La guerra contra Japón se cobró una enorme cantidad de víctimas entre el pueblo chino. Grandes áreas del país fueron devastadas y las comunicaciones quedaron destruidas. Ocho años de guerra dieron como resultado un millón y medio de chinos muertos y casi dos millones heridos, mientras que la deuda de guerra del país se había incrementado hasta los 1.464 millones de dólares chinos (Hsu, 2000: 611). Durante un largo período, de 1931 a 1945, los informes oficiales chinos afirmaban que Japón era responsable de la muerte de 3,8 millones de soldados, del asesinato o las heridas de 18 millones de civiles, y de la destrucción de propiedades por un valor equivalente a 120.000 millones de dólares norteamericanos (Feuerwerker, 1989: 431-432). Sin embargo, todas las esperanzas de que prevalecieran la paz y la estabilidad se vieron cruelmente desbaratadas cuando la creciente hostilidad entre Chiang Kai-shek y el PCC, cuyas fuerzas totalizaban ahora un millón de soldados regulares y dos millones de milicianos, estalló en una sangrienta guerra civil, que se convirtió en el primer conflicto de la era de la guerra fría debido a la implicación de Estados Unidos y la Unión Soviética (Westad, 1993).
Durante mucho tiempo se ha considerado la victoria final de Mao Zedong, en octubre de 1949, y el establecimiento de la República Popular China (RPC) un importante punto de inflexión en la moderna historia del país. El propio Mao describió la victoria del PCC como la culminación de una lucha de cien años contra el imperialismo (cuyos orígenes se remontaban a la guerra del Opio) y el esfuerzo para construir un estado-nación independiente y respetado que asumiera su legítimo lugar en el mundo. En vísperas de la victoria del PCC, el brazo derecho de Mao, Liu Shaoqi, declaraba también que la revolución china, de orientación rural y basada en la independencia y en la sinización del marxismo, serviría de modelo e inspiración a otros países oprimidos del mundo colonial, especialmente en Asia y África. Si bien no representaba precisamente la primera accesión al poder de un partido comunista nacional sin ayuda exterior desde la revolución bolchevique de 1917 —en septiembre de 1945, el Vietminh de Hó Chi Minh, de orientación comunista, declaró la independencia vietnamita y proclamó la República Democrática de Vietnam, aunque posteriormente hubo de enzarzarse en una lucha militar que duraría treinta años, primero contra los franceses, decididos a restaurar su dominio colonial en Indochina, y luego contra Estados Unidos y sus emisarios survietnamitas—, la victoria del PCC en 1949 constituyó un foco de atención también para los estudiosos occidentales. Aunque hubo importantes desacuerdos respecto a las causas y la naturaleza del acontecimiento (Hartford y Goldstein, 1989), hasta hace poco ocupaba una posición preponderante en las relaciones de la moderna historia china (Hershatter, Honig y Stross, 1996: 7). Asimismo, desde la década de 1950 hasta la de 1970 la presuposición de que 1949 marcó una línea divisoria fundamental en la historia de la China moderna explica por qué los estudios sobre China en el período posterior a 1949 (especialmente los realizados en Estados Unidos) pertenecían con mayor probabilidad al ámbito de la politología o la sociología que al de la propia historiografía (Stross, 1996: 261).
Sin embargo, así como los estudios realizados en el último par de décadas han tratado de desentrañar el planteamiento de la revolución china centrado en Mao, concentrando su atención en la revolución rural desde la década de 1920 hasta la de 1940 en otras regiones ignoradas por la historiografía maoísta, como la China oriental y central (Chen, 1986; Wou, 1994), examinando los contextos locales en los que operaron los activistas comunistas y cómo dichos activistas respondieron y se adaptaron a los problemas locales (Sheel, 1989; Thaxton, 1983, 1997), y explorando el uso del PCC de las tácticas relacionadas con el frente unido y su implicación en los movimientos estudiantiles de ciudades como Pekín y Tianjin durante la guerra civil (Yick, 1995), del mismo modo los estudiosos han transgredido la «frontera» de 1949 con el fin de desvelar perspectivas históricas que abarquen la integridad del siglo XX. Así, por ejemplo, varios estudios recientes han analizado los «repertorios» de las protestas estudiantiles durante el siglo XX (Wasserstrom, 1991), han subrayado la relevancia del cambio de actitud respecto a la educación popular a comienzos de siglo en el pensamiento educativo maoísta a partir de 1949 (Bailey, 1990), han hecho hincapié en la importancia de los militares durante la época final de la dinastía Qing y los períodos republicano y posterior a 1949 (Van de Ven, 1997) y han explorado la relevancia contemporánea de las identidades étnicas que se «construyeron» a finales el siglo XIX y principios del XX (Honig, 1992).
Por otra parte, las continuidades que actualmente se considera que trascienden la línea divisoria de 1949 han llevado a algunos historiadores a afirmar que el gobierno del Guomindang fue tanto un precursor de la revolución comunista como su enemigo. Así, un estudio muestra que el uso de asesores y de ayuda alemanes por parte de Chiang Kai-shek durante la década de Nankín, con el fin de poner en práctica la concepción de Sun Yat-sen de un sector industrial gestionado por el estado, produjo en 1932-1935 la formulación de planes destinados a crear una plena «economía planificada» (Kirby, 1984: 81, 95-96). Asimismo, la reorganización del Guomindang como un partido de estilo leninista y la creación de un ejército del partido, a principios de la década de 1920, así como sus campañas contra las creencias y costumbres «supersticiosas», reflejan aspectos propios del gobierno y la práctica comunistas (Esherick, 1995: 47-48).
En lo que a Mao y sus colegas se refería, sin embargo, la creación de la RPC, en 1949, marcaba el principio del proyecto de creación de una nueva sociedad y sentaba las bases de un estado económicamente próspero. La gradual divergencia de puntos de vista entre Mao y sus más estrechos colaboradores en el seno del partido acerca de cómo se podían realizar esas ambiciones tendría consecuencias decisivas, y a la larga desastrosas, para el pueblo chino.
Con el fin oficial de la segunda guerra mundial en Asia, en agosto de 1945, se inició inmediatamente una carrera para aceptar la capitulación de los japoneses en China y, en consecuencia, quedarse con sus armas. Chiang Kai-shek dio órdenes de que las tropas japonesas habían de capitular únicamente ante las tropas nacionalistas, e incluso determinó que hasta entonces las primeras eran responsables (junto con sus antiguos colaboradores) de mantener la ley y el orden en las ciudades. Inevitablemente, esto causó un gran resentimiento entre la población urbana (Pepper, 1978: 9; 1986: 738-739). Al mismo tiempo, Chiang dependía de la ayuda norteamericana para trasladar por vía aérea a sus tropas a Pekín, Tianjin, Nankín y Shanghai. Asimismo, marines norteamericanos desembarcaron en el norte de China para aguardar la llegada de las tropas nacionalistas (Schaller, 1979). El intento de Chiang de apoderarse de las ciudades de Manchuria, sin embargo, se vio obstaculizado por la presencia de tropas soviéticas en la región, a pesar de la promesa de Stalin de que se retirarían tras la rendición japonesa. Cuando éstas finalmente se retiraron, en mayo de 1946, llevándose consigo una gran parte de las instalaciones de industria pesada de Manchuria, con un valor estimado de 858 millones de dólares (Mancall, 1984: 319), el PCC había logrado extender su control a la mayoría del campo manchuriano.
