EPÍLOGO

Considero que la escalada en roca es el mejor y más saludable deporte de todo el mundo. Es mucho más sano que la mayoría; mira el baloncesto, en el que diez mil personas sientan el culo para ver a un puñado de jugadores.

JOHN SALATHÉ, 1974

Durante el cuarto de siglo que ha transcurrido desde que Harding y Caldwell llegaron a la cumbre de El Cap, la gente se ha infiltrado en el Valle en proporciones nunca imaginadas por John Muir. Los visitantes del parque superaron los cuatro millones en 1993, el doble de los que acudían anualmente a finales de la edad dorada. De todos modos, se podría argumentar que en la actualidad el suelo del Valle está prácticamente igual a como era en 1970. Los problemas de aparcamiento, la masificación de restaurantes y museos, los caminos y campings pisoteados; todo sigue prácticamente igual que antes: el Valle llegó a un punto de saturación hace años. Quizá el cambio más evidente respecto a los viejos tiempos concierne a la afluencia de los días de diario. Antes estábamos deseando que llegara el domingo por la tarde, cuando se asentaba el polvo de los excursionistas que se habían marchado y «nuestro» aposento de la Sala volvía a vaciarse. Puede ser que también hoy los domingos por la tarde haya menos gente, sí, pero ahora pocos significa «muchos» de antes. Las multitudes siempre están presentes.

Del mismo modo, ya no se puede conducir hasta la parte superior del Valle un domingo por la tarde esperando que estén disponibles las plazas privadas para acampar. Te puedes considerar afortunado si los guardas te permiten compartir una plaza en el Sunnyside con otros cinco escaladores, y lo que sí que se ha perdido para siempre, es la actitud informal de la acampada del pasado. Ahora, cada mes hay cientos de escaladores ocupando el Sunnyside (excepto en el invierno), lo que en realidad también tiene alguna ventaja: siempre encuentras un compañero para escalar y puedes conocer a gente interesante de todo el mundo. A pesar de esto, la soledad, el sentimiento de estar haciendo algo único, la emoción intensa, los aspectos «sagrados» de la escalada… todo eso se ha acabado. Si los escaladores más viejos nos ponemos pesados con este tema, entonces recordadnos que cada generación puede disfrutar, y disfrutará, de su propia edad especial.

Los escaladores han invadido el Valle en la misma cantidad desorbitada que los turistas, y las rutas se han multiplicado; sólo en El Cap ya hay sesenta. Por suerte, la mayoría de los escaladores han evitado las expansiones a favor de toda una amalgama de trucos que han sido posibles gracias a la aparición de nuevas técnicas y material. Estos nuevos escaladores habilidosos han alcanzado éxitos increíbles. En 1971 apareció una generación completamente nueva que sumó sus fuerzas a las de Jim Bridwell y Kim Schmitz, casi los únicos habituales del Campo 4 que permanecieron activos en el Valle durante los setenta. Esta generación, en la que se incluyen los Stonemasters, un grupo de jóvenes fuertes y valientes del Sur, hizo que los escaladores de la edad dorada se sintieran orgullosos. Entre los que dominaron el Valle en 1970 se encuentran los nombres de John Bachar, Henry Barber, Werner Braun, Hugh Burton, Mark Chapman, Jim Donini, Jim Dunn, Peter Haan, Ray Jardine, Ron Kauk, Mark Klemens, John Long, George Meyers, Charlie Porter, Bill Price, Tobin Sorenson, Steve Sutton, Billy Westbay, Kevin Worral y Steve Wunsch. Algunas de sus espléndidas actividades superan la imaginación; aquí sólo mencionaré algunas. La Steck-Salathé del Sentinel fue escalada en solitario en dos horas y media, la mayor parte del recorrido sin cuerda, en 1973, por Barber. En una escala de tiempo diferente, la Salathé Wall fue realizada en solitario en seis días, en 1971, por Haans, un especialista en vías cortas que nunca había hecho un big wall. Era inevitable que se realizase una apertura en El Cap en solitario, y Dunn lo hizo en 1972, con su ruta Cosmos, que recorre el liso mar de granito, justo a la derecha de la Dihedral Wall. El primer ascenso totalmente femenino de El Cap fue logrado en 1973, cuando Sibylle Hechtel, hija de Richard Hechtel, escaló la Triple Direct (una combinación de tres rutas: la Salathé, la Muir y la Nose) con Bev Johnson.

La Nose fue escalada en un día, mayormente en libre, en 1975, por Bridwell, Westbay y Long. La cara este del Column fue ascendida totalmente en libre ese mismo año, y rebautizada Astroman, por Long, Kauk y Bachar, un logro que todavía me cuesta comprender, teniendo en cuenta la gran cantidad de pasos de artificial que Pratt, Beck y yo tuvimos que hacer cuando recorrimos la ruta ocho años antes. El primer ascenso totalmente libre de una vía grande de El Cap se produjo en 1979, cuando Jardine y Price hicieron la pared oeste sin artificial.

