AGRADECIMIENTOS

Me quedé «vacío como un tambor» al terminar de escribir esta novela. Tras poner el punto final quise no volver sobre ello nunca más, no dedicarle un minuto más después de tantos años. Emprender otros proyectos, soltar su lastre y liberarme. Quería olvidar y casi lo conseguí. Cuando releo algunos pasajes ni siquiera los reconozco como míos. Ahora, que ya estoy en otras cosas, sería injusto olvidar dar las gracias aquí a algunas personas por cuanto aportaron, de una u otra manera, a la concepción y el nacimiento de este libro.

Gracias a mi padre, en el origen de todo lo que escribo, que me enseñó a amar la literatura y a ese continente extraordinario que es África. Gracias a todos mis hermanos por creer en mí, y en especial a Luis y a Daniel, por ser como son, por prestarme sus nombres, por enseñarme tanto de aviones y por sacarme a volar de vez en cuando. Gracias a mi hijo Álvaro, que siempre creyó en esta historia y que me empujó muchas veces a seguir, a concluir, a no rendirme. Gracias a Gervasio Iglesias por su complicidad creativa y su amistad; eso fue de gran ayuda. Gracias a María Oña por ser en su día parte de ella y haberla alentado con tanto cariño y firmeza. Gracias a todas las personas que me empujan a seguir escribiendo, y a aquellas de las que me nutrí para crear algunos personajes, aunque, como se suele decir, cualquier parecido con la realidad sea siempre mera coincidencia. Gracias a Miguel y a Palmira, de Dos Passos, por su colaboración, su apoyo, su destreza y su confianza en mí, por rescatarme. Gracias a Ana y a Purificación, de Planeta, por contar conmigo, por hacer de una rara fantasía una novela, y repararla y darle brillo. Gracias a Gemma por recordarme que en los sueños nada es imposible, por darme el impulso que necesitaba cuando más lo necesitaba. Y gracias a Berta, que lleva muchos años a mi lado, amando y escribiendo conmigo, sin su convicción, su amor, su aliento y su paciencia hubiera sido imposible terminar esta tarea.