Para entonces habían estallado ya las luchas a gran escala entre comunistas y fuerzas nacionalistas. Aunque Mao se había desplazado a Chongqing en agosto de 1945 para negociar con Chiang, pronto se rompieron las conversaciones cuando Chiang exigió que las tropas comunistas se pusieran bajo el control nacionalista antes de considerar la demanda de Mao de formar un gobierno de coalición. La intransigencia de Chiang se veía reforzada por su confianza en el apoyo estadounidense, aunque, irónicamente, el nuevo presidente norteamericano, Harry Truman, que había sucedido a Franklin Roosevelt tras su muerte, en abril de 1945, se mostró mucho más circunspecto en su apoyo a Chiang de lo que había sido su predecesor. En diciembre de 1945, Truman envió a China a su embajador especial, el general George Marshall, para que actuara como mediador. Se acordó un alto el fuego temporal y se convocó una conferencia política consultiva; pero la cooperación resultó imposible. Con la reanudación de los combates, en abril de 1946, Chiang convocó una asamblea nacional, dominada por el Guomindang y sin la participación del PCC. Marshall regresó a Estados Unidos en enero de 1947, tras haber fracasado por completo en su intento de mediación. Como secretario de Estado, a partir de 1947 Marshall adoptaría una política de cautela con respecto a China e incluso reduciría la ayuda económica a Chiang. Esto ha llevado a un historiador a afirmar que la poca disposición y la incapacidad de Estados Unidos para intentar una intervención armada sostenida en favor del régimen del Guomindang «creó un entorno internacional favorable a la revolución comunista china» (Levine, 1987: 8).
Chiang, sin embargo, confiaba en el éxito. Sus tropas superaban en número a las del PCC, y también se hallaban mejor equipadas. En marzo de 1947 los comunistas incluso se vieron obligados a evacuar Yanan. Pero los fatales defectos que habían caracterizado a las tropas nacionalistas durante la guerra contra Japón seguían existiendo. Éstas estaban mal dirigidas y escasamente coordinadas. El reclutamiento forzoso de civiles y la conducta indisciplinada de los solddos llevó a la rebelión a una parte cada vez mayor de la población. Las condiciones dentro de las propias tropas eran tan brutales que la deserción resultaba un fenómeno común. Al mismo tiempo, las áreas que se hallaban bajo el control nacionalista experimentaron una acelerada tasa de inflación y la moneda prácticamente se hundió. Los esfuerzos por llevar a cabo una reforma económica se vieron constantemente socavados por la corrupción en las filas del Guomindang. El propio Chiang señalaba, en enero de 1948, que «nunca, ni en China ni en el extranjero, ha habido un partido revolucionario tan decrépito y degenerado como el que hoy constituimos nosotros; ni ha habido ninguno con tal falta de espíritu, de disciplina, y, aún más, de pautas sobre lo correcto y lo erróneo, como el que hoy constituimos nosotros» (Eastman, 1984: 203).
Manchuria, donde Chiang había destinado algunas de sus mejores tropas, fue la primera región que cayó ante los comunistas, cuando una decisiva campaña del PCC realizada bajo el mando militar de Lin Biao (1907-1971), entre septiembre y noviembre de 1948, dejó fuera de combate a más de 400.000 soldados nacionalistas (Levine, 1987: 134-136). A principios de 1949 las guarniciones nacionalistas de Pekín y Tianjin se habían rendido en masa. Estados Unidos se mostraba cada vez más renuente a sacar de apuros a Chiang, si bien las crecientes críticas por parte de los oponentes a la administración republicana, algunos de los cuales integraban un eficaz grupo de presión conocido como el «Lobby de China», obligaron al presidente Truman, en febrero de 1948, a recomendar una subvención de 570 millones de dólares (menos de lo que había pedido Chiang). Al final, la política del gobierno estadounidense no satisfizo a nadie. Chiang Kai-shek se quejaba amargamente de la insuficiencia de la ayuda económica norteamericana, mientras que el PCC acusaba a Estados Unidos de interferir activamente en los asuntos internos de China. Por otra parte, dentro del propio ámbito estadounidense los críticos con la administración acusarían al gobierno (y, en particular, al Departamento de Estado) de haber «traicionado» a Chiang Kai-shek y, en consecuencia, de haber «perdido» China a manos de los comunistas (Tucker, 1983).
Con las fuerzas militares del PCC, ahora rebautizadas como Ejército de Liberación Popular (ELP), preparándose para tomar el sur de China a principios de 1949, Stalin, en enero de ese año, aconsejó cautela e incluso sugirió que las negociaciones con el Guomindang podían constituir una opción seria. En sintonía con el pensamiento soviético del momento, que dividía el mundo en dos bandos hostiles —los socialistas y los imperialistas—, Stalin afirmaba que no había que hacer nada que provocara una intervención militar estadounidense en China y, en consecuencia, implicara a la Unión Soviética —líder del bando socialista— en una guerra mundial. Sin duda, el consejo de Stalin reflejaba también sus sentimientos contradictorios en relación a la perspectiva de tener un potencial rival comunista como vecino. Mao, sin embargo, había afirmado en 1946 que entre los dos bandos existía una «zona intermedia» (de países coloniales y semicoloniales), en la que la resistencia activa contra Estados Unidos podía contener la marea de la agresión imperialista y, por tanto, evitar la guerra mundial (Gittings, 1974: 142-148; Yahuda, 1978: 32-33). En aquel momento Mao también despreciaba la potencial amenaza de la capacidad militar y nuclear estadounidense, calificándola de «tigre de papel» al que se podía vencer mediante una «guerra popular» basada en el compromiso generoso de toda la población. Aunque en 1947-1948 Mao se había dejado convencer de la tesis de los «dos bandos», se rechazó la posibilidad de mantener conversaciones abiertas con el Guomindang, y en abril de 1949 las fuerzas del PCC cruzaron el Yangzi para emprender la conquista del sur de China. El hecho de que Mao ignorara el consejo de Stalin mostraba que, así como en el período de Yanan se había enfatizado la «independencia» (zili gengsheng) en la esfera económica, del mismo modo Mao se adhería ahora a un cierto grado de «independencia» en la política exterior, un importante factor que contribuiría a la futura disputa chino-soviética.
