Tras un breve «interregno» después de la muerte de Mao en el que su sucesor, Hua Guofeng, trató de continuar con las políticas maoístas (Gardner, 1982; Hsu, 1990), en 1978 un cambio de dirección encabezado por Deng Xiaoping y sus aliados dio inicio a un largo y tortuoso proceso de desmantelamiento de la herencia maoísta que aspiraba a elevar el nivel de vida, potenciar la credibilidad del partido y crear una economía vigorosa y modernizada (Lieberthal, 1995: 124-127). Aunque, hasta cierto punto, algunos de los cambios o bien recordaban a las iniciativas de principios de la década de 1960 (por ejemplo, en el ámbito de la agricultura), o bien representaban la consolidación de tendencias ya iniciadas durante los últimos años de Mao (por ejemplo, en el ámbito de la política exterior), las reformas orientadas al mercado, la política de «puertas abiertas» destinada a alentar las inversiones extranjeras y establecer vínculos más estrechos con el mundo capitalista, y el relajamiento del control estatal de la cultura, la sociedad y la economía, constituyeron una transformación lo suficientemente drástica como para que un observador, a finales de la década de 1980, describiera el período pos-maoísta como una «segunda revolución» (Harding, 1987) —una expresión que el propio Deng Xiaoping utilizaría en 1985—, y para que en 1994, tres años antes de la muerte de Deng, otro observador concluyera que el legado maoísta había sido completamente «enterrado» (Baum, 1994).
Esos cambios vinieron acompañados por el rechazo de otras contraseñas maoístas relativas a la enseñanza, a la naturaleza del ELP y a la política demográfica. Asimismo, durante la década de 1980 la reforma política también formó parte de la agenda. El papel de Mao en la revolución china se reinterpretó de modo que se tuviera en cuenta lo que ahora se percibía como los «diez años malos» de la Revolución Cultural (1966-1976), lo que trajo como consecuencia una cierta «desmitificación» de su pensamiento. Al mismo tiempo, los reformistas del partido pidieron la aplicación de un «legalismo socialista», encareciendo al partido a realizar sus actividades «dentro de los límites permitidos por la constitución y las leyes del estado» (Tsou, 1986: 308). Se condenaron los cargos vitalicios para los líderes del partido, los privilegios especiales para los cuadros y la excesiva centralización del poder, mientras que el propio proceso político se vio ampliado por la revitalización o el restablecimiento de instituciones tales como el Congreso Nacional del Pueblo y la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino.
Los cambios de la década de 1980 se contemplaron de forma algo distinta por parte de los observadores occidentales contemporáneos. Así, un estudio —haciendo hincapié en el relajamiento del control estatal, la mayor flexibilidad ideológica y una cierta ampliación de la participación política— describía la China posterior a Mao como un «régimen autoritario consultivo» (Harding, 1987), mientras que otro aludía a una «restauración capitalista», en la que se revivían rasgos del orden económico y social anterior a 1949 (Chossudovsky, 1986). Los cambios acaecidos a partir de 1978 se situaron también en el contexto más amplio del siglo XX, subrayando los paralelismos con anteriores intentos de modernización económica, construcción nacional y reforma autoritaria que habían constituido un rasgo característico de todos los regímenes a partir de la última década de la dinastía Qing (Cohen, 1988).
El proceso de reforma, no obstante, situaba al PCC ante dos dilemas fundamentales dada su presuposición explícita de que la primacía del gobierno monopartidista no se cuestionaría nunca. En primer lugar, ¿cómo habría de actuar el partido para alentar la participación de grupos más amplios de personas, revigorizar unas instituciones políticas moribundas y diferenciar claramente el partido del gobierno sin poner en peligro el control global del primero?; y en segundo término, ¿cómo habría de relajar su control sobre la sociedad y la economía (con el fin de «liberar» las fuerzas productivas) sin incurrir en los peligros de un materialismo craso y el debilitamiento del espíritu colectivo, las desigualdades económicas regionales y locales, la corrupción burocrática, el resurgimiento de las costumbres y prácticas «feudales», y la potencial «infección» de las decadentes influencias occidentales? Las tensiones causadas por el proceso de reforma culminarían en los movimientos de protesta de estudiantes y trabajadores en 1989 (aunque unos y otros con diferentes objetivos) y su brutal represión por parte del partido y del ejército. La crisis de 1989, sin embargo, no interrumpió durante mucho tiempo el intento del partido de modernizar la economía a través de una reforma orientada al mercado cada vez más generalizada y de unos vínculos más estrechos con el mundo capitalista.
Durante un breve período a partir de 1976, Hua Guofeng, como sucesor «elegido» de Mao, disfrutó del honor de haber salvado al partido y al país de las maquinaciones de la Banda de los Cuatro, incluso hasta el punto —se insinuaría más adelante— de fomentar un «mini» culto a la personalidad en sí mismo. El heroico papel de Hua fue específicamente elogiado en una reunión del comité central celebrada en julio de 1977, en la que los integrantes de la Banda de los Cuatro fueron oficialmente expulsados del partido como «ultraderechistas» y «contrarrevolucionarios» (aunque, significativamente, en 1979, cuando se inició el proceso de crítica de la Revolución Cultural y de cuestionamiento del propio legado maoísta, se condenó a la Banda de los Cuatro por ultraizquierdista). Sin embargo, y de forma amenazadora para Hua, sin embargo, la reunión de 1977 del comité central que aprobó oficialmente la posición de Hua como sucesor de Mao, aprobó también el retorno de Deng Xiaoping, que se convertiría en miembro del Comité Permanente del Politburó, vicepresidente del partido, viceprimer ministro, y jefe del estado mayor del ELP. Dado que había sido una de las víctimas más destacadas de las purgas de la Revolución Cultural y que estaba decidido a efectuar un cambio de dirección fundamental, Deng Xiaoping estaba condenado a chocar con Hua, que seguía identificándose con el legado maoísta y que había alcanzado un papel prominente con la Revolución Cultural: en 1966 había sido secretario adjunto del partido en la provincia de Hunan, pero en 1973 era ministro de seguridad pública y miembro del Politburó (Harding, 1987: 50-51). Aunque Hua anunció oficialmente el final de la Revolución Cultural en 1977, siguió elogiando sus logros (por ejemplo, en los ámbitos de la enseñanza, la sanidad pública, y el arte y la literatura), e incluso declaró que en el futuro se podrían producir otros movimientos por el estilo (ibíd.: 54).
A principios de 1978, Hua anunció un ambicioso programa decenal de desarrollo industrial y agrario, redactado en términos maoístas que hacían hincapié en el papel del «espíritu revolucionario» como guía de la modernización (una interesante diferencia con la era maoísta era que el plan de Hua implicaba la utilización de inversiones extranjeras del mundo capitalista avanzado para financiar los proyectos de industria pesada) (White, 1993: 25-27; Baum, 1994: 54-56). Durante todo el año 1978 Deng Xiaoping y sus colaboradores socavaron la posición de Hua criticando implícitamente la obediencia ciega al pensamiento de Mao y utilizando, irónicamente, eslóganes tales como «la práctica es el único criterio de verdad» y «busca la verdad en los hechos», que se inspiraban en los propios textos de
Mao. Se ha reconocido oficialmente que el tercer pleno del undécimo * comité central del partido, celebrado en diciembre de 1978, marcó el paso decisivo hacia la revaluación del legado maoísta y sus políticas. En vísperas del propio pleno, el partido declaró que las protestas de Tiananmen de abril de 1976, que habían sido condenadas como «contrarrevolucionarias», eran de hecho «revolucionarias», juicio que ponía a Hua en una situación incómoda, ya que en aquella época él había estado a cargo de la seguridad y había sido el responsable de reprimir las protestas (Dittmer, 1991: 24). En el pleno, Hua se vio obligado a realizar una «autocrítica» por su servil adhesión a lo que se conocía como los «Dos Cualesquiera» (en 1977 un editorial oficial había declarado que «apoyamos firmemente cualquier decisión que tomara Mao, seguimos inquebrantablemente cualquier enseñanza de Mao», un principio que el propio Hua había enunciado en octubre de 1976), y algunos de los colaboradores de Deng fueron elegidos miembros del Politburó. También se declaró el final de la «lucha de clases» y se subrayó la prioridad de la «modernización socialista» (que incluía la adaptación al mercado además de al plan estatal).
Durante el transcurso del tercer pleno, el respaldo a la posición de Deng se manifestó bajo la forma del movimiento «Muro de la Democracia», cuando aparecieron en Pekín diversos carteles murales criticando los excesos de la Revolución Cultural y pidiendo la reforma del partido. También se publicaron en esa misma época varias revistas extraoficiales. Un antiguo activista de la Guardia Roja, Wei Jingsheng, incluso propuso que se instaurara la «democracia» como una «Quinta Modernización» (Nathan, 1985: 16-34). Para Deng, siempre temeroso del luán («desorden, caos») y de la ruptura del control centralizado del partido, que había presenciado personalmente durante la Revolución Cultural, tales ideas iban demasiado lejos, y el movimiento (que al principio es posible que fuera tolerado extraoficialmente por Deng y sus partidarios) fue abruptamente reprimido en marzo de 1979; varios activistas, incluido Wei Jingsheng, fueron arrestados, y las revistas extraoficiales se clausuraron. En octubre de 1979 Wei fue sentenciado a quince años de cárcel por filtrar información secreta a extranjeros y publicar declaraciones «contrarrevolucionarias». Al igual que ocurriera tras la campaña de las Cien Flores en 1957, el partido impuso límites a las potenciales críticas insistiendo en que a partir de ese momento cualquier opinión había de atenerse a los Cuatro Principios (apoyo a la vía socialista, dictadura democrática del pueblo, liderazgo del partido, y «marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Zedong»).
Entre 1978 y 1981, la posición de Hua Guofeng se hizo cada vez más vulnerable. En 1979 su ambicioso plan decenal quedó prácticamente descartado (en 1978 éste había generado un índice de inversión en la industria pesada equivalente al 37,5 % de la producción nacional, el mayor en toda la Historia de la República popular China con la excepción del período del Gran Salto Adelante), y se prestó más atención a la mejora del nivel de vida de las áreas rurales: así, por ejemplo, se incrementaron los precios que el estado pagaba a los campesinos por las compras de cereales, y se aumentaron los límites al tamaño de las parcelas privadas que podían cultivar las familias campesinas; anteriormente, en 1977, se había concedido un aumento salarial del 10 % a los trabajadores no agrícolas (el primer incremento salarial en toda una década). Asimismo, en 1978-1980 se dieron los primeros pasos para descolectivizar la agricultura e introducir la autonomía de gestión en las empresas públicas urbanas. El énfasis de Deng Xiaoping en «el mando de la economía» obtuvo la aprobación del quinto pleno del undécimo comité central del partido, celebrado en febrero de 1980, en el que dos de sus partidarios clave —Zhao Ziyang (n. 1919), antiguo secretario del partido en la provincia de Guangdong y a la sazón jefe del partido en la de Sichuan, y Hu Yaobang (1915-1989), que había sido comisario político a las órdenes de Deng durante la guerra civil— fueron elegidos miembros del Comité Permanente del Politburó. En agosto de 1980, y en sintonía con la propuesta de Deng de que se separaran claramente las funciones del partido y del gobierno, Hua había renunciado al cargo de primer ministro y era reemplazado por Zhao Ziyang (el propio Deng renunció al cargo de viceprimer ministro en esa misma época). En el transcurso del año 1980, asimismo, varias destacadas víctimas de la Revolución Cultural, como Liu Shaoqi, fueron rehabilitadas póstumamente. Sin embargo, y de forma significativa, las políticas de reforma económica de Deng no se extendieron a las libertades políticas. Así, las «Cuatro Libertades» (de hablar libremente, de expresar los propios puntos de vista, de escribir dazibao y de participar en grandes debates), así como el derecho de huelga, que en 1975 se habían introducido en la nueva constitución del estado (que reemplazaba a la de 1954), se eliminaron de la constitución revisada de 1982 (Meisner, 1999: 436-437).
