Enfermedad

—Trude, ven corriendo; se ha caído al suelo.

Me levantaron y me metieron otra vez en la cama. Sentí una mano sobre la frente.

—Ya le ha bajado la fiebre.

Abrí los ojos. La luz era tan intensa que volví a cerrarlos rápidamente. Eva y Trude pronunciaron mi nombre. Intenté abrir otra vez los ojos. Quise cubrírmelos con la mano para protegerlos del resplandor, pero no logré moverme. Intenté preguntarles por qué había tanta luz y por qué no me habían despertado antes, pero tampoco fui capaz de eso.

—Está diciendo algo. ¿Le entiendes?

Otra vez pronunciaron mi nombre en voz alta. Asentí con la cabeza.

—Lo ha entendido. ¡Oh, Trude, lo ha entendido! Gracias a Dios, lo peor ha pasado.

Desperté. Vi a Trude sentada a mi lado, en una silla. Eva se encontraba de pie junto a la cama, mirándome. Fuera estaba casi oscuro. Dentro había una vela encendida.

—¡Cuánto has dormido!

Sonrieron. Les dije que no había dormido muy bien.

—Eso fue porque tenías mucha fiebre.

Me contaron que había chillado, que había tirado las mantas al suelo, que había dado puntapiés como un loco y que me había caído de la cama. También me habían aplicado muchos paños de agua fría en la frente, y me había visitado el médico.

—¿Te acuerdas de todo eso?

Contesté que recordaba que me habían metido en la cama, que la luz era muy fuerte y que había estado soñando.

Quisieron saber qué había soñado. Respondí que era algo con nieve y fuego, pero que no recordaba nada más.

Pregunté si podía levantarme o si todavía era demasiado pronto, y por qué ellas ya estaban vestidas. Dijeron que no era por la mañana sino de noche, y que debía permanecer en la cama hasta que me hubiese curado.

Repliqué que no estaba enfermo, que sólo había tenido un mal sueño.

Trude me informó de que el médico no tardaría en regresar y que si encontraba que estaba enfermo y tenía fiebre me diría que continuase en la cama. Pregunté cómo era posible que fuese de noche, si cuando me había acostado también lo era.

—Hace cinco días que estás enfermo y has tenido una fiebre terrible —me explicó Trude.

Miré a Eva y dije que eso no era posible, puesto que me había acostado de noche, y que si realmente hubiera estado cinco días en la cama lo sabría muy bien. Eva se mostró de acuerdo con Trude y añadió que habían temido que muriese, pero que ya había pasado todo.

—Ahora debes comer mucho y procurar recuperar las fuerzas muy pronto.

Noté que, en efecto, tenía fiebre, pero no acababa de creerme que hubiese pasado cinco días en cama. Había un agujero oscuro en el tiempo.