En octubre de 1949, desde la Puerta de la Paz Celestial (Tianan-men) —la entrada a la antigua Ciudad Prohibida imperial de Pekín—, Mao proclamó el establecimiento de la República Popular China (RPC). A finales de ese mismo año el gobierno del Guomindang se había retirado a la isla de Taiwan, desde donde seguiría insistiendo en que representaba a la auténtica «República de China». Aunque en ese momento el gobierno estadounidense no consideró la posibilidad de brindar protección militar a Taiwan, sus relaciones con el nuevo gobierno comunista se habían deteriorado lo suficiente para que Washington impusiera un embargo comercial a la RPC. Por otra parte, durante los años siguientes Estados Unidos se vincularía más estrechamente con el régimen del Guomindang en Taiwan, lo que para el PCC constituía una injerencia directa en los asuntos internos de China (al evitar la reunificación de Taiwan con el continente) y descartó en la práctica cualquier clase de relaciones significativas entre ambos países hasta la década de 1970. En el continente, sin embargo, el último acto de reunificación nacional se realizó en octubre de 1950, cuando las tropas del ELP ocuparon el Tíbet y obligaron a su líder espiritual, el dalai-lama, a aceptar la plena soberanía China (en marzo de 1959 estallaría una rebelión, que sería brutalmente reprimida, y el dalai-lama habría de huir a la India para establecer allí un gobierno en el exilio) (Spence, 1999a: 500, 556).
Ha habido una considerable polémica entre los historiadores acerca de las razones de la victoria comunista de 1949. Curiosamente, los escritos sobre el PCC en el período anterior a 1949 (principalmente obra de periodistas y escritores independientes, muchos de los cuales tenían un profundo conocimiento de la China del Guo-mindang) se centraban en cuestiones que resurgirían en los textos de las décadas de 1960 y 1970 (Hartford y Goldstein, 1989: 4-11; Sel-den, 1995&: 11-12). Al tratar de explicar el éxito del PCC, dichos textos llamaban la atención sobre el apoyo popular a las reformas socioeconómicas del partido, así como sobre su capacidad de movilizar la resistencia nacional contra los japoneses. Con la guerra fría, durante la década de 1950, estudiar la revolución del PCC se convirtió prácticamente en sinónimo de estudiar la política exterior soviética y las maquinaciones del Komintern en China (al tiempo que se hacía hincapié en la instrumentalización y la manipulación maquiavélica de dicha organización por parte del PCC en su lucha por el poder), si bien un innovador estudio de ese período (Schwartz, 1951) fue el primero en subrayar la independencia de Mao con respecto a Moscú y la evolución autóctona china del modelo «leninista», que se aplicó a una revolución de base rural. En las décadas de 1960 y 1970 la atención se centró de nuevo en las razones por las que el PCC obtuvo el apoyo popular. Un estudio (Johnson, 1962) afirmaba que había sido básicamente la guerra contra Japón la que había llevado al PCC al poder, debido a su atractivo para el «nacionalismo campesino» y la legitimidad pública que obtuvo (en contraste con el Guomindang) al consagrarse a la resistencia contra los invasores japoneses. Un estudio posterior sobre Manchu-ria (Lee, 1983: 238-250, 263-264, 314) apoyaba esta hipótesis, mostrando que hasta que la rama local del PCC en la región no logró realizar una activa política antijaponesa, a partir de 1933 (y especialmente a partir de 1935, con la aprobación oficial por parte del Komintern de la política del frente unido contra Japón debido a que ahora ello beneficiaba a la Unión Soviética), no obtuvo un apoyo popular generalizado; aunque la rama manchuriana del PCC había sido diezmada por las fuerzas japonesas en 1937, el apoyo local que había cultivado a partir de 1933 le resultó útil durante el período de la guerra civil.
En respuesta a la tesis del «nacionalismo campesino», en las décadas de 1960 y 1970 otros estudiosos hicieron hincapié en la capacidad del partido de obtener el apoyo popular a través de sus políticas sociales y económicas (por ejemplo, Gillin, 1964). Uno de ellos, en particular, se centraba por vez primera en la Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning (Selden, 1971), y subrayaba la cualidad revolucionaria de las políticas del partido en tanto éstas satisfacían las necesidades económicas básicas del campesinado a través de la reducción de los arrendamientos agrarios y los tipos de interés —si bien hoy se atribuye más importancia a las políticas tributarias equitativas (Selden, 1995b: 22-23)— y creaban estructuras políticas que permitían una genuina participación popular. Significativamente, también en esta época se publicó un estudio clásico sobre la revolución comunista en el campo, basado en observaciones de primera mano de la reforma agraria en una aldea de Shanxi (en el noroeste de China) durante la primavera y el verano de 1948 (Hinton, 1966). La expropiación de tierras pertenecientes a las élites rurales y su redistribución entre los campesinos pobres, que se comparaba a la Proclamación de la Emancipación de Lincoln en Estados Unidos, destruía el poder y los privilegios de los terratenientes y «caciques» locales, y permitía un cambio radical en el estatus y la autopercepción de los campesinos pobres, un proceso al que se aludía como fanshen (literalmente, «darle la vuelta al cuerpo», usado en el sentido de liberarse y valerse por uno mismo) (ibíd.: X, 8).
Otro estudio de esta época (Kataoka, 1974) centraba su atención en la guerra antijaponesa como un factor crucial en el éxito del PCC, aunque no en concordancia con la tesis del «nacionalismo campesino». Según el punto de vista de este estudio, el frente unido y la guerra inmovilizaron el poder del Guomindang —de base urbana—, y, por tanto, proporcionaron un resquicio a la revolución rural encabezada por el PCC, permitiendo al partido extender y consolidar su control organizativo y militar sobre un campesinado provinciano y ligado a la tradición. También se ha subrayado recientemente la importancia del frente unido durante la guerra, pero más en lo relativo a la capacidad del partido para atraerse y ganarse el apoyo de las élites rurales —a las que se denomina «elementos intermedios» (zhongjian fenzi), integrados por la pequeña burguesía, los campesinos ricos y los pequeños propietarios—, así como el de los campesinos pobres, a través de sus políticas moderadas y pragmáticas (Shum, 1985; 1988: 5, 14, 189-190, 231-235).
Los estudios realizados a partir de la década de 1980 han profundizado más en los medios revolucionarios locales (en áreas distintas de la Región Fronteriza de Shaan-Gan-Ning) para describir cómo los activistas del PCC forjaron con éxito coaliciones de intereses, establecieron estructuras de poder en el campo o se adaptaron a los contextos y problemas locales. Un estudio realizado sobre cuatro áreas distintas del este de Henan (en China central) desde la década de 1920 hasta el final de la guerra contempla la revolución del PCC como un proceso dual y «escalonado» de política de poder y revolución social (Wou, 1994). Especialmente en el período posterior a 1937, el PCC recurrió a «políticas de coalición», lo que implicaba compromisos tácticos con comandantes y autoridades locales, la incorporación de bandidos y grupos sectarios, y la infiltración en las redes de defensa de las aldeas y municipios. En particular, en la zona oriental de Henan el PCC supo explotar hábilmente las divisiones entre los diversos grupos de la élite local y adaptar sus tácticas de movilización de acuerdo con las condiciones locales, restringiendo en general los objetivos de su ataque clasista y haciendo hincapié en la seguridad y los intereses colectivos (ibtd.: 210-211; 373-379, 382-383). En contraste, un estudio sobre la China oriental y central (provincias de Jiangsu, Anhui y Hubei) subraya el deliberado recurso del partido a la lucha de clases contra las élites rurales (bajo la fachada de la unidad interclasista) como medio de lograr cierta redistribución de la riqueza y asimilar el apoyo de los campesinos pobres (Chen, 1986: 501-502). El reclutamiento de activistas campesinos en asociaciones campesinas organizadas por el PCC, en las milicias y en la administración rural también le permitió al partido establecer estructuras de poder a todos los niveles en el campo, un factor que resultaría crucial en el conflicto entre el PCC y el Guomindang en la zona central de China, en 1948, cuando el partido logró asegurarse una buena base tanto en hombres como en provisiones (ibíd.: 504-505, 509).