Se ha descrito el período 1978-1980 como un período caracterizado por «la interrupción explícita y la crítica implícita de la Revolución Cultural» (Dittmer, 1991: 21), pero aún quedaba por afrontar la cuestión del propio papel de Mao en el movimiento. Cuando se sometió a juicio a la Banda de los Cuatro entre noviembre de 1980 y enero de 1981 (para mostrar la nueva era de «legalidad socialista»), bajo la acusación de procesar a millones de personas durante la Revolución Cultural, Jiang Qing desafió al tribunal especial de treinta y cinco jueces (integrado por representantes escogidos del partido, el gobierno y las instituciones militares), mostrándose impenitente e insistiendo en que ella y sus colaboradores sólo habían seguido las instrucciones de Mao. Los violentos intercambios de palabras entre Jiang y los jueces incluso fueron captados por la televisión, que mostró los aspectos más destacados del juicio. El tribunal impuso penas de muerte, suspendidas durante dos años, a Jiang Qing (quien más tarde moriría en la cárcel, en 1991, supuestamente por suicidio) y a Zhang Chunquiao, y largas condenas de prisión a los demás, pero incluso en el último momento Jiang se mostró desafiante, gritando consignas maoístas de la Revolución Cultured —como zaofan you daoli («rebelarse está justificado»)— mientras los guardias armados la sacaban a rastras de la sala (Terrill, 1999: 334-335).
La condena de la Revolución Cultural hecha pública mediante el juicio perjudicó aún más a Hua, pero el dilema planteado por las referencias de Jiang Qing a Mao seguía vigente. Este se resolvió finalmente en la sexta sesión plenaria del undécimo comité central, celebrada en junio de 1981. Fue en esa reunión en la que Deng logró hacer que su protegido, Hu Yaobang, sucediera a Hua como presidente del partido (Hua fue degradado a vicepresidente adjunto, y en 1982 había sido expulsado del Politburó). Asimismo, y de manera más significativa, la reunión adoptó la «Resolución sobre ciertas cuestiones de la historia de la República Popular», donde, aunque se reconocían los grandes logros de Mao como revolucionario y como líder del PCC, se señalaba que a partir de 1955 había cometido «errores» como resultado de haber perdido el contacto con las necesidades y deseos de las masas. Eso había llevado inevitablemente a los «diez años malos» de la Revolución Cultural y al fomento del culto a la personalidad. La resolución dejaba claro, no obstante, que las aportaciones de Mao superaban a sus errores, y que su pensamiento (definido ahora como la «cristalización del saber colectivo del partido») seguiría constituyendo la guía de acción del PCC. No podría haber sido de otro modo. En una época en la que predominaba un escepticismo generalizado respecto al partido e incluso se cuestionaba la viabilidad del propio socialismo, en lo que la prensa oficial calificaba de una «crisis de fe» (xinyang weiji), no se podía echar a Mao —tan estrechamente identificado con la revolución y con el PCC— por la borda. Esta «crisis de fe» afectaba especialmente a las personas cuya edad rondaba la treintena, muchas de las cuales habían sido activistas de la Guardia Roja, y que ahora sentían que habían sido cínicamente manipuladas y luego rechazadas por el partido; en realidad, entre 1966 y 1976 hasta 17 millones de jóvenes de las zonas urbanas habían sido enviados a las áreas rurales, y, en consecuencia, habían perdido la oportunidad de recibir una educación superior, convirtiéndose de hecho en una «generación perdida» (Meisner, 1999: 369). Deng y sus partidarios eran también profundamente conscientes de que algunos elementos del ELP seguían respaldando la Revolución Cultural, respaldo que existía también en provincias como Guangxi y Yunnan (Dittmer, 1991: 33-34).
No obstante, la Resolución de 1981 había rechazado varias consignas ideológicas maoístas, incluyendo las ideas de que la «lucha de clases» debía continuar tras el establecimiento de un estado socialista, de que debería surgir una «clase burocrática» en el seno del partido, y de que habrían de aparecer «contradicciones» entre el partido y el pueblo. Un historiador afirma que la Resolución representó el «principal punto de referencia» en el rechazo del concepto maoísta de «revolución permanente» (Dittmer, 1987: 259). La principal contradicción que se percibía ahora era la existente entre las fuerzas productivas «atrasadas» (es decir, el estado subdesarrollado de la economía) y el sistema socialista. En 1981 se consideraba que la RPC se hallaba en «el estado primario del socialismo»; en septiembre de 1986, el primer ministro Zhao Ziyang señalaba que dicha etapa duraría todavía mucho tiempo debido a la baja productividad del país y 2d subdesarrollo de la economía de producto: cualquier medida que potenciara las fuerzas productivas se consideraría beneficiosa para el sistema socialista (en diciembre de 1984, el periódico oficial del PCC Renmin Ribao —«Diario del Pueblo»— afirmaba que «no podemos esperar que los escritos de Marx y Lenin de aquella época nos proporcionen las soluciones a nuestros problemas»). En 1988, una enmienda a la constitución declaraba específicamente que el estado permitía que existiera y se desarrollara la economía privada dentro de los límites de la ley.
Asimismo, a partir de 1981 se dio el espaldarazo oficial a la «desmitificación» de Mao, que se había iniciado ya a finales de la década de 1970. Las copias del Pequeño libro rojo habían ido desapareciendo poco a poco desde 1978, al tiempo que se abandonaba el uso de citas de Mao en las portadas de los periódicos. A principios de la década de 1980 se eliminaron la mayoría de los retratos de Mao de los lugares públicos (aunque no el que adornaba la Puerta de Tiananmen, en la entrada a la Ciudad Prohibida). A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, sin embargo, se había apoderado de la población una especie de nostalgia de Mao —conocida como «fiebre de Mao» (Mao re)—, en parte como respuesta al creciente desencanto frente a la cada vez mayor corrupción oficial que habían engendrado las políticas de reforma económica de Deng (Barmé, 1996a: 4). El culto a la personalidad de Mao se condenó de manera rotunda en 1981, y, significativamente, el propio Deng Xiaoping (a pesar de que se le calificaba de «líder supremo de China») nunca ocupó los cargos superiores de presidente del partido o de primer ministro del estado. De forma bastante parecida a la emperatriz viuda Cixi a finales del siglo XIX, Deng ejerció su influencia «entre bastidores». Ello no impidió, sin embargo, que se publicaran y se citaran ampliamente las Obras selectas de Deng, y que en 1983 su pensamiento se proclamara la ideología guía para «construir un socialismo con características chinas».
Fue en el ámbito de la agricultura donde las políticas de reforma tuvieron su impacto más significativo. En 1978 se iniciaron experimentos con un sistema de «responsabilidad familiar», en los que la familia campesina individual —en lugar del equipo de producción— se convirtió en la unidad de producción, y en 1983 la mayoría de los hogares campesinos se habían encuadrado en dicho sistema (Meisner, 1999: 460-462). Las familias podían ahora firmar contratos con el equipo de producción, así como tomar tierras de éste en arriendo; todas las decisiones relacionadas con la inversión y la producción se tomaban en la unidad familiar, y, tras cumplir con sus obligaciones para con el estado, ésta podía disponer de sus cosechas en un dilatado mercado libre rural (White, 1993: 100-101). Mientras que en la era maoísta se había obligado a los campesinos a concentrarse en la producción de cereales, ahora se permitían pautas de cultivo más diversas. En 1979-1980 se congelaron las cuotas estatales para permitir a los campesinos vender una parte mayor de la producción que superaba su cuota de producción anual a precios superiores: en 1986, el 18 % de todos los productos agrícolas comercializados eran vendidos directamente por los campesinos en mercados libres (Harding, 1987: 130). En 1985, las compras estatales obligatorias de algodón y cereales se habían reemplazado por un sistema de contratos de adquisición más voluntarios. Por otra parte, en 1984 nuevas regulaciones permitían que las tierras se contrataran por un período de hasta quince años (además de permitir la contratación de trabajadores ajenos a la familia), plazo que se ampliaría a cincuenta años en 1987; por entonces, dichas tierras contratadas también se podían transmitir (es decir, más o menos dejar en «herencia») a otros miembros de la familia en lugar de devolverlas al equipo de producción. Las reformas aprobaron también la formación de «familias especializadas» en el campo, que participaban exclusivamente en la industria y el comercio rurales privados, o que proporcionaban servicios rurales (podían «arrendar» sus tierras contratadas a otras familias campesinas). A finales de 1983 había 25 millones de tales familias «especializadas» (Gittings, 1989: 139).
Estas reformas tuvieron como resultado un aumento generalizado de la renta en las zonas rurales a principios de la década de 1980, aunque inevitablemente surgieron desigualdades debido a la enorme variedad de condiciones y de climas entre unas regiones o lugares y otros (ibíd.: 143). También llevaron prácticamente al desmantelamiento de la comuna y al consiguiente declive de los servicios de bienestar colectivos (Davis, 1989); incluso la maquinaria agrícola de propiedad colectiva, como los tractores, se podía «alquilar» ahora a las familias individuales.
La reforma urbana se inició con la reducción del número de productos industriales vendidos a precios fijos (también se suprimió el control estatal del precio de la carne, el pescado y las verduras), y a continuación se permitió una mayor autonomía de gestión (en áreas como los salarios y las inversiones) y la retención de beneficios en las empresas de propiedad pública. En 1985, se contravino el venerado principio del «cuenco de arroz de hierro» (tie wanfan), que garantizaba un empleo permanente a los trabajadores del sector público, al permitir a los administradores una mayor «flexibilidad» a la hora de contratar y despedir mano de obra. Ahora se esperaba que las empresas públicas fueran más rentables que en el pasado, y durante la década de 1980 algunas de ellas recurrieron a la venta de acciones (tanto a empleados como a no empleados) con el fin de aumentar el capital de inversión. También surgió un sector empresarial privado en los centros urbanos, lo que ayudó a abordar el desempleo surgido como resultado de la afluencia a las ciudades de los jóvenes a los que en el pasado se había enviado al campo (en 1981, 26 millones de residentes urbanos estaban desempleados); la mayoría de los restaurantes, tiendas de venta al público y empresas de servicios abiertos a partir de 1978 eran de propiedad privada (y podían contratar mano de obra) (Dittmer, 1987: 242-243). A finales de 1986 había más de 12 millones de empresas privadas; una de las de mayor éxito era la empresa informática Stone Group, con sede en Pekín, cuyo presidente, Wang Runnan, se convertiría en un destacado partidario del movimiento de protesta estudiantil de 1989 (White, 1993: 216). Asimismo, un número cada vez mayor de mujeres trabajaban en el servicio doméstico, una ocupación que hasta entonces se había considerado inapropiada para una sociedad socialista.
