Capítulo 30

Bankside, Londres (Inglaterra)

Lunes, 4 de enero de 1588

Apenas quedaban unos minutos para la hora de la comida. A Marlowe le había costado deshacerse de los hábitos del colegio. Ahora vivía en Londres, en la zona de los teatros, pero cuando llegaba la misma hora, todos los días, esperaba el sonido de la campana que anunciara el momento del almuerzo. Y como si se hallara en el Corpus Christi, aprovechaba hasta el último momento para leer o hacer bosquejos de las ideas que se le iban ocurriendo a medida que devoraba autores clásicos.

El ruido de la puerta cerrándose a la espalda de su escritorio le hizo despertar de su lectura.

—Buenos días, señor Marlowe.

Kit levantó la cabeza y vio la figura de su amigo Nicholas Faunt reflejada en el vidrio de su cuarto. Se dio la vuelta y, con una sonrisa queda, dio la bienvenida a su compañero.

—Tienes carta de España.

—¿De quién es? —preguntó Kit ilusionado en que fuera correspondencia de Lorena.

Se levantó y tomó el papel que le tendía su compañero.

—No lleva el nombre del remitente. Parece ser una carta muy misteriosa —respondió el agente bromeando entre risas y gestos siniestros.

Marlowe tomó la carta y la abrió iluminado por la luz de la ventana. Su atención e interés se tornó en preocupación cuando vio en el interior la rúbrica de Ana de Mendoza.

Faunt observaba desde la cama el rostro de su compañero. No tardó en terminar de leer la carta. Solamente eran unas breves líneas.

—Nick, déjame dinero para viajar.

La pregunta no dio opción a ningún comentario de su compañero.

Acercó la carta a una de las lámparas encendidas sobre la mesa del escritorio y la quemó.

—¿Qué es lo que decía la carta?

—Eso ahora no te lo puedo contar.

—¿Adónde tienes que viajar? Recuerda que no puedes abandonar el país, ni siquiera la ciudad, sin consultar antes a los Walsingham.

—Tú me ayudarás en eso. No abrirás la boca, ni dirás siquiera que me has visto. Tienes que ayudarme, Nick.

—Pero por mucho que te quiera ayudar, tarde o temprano te van a descubrir. Estás loco si crees que el abandono de la ciudad durante unas semanas no va a ser advertido a las autoridades. ¡Esperarán la llegada de una carta de la oficina de los Walsingham y cuando ésta no llegue, ya será demasiado tarde!

—En este tiempo han pasado muchas cosas —quiso justificarse el agente—. A mi vuelta de España los acontecimientos se precipitaron contra el grupo de John Ballard y de Anthony Babington. Todos fueron detenidos, juzgados y condenados a muerte por alta traición.

Nicholas Faunt guardaba silencio mirando el techo de la habitación desde la cama.

—Somos nosotros quienes abrimos el camino —insistió Kit—. Si no llega a ser por mí, María Estuardo no habría sido decapitada el año pasado y todos estarían rasgándose las vestiduras colmados de preocupaciones.

—Ese tipo de decisiones están fuera de nuestro alcance. Nosotros solamente somos una herramienta. ¿O acaso te vas a creer ahora el rey de Inglaterra? Tienes todas las de perder tanto en tu profesión como en la casa Walsingham.

—Cuando lleguen las noticias de mi desaparición, yo ya habré regresado de mi viaje. No tengo mucho tiempo. ¿Me ayudas o no?

Marlowe ya había empezado a guardar las cosas imprescindibles en un hatillo mientras discutía con su amigo.

—Dime al menos adónde vas.

—Tengo que ir a Lisboa a resolver un asunto. La Armada española está anclada en el puerto de la capital portuguesa esperando órdenes para partir hacia nuestras costas.

Faunt se incorporó de la cama alarmado por los comentarios de su amigo.

—¿Te has vuelto loco? ¡Sabes perfectamente que no puedes actuar por cuenta propia! Serás expulsado del servicio secreto y no habrás aprovechado nada de las ventajas que te han ofrecido en estos años. ¡Todo el trabajo se irá al traste!

—Es un riesgo que sé que puedo correr. No me has respondido aún si me vas a ayudar o no —añadió deteniéndose en su tarea y mirando de nuevo a Faunt—. La verdad es que por lo que he leído en la carta, el tiempo es oro. No hay mucho.

El agente permanecía en el centro de su habitación con los brazos en jarras esperando la respuesta de su amigo.

—Te vas a meter en un lío.

—Lo sé, no hace falta que me lo digas. Pero eso ya es problema mío. Cuando hace tres años acepté este trabajo ya conocíais perfectamente cómo era y mi forma de actuar.

—Sabes que los Walsingham están molestos porque no obedeciste la orden que te di en Reims de volver a Inglaterra. Por tu cuenta y riesgo decidiste marchar a Madrid con el peligro que ello implicaba tanto para ti como para la misión, si se hubiera dado el desgraciado caso de que cayeras en sus manos.

—¿Pasó algo? ¿Tuvimos desventaja? ¿Acaso no fue más prolífica mi nueva estadía en Madrid? ¿O es que Sus Señorías ya se han olvidado de todo lo que nos contó la princesa de Éboli?

Nicholas Faunt permaneció en silencio sentado en la cama con gesto de contrariedad. Sabía que su amigo tenía razón. Finalmente dijo:

—Tienes razón, Kit, pero las cosas ahora han cambiado. —Su intento por convencer a su compañero de que desistiera de su alocado plan fue vano.

—Y tanto que lo han hecho. Estamos a punto de hacer girar la situación a nuestro favor y se me niega la posibilidad de ayudar a la Corona, lo que casi se me había exigido con absoluta fidelidad al principio de comenzar esta empresa.

—Coméntaselo al menos a Thomas Walsingham antes de partir. Proponle tu plan y que él decida.

—Sabes perfectamente que se van a negar. Él no puede tomar por cuenta propia una decisión de este calibre sin haberla consultado antes con Francis Walsingham. El ir a Chislehurts retrasaría extraordinariamente mis planes.

El silencio volvió a inundar el cuarto.

—Si no me proporcionas el dinero para viajar a Lisboa, tendré que robarlo y eso complicará aún más las cosas.

Faunt se levantó de la cama y se dirigió hacia la lámpara que acababa de quemar la carta recibida desde España. No pudo leer ni una línea de lo que allí había escrito. El papel se había convertido en un montón de cenizas.

Con mal gesto dio la espalda a su amigo y caminó hasta la puerta de la habitación. Se detuvo frente a ella y miró a Kit.

—Estás completamente loco. Tengo el presentimiento de que te vas a meter en un lío. ¡Qué diablos, ya estás dentro de un lío terrible!

—¿Y…?

—Esta tarde tendrás el dinero en una bolsa debajo de la almohada.

—Gracias, Nick.

Cuando oyó el cerrojo de la puerta, retomó la tarea de hacer su equipaje. Después de meter algo de ropa, tomó su cuchillo de debajo de la cama. Lo sacó de la funda y observó el brillo del metal a la luz del sol. Sabía que le sería de gran utilidad en el viaje que estaba a punto de iniciar. La princesa de Éboli le había pedido que lo usara si fuera necesario, siempre que antes el veneno no consiguiera el efecto deseado.

Acabar con la vida del marqués de Santa Cruz, almirante de la que los españoles llamaban «Grande y Felicísima Armada» no anularía el peligro de la invasión de Inglaterra. Sin embargo, dando la razón a doña Ana, sí haría que los acontecimientos giraran a su favor de una manera extraordinaria.