Un tercer planteamiento ha consistido en analizar los problemas locales a largo plazo en determinadas áreas concretas, y ver cómo los activistas del PCC obtuvieron el apoyo local implicándose en dichos problemas (Thaxton, 1983, 1997). Así, un estudio sobre la llanura del norte de China (donde convergen las provincias de Hebei, Shandong y Henan) ha revelado que los campesinos de dicha región (a diferencia de los líderes del PCC) no percibieron necesariamente la invasión japonesa y la guerra de resistencia como un momento histórico decisivo (Thaxton, 1997). Lo que les preocupaba era la constante lucha (que precedía y, asimismo, iba más allá de la guerra de resistencia) contra el estado intruso del Guomindang, empeñado en monopolizar el comercio de sal y en eliminar el mercado libre extraoficial de la sal producida en el ámbito local que tan fundamental resultaba en la renta de los campesinos. Así, los activistas del PCC en esta región obtuvieron el apoyo popular uniéndose a las élites locales y a los productores campesinos en esta «lucha por el mercado» (ibíd.: XV, 2, 12-13, 22-29). Esta alianza política táctica del PCC con la «gente del campo vinculada al mercado» y contra la represión estatal del Guomindang dio legitimidad al partido y convenció a la gente de que una revolución dirigida por el PCC constituía la forma más segura de escapar a las consecuencias económicas del poder del estado centralizado y su «maquinaria de extracción de renta» (ibíd.: 280-281, 319-320). El estudio concluye que el PCC logró acceder al poder respaldando las expectativas campesinas respecto a una ilimitada participación en las actividades comerciales, aunque, en realidad, a partir de 1949 el PCC no hizo sino recoger el testigo del Guo-mindang, emprendiendo un «asalto político centralizado al sector privado» aún más eficaz (ibíd.: 332). Como ya hemos señalado, no hay nada en el proceso revolucionario anterior a 1949 que sugiera que el apoyo rural popular al programa económico del PCC previera otra cosa que la preservación del pequeño campesinado, el establecimiento de cooperativas privadas y voluntarias y la garantía de las actividades de libre mercado (Esherick, 1995: 69). Dado que el cambio estructural a gran escala no se produjo hasta después de 1949, en forma de colectivización a mediados de la década de 1950 (véase más adelante), se sugiere que cualquier evaluación de la «revolución de 1949» debe tener en cuenta los acontecimientos ocurridos en la década siguiente (Huang, 1995: 105).
En una reciente visión de conjunto de las respuestas campesinas a las políticas de movilización del PCC durante la guerra antijaponesa se ha argumentado que inicialmente los campesinos no respondieron a los llamamientos a la defensa nacional (obligando con ello al partido a depender más de las élites y de la población flotante), y que lo que motivó a los campesinos fueron sobre todo las garantías de seguridad y las perspectivas de una política económica redistributiva (sin que necesariamente se cuestionara la legitimidad del propio sistema de propiedad agraria). En última instancia, sin embargo, la voluntad de los campesinos de cooperar con el PCC tuvo más que ver con su profunda conciencia del poder de intimidación del partido y de su capacidad de represión (Bianco, 1995).
La mayoría de los estudios sobre la revolución del PCC han tendido a insistir sobre todo en el período bélico. Uno de los pocos que se centran en el de la guerra civil, que toma Manchuria como objeto de estudio, sostiene que, lejos de ser un resultado inevitable de las fuerzas socioeconómicas, el triunfo del PCC en Manchuria fue una victoria contingente que dependió de factores políticos, militares e internacionales (Levine, 1987: 7), una idea que también afirma un reciente artículo en relación con la victoria del PCC en su conjunto (Esherick, 1995: 53-56). Según dicho artículo, inicialmente se creó un entorno favorable al éxito del PCC debido a la falta de disposición y a la incapacidad de Estados Unidos para intervenir de manera sustancial, al «entendimiento» extraoficial entre Estados Unidos y la Unión Soviética para no hacer de China otra área de competencia entre las dos potencias, y a una cierta asistencia técnica y médica soviética al PCC (Levine, 1987: 238-239); si bien la presencia soviética en Manchuria hasta marzo de 1946, que permitió la penetración del PCC en la región, fue un arma de doble filo para el PCC, ya que el comportamiento de los soldados soviéticos no siempre les granjeó las simpatías de la población local (Westad, 1993: 90-91). En última instancia, no obstante, fue la capacidad del PCC de crear sus propias estructuras políticas, desde el ámbito municipal hasta el provincial (en agosto de 1946 el PCC estableció un gobierno regional para toda Manchuria) lo que le permitió desplazar a las élites tradicionales aisladas y fragmentadas por la ocupación japonesa y monopolizar el poder coercitivo. Con el fin de consolidar aún más su poder en el campo, en 1946-1948 el PCC tomó la estratégica decisión política de llevar a cabo la reforma agraria. El apoyo popular y logístico que obtuvo el partido (a través de la redistribución de la tierra, de una política tributaria equitativa, y de la promesa ofrecida a los campesinos pobres de prosperar y obtener una mayor movilidad en las organizaciones del partido) le permitió librar una guerra convencional a gran escala contra los nacionalistas en Manchuria (ibíd.: 9-13, 228-235, 245-246). Mientras que diversos estudios anteriores (por ejemplo, Selden, 1971) subrayaban el compromiso del partido con la justicia social y económica como la motivación subyacente a sus reformas en el campo, la reforma agraria en Manchuria se contempla desde una perspectiva más instrumentalista. Aunque drástica —a finales de 1946, por ejemplo, un periódico del partido señalaba que en el norte de Manchuria 4,2 campesinos habían adquirido 2,2 millones de hectáreas de tierra (Levine, 1987: 228)—, la reforma agraria no representó por sí misma una revolución campesina (en el sentido de una transformación radical encabezada por líderes campesinos decididos a reorganizar las relaciones en el campo), sino más bien un instrumento concreto de guerra política con el que el PCC trató de movilizar a las poblaciones tanto rurales como urbanas en su lucha contra los nacionalistas (ibíd.: 243).