Del mismo modo que las reformas rurales realizadas a partir de 1978 tenían precedentes en las medidas estilo laissez—faire adoptadas en el campo a principios de la década de 1960 (como reacción contra las políticas del Gran Salto Adelante), pero fueron mucho más allá en la introducción de elementos de una economía orientada al mercado, así también la «política de puertas abiertas» emprendida a partir de 1978 se basaba en el cambio de actitud respecto a las relaciones de China con el mundo exterior que tuvo lugar durante los últimos años de la vida de Mao, pero aprobó medidas más radicales de las que Mao probablemente habría tolerado. Distanciándose del concepto maoísta de independencia y en sintonía con la idea de Deng de que la RPC había de incrementar sus vínculos con el mundo capitalista, en 1979 se aprobó una ley de empresas conjuntas, que permitía la inversión extranjera directa en empresas chinas tales como los hoteles. En 1980 se crearon las primeras Zonas Económicas Especiales en las provincias de Guangdong y de Fujian (Shenzhen, Zhuhai, Xiamen, Shantou), regiones orientadas al procesamiento para la exportación utilizando capital y tecnología extranjeros, y en las que se podían establecer empresas de propiedad extranjera. A los inversores extranjeros se les proporcionaron incentivos tales como los bajos índices en el impuesto sobre la renta y la posibilidad de exención de los beneficios netos, y se les aseguró la disponibilidad de mano de obra barata. En 1984, catorce ciudades costeras se habían declarado «abiertas» a la inversión extranjera directa (irónicamente, algunas de ellas, como Shanghai, Cantón, Ningbo y Fuzhou, habían sido antiguos puertos francos en el siglo XIX), y en ellas el capital extranjero podía establecer filiales de propiedad plena y empresas conjuntas. A finales de la década de 1980 la política costera abierta representada por las Zonas Económicas Especiales se había extendido a toda la costa, al tiempo que —como ha señalado un análisis— se vaciaba de contenido el significado económico del «socialismo» (Crane, 1996: 157-161).
El establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre China y Estados Unidos en 1979 (Estados Unidos rompió sus vínculos oficiales con Taiwan y derogó el Tratado de Defensa Mutua de 1954, aunque la venta de armas a la isla continuó) inició también un proceso de mayor interacción con la comunidad internacional (el propio Deng visitó Estados Unidos entre enero y febrero de 1979). Ya a finales de 1978 Pekín había declarado que aceptaría créditos directos y ayudas al desarrollo del extranjero, y en los años siguientes se unió a varias instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La política exterior en general se hizo mucho más pragmática a partir de 1978; resulta significativo, por ejemplo, que la Teoría de los Tres Mundos enunciada en 1974 por Deng Xiaoping ante la asamblea general de la
ONU como la visión que en aquel momento tenía China del mundo (y que identificaba a China con los países en vías de desarrollo de Asia, África y Latinoamérica, en contraposición al «Primer Mundo», integrado por la Unión Soviética y Estados Unidos, y el «Segundo Mundo», que comprendía el resto de los países desarrollados) (Yahuda, 1978: 238-240) apenas se mencionara después de 1980. A partir de 1978 no sólo se incrementó el comercio exterior —por ejemplo, la proporción de exportaciones en relación a la producción nacional aumentó de menos del 6 % en 1978 a cerca del 14 % en 1986—, sino que éste pasó a dirigirse cada vez más hacia el mundo capitalista desarrollado de Norteamérica y Asia oriental (Japón y Corea del Sur) (Harding, 1987: 139-144). Esta pauta se duplicó en lo relativo al destino de los estudiantes chinos en el extranjero. Mientras que en la década de 1950 la mayoría de ellos habían ido a estudiar a la Unión Soviética, la mitad de los 38.000 que fueron al extranjero entre 1978 y 1985 fueron a Estados Unidos, la mayoría a realizar estudios de ciencia, tecnología y administración de empresas (ibíd.: 155).
También las políticas militar, de enseñanza y demográfica se vieron afectadas por el cambio de dirección realizado a partir de 1978. Poco después de la visita de Deng Xiaoping a Estados Unidos en enero-febrero de 1979, el ELP lanzó un ataque al Vietnam comunista tras un período de tensión entre los dos países: el tratado que Vietnam había firmado con la Unión Soviética en 1978, y su invasión de Camboya más tarde ese mismo año, despertaron en Pekín el temor a una expansión de la «hegemonía» soviética en la región, mientras que el trato discriminatorio que Vietnam dispensaba a su población de etnia china, obligando a más de 100.000 personas a huir del país, había sido denunciado con vehemencia por los líderes de la RPC. El importante número de víctimas que había sufrido el ELP para cuando se declaró el alto el fuego, en marzo de 1979, hizo que apremiaran aún más las voces que pedían la revisión de la doctrina militar maoísta y la transformación del ELP en una fuerza moderna y profesionalizada. El concepto maoísta de «guerra del pueblo», por ejemplo, con su énfasis en la movilización popular y las tácticas guerrilleras, ya no se consideraba apropiado para responder a una potencial invasión; en lugar de ello, ahora se consideraba fundamental para proteger la seguridad de China disponer de un ejército altamente profesional, racionalizado y bien equipado, que ya no estuviera subordinado a preocupaciones políticas o ideológicas (Joffe, 1987: 78-81, 95). En 1984 se restauraron los rangos (abolidos en 1965), y a partir de entonces los oficiales se habrían de formar en nuevas academias militares. La milicia (tan cara a Mao) también fue abolida como entidad separada, y se convirtió en una fuerza de reserva del ELP (ibíd.: 121-133). Asimismo, se redujo la influencia de los militares en el partido: en septiembre de 1985, por ejemplo, el ELP ocupaba sólo el 13 % de los asientos del comité central, mientras que en 1969 disponía del 50% (ibíd.: 160-161). Curiosamente, sin embargo, la prioridad del desarrollo de la economía significaba que, además de reducir el número de soldados de cuatro a tres millones en 1985-1986, durante toda la década de 1980 no se produjo ningún incremento sustancial en los presupuestos de defensa; asimismo, las industrias de defensa se convirtieron en productoras de bienes civiles (ibíd.: 102; Baum, 1994: 189).
También la política educativa volvió la espalda al pasado de la Revolución Cultural. Se otorgó una mayor preponderancia al papel económico de la educación, y se dio prioridad a la formación de una elite cualificada en colegios y universidades competitivos, una estrategia que fue plenamente apoyada por las misiones de la UNESCO y del Banco Mundial que visitaron el país en 1980. Se introdujeron exámenes nacionales estandarizados (que imponían límites de edad, y, en consecuencia, desincentivaban el regreso de los «jóvenes» del campo, ya que éstos resultaban ahora demasiado «viejos» para realizarlos) y carreras de cuatro años, y se abolió la exigencia obligatoria del trabajo manual como parte del currículo (Bastid, 1984: 189-190). Por otra parte, 98 de las 715 instituciones de enseñanza superior se calificaron como «puntos clave» (zhongdian), y pasaron a tener prioridad en la elección de estudiantes y en la asignación de recursos. Dichas instituciones, a su vez, se alimentaban de toda una red de escuelas de primaria y de secundaria «puntos clave», la mayoría de las cuales se localizaban en las zonas urbanas, creando de ese modo un «sistema de doble vía» en el que un sector elitista con mayores recursos coexistía con un sector menos dotado de enseñanza primaria y secundaria general (irónicamente, los guardias rojos habían acusado a Liu Shaoqi de promover un sistema así a principios de la década de 1960). La segregación cultural entre la ciudad y el campo que Mao había condenado tantas veces se vio consolidada en muchos aspectos por estos cambios. De hecho, y puesto que la descolectivización había reducido la cantidad de fondos de educación colectivos y, a la vez, había creado una mayor demanda de mano de obra infantil, en realidad el número de matriculaciones en las escuelas primarias descendió de cerca de 151 millones en 1975 a poco más de 128 millones en 1987 (Davis, 1989: 582; Pepper, 1996: 482).
Por otra parte, a partir de 1978 se abolieron las etiquetas de clase discriminatorias (como «derechista», «terrateniente» y «campesino rico») (Dittmer, 1987: 241), y los antecedentes familiares dejaron de ser una barrera para acceder a la enseñanza superior, un principio que se formalizó en la constitución estatal de 1982, que restauraba la disposición de la constitución de 1954 (omitida en las de 1975 y 1978) de que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley; una medida que, según percibía un observador, mostraba el compromiso del partido con la institucionalización y la democracia socialista (Tsou, 1987: 276-277). También se potenció el estatus de los intelectuales (en contraste con la era maoísta), y en 1977 Deng declaraba que éstos constituían un importante componente de la clase trabajadora. Se podía señalar, no obstante, que, si bien la constitución de 1982 garantizaba por primera vez la protección del individuo frente a «insultos, libelos, falsas acusaciones o montajes» y prohibía la privación o restricción ilícita de una de las libertades ciudadanas de la persona mediante detención u otros medios, el partido seguía reservándose el derecho a calificar de «contrarrevolucionarios» a todos aquellos a quienes considerara «culpables» de críticas inaceptables.
La política de planificación familiar emprendida a partir de 1980, en contraste con las medidas previamente adoptadas desde principios de la década de 1960 para restringir el crecimiento demográfico (White, 1994), se hizo más agresiva. En 1981 se creó una Comisión Estatal de Planificación Familiar y se estableció la norma de un solo hijo por familia con el propósito de limitar la población a 1.200 millones de personas en el cambio de siglo. Asimismo, la constitución revisada de 1982 subrayaba, por primera vez, el deber de los ciudadanos de practicar la planificación familiar (la ley matrimonial revisada de 1980, además de aumentar la edad mínima legal para casarse, ordenaba también a las parejas que practicaran el control de la natalidad) (Wong, 1984). Es importante señalar, no obstante, que no se aprobó ninguna ley nacional destinada a imponer dicho control de la natalidad (y tampoco se pretendía que de la noche a la mañana todas las parejas tuvieran un solo hijo, sino que el objetivo era más bien aumentar la proporción de familias de un solo hijo con el tiempo); fueron cada una de las provincias las que elaboraron reglamentos y directrices para llevar a cabo dicha política. En general, se utilizó un sistema de incentivos y sanciones para alentar las familias de un solo hijo. Así, las que tuvieran sólo un hijo se beneficiarían de bonificaciones en efectivo, asignaciones de racionamiento extraordinarias, atención sanitaria y acceso a la enseñanza preferentes, y mayor extensión de las parcelas de tierra arrendadas a las colectividades; quienes tenían un segundo hijo perdían dichos privilegios, mientras que a las familias que tenían más de dos se les imponían multas. La puesta en práctica de esta política en el ámbito local implicó una generalizada y gravosa intromisión de los cuadros del partido en las vidas conyugales de los residentes urbanos y rurales (especialmente de las mujeres).
