NADIA

El hada de Luis, mala o buena, siempre fue Nadia. Una mujer indescriptible. Una llaga en carne viva que siempre escuece, que siempre atormenta… Una bellísima estrella que no deja de titilar. En su ser convivían sin dificultad lo más pueril y bobalicón con lo más aciago y perverso. Bondad y maldad eran en ella compatibles de un modo tan malévolo e imperceptible que aterraba darse cuenta de ello. Bien podía ser una mujer muy sensata, también una chiquilla desmesuradamente traviesa. Las dos capaces y dispuestas a sumergirse en el cálido mar de los pecados, de lo prohibido, de los peligros. Las dos cargadas de inocencia y maldad a partes iguales. Y como suele suceder con este tipo de hembras, capaz de torturar el alma de un hombre hasta encenderla y consumirla. Capaz de fulminarla en el ardor del deseo y en la dicha de poder amar a una mujer así.

A pesar de ser, en apariencia, poca cosa, nada más verla, uno ya deseaba complacerse en ella y complacerla, gozarla a toda costa. Alcanzado el sueño de conquistarla, era imposible contentarse en la callada «posesión» de sus afectos. Uno deseaba gritar al mundo, ¡esta mujer me ama!, ¡es mía!, aunque nada pudiera ser más impensable. Tenía los ojos más hermosos e indómitos que uno pueda imaginar. Grandes, de un extraño verde plateado, como el mar a ciertas horas, ciertos días. Los párpados siempre algo entornados sobre una mirada miope, que parecía perdida entre las puertas del ensueño y del olvido. Un ligerísimo estrabismo colmaba la imperfección de su belleza. De ellos, de sus ojos, cuando menos lo esperabas, surgían llamitas maliciosas de apariencia enamorada, ineludibles y en algo siniestras. Nadia era una mujer de aspecto sereno, llena de ternura, con una doliente sensibilidad, y una voluble y voluptuosa capacidad de amar. Alta y esbelta, podría pasar por una discreta top model, o una tímida actriz, o una elegante y delgada vedette. Nada era tan fácil como hacerla llorar, y a pesar de ello, nada podía ser tan sencillo como, llegado el momento, que su crueldad te segara el alma mutilándola para siempre. En su voz, cualquier palabra sonaba amorosa, cándida, serena, deleitosa…