Al tratar de explicar la victoria del PCC en 1949 es necesario observar también cómo perdió la guerra el Guomindang. Así, a partir de 1945 el gobierno del Guomindang se fue distanciando progresivamente de los estudiantes, los intelectuales y la burguesía urbana debido a su determinación de proseguir una guerra civil impopular y su fracaso a la hora de contener el colapso económico en las ciudades y extirpar la corrupción del funcionariado (Pepper, 1978, 1986). Por otra parte, en muchas zonas controladas por los nacionalistas los campesinos simplemente retiraron su apoyo al régimen a consecuencia del trabajo obligatorio y el reclutamiento militar (Eastman, 1984). Una fascinante antología de ensayos y cartas personales escritos en un día concreto (21 de mayo de 1936) y publicados en septiembre del mismo año por un grupo de célebres escritores chinos —parte de los cuales se traducirían posteriormente al inglés (Cochran y Hsieh, 1983)— revelaban ya un creciente desencanto respecto al gobierno nacionalista (ibíd.: 71-137), que se haría mucho más evidente a partir de 1945. Así, por ejemplo, una de las instituciones de enseñanza superior más leales durante la guerra fue la Universidad Nacional Asociada del Suroeste (Liando). Integrada por una combinación de las universidades de Pekín, Qinghua y Nankai, que tras la invasión japonesa habían trasladado sus campus desde Pekín y Tianjin hasta Kunming (provincia de Yunnan), en el suroeste, tras el final de la guerra Lianda fue emergiendo gradualmente como un centro de crítica al gobierno nacionalista y su inflexible política para con los comunistas. Los mítines antibélicos y las huelgas de estudiantes realizados a finales de 1945 acabaron con un asalto militar al campus y la muerte de cuatro intelectuales. Al año siguiente (en julio de 1946) fue asesinado uno de los profesores más conocidos de Lianda, abiertamente crítico con el Guomindang, Wen Yiduo. En 1949, como ha señalado un reciente estudio, la mayoría de los profesores y estudiantes de Lianda estaban dispuestos a aceptar el gobierno comunista (Israel, 1998).
Un estudio sobre el cine de la posguerra en Shanghai muestra también el sentimiento generalizado de malestar y desencanto (Pic-kowicz, 2000). Muchos de los personajes negativos de estas películas —la mayoría de ellas realizadas por personas que habían trabajado para las organizaciones culturales nacionalistas durante la guerra— eran aprovechados y oportunistas instalados en la que había sido la capital durante el período bélico, Chongqing, que se hacían pasar por «patriotas». Aunque el tema principal de estos filmes (que resultaron enormemente populares) era la erosión de los valores familiares tradicionales causada por la guerra —de la que no se culpaba especialmente al Guomindang—, su descripción de unos funcionarios corruptos durante la guerra (y el contraste con las sufridas masas de Shanghai bajo la ocupación japonesa) «erosionó la confianza pública en el estado de la posguerra» (ibíd.: 392-394). En muchos aspectos, pues, la autoridad y la legitimidad del régimen del Guomindang simplemente fueron desapareciendo.
Con la proclamación de la RPC en octubre de 1949, el PCC, después de más de veinte años de lucha revolucionaria, se enfrentaba ahora a la impresionante tarea de administrar todo el país. En vísperas de la victoria comunista, Mao escribió un importante artículo titulado «Sobre la dictadura democrática del pueblo», en el que exponía los objetivos del futuro gobierno comunista. En sintonía con su concepto de «Nueva Democracia», Mao afirmaba que el PCC encabezaba una alianza de cuatro clases (el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía nacional), y que todas ellas disfrutarían de derechos y libertades democráticos. Esta alianza dirigida por el PCC ejercería una «dictadura» sobre lo que Mao suponía una minoría de contrarrevolucionarios, antiguos miembros del Guomindang, la burguesía «intermediaria» (es decir, quienes habían trabajado para intereses económicos extranjeros, o estaban vinculados a ellos) y los terratenientes (Brugger, 1981: 51-52; Meisner, 1999: 56-61).
Poco después de escribir el mencionado artículo, en septiembre de 1949, Mao convocó la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino en Pekín, a la que se invitó a un gran número de personalidades ajenas al PCC. Se elaboró un programa común, que anunciaba la eliminación de todos los privilegios y propiedades extranjeros, así como la confiscación del capital del Guomindang. Al mismo tiempo, el programa común propugnaba la puesta en práctica de la reforma matrimonial y la reforma agraria, y preveía un período de transición al socialismo durante el que seguiría existiendo la economía privada urbana. También las personas que no eran miembros del PCC participaron en el nuevo gobierno, y varias de ellas serían nombradas para el Consejo Administrativo de Gobierno en la época de Zhou Enlai; por otra parte, tres de los seis vicepresidentes de la República Popular —un cargo meramente honorario— serían no comunistas (una de las personas que ocuparon dicho cargo fue Song Qingling, la viuda de Sun Yat-sen).
Sin embargo, quedaba claro que el liderazgo estaría en manos del PCC. De hecho, hasta 1954 China estuvo dividida en seis regiones militares-administrativas (bajo el control de los diversos ejércitos comunistas), lo cual da una medida de la rapidez con la que el partido impuso una autoridad centralizada capaz de desmantelar esas administraciones regionales y reemplazarlas por gobiernos de distrito y provinciales bajo el control directo del centro. En 1954 se promulgó también una constitución estatal, que permitía la creación de Congresos del Pueblo en los ámbitos local, provincial y central; este último recibiría el nombre de Congreso Nacional del Pueblo. Sólo en los congresos de «nivel básico» se permitiría la elección directa (bajo la estricta supervisión del PCC), mientras que los miembros de los congresos superiores serían nombrados por los congresos inmediatamente inferiores. Aunque en teoría los Congresos del Pueblo habían de supervisar la administración de su nivel correspondiente, básicamente se utilizarían para dotar de una plataforma a la política oficial del partido. El PCC se aseguró el control global estableciendo comités del partido encargados de supervisar cada nivel de administración (con lo que a menudo se producían solapamientos de personal para las diversas tareas), mientras que, en el centro, el Politburó del PCC (y, en particular, su Comité Permanente de cinco miembros) ejercía una decisiva influencia en la estructura oficial de gobierno, que ahora incluía un Consejo de Estado y un montón de ministerios y comisiones (Lieberthal, 1995: 77-79). También aquí resultaban evidentes los solapamientos de personal; los dos casos más obvios eran el de Mao, que era a la vez presidente de la República Popular y jefe del PCC, y el de Zhou Enlai, que era primer ministro y miembro del Comité Permanente del Politburó (Meisner, 1999: 61-64).
Uno de los principales puntos de la agenda del nuevo gobierno comunista era la conclusión de la reforma agraria, un proceso ya iniciado a partir de 1945 en las áreas bajo control comunista y que implicaba la apropiación de tierras pertenecientes a terratenientes y su redistribución a los campesinos pobres. En algunas áreas, especialmente en 1947-1948, el proceso se había descontrolado rápidamente, llevando a lo que se denominó «desviaciones izquierdistas», con ataques a los campesinos ricos (e incluso de clase media) además de los terratenientes (Hinton, 1966: XI, 125-126). La Ley de Reforma Agraria de junio de 1950 aspiraba a ampliar dicha reforma a todo el país y a establecer límites a sus objetivos. Sólo las tierras y las propiedades que pertenecieran a los terratenientes (que constituían el 4 % de la población rural y poseían el 30 % de la tierra) serían confiscadas y redistribuidas, si bien las tierras propiedad de las empresas industriales y comerciales se dejaron intactas, en sintonía con la política oficial de protección al sector industrial privado. Se protegió específicamente a los campesinos ricos y de clase media, y los primeros incluso pudieron arrendar una parte de sus tierras siempre que ésta no excediera a la parte que labraban ellos mismos (Lieberthal, 1995: 90-91; Meisner, 1999: 91-102).