Durante la década de 1980 hubo una gran oposición popular a la política del hijo único, especialmente en las áreas rurales, donde la tradicional preferencia por los hijos varones seguía siendo fuerte y los incentivos para aumentar la producción que proporcionaban las reformas económicas aumentaron la demanda de mano de obra familiar. No fueron infrecuentes las esterilizaciones y abortos forzosos. Asimismo, las hijas primogénitas se hallaban en una situación muy vulnerable, y en la década de 1980 se dieron casos de infanticidio femenino (o, más frecuentemente, de abandono de recién nacidas), un fenómeno que podría explicar parcialmente la desproporción entre la población de ambos sexos en algunas áreas, aunque ello podría deberse también al hecho de que los nacimientos femeninos no se comunicaran o registraran. Durante el transcurso de la década de 1980, sin embargo, varias provincias introdujeron excepciones a la norma del hijo único, permitiendo a las parejas tener un segundo hijo (y, a veces, incluso un tercero) con tal de que se dieran ciertas condiciones (por ejemplo, si el primer hijo era una niña o si la familia pasaba privaciones). Un estudio sobre la política de control de la natalidad en la provincia de Shanxi señala también que, debido al aumento de los ingresos individuales en las zonas rurales y el debilitamiento del poder coercitivo de las colectividades, el sistema de incentivos y sanciones se hizo impracticable; así, por ejemplo, las parejas que lo transgredían podían permitirse pagar las multas, o, a veces, no las pagaban en absoluto (Greenhalgh, 1993). A finales de la década de 1990 parecía que el ritmo de crecimiento de la población descendía; en 1998, el director de la Comisión Estatal de Planificación Familiar afirmaba que la tasa de incremento natural había descendido del 2,6 % (a finales de la década de 1970) al 1,06 % (CQ, diciembre 1998: 1088-1089). En 1999 se estimaba que la población total era de 1.259.090.000 habitantes, y se revisó el objetivo previsto para mantener la población por debajo de los 1.600 millones a mediados del siglo XXI (CQ, junio 2000: 607).
La política de planificación familiar establecida a partir de 1980 se interesaba no sólo por la cantidad, sino también por la calidad de la población, y un reciente estudio ha señalado la creciente importancia del discurso eugenésico durante las décadas de 1980 y 1990 (Dikotter, 1998: 122-132). La primera ley eugenésica se aprobó en la provincia de Gansu en 1988, y prohibía que las personas con discapacidades psíquicas tuvieran hijos. Otras provincias seguirían el ejemplo en la década de 1990, mientras que, a escala nacional, una ley eugenésica de 1995 aprobaría el uso generalizado de chequeos prematrimoniales y la esterilización de las personas consideradas «no aptas» (ibíd.: 172-174).
Las reformas económicas iniciadas a partir de 1978 y el desmantelamiento ideológico del maoísmo dieron lugar a una explosión de consumismo en la década de 1980, en la medida en que (como mínimo) los residentes urbanos, cuyos apetitos había despertado la publicidad comercial, cada vez más extendida (y hasta entonces tabú en la China maoísta), tuvieron mayor acceso que nunca a toda una serie de productos materiales. Así, por ejemplo, durante la década de 1960 China produjo sólo 3.000 televisores en blanco y negro al año, y en la de 1970, 3.000 televisores en color al año. Sin embargo, a finales de la década de 1980 más del 90 % de los hogares urbanos tenían al menos un televisor (Wang, 1995: 158-159). Tales reformas, no obstante, no vinieron siempre acompañadas de un cambio político sustancial o significativo, mientras que, al mismo tiempo, las propias reformas económicas engendraron diversos problemas y, especialmente a partir de 1986, fomentaron la división entre los líderes del partido.
En general, la agenda de reformas políticas de Deng Xiaoping incluía tomar enérgicas medidas contra la corrupción y el «burocratismo» en el seno del partido, separando claramente al partido del gobierno y limitando el control del primero sobre las cuestiones económicas, haciendo hincapié en el reclutamiento de personal más joven e instruido para el partido (al tiempo que se reducía el número de los «veteranos» más antiguos), y revigorizando instituciones previamente inactivas como el Congreso Nacional del Pueblo (CNP) y la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPC), en un intento de reunir un mayor apoyo 2d gobierno del PCC (White, 1993: 172-173). Así, en 1979 se restauraron los Congresos del Pueblo (abolidos durante la Revolución Cultural), y el CNP empezó a celebrar una sesión plenaria anual, mientras su Comité Permanente comenzaba a reunirse cinco o seis veces al año (Harding, 1987: 178). Tratado hasta entonces como un mero refrendo de las políticas y programas del partido, ahora se otorgaba al CNP poderes más amplios para examinar y enmendar leyes (incluyendo los presupuestos del estado). Mientras que antaño prevalecía entre sus miembros una predecible unanimidad, ahora se producían abstenciones e incluso votos de desacuerdo {ibíd.: 179; Tanner, 1999: 122-123). En 1983, por ejemplo, el Comité Permanente el CNP se negó a adoptar una resolución apoyando la campaña del partido contra la «contaminación espiritual», una de las diversas campañas promovidas en la década de 1980 para reprimir lo que el partido percibía como la infiltración de ideas y valores «burgueses» subversivos como resultado de la mayor interacción de China con Occidente. En el séptimo congreso del CNP, celebrado en 1988, un pequeño número de delegados incluso votaron en contra del candidato del partido al cargo de primer ministro (Li Peng). También el CCPPC empezó a celebrar sesiones regulares, proporcionando a quienes no eran miembros del PCC una plataforma para hacer oír sus reservas acerca de la política del gobierno (como la reducción del gasto público en educación en la década de 1980).
La reforma del partido se concentró en aumentar la eficacia y erradicar la corrupción, antes que en fomentar cualquier forma de democracia interna. Se evitó la superposición de altos cargos en el partido y el gobierno, con la única excepción de Zhao Ziyang, que ocupó por breve tiempo tanto la presidencia del partido como el cargo de primer ministro del estado, de enero a octubre de 1987 (cuando Li Peng se convirtió en primer ministro y Zhao fue confirmado como presidente del partido). Otras medidas puestas en práctica incluían la creación en 1978 de un Comité Central de Inspección Disciplinaria (CCID), encargado de supervisar la conducta de los miembros del partido y de rectificar el «estilo de trabajo» (zuofeng) del PCC. En el decimotercer congreso del partido, celebrado en octubre de 1987, un informe del CCID señalaba que entre 1982 y 1986 se había sancionado a más de 650.000 miembros del partido, y se había expulsado a 151.000 (CQ, marzo 1988: 147). En 1987, más de 200.000 cuadros habían sido expulsados (White, 1993: 178), aunque hasta los últimos años no se ha acusado de corrupción a los funcionarios de más alto rango (véase la Conclusión del presente volumen). En 1982 se estableció también un Comité Asesor Centrad (CAC), en el que podían integrarse los miembros más ancianos del partido que se «jubilaran». Curiosamente, Liao Gailong, miembro de la Sección de Investigación Política del partido, sugirió en aquella misma época que se introdujera un sistema de reparto de poder que hiciera al CCID y al CAC equiparables al comité central del partido, y que permitiera a cada uno de estos organismos vetar las decisiones de los otros; en realidad, las dos primeras instituciones seguían estando subordinadas al comité central (Dittmer, 1987: 227; White, 1993: 181-182; Baum, 1994: 107).
Deng también ansiaba fijar la edad de jubilación de los ministros del gobierno (aunque no la de los líderes del partido) y limitar los períodos de ejercicio en el cargo. Entre 1977 y 1983, de hecho, el 84 % de todos los ministros fueron renovados. En cuanto al propio partido, Deng insistía en el reclutamiento de tecnócratas más jóvenes e instruidos para reemplazar a los cuadros más veteranos (Harding, 1987: 207). Entre 1982 y 1987 cerca de tres millones de dichos cuadros fueron separados de sus cargos (convenientemente, sin embargo, esas «jubilaciones» se vincularon a la eliminación de los «izquierdistas» que quedaban en el PCC). En 1982, cerca del 60 % de los miembros del comité central que habían sido elegidos en 1977 abandonaron sus puestos; al mismo tiempo, se redujo la influencia del ELP en el Politburó: en 1986 sólo tres oficiales del ELP eran miembros del Politburó, mientras que en 1969 eran 13 (ibíd.: 217). El cambio en el perfil educativo del partido se mostraba claramente en 1985, en que el 75 % de los miembros electos al comité central eran tecnócratas de formación universitaria (mientras que anteriormente esa proporción era sólo del 57 %); ese mismo año, de entre el conjunto de los miembros del partido (que en 1986 totalizaba 46 millones de personas y comprendía el 4 % de la población, frente al 1 % en 1949), aproximadamente el 25 % habían recibido una educación media o superior (frente al 12,8 % en 1978). En los últimos años el partido también se ha mostrado ansioso por reclutar a capitalistas y empresarios de éxito en ciernes.
El propio Deng dio ejemplo en relación al establecimiento de un plazo fijo para mantenerse en los cargos: en octubre de 1987 se había retirado del Comité Permanente del Politburó (después de haber renunciado ya al cargo de primer ministro), y presionaba a otros líderes veteranos como Chen Yu, Peng Zhen y Li Xiannian para que hicieran lo mismo y pasaran a ser miembros del CAC (irónicamente, fue en estos veteranos en quienes Deng buscó apoyo durante la crisis de 1989). Significativamente, sin embargo, Deng siguió siendo presidente de la Comisión de Asuntos Militares del partido. El Politburó era ahora más joven y de orientación más tecnocrática. Zhao Ziyang, presidente del partido desde 1986, había defendido la reforma rural cuando era secretario del partido en la provincia de Sichuan, a finales de la década de 1970, mientras que el primer ministro, Li Peng (elegido miembro del Politburó en 1988), era licenciado en ingeniería y antiguo viceministro de Conservación de Agua y Electricidad.
En los inicios del programa de reformas de Deng sí se hizo un intento más sustancial de democratizar la política, cuando una Ley Electoral de 1979 establecía por primera vez elecciones directas a los congresos del pueblo cuyo ámbito superara el nivel básico municipal, es decir, los correspondientes a los condados rurales y los distritos urbanos. La ley permitía también que se nombrara candidatos a personas que no fueran miembros del partido, así como el uso de votaciones secretas, aunque los comités supervisores, controlados por el partido, seguirían «examinando» a dichos candidatos (Nathan, 1985: 196-221). Las elecciones se celebraron en el verano y el otoño de 1980, y en algunas circunscripciones como el distrito de la Universidad de Pekín (Haidian) prevaleció una genuina atmósfera electoral, ya que los candidatos exhibieron sus «manifiestos» y participaron en vigorosos debates. La experiencia suscitó consternación entre los funcionarios del partido, especialmente dado que algunos de los candidatos cuestionaron de pasada las virtudes del socialismo; en algunos distritos electorales, además, se dejó oír la oposición pública al constante examen de los candidatos por parte del PCC. A principios de 1981 la prensa oficial tronaba contra los excesos de la «ultra democracia», y cuando en 1984 se celebraron nuevas elecciones se establecieron restricciones a los derechos de nominación y al uso de propaganda electoral (Dittmer, 1987: 236-237). Aunque el experimento de las elecciones directas a los congresos de condado y de distrito ya no se repetiría a partir de 1984, en los últimos años se han celebrado elecciones para los cargos de ámbito municipal, un proceso que se inició casi inadvertidamente en la década de 1980 (véase la Conclusión).
