7

Hacia tierra, Pirvan veía principalmente la niebla matutina, que ocultaba no sólo las colinas que se erguían detrás de Karthay, sino también la mayor parte de la ciudad. Sólo las torres más altas y las cofas de las naves mayores se proyectaban oscuras sobre el gris perlado de la niebla.

Hacia el mar, todo parecía radiante. Un sol primaveral proyectaba una luz dorada que danzaba sobre las crestas de las olas que llegaban pausadamente del noroeste. Las olas insinuaban tormentas más lejanas, pero apenas tenían fuerza para conseguir que el puente del Devorador de Olas se meciera bajo los pies de Pirvan.

De hecho, parecía un mar demasiado tranquilo para soportar el peso de una flota entera rumbo a la guerra.

Pirvan se obligó a retirar esa idea de su mente, como habría obligado a un caballo obstinado a retirarse de un vado fluvial durante una riada. Demasiados tripulantes de las naves que se dirigían a la isla de Suivinari parecían convencidos de que su misión no era desvelar sus misterios, sino luchar contra cualquier minotauro que encontraran en ella.

El caballero no sabía lo que pensarían los capitanes de la flota a este respecto. Estaba seguro de que si una flota resuelta a combatir contra los minotauros se encontraba con algunos cuyo honor les exigía, como era habitual, defenderse, se derramaría mucha sangre por nada.

Era una lástima que la abigarrada población de Vuinlod no incluyera a varios minotauros, pero ellos nunca había sido partidarios de afincarse en territorio humano. Tampoco los minotauros libres habrían sido recibidos con agrado en esos territorios, y no sólo porque habrían intentado liberar a sus camaradas esclavizados.

Por fortuna, la flota contaba con Darin, criado por el minotauro Waydol y más capaz de pensar como un miembro de esa raza que cualquier humano que Pirvan conociera. Lástima que lo más probable era que no encontrara su contrapartida entre los minotauros con que pudiera tropezarse la flota. Waydol quizá no fuera el único en creer que el honor exigía aprender todo lo posible sobre tus enemigos antes de desenvainar un arma, pero su actitud era muy rara… y no sólo entre los minotauros.

Pirvan se acordó de su hijo y de su hogar, amenazados por personas que parecían reacios a aprender o incapaces de hacerlo. Esperaba que los caballeros y hombres de armas de sir Niebar realizaran un viaje rápido y seguro hasta Tirabot y que, una vez en la hacienda, desanimaran a la Casa Dirivan y a todos los demás de cometer una locura.

Sin abjurar de su parte de la misión, sin embargo, Pirvan no podría hacer otra cosa que esperar que el fuerte sonido de los tambores de guerra no sofocara la razón.

Alguien tocaba ahora un tambor naval no muy lejos. Pirvan oyó que otro tambor respondía a bordo del Devorador de Olas y se asomó a la baranda del puente.

A babor, una chalupa karthayana de alta proa, impulsada por seis remos, se aproximaba en línea recta hacia el Devorador de Olas. A popa se sentaba un hombre con una faja ceremonial de oficial de mar, rasgos que revelaban su descendencia de los bárbaros del mar, y finas armas karthayanas colgaban de su cuerpo.

La chalupa se arrimó al casco y los remeros levantaron los remos. El oficial saltó de la regala de la chalupa a la escalera tallada en el costado del Devorador de Olas y trepó con ligereza a la cubierta. Parecía el fantasma de Jemar el Blanco.

La ascensión del oficial fue rápida. Pese a sus tres palos, el Devorador de Olas no era de bordas muy altas. Era de una nueva clase de embarcaciones, diseñadas para navegar pero con largos remos que podían mantenerlas alejadas de los bajíos en calma chicha, aptas para transportar cargamentos que una galera no podría cargar con menos tripulantes de los que necesita un buque tan grande y, al mismo tiempo, de menor calado que un barco mercante de honda quilla.

Pirvan suponía que un barco de tales características podía ser útil, pero también le parecían razonables las quejas de los viejos marineros de que podía ser una pésima embarcación. No habían tenido ninguna tormenta que pusiera a prueba al Devorador de Olas durante el viaje desde Vuinlod, pero Pirvan era consciente de que él y Haimya había perdido su capacidad de adaptación al balanceo.

Si se presentaba una tormenta, temía que su dama apenas aparecería por cubierta. Tal vez incluso él necesitaría suerte para defender el honor de los caballeros y mantener la comida en el estómago.