El impacto de la reforma agraria, no obstante, fue bastante impresionante (Shue, 1980: 41-91). No sólo dio como resultado un gran incremento del número de campesinos pequeños propietarios, sino que asimismo aseguró la eliminación de la influencia social y política de la élite rural. El partido alentó a las asociaciones campesinas a realizar mítines masivos durante los que se invitaba a los campesinos individuales a enfrentarse a los terratenientes y denunciarlos públicamente. Estos mítines de «expresión de la amargura», como se les denominaba, llevaban no sólo a la humillación pública de los terratenientes, sino también, en muchos casos, a su ejecución. El PCC insistía en alentar la «lucha de clases» (jieji douzheng) durante dichos mítines, como parte de un drama moral organizado que legitimaba la visión de la revolución propia del partido (Anagnost, 1997: 28-35). De forma amenazadora para el futuro, sin embargo, las etiquetas clasistas de «terrateniente» y de «enemigo de clase» (Jieji diren) solían imponerse arbitrariamente; así, en el norte de China se tendía a echar a los «granjeros empresarios» (los que empleaban mano de obra asalariada) en el mismo saco que los terratenientes, mientras que en la región del Yangzi, donde muchos de los terratenientes eran propietarios absentistas y las relaciones tanto de arrendamiento como laborales asalariadas solían darse entre campesinos de clase media y campesinos pobres, a menudo se «luchaba» contra los primeros (Huang, 1995: 115-119). Así, las etiquetas clasistas adquirieron un carácter más simbólico y moral, antes que reflejar la realidad material. Esta disyuntiva entre lo que se ha calificado de «realidad figurativa y objetiva» se haría especialmente manifiesta durante la Revolución Cultural (ibíd.: 111). La realización de la reforma agraria requirió mucho tiempo en el sur de China debido a que muchos cuadros locales responsables de su puesta en práctica eran también miembros de clanes (tradicionalmente más dominantes en el sur), y, por tanto, se veían atrapados entre la lealtad al estado y la solidaridad de parentesco con las personas afectadas por la reforma. De hecho, el proceso no se completó íntegramente hasta 1952.
Otra de las primeras prioridades del nuevo gobierno fue la realización de la reforma matrimonial, de la que el PCC había sido pionero durante el período del Soviet de Jiangxi. En 1950 se promulgó una Ley de Reforma Matrimonial destinada a poner fin a las prácticas tradicionales del matrimonio concertado y el concubinato, estableciendo una edad mínima para casarse, permitiendo la libre elección de cónyuge y concediendo la libertad de divorcio. Al insistir también en que a partir de ese momento todos los matrimonios se habían de registrar ante las autoridades comunistas (tradicionalmente los matrimonios tenían lugar como resultado de negociaciones y regateos entre los ancianos de dos familias o clanes), el gobierno confiaba en ir reemplazando la lealtad a la familia por la lealtad al estado. Miles de mujeres de las zonas rurales (muchas de ellas casadas mediante matrimonios concertados) trataron de utilizar la ley para pedir el divorcio o para casarse con un compañero de su elección. Muchas de ellas chocaron con la obstrucción de los cuadros locales (varones) o fueron maltratadas por sus maridos y suegros, que no estaban dispuestos a colaborar (en algunos casos incluso produciéndoles la muerte). A finales de 1953 —sostienen algunos estudios—, el partido empezó a frenar la puesta en práctica de la ley y a hacer hincapié, en cambio, en la importancia de la armonía familiar como fundamento del orden socialista; así, por ejemplo, a las mujeres que pedían el divorcio se las criticaba ahora por exhibir el rasgo «burgués» del individualismo egoísta (Johnson, 1983). En cualquier caso —señala otro estudio—, en 1950 el objetivo del partido era crear unidades familiares estables y monógamas, antes que establecer la absoluta igualdad entre los sexos; en realidad se creó un «nuevo patriarcado democrático» (Stacey, 1983), en el que las mujeres tenían ciertos derechos, pero la autoridad seguía estando en manos del varón cabeza de familia. En este sentido se podría señalar que, aunque en el contexto de la ley de la reforma agraria a las mujeres también se les asignaban tierras, éstas seguían registrándose a nombre del cabeza de familia, ya fuera el padre o el marido.
Un reciente estudio (Diamant, 2000), basado en archivos del partido previamente inaccesibles, ha cuestionado este punto de vista de que la Ley de Reforma Matrimonial se vio socavada por la autoridad patriarcal desde arriba y por los funcionarios rurales tradicionalis-tas desde abajo, argumentando que las mujeres de las zonas rurales sí pudieron utilizar la ley en beneficio propio (incluso después de 1953) apelando directamente a los tribunales de distrito y de condado, que tendían a ser más comprensivos que los funcionarios de las aldeas, de nivel inferior y menor instrucción. Los funcionarios de alto rango de las ciudades (muchos de los cuales habían sido campesinos y se habían casado mediante matrimonios concertados) también se mostraron entusiastas de la ley, especialmente por el hecho de qué ésta les permitía divorciarse de sus mujeres campesinas y casarse con mujeres de las zonas urbanas, más «atractivas» a sus ojos. Por otra parte, muchos cuadros locales y funcionarios de las aldeas interpretaron la Ley de Reforma Matrimonial como un movimiento político similar a la reforma agraria, que atacaba en calidad de opresores a la generación más anciana (en lugar de los terratenientes). Así, la generación más anciana (y especialmente las mujeres) fue tan víctima de la ley como sus más empedernidos oponentes. A partir de 1953 las mujeres siguieron utilizando el lenguaje de libertad de la ley para aumentar su influencia en los maridos y sus familias, mientras que las que estaban casadas con soldados del ELP a menudo lograban obtener el divorcio sin la aprobación previa de sus maridos (una condición establecida en la ley) gracias a la connivencia de los cuadros locales, algunos de los cuales, según parece, mantenían relaciones adúlteras con esposas de militares.
También se organizaron campañas masivas en las ciudades, donde el gobierno estaba decidido a erradicar cualquier vestigio de corrupción en la burocracia (muchos administradores del régimen anterior seguían ocupando sus cargos, debido simplemente a que el partido carecía de personal para reemplazarles) y en las iniciativas económicas (Meisner, 1999: 75-87). Otros aspectos de la vida urbana como el juego, el tráfico de drogas y la prostitución (a los que Mao calificaba de «balas recubiertas de azúcar», que podían tentar a los confiados cuadros del partido cuando entraban en las ciudades), fueron también estrictamente proscritos. Diversos estudios sobre ciudades concretas como Cantón, Tianjin y Shanghai han mostrado hasta qué punto el PCC logró su objetivo de imponer la disciplina y el orden moral en el paisaje urbano (Vogel, 1969; Lieberthal, 1980; Gaulton, 1981; Hershatter, 1997: 304-320).