Además de experimentar con las elecciones, durante toda la década de 1980 el partido trató de consultar a un mayor número de personas creando varios institutos de investigación política (y recurriendo a los conocimientos de intelectuales tanto de dentro como de fuera del partido), encargados de redactar propuestas de reforma y de realizar encuestas de opinión pública. En aquella misma época se permitió también cierta libertad cultural y artística, uno de cuyos resultados fue la reactivación de la industria cinematográfica a partir de 1979, cuando se dio más autonomía a los estudios para producir una mayor variedad de películas que describieran las complejidades de las vidas privadas individuales en la China urbana, las tensiones entre sexos y entre generaciones, la persistencia de las tradiciones rurales, las ambiguas consecuencias de la reforma económica y las intrincadas incoherencias de la burocracia. No obstante, un reciente análisis afirma que, en realidad, en la década de 1980 no surgió una industria cinematográfica verdaderamente independiente y autónoma (Pickowicz, 1995: 193-206). Empleando el concepto —como hace también otro reciente estudio sobre la cultura popular contemporánea en China (Barmé, 1999)— de la «cárcel de terciopelo» —utilizado originariamente para describir el planteamiento de los regímenes estalinistas en la Europa del Este, donde los artistas se veían «castrados» por la asimilación del estado y los incentivos para practicar la autocensura— para analizar la situación de los cineastas chinos, este análisis señala que en última instancia todas las películas dependían de las subvenciones del estado, se habían de someter a la aprobación de la Oficina Cinematográfica (encuadrada en el Ministerio de Cultura, hoy Ministerio de Radio, Cine y Televisión), y dependían totalmente para su distribución (al menos dentro de China) de la Corporación de Distribución Cinematográfica China, de propiedad pública. Sin embargo, películas como Huang Tudi (Tierra amarilla, dirigida por Chen Kaige en 1984), que obtuvieron renombre internacional y a las que se considera precursoras de una «nueva ola» de cine chino, se atrevían a cuestionar la omnipotencia (e incluso la pertinencia) de la propaganda comunista cuando ésta se ponía en contra de creencias y prácticas campesinas profundamente arraigadas (la acción se desarrolla en una remota región de la Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning, a finales de la década de 1930), lo cual habría resultado imposible antes de 1976.
Estos cautelosos pasos hacia la reforma política y la libertad cultural a finales de la década de 1980 se vieron ensombrecidos, en gran medida, por la preocupación más apremiante entre algunos ideólogos del partido de evitar las consecuencias ideológicas «insanas» derivadas de las reformas económicas. Siempre consciente de las críticas de sus colegas más veteranos como Chen Yun, en el sentido de que las reformas amenazaban el control estatal de la economía y diluían el espíritu colectivo socialista, el propio Deng respaldó varias campañas de propaganda destinadas a apaciguar a la oposición conservadora a las reformas del mercado. Tales divisiones en el seno de la coalición reformista, surgidas a raíz de la caída de Hua Guofeng, han llevado a varios observadores a definir la política de la década de 1980 como un proceso cíclico en el que a unos períodos de avances les siguieron otros de consolidación e inmovilismo (Harding, 1987: 70; Baum, 1994: XII). Dichas campañas, sin embargo, apenas se asemejaban a las llevadas a cabo en la era maoísta, que a menudo habían causado grandes trastornos y habían desencadenado actos de violencia (física o psíquica) contra aquellos a quienes se acusaba de críticos. Las campañas de la década de 1980 fueron breves, y, tras lograr su objetivo, se daban rápidamente por terminadas con el fin de que no se alterara el impulso de la reforma económica.
La primera de estas campañas, realizada en 1981, promovía las virtudes de la «civilización espiritual socialista» y estaba destinada a combatir el generalizado escepticismo público surgido a raíz de los traumas de la Revolución Cultural, un fenómeno calificado de «crisis de fe» (como ya hemos señalado anteriormente) y coincidente con un estallido, al parecer sin precedentes, de delincuencia juvenil, violencia gratuita, corrupción y conducta impropia de los hijos para con los padres, ahora denunciado más abiertamente en la prensa oficial (Short, 1982: 69, 374), en claro contraste, pues, con la imagen pública de una sociedad honesta y libre de delincuencia que se había presentado al mundo durante la época de Mao. Durante la campaña, el ELP alentó también las críticas a un guión de cine que consideraba ejemplo de escepticismo subversivo. Publicado inicialmente en septiembre de 1979, escrito por un miembro de la sección de propaganda del partido, Bai Hua —quien se convertía así en el primer escritor publicado oficialmente desde la Revolución Cultural que era objeto de censura política (Duke, 1985: 20-24)—, y titulado Ku lian («Amor no correspondido»), describía la vida de un patriota chino que vive en Estados Unidos y que en 1949 regresa para consagrarse a la nueva China, pero que posteriormente sufre a consecuencia de las campañas políticas de las décadas de 1950 y 1960. Lo que molestó al ELP y a los censores del partido en 1981 era la crítica implícita que hacía el texto al estado comunista posterior a 1949, más que el hecho de atribuir los males de China a las maquinaciones de la Banda de los Cuatro y a los calamitosos efectos de la Revolución Cultural, como hacía la literatura de finales de la década de 1970 (conocida como «literatura de los heridos» o «literatura cicatricial») (ibíd.: 64-72).
El objetivo ideológico de la campaña de 1981 pronto degeneró en un intento de mejorar la conducta social (a través de los «Cinco Énfasis»: en la limpieza, en la disciplina, en la cortesía, en el decoro y en una moralidad apropiada) y de potenciar la legitimidad del partido asociándolo inequívocamente al patriotismo; el amor a la patria, pues, se convirtió en sinónimo del apoyo al partido, y no fue casualidad que el guión de Bai Hua se condenara como «antipatriótico» (ibíd.: 141; Harding, 1987: 187). Las credenciales patrióticas del partido se vieron respaldadas por el tratado anglochino de 1984, que preveía el retorno de la colonia británica de Hong Kong a la soberanía china en 1997, en el contexto del programa «un país, dos sistemas», que preservaba cierta autonomía para Hong Kong. En cuanto Bai Hua escribió una autocrítica, en octubre de 1981, el presidente del partido, Hu Yaobang, declaró terminada la campaña (Baum, 1994: 127-130).
En 1983, los conservadores del partido expresaron sus preocupación por las dañinas tendencias ideológicas derivadas de las reformas del mercado, el contacto más extenso con el mundo capitalista y un mayor relajamiento en el ámbito cultural. Se inició entonces otra campaña atacando la «contaminación espiritual», pero ésta degeneró de nuevo y sus últimas etapas vinieron marcadas por acerbas diatribas contra diversos hábitos (como, por ejemplo, bailar en discotecas) y modos de vestir (el cabello largo en los hombres, el maquillaje y los tacones altos en las mujeres) (Harding, 1987: 188), un ejercicio más bien infructuoso dado el hecho de que las reformas económicas habían alentado una cultura consumista, abierta ante todo a las modas extranjeras. La primera víctima de la campaña fue el subdirector de Renmin Ribao («Diario del Pueblo»), Wang Ruoshi, despedido por sugerir que en una sociedad socialista podía existir la alienación política y económica (Nathan, 1985: 99-100).
Una campaña más estridente contra la «liberalización burguesa» se desencadenó a raíz de las protestas y manifestaciones estudiantiles de diciembre de 1986, en las que se había exigido libertad de expresión, prensa libre y «democracia» (no en el sentido de un sistema multipartidista, sino en el de una mayor apertura y responsabilidad del gobierno). El propio Hu Yaobang se vio obligado a responsabilizarse de las protestas y en enero de 1987 hubo de abandonar la presidencia del partido (para ser reemplazado por Zhao Ziyang, otro de los protegidos de Deng), mientras que una serie de intelectuales como Fang Lizhi, astrofísico y vicepresidente de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hefei (provincia de Anhui), y Liu Binyan, un periodista de investigación que había defendido el movimiento de protesta, fueron expulsados del partido (Wills, 1994: 366-371). Pero también esta campaña terminó pronto, cuando el nuevo presidente del partido, Zhao Ziyang, se concentró en la renovada aceleración de la reforma económica.
A finales de la década de 1980, sin embargo, los problemas y tensiones derivados de las reformas se habían agravado. En el campo, las desigualdades entre regiones, e incluso entre aldeas, se hicieron cada vez mayores, desencadenando diversos casos de violencia y conflictos en la competencia por los recursos (por los derechos sobre el agua, por ejemplo), en los que los empresarios rurales más prósperos y los campesinos ricos solían ser el objetivo de los ataques. El empobrecimiento de algunas áreas se había visto exacerbado por la descolectivización, que dio como resultado la reducción o la abolición de servicios colectivos y medidas de bienestar. La atención sanitaria rural se vio especialmente afectada, y se ha calculado que entre 1978 y 1986 hasta 3,7 millones de «médicos descalzos», comadronas y trabajadores sanitarios rurales perdieron sus empleos (Davis, 1989: 587). Paradójicamente, la riqueza generada en algunas áreas rurales como resultado de las reformas produjo un incremento de la inversión en propiedades residenciales, que invadieron tierras potencialmente valiosas desde el punto de vista agrario. El indice de crecimiento agrícola anual descendió a partir de 1985, como resultado del abandono de la producción de cereales por los agricultores y del deterioro de la infraestructura rural. La tasa de inversión pública en agricultura también disminuyó, lo cual, junto con las restricciones a los créditos impuestas a partir de 1988, trajo como consecuencia que en 1989 los departamentos públicos locales encargados de la adquisición de cereales hubieran de recurrir a entregar a los campesinos pagarés (conocidos como «tiques blancos»), en lugar de dinero en efectivo, a cambio de sus productos. No resulta sorprendente, pues, que los campesinos se mostraran cada vez más renuentes a entregar sus cereales a las autoridades estatales (White, 1993: 109-111).
Asimismo, a partir de 1985 —y en palabras de un reciente estudio—, China se caracterizó por un considerable «malestar urbano» (Baum, 1994: 200-203). En septiembre de 1985 hubo manifestaciones, encabezadas por los estudiantes, en contra de las importaciones japonesas y la «agresión económica» de Japón (Harding, 1987: 135; Gittings, 1989: 172). En diciembre de 1985, los estudiantes uigures (musulmanes de habla turca que habitan en la provincia de Xinjiang) de Pekín y de Urumqui (la capital de esta última provincia) protestaron contra las pruebas nucleares realizadas en Xinjiang y la imposición de las políticas de planificación familiar a la comunidad uigur. En algunos casos los disturbios en los campus se vieron alimentados por una envidiosa xenofobia cuando los estudiantes organizaron protestas contra la presencia de estudiantes africanos (acusados de «asolar» a las mujeres chinas) en Tianjin y Pekín (1985), así como en Nankín (1985-1986) (Baum, 1994: 191, 239-240).
