ROSCOE Y EL FUM

Roscoe, que avanzaba por la carretera con su maleta, se encontró con un viejo macho cabrío que se parecía a Elisha.

—Puede que seas una cabra —le dijo Roscoe—, pero tu muerte no tiene sentido.

—Trata de considerar el empeño de Pamela en hacerse con Gilby como un litigio por paternidad.

—¡Ah! Entonces caíste en las garras de Pamela.

—¿Eso crees? ¿Qué influencia tiene para amenazar a una cabra muerta? —Y la cabra husmeó la maleta de Roscoe—. ¿Qué hay aquí?

—Tanto podría ser dinero como piedras —respondió Roscoe—. Mi pregunta es: ¿por qué siento tanto dolor?

—El dolor es la única música a cuyo son siempre bailas —replicó la cabra.

—Estoy cansado de esto —dijo Roscoe—. He de mejorar mi estilo de vida.

—¿Mejorar una vez más tu estilo de vida? —dijo la cabra—. ¿Has oído hablar del fum?

—¿El fum? No lo había oído jamás.

—El fum es un instrumento musical precursor del arpa eólica —le explicó la cabra—. Tensas unas cuerdas de clavicordio sobre el ano de un gato muerto, y las tocas punteando con los dientes. Y creo, Roscoe, que si pensaras en que puede mejorar tu estado, empezarías a practicar el fum.

—No estoy en condiciones de discutir. ¿Te apetece una golosina? —Roscoe puso una tableta de Hershey en la boca de la cabra, que se comió el envoltorio y escupió el chocolate.

—Nada de comistrajos en el chiringuito del chivo —dijo la cabra.