Aunque inicialmente se protegió a la empresa privada en las ciudades, en 1953 se inició un proceso de nacionalización que se completaría en 1956. Al mismo tiempo, el nuevo gobierno lanzó su primer plan quinquenal, que hacía hincapié en el fomento de la industria pesada. En este aspecto, China dependía en gran medida del apoyo de la Unión Soviética. Aunque en su artículo sobre la dictadura democrática del pueblo Mao había declarado que el nuevo gobierno estaría dispuesto a tratar con cualquier país sobre una base de igualdad y mutuo respeto, también admitía que China necesitaría «inclinarse hacia un lado» (es decir, hacia el bando socialista, encabezado por la Unión Soviética). En cualquier caso, la creciente hostilidad estadounidense, ilustrada por la imposición por parte de Washington de un embargo comercial a la RPC en noviembre de 1949, forzó inevitablemente a Mao a dirigirse a la Unión Soviética en busca de ayuda económica. Un estudio reciente, sin embargo, sostiene que la decisión de Mao de «inclinarse hacia un lado» en 1949 era la consecuencia lógica de lo que habían sido las relaciones entre el PCC y Moscú desde 1935 (Sheng, 1997: 162).
Así pues, Mao visitó Moscú entre diciembre de 1949 y febrero de 1950 (su primer viaje al extranjero), y estableció una alianza con la Unión Soviética, válida por un período de treinta años. Moscú prometió acudir en ayuda de China en el caso de un ataque por parte de «Japón o cualquier otro estado que se uniera de cualquier forma a Japón en sus actos de agresión» (una clara referencia a Estados Unidos). Moscú también aceptó conceder un crédito fijo por un valor equivalente a 300 millones de dólares (a devolver con un 1 % de interés anual), con el que China pudiera adquirir maquinaria y equipamiento soviéticos. En 1954 se concederían nuevos créditos. Al mismo tiempo, Stalin se aseguraba una serie de concesiones por parte de Mao, que incluían el reconocimiento de los derechos de la Unión Soviética en la Manchuria meridional originariamente cedidos por Chiang Kai-shek en su tratado de 1945 con Stalin (es decir, el mantenimiento del uso naval soviético de Lushun —antes Port-Arthur— y Dairen), el mantenimiento de la gestión conjunta chino-soviética del Ferrocarril Oriental de China, y el reconocimiento por parte de Pekín de la independencia de Mongolia Exterior (ahora en la esfera de influencia de la Unión Soviética). Otros acuerdos posteriores dispusieron también la creación de sociedades anónimas con capital chinosoviético para explotar los recursos minerales de Xinjiang, así como para gestionar una serie de líneas aéreas civiles. Aunque en 1954 Moscú había devuelto Lushun, Dairen y el Ferrocarril Oriental de China íntegramente a manos chinas y había vendido sus acciones en las sociedades anónimas, el solo hecho de que Mao se hubiera visto obligado a hacer inicialmente esas concesiones había sido un duro golpe, y más tarde se referiría con amargura a las arduas negociaciones de 1950.
Las difíciles condiciones que impuso Stalin en 1950 han fomentado que se califique la alianza chinosoviética de «relación desigual» (Mancall, 1984: 368); pero es importante señalar los beneficios que la RPC obtuvo de dicha relación. En primer lugar, la alianza le proporcionaba a China un paraguas nuclear en una época en la que sus relaciones con Estados Unidos eran extremadamente tensas. La invasión, en 1950, de Corea del Sur por la comunista Corea del Norte (Corea se había dividido en 1945) llevó a la intervención de las fuerzas de la ONU, integradas en su mayoría por tropas estadounidenses al mando del general MacArthur. Cuando las tropas de la ONU pasaron a la ofensiva y penetraron profundamente en el territorio de Corea del Norte, llegando casi hasta la frontera chino-coreana, Pekín envió «voluntarios» (en octubre de 1950) a participar en la lucha del bando norcoreano (Whiting, 1960). A ello siguió una guerra de desgaste, que terminó con un armisticio, en 1953, que prácticamente restablecía la línea de demarcación original: el paralelo 38. La alianza chinosoviética pudo muy bien haber sido un factor disuasorio que impidió un ataque directo estadounidense a China, aunque habría que señalar que la ayuda material soviética a China durante la guerra fue mínima y llegó cuando el proceso estaba ya bastante avanzado.
En segundo término, la alianza chinosoviética preparó el camino para la ayuda soviética en el primer plan quinquenal de China. Moscú contribuyó a la construcción de más de cien plantas industriales (fabricación de maquinaria, metalurgia, carbón, hierro y acero), y envió a miles de expertos a ofrecer asesoramiento y ayuda en la formación del personal. Al mismo tiempo se envió a estudiantes chinos a la Unión Soviética. En conjunto, la década de 1950 presenció una considerable influencia soviética en China; así, por ejemplo, los libros de texto y manuales técnicos soviéticos se tradujeron masivamente al chino y se utilizaron ampliamente en la enseñanza. Por otra parte, el primer plan quinquenal se basaba, en gran medida, en el modelo de desarrollo soviético, con su especial énfasis tanto en la industria pesada como en la planificación centralizada. Recientemente se ha señalado que la adopción del modelo soviético en la década de 1950 fue una consecuencia lógica de las estrechas relaciones chinosoviéticas y de la influencia soviética en la política del PCC antes de 1949, que hasta ahora se habían pasado por alto; así, por ejemplo, dos personajes que regresaron a Yanan a finales de la década de 1930 después de haberse formado en Moscú (Chen Yun y Kang Sheng) desempeñarían un importante papel a la hora de aplicar los modelos soviéticos a la planificación económica y la rectificación del partido (Esherick, 1995: 50-53).
Las relaciones chinosoviéticas, sin embargo, estaban cargadas de potenciales tensiones, especialmente tras la muerte de Stalin, en 1953. En el transcurso de la década de 1950 Mao se mostró cada vez más insatisfecho no sólo con el modelo de desarrollo económico soviético, sino también con el intento de Moscú de controlar las políticas de defensa y de relaciones exteriores chinas, y en particular con la renuencia de la Unión Soviética a compartir su tecnología nuclear con Pekín y su tibio apoyo a la campaña china para la recuperación de Taiwan, ahora vinculado a Estados Unidos por un tratado de defensa, firmado en 1954. Fue significativo el hecho de que la primera crisis que surgió entre los líderes del PCC a partir del 1949 tuviera que ver con la condena y la purga de Gao Gang, jefe del aparato del partido en Manchuria y de la Comisión de Planificación Estatal, recientemente creada (en 1953). Se supo que Gao mantenía estrechos vínculos con Moscú, y fue acusado de intentar establecer un «reino independiente» en el noreste (Brugger, 1981: 101-103; Meisner, 1999: 120-122).
Dado que la principal fuente interna de financiación de la industrialización había de ser el sector agrícola, se esperaba que la reforma agraria daría lugar a un aumento de la producción en el campo. Al mismo tiempo se concibió un proceso gradual de colectivización, que se iniciaría con la formación de mutualidades y equipos de trabajo, y terminaría finalmente con la creación de «cooperativas de productores agrícolas de nivel superior», cuando se eliminara la propiedad privada de la tierra. El primer plan quinquenal, por ejemplo, establecía originariamente el objetivo de que en 1957 la tercera parte de todas las familias campesinas se hubieran integrado en cooperativas de productores agrícolas (CPA) de nivel inferior, en las que la tierra, aunque todavía de propiedad privada, sería comunal y se cultivaría colectivamente.