Una gran parte del descontento urbano, sin embargo, se debía al sentimiento generalizado entre los profesores, investigadores, empleados de los organismos gubernamentales y trabajadores industriales del sector público, de que las reformas económicas les dejaban de lado (Burns, 1989: 488). Con unos salarios fijos que no seguían el ritmo de la inflación, todos ellos veían cómo su nivel de vida se reducía en comparación con los comerciantes autónomos y los obreros industriales. Los consumidores urbanos también se mostraban preocupados por la creciente privatización de la vivienda y la desregulación de los alquileres. En abril de 1988 hubo nuevas protestas estudiantiles en Pekín contra el aumento del coste de la vida, los bajos sueldos y los escasos presupuestos educativos, mientras que los paros y las huelgas de brazos caídos en las empresas públicas se convirtieron en un hecho normal a partir de 1986: sólo en 1987 se declararon 129 huelgas (Perry, 1995: 315). El descontento entre la mano de obra se vio exacerbado por los despidos en el sector público (así, por ejemplo, en el verano de 1988 se despidió a 400.000 personas de 700 fábricas en la provincia de Shenyang, y miles de trabajadores con contrata se quedaron sin trabajo en Shanghai y otras ciudades de las provincias de Hunan y de Hubei). En las áreas urbanas aumentó el número de vagabundos, un problema que se vio agravado por la constante afluencia de emigrantes rurales que buscaban trabajo en las ciudades. En relación a éstos, a los que se aludía como youmin («población flotante»), y que en la práctica formaban una clase marginada debido a que su clasificación como residentes no urbanos no les permitía beneficiarse de las prestaciones asistenciales y educativas, es probable que en vísperas de las protestas de 1989 su número se elevara a más de un millón de personas sólo en Pekín (Baum, 1994: 229). Incluso el Congreso Nacional del Pueblo expresó su insatisfacción frente a las reformas cuando, en marzo de 1988, criticó la inflación, los bajos salarios de los profesores y los poco equitativos beneficios que producía la estrategia de desarrollo de las zonas costeras (ibíd.: 226).
Los renovados llamamientos a la reforma política también se hicieron más clamorosos en 1986. Diversos intelectuales del partido como Su Shaozhi recomendaron la introducción del pluralismo político, mientras que Fang Lizhi, en una visita a los campus universitarios realizada en noviembre de 1986, instó a los estudiantes a exigir derechos y libertades. Las protestas estudiantiles que inicialmente empezaron en diciembre de 1986, en la Universidad de Fang (en Hebei), motivadas por los precios de las matrículas, se propagaron rápidamente a otras universidades y colegios universitarios (más de 150, en 17 ciudades). Dichas manifestaciones (que exigían más democracia en el partido y una prensa libre) no sólo fueron las mayores desde el apogeo de la Revolución Cultural, sino también las primeras desde 1949 no patrocinadas o alentadas directamente por altos funcionarios del PCC (Wasserstrom, 1991: 304).
Pero aún mayor que las quejas respecto a las reformas económicas y que la impaciencia ante la falta de una reforma política fue el creciente desencanto público debido a la incapacidad del partido para poner fin a la corrupción oficial que (irónicamente) habían alentado las propias reformas. El ejemplo más notorio de dicha corrupción durante la década de 1980 fue el escándalo de la isla de Hainan en 1985, en que los funcionarios del partido allí destinados entraban de contrabando artículos de lujo (como coches y televisores) y los revendían a elevados precios en su propio beneficio (la isla de Hainan, integrada en la provincia de Guangdong, se convertiría en 1988 en provincia independiente y en Zona Económica Especial). En 1988 los medios de comunicación oficiales informaron de que entre 1983 y 1987 hubo 280.000 casos de «delitos económicos» graves (sobornos, robo de propiedades públicas, contrabando), de los que el 15 % se originaron en órganos del gobierno, en empresas públicas y en el seno del partido (CQ, septiembre de 1988: 503). La mayor parte de los 150.000 miembros del partido juzgados por algún delito en 1988 fueron declarados culpables de cometer delitos económicos (Baum, 1994: 229-230). Esta implicación oficial en la corrupción hizo que en la década de 1980 se acuñara un nuevo término: guandao («explotación funcionarial»), que aludía específicamente a los cuadros de las empresas públicas que se aprovechaban del sistema de precios de «doble vía» surgido a partir de 1980 (es decir, un sector público con precios fijos para los bienes y servicios, coexistiendo con un mercado libre de precios) para realizar compraventas especulativas. Los departamentos gubernamentales responsables de la venta de materiales a las empresas públicas, por ejemplo, solían apartar una cantidad no entregada que revendían en el mercado a precios más altos.
En 1985, algunos conservadores del partido, como Chen Yun, vinculaban la corrupción a la política de puertas abiertas, cuyos corrosivos efectos amenazaban con socavar el sistema socialista. Asimismo, se refería a la tendencia predominante entre los hijos de los cuadros influyentes del partido (gaogan zidi) de utilizar sus contactos (guanxi) para crear rentables empresas privadas. Uno de ellos era el hijo del propio Deng Xiaoping, Deng Pufang, que dirigía un extenso grupo de empresas (conocido como Kanghua) con más de cien filiales. Kanghua se cerró en 1988, cuando se hicieron públicas diversas revelaciones de conducta ilegal (por ejemplo, evasión de impuestos). Pero Kanghua no era sino una de las compañías comerciales y de inversión (con filiales en Hong Kong y en el extranjero) dirigidas por los hijos e hijas de los principales líderes del partido, a quienes se conocía como taizidang («príncipes y princesas herederos»). Aparte de los taizidang, sin embargo, durante la década de 1980 (y aún más en la de 1990) muchos cuadros individuales, organizaciones del gobierno e incluso unidades del ELP participaron en empresas privadas, un proceso conocido como xiehai («zambullirse en el mar»). También los cuadros locales rurales tomaron parte, utilizando sus posiciones oficiales para garantizarse a sí mismos (o a sus parientes) la dirección de las empresas más lucrativas. Un reciente estudio ha descrito el sistema que se desarrolló durante la década de 1980 como un «capitalismo burocrático», definido como «el empleo del poder y la influencia políticos en beneficio privado a través de métodos capitalistas de actividad económica» (Meisner, 1999: 474-475), un fenómeno inusual teniendo en cuenta el hecho de que surgió después de un largo período cuasi-socialista en el que la burguesía había sido eliminada. Otro análisis alude al surgimiento de un «capitalismo compinche», dado que las nuevas combinaciones del poder económico vinculaban a empresarios y burócratas (Naughton, 1999: 37); esta relación se ha calificado también como un ejemplo de «corporativismo de estado autoritario» (Parris, 1999: 275).
Asimismo, a finales de la década de 1980 las divisiones entre los líderes del partido, tan drásticamente ilustradas por la renuncia forzosa de Hu Yaobang a la presidencia del partido en enero de 1987 (acusado de permitir que los disturbios estudiantiles de 1986-1987 se le fueran de las manos), se hacían cada vez más acusadas. Aunque la propuesta de Zhao Ziyang de que se continuara con las reformas económicas obtuvo la aceptación del decimotercer congreso del partido (octubre-noviembre de 1987), y aparentemente su propia posición se vio fortalecida por la retirada de la «vieja guardia» del Politburó (incluyendo a Deng Xiaoping y a Chen Yun), también se decidió (de manera amenazadora para Zhao) que el Comité Permanente del Politburó —y Zhao como presidente del partido— habrían de consultar con Deng y Chen todas las cuestiones políticas y económicas (lo que sugería que la confianza en el juicio de Zhao no era total) (Baum, 1994: 218). Al mismo tiempo, la insistencia de Zhao en una reforma estructural más profunda de la economía (por ejemplo, ampliando la estrategia de desarrollo de las zonas costeras y privatizando las empresas públicas) chocaba con el planteamiento, más cauto, de Li Peng, primer ministro y miembro del Comité Permanente del Politburó desde 1987 (ibíd.: 226-227).
Curiosamente, un documental de televisión, emitido en el verano de 1988, que cuestionaba los objetivos y valores fundamentales de la nación sería citado posteriormente por los adversarios conservadores de Zhao en el partido como un taimado intento de promover su política radical de puertas abiertas (Barmé, 1999: 23-24). Titulado Heshang («Elegía del río»), el documental —cuyo guión se traduciría posteriormente al inglés (Su, 1991: 101-269)— utilizaba el Huang He, o Río Amarillo, como metáfora de la ininterrumpida continuidad cultural y del conservadurismo de la civilización china, y contrastaba el atraso de la China del interior (especialmente en el norte) con las dinámicas regiones del litoral. En cierto sentido, el programa daba lugar a nuevas formas de imaginar China, oponiendo un sur pluralista y abierto a las influencias exteriores a un norte más estático y provinciano (Friedman, 1966: 169-182). Y de paso cuestionaba tanto el chauvinismo confuciano como el maoísmo revolucionario (asociados al norte rural). Para los críticos del programa, sin embargo, éste era culpable de elogiar inconscientemente la tecnología y los valores occidentales (Baum, 1994: 231-232). En noviembre de 1988 se prohibió que se siguiera emitiendo el documental (que constaba de un total de seis capítulos), lo que daba indicio de la existencia de una brecha cada vez mayor entre los líderes del partido (dado que algunos de los partidarios de Zhao estaban vinculados al programa).
Las cosas llegaron a su punto culminante tras la repentina muerte del desacreditado Hu Yaobang, en abril de 1989 (Wills, 1994: 372-377). Como en el caso del fallecimiento de Zhou Enlai, en 1976, el duelo público no tardó en desencadenar un movimiento de mayor envergadura. Aprovechando la ocasión de la muerte de Hu y la congregación de miles de asistentes a sus exequias en la plaza de Tiananmen, los estudiantes dirigieron una petición al Comité Permanente del Congreso Nacional del Pueblo demandando una valoración correcta de Hu, la divulgación pública de los salarios de los altos funcionarios y de sus hijos, la libertad de prensa y de expresión, y un aumento de las becas y salarios para los estudiantes y profesores (Baum, 1994: 247). La capacidad de los estudiantes de apropiarse de los rituales oficiales, o de imitarlos, quedó ilustrada por su representación de un burlesco ceremonial de protesta en las escalinatas de la Gran Sala del Pueblo (donde se reunía el CNP) el mismo día de los funerales oficiales de Hu, en que presentaron su petición al estilo de los funcionarios «leales» tradicionales. Asimismo, con la inminente celebración oficial del septuagésimo aniversario del Movimiento del Cuatro de Mayo, los estudiantes trataron de cuestionar la interpretación que de su trascendencia hacía el PCC (que identificaba el Cuatro de Mayo con la fundación del PCC y su consiguiente liderazgo de la revolución antiimperialista y antifeudal). Así, doce días antes de la muerte de Hu, varios estudiantes activistas de Pekín desplegaron un cartel (titulado «Carta abierta a las autoridades de la Universidad de Pekín») donde se llamaba la atención sobre el hecho de que el Cuatro de Mayo simbolizaba, sobre todo, la democracia y la ciencia (Han, 1990: 16-19).