En ese momento el oficial se dirigía a proa con grandes zancadas, y al llegar ante Pirvan lo saludó desenvainando la espada y llevándose la hoja plana a los labios. Como era su costumbre, además de la de los caballeros, Pirvan devolvió el saludo.

—Sir Pirvan, Caballero de la Rosa —dijo el oficial—, os pido que me acompañéis en mi bote a la nave Escudo de la Virtud.

—¿Se trata de un consejo de guerra? —preguntó Pirvan—. Si es así, sir Niebar ha sido designado legalmente para hablar en nombre de los Caballeros de Solamnia.

El oficial esbozó una sonrisa… y Pirvan cayó en la cuenta de que el hombre no podía ser mucho mayor que Gerik. El aumento del comercio marítimo estaba consiguiendo algo más que crear nuevas clases de barcos. Convertía en oficiales, e incluso capitanes, a jóvenes y doncellas.

—Un consejo, sí —dijo el oficial—, pero quienes os invitan no están pensando en la guerra.

—Despertáis mi curiosidad. ¿Conocéis sus nombres?

—¿Tienen Tarothin, el mago Túnica Roja, y Sirbones, sacerdote de Mishakal, un lugar en vuestra memoria?

Pirvan se quedó demasiado boquiabierto para la dignidad de un caballero. Se había enterado por una carta de Tarothin de que su antiguo compañero y su amigo quizá se enrolarían en la flota, pero consideró que era esperar demasiado. Ninguno de los dos gozaba del favor del Príncipe de los Sacerdotes, ni hacía de ello un secreto.

—Un lugar de honor —respondió Pirvan finalmente—. Pero si preguntan por mí, lady Haimya tiene que acompañarme.

—Ah… Voy con prisa, tengo otras obligaciones…

—No nos retrasará. Por otra parte, me arrojará por la borda cualquier noche oscura, o quizás incluso algún día de sol radiante, si no la llevo a ver a nuestros viejos amigos.

Gerik regresó de las profundidades del sueño como un borracho que remontara una colina. Su primera sensación fue que debía haber dormido hasta una hora demasiado tardía para que el día fuera tan luminoso. Después se le ocurrió que tal vez tuvieran un buen día en Tirabot. Incluso tan al sur, la primavera llegaba a su debido tiempo y, con ella, días así de buenos.

Al final cobró conciencia de que no estaba solo en la cama, que la persona que estaba con él era una mujer y que lo estaba abrazando.

—Ellysta, espero —susurró.

—¿Lo dudas? —fue la soñolienta respuesta.

—Espero que cada vez que comparta el lecho con una mujer, recuerde su nombre por la mañana —añadió Gerik, travieso—. No recordarlo sería una grosería.

—Sabía que eras de carácter noble, además de sangre noble.

Gerik contempló las motas de polvo que danzaban a la luz del sol.

—Sangre es lo que tendrá el consejo —dijo—. La nuestra, si llegamos tarde a la reunión.

—Me parece que te gustaría volver a dormirte, con reunión o sin ella —observó Ellysta.

—Quizá sí —respondió Gerik, profiriendo un suspiro—. Tenía un sueño encantador. Estaba en un jardín, y una mujer y yo recogíamos rosas. No sé si eras tú —añadió, y ella le sacó la lengua—. Llevaba un velo y una larga túnica.

Ellysta se incorporó hasta sentarse. El sol se reflejaba juguetonamente en su piel clara y pecosa, cuyas heridas habían cicatrizado en su mayoría y ahora no estaba oculta por velo ni túnica algunos.

—Continúa —lo urgió.

—Recogíamos rosas, como he dicho. De pronto, encontramos una de color morado, grande como una col. No nos habríamos atrevido a cogerla, pero flotaba en la punta de su tallo sin apoyo. Flotaba como una burbuja de jabón, hasta que se interpuso entre nosotros, y su perfume… nos arrastró hacia ella hasta que nuestros labios tocaron lados opuestos de la rosa.

—¿Y luego?

—Empecé a despertarme —dijo Gerik, levantándose de la cama.

Ellysta se recostó en las almohadas y se cubrió las piernas con una manta.

—Es algo más que la reunión lo que te preocupa, Gerik. ¿Es el mensaje de tu padre?

La sospecha de Gerik de que Ellysta era una espía de sus enemigos le asaltó brevemente, pero no se afianzó.

—Sí —respondió.

—No preguntaré nada más. Si lo hiciera y me respondieras porque somos compañeros de cama, otras se pondrían celosas.

Gerik sonrió.

—¿Supones que Bertsa Wylum?

