los dejan llorar solos sin tener en cuenta su sufrimiento. El hecho de ser humanos y capaces de sufrir no les da ningún derecho legal como el que tienen los adultos que son objeto de la crueldad de otros adultos. El hecho de que el sufrimiento padecido en la primera infancia perjudique también su capacidad de disfrutar el resto de su vida, lo cual demuestra que se les hace un daño enorme, no mejora su posición legal.

Los bebés no pueden expresar sus quejas ni dirigirse a una autoridad y protestar. Ni siquiera pueden asociar la tortura sufrida con su causa, simplemente son felices de ver a su madre cuando por fin llega.

En nuestra sociedad, los derechos no se conceden por ser objeto de un daño sino por quejarse de él. Los animales tienen los derechos más básicos, y además en pocos países. Y los indígenas primitivos que no tienen ningún medio con el que quejarse sólo reciben algunos de los pocos derechos que sus conquistadores se otorgan entre sí.

La costumbre ha dejado el trato de los bebés en manos del criterio materno. Pero ¿debería cada madre ser libre de desatender a su hijo, de darle un bofetón por llorar, de alimentarle cuando ella quiere y no cuando él quiere, de dejarle sufrir solo en una habitación durante horas, días y meses cuando la propia naturaleza del pequeño es estar en medio de la vida?

Las sociedades para la prevención de la crueldad infligida a los bebés y los niños sólo se preocupan por el peor tipo de maltratos. Se debe ayudar a nuestra sociedad a ver la gravedad del crimen perpretado contra los bebés que hoy día se considera un trato normal.

Incluso en una cultura como la nuestra, que se ha desarrollado sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de sus miembros, si se comprende el continuum humano, habrá cabida para mejorar las oportunidades y reducir los errores.

Sin desear cambiar la sociedad en absoluto, podemos comportarnos correctamente con nuestros bebés y darles una sólida base personal con la que puedan afrontar cualquier situación. En lugar de privarles de experiencias dejándoles sólo una mano libre para afrontar el mundo exterior mientras la otra está ocupada resolviendo los conflictos internos, podemos hacer que nuestros hijos se mantengan sobre sus propios pies con las dos manos libres y preparadas para afrontar los retos del mundo exterior.

Una vez que reconozcamos plenamente las consecuencias del trato que damos a los bebés, a los niños, unos a otros y a nosotros mismos, y aprendamos a respetar el verdadero carácter de nuestra especie, podremos descubrir con mucha más profundidad nuestro potencial para la dicha.