La petición de los estudiantes fue rechazada por las autoridades del partido, mientras Li Peng denunciaba la protesta como un «trastorno» (dongluan), término que evocaba las imágenes de desorden y anarquía juveniles propias de la Revolución Cultural, y criticaba a los estudiantes por «antipatriotas» (Baum, 1994: 249). Al mismo tiempo, los trabajadores —que tenían sus propias quejas— añadieron su voz a la protesta, y el 20 de abril la recién formada Federación Autónoma de Trabajadores de Pekín (Gongzilian) publicó un manifiesto en el que culpaba a los burócratas corruptos de los males sociales de China. El 26 de abril los estudiantes de Pekín establecieron también su propia federación autónoma, y al día siguiente unos 100.000 de ellos (acompañados por muchos otros habitantes de Pekín) se dirigieron a la plaza de Tiananmen. El 4 de mayo había más de 150.000 estudiantes en la plaza (para entonces los boicots de las clases eran generalizados), cada vez más impacientes ante la continua negativa oficiad a entablar un diálogo. Manifestaciones similares estallaron en Shanghai, Changsha, Nankín y Wuhan; se ha calculado que, entre el 4 y el 19 de mayo, más de un millón y medio de estudiantes y profesores universitarios, pertenecientes a 500 instituciones de enseñanza superior de 80 ciudades, se habían unido a la protesta (ibíd.: 253). Uno de los más destacados activistas universitarios fue Wang Dan, estudiante universitario de Beida e hijo de un profesor de la universidad. A finales de 1988 y comienzos de 1989, Wang había organizado «salones democráticos» en Beida para fomentar el debate, un proceso que se dio también en otros campus de la ciudad, aunque un reciente análisis subraya la especial importancia del vínculo entre las pautas ordinarias de la vida social universitaria y la protesta estudiantil (Wasserstrom y Liu, 1995: 363).
Zhao Ziyang, que a primeros de mayo había estado fuera del país con motivo de una visita oficial a Corea del Norte, a su regreso calificó las demandas de los estudiantes de «razonables», lo que enfadó a sus colegas de la línea más dura. Además, se malquistó con la «vieja guardia» (y especialmente con Deng Xiaoping) cuando reveló en una conversación con el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, que visitaba China, que todas las decisiones se consultaban a Deng y a sus veteranos colegas de la Comisión de Asuntos Centrales, un procedimiento que se suponía que se debía mantener en secreto. La visita de Gorbachov (del 15 al 18 de mayo) resultó embarazosa también en otros aspectos: no sólo se le hubo de recibir fuera del centro de la ciudad debido a la ocupación de la plaza de Tiananmen por parte de los estudiantes, sino que éstos saludaron sus propias políticas reformistas (conocidas como glasnost) como un ejemplo del camino que debían seguir los líderes chinos.
Mientras varios estudiantes emprendían una huelga de hambre, el 13 de mayo, el presidente de la República, Yang Shangkun, dio instrucciones a la Comisión de Asuntos Militares de que iniciara los preparativos para concentrar tropas. Una reunión celebrada el 18 de mayo entre Li Peng y los líderes estudiantiles, en la que el primero no cedió ante la exigencia de estos últimos de que el movimiento de protesta se considerara un movimiento democrático «patriótico» (Han, 1990: 242-246), resultó infructuosa. Tras el frustrado intento por parte de Zhao Ziyang, el 19 de mayo, de persuadir a los estudiantes de que abandonaran su huelga de hambre (su último acto público como presidente del partido), el día 20 sus colegas del Politburó votaron a favor de imponer la ley marcial (aunque cabría señalar que ésta se había declarado ya en el Tibet, en febrero de 1989, tras las manifestaciones en contra de la presencia china han en dicha región). El propio Zhao sería expulsado de la presidencia del partido unos días después, acusado por los partidarios de la línea dura de alentar a una traicionera «camarilla antipartido».
Cuando el primer contingente de unidades desarmadas del ELP avanzó sobre Tiananmen —para retirarse en seguida tras la «bienvenida» de los estudiantes, que intentaron persuadirles de la justicia de su causa—, el campamento estudiantil en la plaza era, en palabras de un reciente estudio, «un estado dentro del estado», con su propio centro de comunicaciones, su propio aparato de seguridad y su propio departamento de salud (Baum, 1994: 266). Aunque los trabajadores formaban ya una parte visible del movimiento —a principios de junio la federación Gongzilian estaba integrada por 20.000 miembros (Perry, 1995: 317)—, sus objetivos no eran exactamente los mismos que los de los estudiantes. Mientras que estos últimos, en general, creían que las reformas no habían ido lo bastante lejos, los trabajadores integrantes del movimiento —en su mayor parte empleados de empresas públicas (electrónica, acero, automóviles)— percibían que las reformas económicas urbanas eran directamente responsables de la disminución de su nivel de vida y la causa de la corrupción burocrática que les oprimía. Por su parte, los estudiantes, reflejando el tradicional elitismo de la clase erudita, se distanciaron de los trabajadores, e inicialmente se mostraron renuentes a aceptarles en la plaza; e incluso cuando se instalaron allí, a finales de mayo, estudiantes y trabajadores se mantuvieron separados (el centro de la plaza estaba siempre ocupado únicamente por estudiantes). Sin embargo, los trabajadores no constituyeron el único grupo que se incorporó a la protesta. Una investigación interna realizada tras la represión reveló que más de 10.000 cuadros de diversos departamentos del partido y el gobierno central tomaron parte en las manifestaciones de mayo (Baum, 1994: 276). En total, se calcula que durante el año 1989 posiblemente unos 800.000 cuadros tomaron parte en mítines celebrados en 123 ciudades.
La definitiva medida de fuerza tuvo lugar durante la noche y la madrugada del 3 al 4 de junio, cuando tropas armadas —un total de 200.000 soldados procedentes de doce grupos del ejército (y tres regiones militares)— recibieron la orden de reconquistar la plaza (Brook, 1998: 108-150). Todavía hoy se desconoce el número exacto de víctimas desencadenadas por la represión. El número de muertos civiles barajado por los autores extranjeros ha oscilado entre 2.000 y 7.000 (Baum, 1994: 276; Brook, 1998: 151-169; Meisner, 1999: 510-511). Posteriormente, fuentes del gobierno chino darían la cifra de 300 muertos. La mayoría de las personas que murieron eran ciudadanos comunes y corrientes de Pekín, que fallecieron fuera de Tiananmen aplastados por los tanques que se dirigían a la plaza; murieron asimismo 36 estudiantes en la plaza, y varias docenas de soldados y policías. También hubo víctimas en las ciudades de Shanghai y Changsha después de que se aplicaran allí medidas similares.
A la represión le siguieron de inmediato arrestos masivos por lo que el partido condenó como una «rebelión contrarrevolucionaria» (fangeming baoluan), un veredicto que se reafirmaría en 1991 y que todavía hoy se mantiene. En la primavera de 1991 el partido confirmó que se habían realizado más de 2.500 arrestos. Cuarenta líderes estudiantiles e intelectuales disidentes escaparon y huyeron al exilio (la mayoría a Estados Unidos y Europa occidental). Incluso a intelectuales como Fang Lizhi, que no había participado directamente en el movimiento (aunque en enero de 1989 había dirigido una carta abierta a Deng Xiaoping pidiendo la liberación de presos políticos), se les consideró cerebros de la protesta. Fang buscó refugio en la embajada estadounidense en Pelan, hasta que finalmente (en 1990) se le permitió exiliarse. Sorprendentemente, de entre los cuadros que se sabe que simpatizaban con el movimiento sólo unos pocos fueron castigados (1.179 de un total de 800.000) (Baum, 1994: 316). Las personas que peor trato sufrieron tendieron a ser los trabajadores, ya que, a los ojos del partido, la voluntad de los obreros urbanos de unirse a la protesta constituía un reto al dominio del partido más amenazador que el que planteaban los intelectuales o sus propios cuadros.
El movimiento de protesta de 1989 representó el más serio desafío al gobierno del PCC desde el establecimiento de la República Popular China, aunque un estudio señala que a partir del 4 de junio se evitó el «desastre político» gracias a la disciplina del ELP y su subordinación al mando civil (si bien en aquel momento algunos de los medios de comunicación extranjeros creyeron que determinados elementos del ELP podían desobedecer las órdenes del partido), a las divisiones en el seno del movimiento estudiantil (un fenómeno que se hizo evidente cuando los activistas estudiantiles que huyeron al extranjero se convirtieron en disidentes irreconciliables), a la renuencia de los estudiantes a aliarse con los trabajadores, al temor —profundamente arraigado— al luán («desorden»), y al crecimiento económico previo, que proporcionó cierta credibilidad al partido (ibíd.: 307).
Diversas investigaciones recientes sobre los orígenes y el contexto del movimiento de protesta de 1989 han proporcionado también una comprensión más matizada de su naturaleza. En su momento, los medios de comunicación extranjeros describieron los acontecimientos de mayo-junio de 1989 como una heroica protesta en favor de la democracia, simbolizada gráficamente por una estatua de más de diez metros de altura bautizada como la «Diosa de la Democracia» (minzhu nushen); construida por estudiantes de la Academia Central de Bellas Artes de Pekín, hizo su primera aparición en la plaza el 30 de mayo. Posteriormente, los estudiantes que participaron en el movimiento tendieron a «mitificar» los acontecimientos de 1989, atribuyéndose el papel de héroes trágicos o románticos movidos por un espíritu puro y motivos inmaculados (Wasserstrom, 1994: 283-288).
Una evaluación más equilibrada sostiene que, con toda certeza, el movimiento no fue una manifestación de luán semejante a la Revolución Cultural —incluso Deng Xiaoping es posible que lo viera en esos términos (Young, 1994: 24-25)—, dado que los estudiantes mantuvieron el orden en todo momento, no produjo ninguna retórica antioccidental, y no expresó lealtad alguna a ningún líder vivo del PCC. Por otra parte, el movimiento tampoco fue una manifestación de «liberalismo burgués» en el sentido de que promoviera una democracia de estilo occidental. Los estudiantes elevaron el principio de unidad por encima de el del gobierno de la mayoría, mientras que su concepción de la democracia (minzhu) no permitía la libre competencia de ideas divergentes y, en sí mismo, tenía un matiz de elitismo. En muchos aspectos, los estudiantes de 1989 —como la clase erudita confuciana tradicional— seguían asumiendo que el principal papel de la sociedad lo había de desempeñar una elite virtuosa y culta (Esherick y Wasserstrom, 1994: 33-36). Este elitismo se había puesto también de manifiesto en la actitud de los estudiantes chinos con respecto a sus compatriotas trabajadores durante el movimiento de trabajo-estudio en Francia, al final de la primera guerra mundial (Bailey, 1988: 454-455).
Así, un cartel estudiantil del 24 abril, tras aludir a una larga tradición de dictadura que haría que a la gente le resultara difícil adaptarse rápidamente a una sociedad democrática, seguía diciendo, de forma reveladora: «al menos los ciudadanos urbanos, los intelectuales y los miembros del partido comunista están tan preparados para la democracia como cualquiera de los ciudadanos que ya viven en sociedades democráticas. Así, deberíamos poner en práctica una democracia completa dentro del partido comunista y en las áreas urbanas» (Han, 1990: 35). A la hora de definir la democracia, el mencionado cartel citaba el control de la corrupción, la privatización limitada, la libertad de expresión y la «igualdad»; aunque esta última, al parecer, no se aplicaría —al menos de manera inmediata— a grandes segmentos de la población. En este sentido cabría señalar que las desigualdades entre sexos en la sociedad china no figuraban en un lugar destacado del discurso estudiantil, y no es casualidad que Chai Ling fuera la única líder estudiantil femenina prominente (Feigon, 1994: 127-128).