—¡Bah! —Exclamó Ellysta, fingiendo escupir—. Es lo bastante vieja para ser tu madre. No, me refiero celosas de lo que me contaras, no de lo demás que hagamos.

Gerik comprendió que acababan de darle un consejo nada sutil de una manera de lo más sutil. Ellysta, decidió, podía hacer fortuna como embajadora. Probablemente convencería a los minotauros de que era honorable dejar que otros se quedaran lo que ellos querían.

Pero ahora le había contado demasiado o demasiado poco.

—El mensaje no contiene malas noticias —prosiguió—. Pero era… Mi padre lo escribió en un lenguaje secreto, legal sólo entre los Caballeros de Solamnia. También me explicó dónde encontrar la clave que me permitiría leer la carta. Soy hijo de un caballero, pero yo no lo soy. Mi padre ha… Bueno, hay quien diría que ha infringido el Código y desafiado la Medida.

Ellysta apoyó el mentón en las rodillas y se rodeó las piernas con los brazos. Era su postura de meditación. Además desplazó la manta, lo cual la convirtió en una visión muy perturbadora para Gerik. El joven esperó que la meditación acabara pronto.

—Estás defendiendo la hacienda de un caballero, ¿verdad? ¿Incluso una propiedad de la Orden de la Rosa? —preguntó de pronto.

—Un poco ambas cosas —dijo Gerik—. Sería demasiado largo de explicar.

—Me encantará escucharlo otro día —dijo ella, lo cual fue lo más cercano a una orden que Gerik podía imaginar sin utilizar realmente palabras de mando—. Pero el Código y la Medida también te permiten actuar en lugar de tu padre en determinados asuntos.

—En algunos, sí. No en todos.

—Pero, según el derecho común, la responsabilidad implica autoridad, y la autoridad conlleva unos derechos. El derecho a saber qué se necesita para desempeñar tu trabajo.

—¿Y leer esa carta era, por tanto, uno de mis derechos?

Ellysta aplaudió y luego lo besó. Gerik dejó de sentirse como el alumno ante su maestra y más como un hombre ante una mujer.

—¿Dices que ya has leído la carta? —preguntó Ellysta, mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Sí.

—Bien.

Después lo besó de un modo que hizo innecesaria cualquier otra conversación, además de imposible.

Tarothin y Sirbones viajaban a bordo del Escudo de la Virtud, el mayor buque que Pirvan había visto nunca. Se erguía imponente por encima de la chalupa como un castillo sobre un jinete montado en un poni y parecía llevar más pasajeros a bordo que pelos tenía Pirvan en la barba.

De bordas altas de la proa a la popa, con un bauprés largo como algunos barcos y cuatro palos, a todas luces necesitaba para navegar hasta el último palmo de velas que aquellos mástiles fueran capaces de desplazar. Pirvan confió en que sus dimensiones guardaran proporción con su rendimiento en el mar, o sólo sería una manera de llevar más marineros al reino de Zeboim que ninguna otra embarcación.

Se reunieron con sus amigos en el camarote de Tarothin, que era el único lugar a bordo del barco a prueba de escuchas, voluntarias o involuntarias.

—Démonos prisa —empezó Tarothin sin más preámbulos—. He lanzado un conjuro protector sobre este camarote que no sólo aísla de las orejas y la magia, sino que también oculta su propia existencia. Pero sólo dura unos diez minutos a plena potencia y tardaría una hora en renovarlo. Ya no soy tan joven como antes.

Tarothin debía pasar de los sesenta, pero tenía mucho mejor aspecto que cuando él y Pirvan se separaron, dos años antes. Sirbones, por otra parte, no tenía mejor ni peor aspecto, no estaba más robusto ni más frágil. El sacerdote, pensó Pirvan, sin duda ya parecía entrado en años cuando era un aprendiz.

Pirvan habló brevemente de lo que les había sucedido a él y a Haimya en los dos últimos años, de sus razones para navegar hasta la isla de Suivinari y del peligro que amenazaba a Gerik en Tirabot. No tenía intención de pasar más tiempo del necesario en el camarote, con conjuro o sin él. No había mucho espacio de sobra y ni siquiera el suficiente aire para que cuatro personas estuvieran cómodas.

