Capítulo 11

Westminster (Inglaterra),

Parlamento

Jueves, 25 de abril de 1585

—Señor, las circunstancias parecen complicarse más de lo esperado. Al parecer no resulta sencillo para los españoles conocer el nombre secreto del señor Marlowe.

Robert Cecil miraba a su ayudante James con cara circunspecta.

—¿Estás seguro de que el nombre que me das es el que está usando Marlowe en España?

—Con toda seguridad, señor. Hemos realizado investigaciones muy precisas y exhaustivas entre todos los viajeros que partieron para el puerto español de Laredo en aquella fecha. Por fortuna no fueron muchos los barcos que zarparon aquel día. Además, los agentes de los Walsingham siempre navegan con una serie de servicios garantizados. No tuvimos más que indagar en quiénes habían ido en ese día. La lista de privilegiados no era muy extensa. Al parecer el señor Marlowe viajó en un barco llamado Elizabeth Stone bajo el nombre de Thomas Shelton.

Robert Cecil observó de nuevo el papel que le había entregado su servidor en el que estaba escrito el nombre del agente.

—Tiene cierto sentido, James. La operación que están desarrollando los Walsingham es extremadamente importante y delicada. No es extraño que hayan elegido ese nombre tan ligado a la familia.

Sin pensárselo más, Cecil se acercó a su escritorio. Tomó un trozo de papel en limpio, mojó la pluma en el tintero y empezó a escribir.

—Quiero que lleves esta carta a las postas cuanto antes. Tiene que salir para Madrid con toda celeridad. Que le den prioridad sobre otras cartas.

—Señor, no estaréis comunicando al secretario del rey Felipe el nombre de nuestro contacto…

—Sin lugar a dudas eso es algo que a ti no te interesa, James. —Cecil le contestó alargándole el papel ya cerrado y sellado.

—Si me lo permitís, señor, os sugiero que me parece terriblemente arriesgado enviar una carta de estas características con información tan sensible, sin siquiera cifrar el documento.

—Prefiero no hacerlo, James. De ser así, la carta llamaría la atención en sí misma. Dejémosla como está y que pase inadvertida entre el resto de los documentos de la posta del día.

James hizo un amago de prolongar su protesta un poco más, pero el deforme político inglés le cortó al instante.

—No quiero volver a oír hablar de este asunto, James. ¿Entendido?

—Como ordenéis, señor.