Por otra parte, habitualmente los estudiantes se calificaban a sí mismos de «patriotas» cuyas demandas reflejaban un sincero deseo de desarrollo y unidad nacional. Como señalaba una carta abierta al comité central escrita por un estudiante de la Universidad de Wuhan el 28 de abril, dicha unidad se veía socavada por la creciente corrupción que amenazaba la estrecha relación existente entre el partido y el pueblo (Han, 1990: 51-56). En esencia los estudiantes deseaban ser reconocidos por el estado, y no estaban necesariamente enemistados con él (Perry, 1994: 80). También se ha afirmado que, si bien los intelectuales chinos siempre han tendido a ver los arraigados valores «feudales» de un campesinado «atrasado» como el principal freno al progreso político, fueron, de hecho, los intelectuales urbanos y los estudiantes —con su elitismo y su «estilo de protesta exclusivista»— quienes constituyeron la principal traba a un mayor desarrollo del movimiento de Tiananmen (ibíd.: 75-77, 88).
Finalmente, se han descrito también los acontecimientos de 1989 como un ejercicio de «teatro político» en el que los estudiantes recurrieron a «guiones de protesta» conocidos (por ejemplo, huelgas de hambre) y a rituales estatales (por ejemplo, ceremonias de petición deferente, honras fúnebres solemnes) que simbólicamente socavaban la legitimidad del régimen y movían a la acción a otros grupos (Wasserstrom, 1991: 312-316; Esherick y Wasserstrom, 1994: 37-38). Sin embargo, los estudiantes no fueron los únicos que se apropiaron de los símbolos y prácticas del pasado. Durante la protesta, un grupo de ciudadanos exhibieron una pancarta con una versión modernizada del cántico de invulnerabilidad de los bóxers: «Los cuchillos y alabardas no nos penetrarán, ni las porras eléctricas nos electrocutarán» (daoqiang buru, diangun buchu). Cuando los activistas obreros supieron que las unidades del ELP avanzaban sobre Tiananmen, se precipitaron hacia la avenida de Chang an cantando ese eslogan (Cohen, 1997:215).
El destituido Zhao Ziyang fue reemplazado por Jiang Zemin (n. 1926), que en 1987 había sido elegido miembro del Politburó y durante el movimiento de protesta de 1989 era secretario del partido en Shanghai. Procedente de una familia de intelectuales de la provincia de Jiangsu, Jiang había estudiado tecnología industrial en Nankín durante la guerra antijaponesa antes de unirse al movimiento comunista clandestino de Shanghai en 1946. En 1955-1956 estudió en Moscú (en la Fábrica de Automóviles Stalin), y en los años posteriores trabajó en plantas eléctricas y en el Primer Ministerio de Construcción de Maquinaria, para convertirse en ministro de Industria Electrónica en 1983 (fecha en la que ya se había incorporado al comité central del partido). En 1985 Jiang fue nombrado alcalde de Shanghai y adoptó una línea dura frente a las protestas estudiantiles de 1985-1986 en dicha ciudad (por lo que en 1987 fue ascendido al cargo de secretario del partido en Shanghai) (Gilley, 1998). A partir de junio de 1989 Jiang fue acumulando cada vez mayor poder (con el apoyo tácito de Deng). En noviembre de 1989 sucedió a Deng como presidente de la Comisión de Asuntos Militares del partido, y en 1993 había sucedido a Yang Shangkun en la presidencia de la República (es posible que el intento de Yang de distanciarse de la represión de 1989 llevara a Deng a presionar para que se jubilara). Jiang se convirtió, así, en el primer líder desde Mao que ostentaba los tres altos cargos.
Jiang se propuso recuperar el crecimiento económico y la estabilidad política tras la crisis de 1989 (en enero de 1990 se levantó la ley marcial), una tarea que, según un reciente estudio, se había logrado ya en buena medida cuando murió Deng Xiaoping, en febrero de 1997 (ibíd.: 4). Así, aunque a partir de junio de 1989 se habían impuesto sanciones internacionales a Pekín, pronto se restauraron los vínculos comerciales internacionales de China y se reavivó la inversión extranjera. Las previsiones oficiales de 1997 y 1998 estimaban que la inversión extranjera directa durante la década de 1990 ascendería a un total de 250.000 millones de dólares (frente a los 15.000 millones de la década de 1980) (ibíd.: 4). Además, a partir de 1993 China pasó a recibir más créditos del Banco Mundial que ningún otro país (CQ, diciembre 1998: 1.090). También el turismo se recuperó tras un breve período de decadencia. En 1996 visitaron China 51,13 millones de turistas (el 10 % más que en 1995); en 1999 esa cifra se había incrementado a 72 millones (CQ, junio 2000: 607). Al mismo tiempo, a partir de 1989 Jiang lanzó un movimiento de adoctrinamiento patriótico destinado a contrarrestar los «males» del «liberalismo burgués»; curiosamente, no obstante, la resurrección en 1991 de la figura de Lei Feng como modelo ideológico en una nueva campaña para promover los valores colectivos tuvo una vida efímera. El punto de vista del partido, de que en 1989 los estudiantes se habían visto corrompidos por las influencias occidentales, se reflejó en los comentarios que hizo la prensa oficial en el nonagésimo aniversario de la rebelión de los bóxers, subrayando la vigilancia frente a la agresión imperialista y haciendo hincapié en la naturaleza «falsa» de la civilización occidental (Cohen, 1997: 221).
La apelación del partido al sentimiento nacionalista (ilustrada por la incansable publicidad que se dio a la designación de Pekín como sede de los Juegos Asiáticos de 1990 y al hecho de que la mayoría de las medallas de oro las ganaran atletas chinos) halló resonancia en la sociedad (especialmente entre algunos intelectuales) a la vez que, a partir de 1989, se instauraba cierto desencanto con respecto a Occidente. Incluso el culto a Mao popularizado a principios de la década de 1990 —que alcanzó su punto culminante en el aniversario de su nacimiento, en 1993, y que se manifestó en la aparición de todo tipo de objetos conmemorativos (camisetas, mecheros y barajas con la efigie de Mao), además de la proliferación de talismanes de la buena suerte de Mao (guawu) colgados en templos y taxis y de poemas de Mao adaptados a la música rock— contenía cierto matiz xenófobo. Aunque la nostalgia por la época de Mao podía ser el reflejo del desencanto público frente a la corrupción del presente, también se vinculaba a la idea de que Mao había infundido un sentimiento de orgullo y autoestima en el pueblo chino, perdido ahora como resultado de la política de puertas abiertas (Barmé, 1996a: 16-17; 19966: 186-189). Un análisis de la música rock contemporánea ha mostrado también que, aunque durante el movimiento de 1989 ésta desempeñó un papel subversivo, en la década de 1990 se hizo sumamente «mercantilizada», subrayando los placeres del consumo privado y apelando al orgullo nacionalista; en el caso de Cui Jian, un héroe del rock para los estudiantes de 1989, eso equivalía a elevar las virtudes de la música rock del norte de China por encima de la que se importaba de Hong Kong y Taiwan (Jones, 1994: 149, 158-161).
Quizás el acontecimiento más significativo a partir de 1989 fuera, sin embargo, la continuación de la agenda de reformas económicas, que algunos conservadores del partido cuestionaron a raíz de la crisis de 1989. Así, por ejemplo, señalaban los constantes efectos desestabilizadores de las reformas en las áreas urbanas, donde en 1990-1991 más de 50.000 trabajadores participaron en paros, huelgas de brazos caídos y mítines (Perry, 1995: 321), y en marzo de 1993 el desempleo afectaba (según cifras del gobierno) a 200 millones de personas (Baum, 1994: 378). Asimismo, en 1990 más de 70 millones de youmin («población flotante») se habían establecido en áreas urbanas (Davis, 1995: 1). En este escenario de incertidumbre en el seno del partido, Deng Xiaoping tomó la iniciativa organizando su último acto político significativo, en enero de 1992, cuando inició un viaje de un mes por las zonas de desarrollo costero del sureste del país y las zonas económicas especiales. Hasta entonces satisfecho con aconsejar y guiar entre bastidores a la poco atractiva manera del burócrata tradicional confuciano, por primera vez Deng hizo amplio uso de la televisión para dar publicidad a su viaje, con lo que aspiraba a subrayar el éxito de la política de puertas abiertas y las reformas del mercado (Pye, 1993: 414-415). En Shenzhen, por ejemplo, dejó claro el apoyo a su naciente mercado de valores. Al mismo tiempo, y a fin de evitar la crítica conservadora de que las reformas del mercado llevarían inexorablemente a un sistema capitalista (a lo que se aludía como el peligro de una «evolución pacífica»), Deng insistió en que no existía ningún vínculo necesario entre la economía de mercado y el capitalismo (Baum, 1994: 341-343).
Cuando se celebró el decimocuarto congreso del partido, en octubre de 1992, en general se aceptó la necesidad de acelerar las reformas económicas cuando se ratificó oficialmente la agenda reformista orientada a transformar China de «una economía de producto socialista planificada» en una «economía de mercado socialista»; al año siguiente, en el octavo Congreso Nacional del Pueblo, quedó establecida la definición de la economía de China como «una economía de mercado socialista» (ibíd.: 361, 375). Esto dio luz verde, por ejemplo, a una nueva desregulación del ya anticuado sector público industrial, liberándolo de la planificación central y sometiéndolo al mercado, cuyos efectos resultarían problemáticos en los años siguientes (véase la Conclusión). La causa de la reforma también se vio fortalecida en el congreso cuando tres activistas reformistas fueron elegidos miembros del Comité Permanente del Politburó (uno de ellos era Zhu Rongji, antiguo alcalde de Shanghai, que en 1998 sucedería a Li Peng como primer ministro) y se tomó la decisión de abolir la Comisión de Asuntos Centrales (CAC), reducto de los líderes veteranos que con frecuencia se habían resistido al cambio modernizador. En los años siguientes todos ellos desaparecerían de la escena: Li Xiannian, que había sido presidente de la República entre 1983 y 1988, murió en 1992; Chen Yun, el destacado planificador económico de la década de 1950 y presidente de la CAC, falleció en 1995; y Peng Zhen, alcalde de Pekín de 1951 a 1996 y presidente del
Comité Permanente del Congreso Nacional del Pueblo en la década de 1980, murió en 1997.
El año 1997 presenció también la muerte de Deng Xiaoping, sólo cuatro meses antes de que la colonia británica de Hong Kong fuera oficialmente reintegrada a la soberanía china, en julio, bajo unas condiciones («un país, dos sistemas») que él había forjado (Yahuda, 1993: 561). Aunque en 1979 y 1985 Deng había sido declarado «Hombre del Año» por la revista Time, y en 1922 por The Financial Times (Gittings, 1996: 8), su papel en la represión del movimiento de protesta de 1989 significó que su reputación tanto en China como en el extranjero resultara siempre controvertida. Sin embargo, y como en el caso de Mao Zedong, el papel de Deng y de sus ideas fue elogiado por el PCC (en 1993 se afirmó que el pensamiento de Deng Xiaoping representaba el «marxismo chino moderno»), y el presidente del partido, Jiang Zemin (que en los años siguientes adquiriría cada vez mayor influencia y autoridad), dejó claro que la visión de Deng de China como una potencia económicamente vigorosa bajo el disciplinado gobierno del PCC seguiría guiando el futuro del país.