—Pasará bastante tiempo antes de que el Príncipe de los Sacerdotes apruebe una guerra privada —dijo el mago, mostrándose conciliador—, incluso para alguien como la Casa Dirivan. Es nuevo en el cargo y no puede estar seguro de que todos los que convierten a los guardias de sus casas en huéspedes privados y amurallan sus fincas sean amigos suyos. Para cuando sepa distinguir a quién puede dejar suelto y a quién debe atar corto, estarás en casa dándote un banquete junto al fuego de tu hogar. Y Alatorva el Tuerto se mantendrá firme junto a tu hijo, si no recuerdo mal. Una esposa joven convierte a un viejo en un chaval.

Sirbones dirigió una elocuente mirada hacia las vigas del camarote.

—Sin duda tú sabes de eso más que yo —dijo.

Tarothin esbozó una sonrisa y luego continuó con su antigua vivacidad.

—He dicho que teníamos poco tiempo y yo lo estoy desperdiciando. El primer y último mensaje para vosotros es que ni tú, ni Haimya, ni Gildas Aurinius deberíais subir a bordo de un barco istariano, ni bajar a tierra. Lady Eskaia quizás esté segura a bordo de un barco, pero yo no apostaría porque lo esté en tierra firme.

—Eskaia se ha quedado en Vuinlod —dijo Pirvan—. Supervisando los asuntos de la ciudad y, si es necesario, defendiéndola.

Todos hicieron gestos de aversión al oír las últimas palabras y Tarothin de asentimiento.

—Lástima —dijo Tarothin—. Esperábamos que vendría a ejercer su influencia para enviarnos a bordo del Elfo Rojo, la nave de su hijo Torvik. No es ningún secreto que lo más probable es que esté navegando a la vanguardia de la flota.

—¿Semejante puesto de honor para alguien que no mantiene buenas relaciones con el Príncipe de los Sacerdotes? —preguntó Haimya—. ¿Cómo es eso?

—¿Los capitanes? —preguntó Pirvan, y el mago y el sacerdote respondieron con un gesto de asentimiento.

—Todos defienden la virtud —añadió Tarothin—, pero en aguas desconocidas, la prudencia y la experiencia son las virtudes que más valoran. Torvik las tiene y, además, lleva la sangre de Jemar. Tal vez puedas hablar en lugar de Eskaia, aunque no te escucharán tan bien como a ella.

—Como queráis —dijo Pirvan, intercambiando una mirada con Haimya. Ambos deseaban que sus amigos magos no fueran tan impetuosos a la hora de correr hacia el peligro y creían que los impulsaba tanto la curiosidad como el deber. Asimismo, harían oídos sordos a los consejos de prudencia, aunque procedieran de antiguos camaradas.

—Haremos lo que podamos —dijo Pirvan—. Y Gildas Aurinius contaba con el respeto de Torvik ya antes de que se casara con su madre. Ahora quizás sea él quien cuente con la aceptación del viejo.

Después salieron a cubierta y se acurrucaron debajo de una red cargada de barriles. Luego Pirvan y Haimya se dirigieron a la borda e hicieron señas al bote que esperaba a medio tiro de arco a sotavento.

Sin que Pirvan lo supiera, su hijo también estaba celebrando una reunión en la hacienda Tirabot con demasiadas personas en un espacio demasiado reducido. La sala protegida de la torre era acogedora para tres; con más de cinco ya estaba atestada. Como eran siete, y uno de ellos Alatorva el Tuerto, robusto y esbelto gracias a la cocina y las pociones de su dama, el ambiente era sofocante.

El tiempo no ayudada, ya que se había formado una galerna que traía lluvia, que a su vez se estaba convirtiendo con rapidez en aguanieve. La temperatura había bajado tan deprisa que Gerik se preguntó si se enfrentaban a magia meteorológica o a una de las rabietas de Chislev que interrumpía la llegada de la primavera. La puerta y la ventana cerradas los aislaban de las rachas de aire frío y las salpicaduras de agua helada, además de hasta de la última bocanada de aire fresco.

—Podrías encogerte hasta conseguir un tamaño normal —dijo Horimpsot Patomaduro a Alatorva—. Entonces quizá no tendría que preocuparme por mis costillas cada vez que inspiras profundamente.

Alatorva profirió un bufido.

—Cuando me encoja hasta un tamaño normal, pequeñajo, será por descomposición después de muerto. O por hambre después de que Serafina fallezca. Hambre y pesar —añadió, oprimiendo la mano de su esposa.

—Tal vez ninguno de nosotros abandonará esta habitación con vida si no hablamos con rapidez y concisión —dijo Gerik—. Y ahora, ¿cuál será nuestra situación si hay que luchar?