A finales de los setenta y principios de los ochenta, apareció una pieza de material tan magnífica que la escalada se hizo «más fácil», lo que quiere decir que los de los viejos tiempos, acudiendo a las paredes tan a menudo como los pioneros en los años treinta (es decir, con bastante poca frecuencia) podíamos hacer 5.10 sin problemas. Estas innovaciones, principalmente los inventos de levas de Jardine, conocidos como friends (1978), y el calzado con una suela de goma adherente (1981), abrió todo un abanico de posibilidades en las paredes del Valle. Los escaladores altamente cualificados, usando el material nuevo, consiguieron hacer rutas de 5.12, 5.13 y, finalmente, 5.14.

Hacia finales de los ochenta y principios de los noventa, los ascensos en libre de rutas importantes se convirtieron en algo habitual, así como los ascensos de un día a El Cap. El escalador canadiense Peter Croft se hizo famoso por sus arriesgadas, aunque controladas, escaladas en solitario; a veces subía la Steck-Salathé antes del desayuno, con el fin de calentar para una escalada difícil que haría después. Los «encadenamientos» también se hicieron populares: en 1986, Croft y Bachar ascendieron la Nose y la cara noroeste del Half Dome ¡en un solo día! Escalando con un estilo impecable, sin buscar la publicidad, ignorando la escalada de competición, perfectamente capaz de destrepar una ruta cuando no se sentía a tono, Croft se convirtió en el héroe para la vieja guardia del Campo 4, un verdadero «portador de la llama». Necesitamos más escaladores como Croft.

La Salathé Wall fue escalada en libre por Todd Skinner y Paul Piana en 1988, un resultado de 5.13b que requirió muchas semanas y decenas de caídas. Para entonces, los veteranos del Campo 4 ya sabíamos que la Nose no tardaría en hacerse en libre, pero nunca imaginamos que la primera en conseguirlo sería una mujer. En 1993 la excelente escaladora Lynn Hill logró recorrer la vía sin nada de artificial, liberando largos tan espantosos como el Great Roof y el desplome final, en el que Harding había trabajado aquella solitaria noche de noviembre, treinta y cinco años antes. Sólo he mencionado por encima los admirables frutos del último cuarto de siglo: harían falta varios libros escritos por y sobre las generaciones que siguieron a la edad dorada.

¿En dónde están las estrellas de ayer? Muchos de los pioneros de 1930 y 1940, mencionados en este libro, ya no están con nosotros. Pero Dave Brower, el conservador americano con más influencia de la segunda mitad del siglo, permanece activo en su trabajo, así como su jefe y compañero de escalada del Valle, el emérito profesor Morgan Harris, quien con setenta y ocho años va diariamente a su oficina de la Universidad de Berkeley para continuar su investigación sobre los genes. Jules Eichorn, ese espléndido escalador, conocido por su escalada a la Higher Spire; vive en la ciudad de Redwood, California. Sus compañeros de esa lejana aventura, Dick Leonard y Bestor Robinson, murieron ambos hace unos años. Marjory Farquhar, todavía alegre a sus noventa años, vive en San Francisco. Ax Nelson, enfermo de párkinson, vive en Berkeley.

La mayoría de los del grupo de los cincuenta y los sesenta todavía están vivos, y siguen escalando, o escribiendo sobre escalada, o al menos pensando en escalada. Pero hay algunos que ya no están con nosotros; ya se han mencionado las muertes de Sheridan Anderson, Jim Baldwin, Penny Carr, Don Goodrich, Jim Madsen, Frank Sacherer y John Salathé. Don Wilson falleció en un descenso de un río de Idaho; Willi Unsoeld fue enterrado por un alud en el Mount Rainier, en 1979. Bill Dolt Feuerer fabricó material de alta calidad durante la mayor parte de los años sesenta, pero era un hombre atormentado, desanimado por su vida amorosa y sus negocios. Se ahorcó en la Navidad de 1971. Leigh Ortenburger murió en el espantoso incendio de Oakland Hills, el 20 de octubre de 1991, mientras estaba visitando a su antiguo amigo, Al Baxter, quien, aunque gravemente quemado, sobrevivió. Bev Johnson murió en un accidente de helicóptero, en abril de 1994.

Al menos cuatro escaladores se hicieron profesores. Mark Powell enseña geografía en el sur de California. George Sessions, que enseña filosofía en una universidad cerca de Sacramento, es un pionero convencido del ecologismo. Wally Reed enseñó botánica y Joe Fitschen, inglés; ambos están ya retirados.