Gravado por fuertes tributos estatales y con su eficacia reducida por la fragmentación de las tierras, el sector agrícola no logró el esperado aumento de la producción. Los campesinos más pobres, siempre en situación de desventaja debido a la falta de las adecuadas facilidades de crédito y a su incapacidad para comprar equipamiento moderno, se endeudaron rápidamente con sus vecinos más ricos, lo que a menudo les hizo perder sus tierras. Mao, que empezaba a temer el resurgimiento en el campo de unas relaciones de clase basadas en la explotación, aludía a la aparición de una nueva «clase de campesinos ricos» (Meisner, 1999: 132-133). Aunque a mediados de 1955 el comité central del partido pidió que se acelerara la colectivización, Mao todavía no estaba satisfecho, y en julio de ese mismo año, en un discurso pronunciado en una reunión de secretarios provinciales y regionales del partido, criticó la cautela de éste después de lo que Mao percibía como un entusiasmo «espontáneo» frente a la colectivización por parte de los propios campesinos. Basándose en ello, pidió que se adelantara el calendario, declarando que a principios de 1958 la mitad de todas las familias campesinas debían ya estar integradas en CPA de nivel inferior. Ésta era la primera ocasión (aunque no sería en absoluto la última) en la que Mao pasaba por encima de sus colegas del Politburó para apelar a una audiencia más amplia. Implícitamente rechazaba el punto de vista que sostenían muchos «planificadores» de la cúpula del partido, incluyendo a su vicepresidente, Liu Shaoqi, de que la socialización de la agricultura dependía del desarrollo previo de la industria y de una amplia mecanización del campo. Para Mao, el propio proceso de colectivización estimularía el entusiasmo masivo, y, por tanto, llevaría a un aumento de la producción.
Irónicamente, incluso el objetivo de Mao se vio rápidamente superado durante el invierno de 1955-1956, cuando el movimiento cobró su propio impulso. A mediados de 1956 prácticamente todas las familias campesinas se habían integrado en CPA de nivel inferior, y, en consecuencia, la fase final de la colectivización se completó poco después, cuando la mayoría de las CPA de nivel inferior se transformaron en CPA de nivel superior, en la primavera de 1957. Aunque estas últimas —que inicialmente abarcaban 250 familias, pero que más tarde se redujeron a 150— acabaron con la propiedad privada de la tierra, se permitieron parcelas privadas, principalmente para uso doméstico (ibíd.: 134-143).
Mao también dio un paso decisivo al lanzar una campaña para combatir el burocratismo en el seno del partido. Su preocupación por esta cuestión se remontaba al período de Yanan, pero observó que el problema se hacía especialmente grave durante los primeros años del nuevo gobierno, con la proliferación de ministros y comisiones en el gobierno central y el crecimiento de una burocracia de partido cada vez más diferenciada por unas complicadas escalas de categorías y salarios (Harding, 1981: 67-86). Resulta significativo el hecho de que la lección que Mao extrajo del discurso secreto en el que Jruschov, en febrero de 1956, denunció los crímenes de Stalin (aparte de la irritación por no haber informado con antelación a los líderes del PCC de un paso tan decisivo), fue que los partidos comunistas habían de ser conscientes de cuándo se distanciaban del pueblo. Proclamando el eslógan «Que florezcan cien flores y que compitan cien escuelas de pensamiento», Mao pidió a los intelectuales no pertenecientes al partido que criticaran el estilo de trabajo de éste; al hacerlo así —creía Mao—, se lograría una mayor unidad y el partido se revitalizaría. Esta «rectificación de puertas abiertas», como la denominó Mao, no contó con la clara aprobación de algunos de sus colegas, a quienes, si bien estaban bastante dispuestos a aceptar las críticas a los burócratas del partido «a puerta cerrada», no agradaba ver que ese proceso se extendía más allá de los límites internos del PCC. Los propios intelectuales se mostraron inicialmente cautos, pero en el verano de 1956 empezaron a aparecer críticas en la prensa (Meisner, 1999: 162-169).
La tibia reacción del partido a la iniciativa de Mao quedó claramente de manifiesto en su octavo congreso, celebrado en septiembre de 1956, cuando hubo que dar una aprobación más oficial. La implícita condena del «culto a la personalidad» contenida en el discurso secreto pronunciado en febrero de 1956 por el nuevo líder soviético también hacía vulnerable la posición de Mao. La referencia al «pensamiento de Mao Zedong» se eliminó de la nueva constitución del partido, al tiempo que se resucitaba el cargo de secretario general, para el que se nombró a Deng Xiaoping, quien, al igual que Liu Shaoqi, no se mostraba especialmente entusiasta respecto a la «rectificación de puertas abiertas». Los disturbios en Polonia y la revuelta antisoviética en Hungría durante la segunda mitad de 1956 no hicieron sino confirmar los temores de lo que podía ocurrir si el partido bajaba la guardia.
Mao reavivó el debate en febrero de 1957, en un discurso titulado «Sobre el correcto manejo de las contradicciones entre el pueblo», que pronunció ante la Conferencia Suprema del Estado (por tanto, saltándose una vez más a la cúpula del partido). Mao afirmaba que, a menos que el partido estuviera dispuesto a escuchar las críticas externas, la contradicción «no antagónica» entre el partido y el pueblo se podía convertir en «antagónica», una atrevida afirmación para ser hecha por alguien que era presidente de un partido comunista (MacFarquhar, 1974: 184-186; Meisner, 1999: 170-174). De nuevo, y tras una reacción inicial de timidez, en el verano de 1957 los intelectuales y estudiantes empezaron a expresar sus críticas. Así, por ejemplo, en los campus universitarios los estudiantes exhibieron «carteles de grandes caracteres» (dazibao), donde acusaban a los cuadros del partido de convertirse en una nueva élite de burócratas arrogantes e insensibles. Algunos intelectuales incluso llegaron a criticar el gobierno monopartidista y a cuestionar la propia validez del socialismo (MacFarquhar, 1960).
La ferocidad de las críticas cogió a Mao por sorpresa, ya que había supuesto que la intelligentsia estaba unida en su simpatía generalizada por el socialismo. Volvió, pues, a su postura originaria (sin duda alentado por sus colegas), y en junio de 1957 se publicó una versión revisada de su discurso de febrero, donde se definía la «crítica correcta» como aquella que reforzaba el liderazgo del partido y respaldaba el sistema socialista. Los intelectuales fueron condenados como «malas hierbas venenosas» y denunciados públicamente en una campaña antiderechista que dio como resultado que muchos de ellos hubieran de sufrir una «reforma laboral». Aunque la campaña de las Cien Flores había fracasado en lo que atañía a Mao, la creciente insatisfacción que sentía respecto al modo como evolucionaba el partido (y que había sido lo que inicialmente le había llevado a lanzar la campaña), así como frente al modelo soviético de desarrollo económico que había adoptado el primer plan quinquenal, predispuso a Mao a cambiar de dirección, y en 1958 volvió sus ojos al campo —en lugar de dirigirse a los intelectuales— en busca de inspiración.