Galen Rowell dejó su negocio de reparación de coches a principios de los sesenta y se convirtió en un famoso fotógrafo, especializado en imágenes al aire libre. Aunque escribió a principios de 1973 que era «muy poco probable que las paredes más grandes (El Cap y la pared del Half Dome) se puedan hacer alguna vez sin clavos», él mismo, junto a Doug Robinson y Dennis Hennek, realizó la primera ascensión sólo con empotradores del Half Dome, en agosto de ese mismo año. Esta escalada sentenció el destino de los clavos para siempre.

Jeff Foott y Ed Cooper también desarrollaron unas carreras destacadas en el mundo de la fotografía. Foott se especializó en películas de la naturaleza y vive en Wyoming; Cooper es famoso por sus nítidas imágenes del Oeste americano.

Muchos del viejo grupo del Campo 4 (como Glen Denny, Chris Fredericks, Tom Gerughty, Tom Higgins, Al Macdonald, John Morton, Krehe Ritter, Jim Sims y Les Wilson) acabaron en Bay Area de San Francisco, donde ocupan puestos diversos.

Otros viven en algún otro sitio, pero permanecen cerca de las paredes. Bob Kamps, a punto de entrar en la Seguridad Social, vive en Los Ángeles y escala 5.11 sin problemas. TM Herbert escala casi igual de bien y todavía entretiene a sus compañeros con su mismo don; vive en el lado este de la sierra, así como Don Lauria. Eric Beck, ahora un maratoniano de cincuenta y un años, se asentó en San Diego como programador brillante; Dave Cook es administrador de universidad en Chico, California; y Kim Schmitz hizo de Wyoming su hogar. Wayne Merry dirige un servicio de guías en la remota esquina noroeste de la Columbia Británica. Elaine Matthews volvió a su tierra de origen, los Shawangunks, donde dirige un gimnasio de escalada, y escala desplomes de 5.11 en su tiempo libre. Joe Kelsey trabaja de guía en Wyoming en el verano, y en la zona de San Francisco en invierno como programador de ordenadores. Ha escrito dos guías de escalada del Wind River Range de Wyoming. Bob Swift vive en Arizona; Frank Tarver y Scott Davis, en Seattle. Chuck Kroger se estableció en Telluride; Dennis Hennek, en Hawai; y John Evans, en Evergreen, Colorado. Como se puede ver, pocos de los escaladores del Campo 4 dejaron el Oeste.

En 1971 Royal Robbins acometió su última gran «primera» del Valle: guió a Johanna Marte y a su marido Egon, por la Nose. Marte se convirtió así en la primera mujer que escaló El Cap, un buen logro, si bien algo empañado por el hecho de que ella era una cliente que sólo escalaba de segunda. Pocos años después Robbins pasó cuatro días solo, intentando una apertura a la derecha de la NA Wall, pero tuvo que retirarse; no se sintió a tono. Continuó viviendo en Modesto con su mujer Liz, pero dejó la tienda de pintura hacia 1970 y creó un negocio exitoso de ropa de montaña. Más tarde hizo kayak en aguas bravas, protagonizando los primeros descensos de muchos ríos salvajes de la zona oeste. Su compañero en algunas de estas aventuras era Yvon Chouinard.

Chouinard y Tom Frost fabricaron juntos el mejor material de montaña durante una década; Frost se retiró en 1975 y ahora vive en Boulder, Colorado, donde dirige un negocio de material fotográfico. Chouinard todavía continúa con el negocio original, ahora relacionado sobre todo con la línea de mercancías Patagonia, pero viaja constantemente, escala a menudo y piensa en retirarse.

Layton Kor se hizo testigo de Jehová después de la muerte de John Harlin y desapareció del mundo de la escalada durante dos décadas. Hace poco volvió a las rocas, con mucha menos intensidad; actualmente vive en Guam.

Chuck Pratt trabaja de guía en los Tetons durante el verano y se pasa los inviernos tumbado indolentemente en una playa de Tailandia; a todos nos gustaría que hubiera escrito más.

Warren Harding todavía adora su jarra de vino tinto; ahora trabaja en una «telenovela de escalada», la cual parece que lanzará al estrellato a algunos personajes famosos. Da conferencias de vez en cuando y todavía desvaría sobre los cristianos del Valle. Con setenta años, vive en el norte de California.

Allen Steck, retirado desde hace mucho de la Ski Hut y de Mountain Travel, que ayudó a fundar, escala cuando puede y con mucha más pericia que antes, aunque con sesenta y ocho años ya no disfruta de los vivacs ni de las aproximaciones largas. Ahora trabaja en su autobiografía, ya ha llegado a 1942.

Yo me retiré de la escalada de big wall en 1972 y empecé a explorar zonas remotas del Oeste americano; Yosemite no es el único lugar hermoso. Más tarde me dediqué a volar, y pasé el mismo miedo y tuve aventuras igual de estimulantes que colgado en El Cap. Aunque todavía escalo vías cortas de vez en cuando, he descubierto que escribir sobre escalada me da casi tanto placer. Casi tanto.