—No muy distinta de la de ayer —dijo con llaneza Bertsa Wylum, encogiéndose de hombros— y puede que mejor, pero no sé a favor de qué bando juega el tiempo. Tenemos cuarenta hombres y mujeres aptos para el combate, aunque hay armas para más.

—Empecemos a entrenar a tantas personas como podamos armar —dijo Gerik—. Pedid también voluntarios en las aldeas.

—Algunos podrían ser espías.

—No entrarán en la casa, a menos que suframos un asedio —dijo Gerik—. Recorrer los caminos para detener bandidos y robagallinas que se aprovechan de estos tiempos revueltos no les revelará ningún secreto nuestro. Y no nos equivoquemos: nuestros enemigos contarán con aliados por una moneda el puñado, con el fin de desgastarnos.

—Eso tiene sentido —dijo Bertsa Wylum, haciendo un gesto de asentimiento.

—¿Forin? —preguntó Gerik, mirando al mayoral.

«Forin» era la abreviación de un nombre demasiado largo, al estilo elfo, por mucho que el mayoral parecía tener más sangre humana que elfa. Pero cómo un hombre decidía llamarse, era algo que quedaba entre él, sus antepasados y los dioses.

—Nos irá bastante bien, y nos iría mejor si pudiéramos esperar que esto se resolviera antes de que haya forraje fresco por aquí —dijo Forin—. Si pueden alimentar sus animales, vendrán. Apostaría a que no somos dignos de que desperdicien forraje de reserva con nosotros.

Gerik confió en que eso fuera cierto. Pero parecía poco probable que la paz, si llegaba, lo hiciera con tanta rapidez. Por el contrario, cabía esperar que los hombres que había mandado sir Niebar llegaran antes de que empezara la temporada de campaña.

Gerik leyó la carta de Pirvan. No mencionó que estaba escrita en una de las lenguas secretas de Solamnia; lo que los demás no supieran, no minaría su confianza en él.

—En cuanto lleguen los caballeros, dudo de que tengamos mucho que temer. El peso de la ley, la costumbre, la tradición y el sentido común ya están de nuestra parte simplemente porque poseemos una hacienda concedida a un Caballero de la Rosa. Con el peso de los hombres que ya han prestado juramento a las Órdenes y que defienden nuestras murallas, creo que somos los amos. Pero quizá tarden más en llegar que nuestros enemigos en agruparse. Por eso Ellysta ha sugerido que libremos una guerra de leyes y palabras hasta que podamos empuñar la espada.

Forin enarcó las cejas.

—¿Cómo se ha enterado ella de eso? —Gerik advirtió en la pregunta un segundo sentido—: ¿Cómo ha llegado a ocupar un lugar aquí, aparte de por compartir vuestro lecho? —Pero Forin rezongaba a menudo sobre las mujeres.

—Mi padre era asesor legal y mi madre su secretaria hasta que se casaron —dijo Ellysta—. Conozco el derecho común de Istar y mucho derecho mercantil.

—Empiezo a comprender —dijo Serafina, haciendo un gesto de asentimiento—. Alatorva sabe más derecho mercantil y yo sé mucho de lo que gobierna a los sanadores.

—Yo conozco las leyes y costumbres por las que se rigen los mercenarios —dijo Bertsa Wylum—. Y sé que si digo a Floria Desbarres que se debería vetar a alguien para que no entre a su servicio, eso tendrá cierto peso.

—Bien —dijo Gerik—. Creo que podemos interponer los temas legales en el camino de cualquiera que maniobre contra nosotros, excepto por la fuerza. Será como cavar trincheras que atraviesen los caminos que tomaría un enemigo para aproximarse.

Miró a Ellysta.

—¿Existe alguna posibilidad de encontrar pruebas de que tu amiga era inocente de las acusaciones formuladas contra ella? —preguntó sin dejar de mirarla—. Si lo hacemos, será una amiga valiente y una víctima de la injusticia, y no es ningún crimen que participes en esta empresa.

—Eso es pedir demasiado —respondió Ellysta, haciendo un gesto de negación—. Aunque lográramos encontrarlas…

—¿Te refieres sólo a los humanos o los kenders también…? —empezó a decir Patomaduro.

Shumeen lo obligó a callar propinándole un codazo en las costillas y luego volvió a apoyar la mano en la rodilla de su compañero. La sanadora kender parecía haber subyugado a Patomaduro del mismo modo que Ellysta a Gerik. Esto no le impedía abofetearlo tres veces a la semana, o tan a menudo como creía que su lengua se soltaba con demasiada libertad.

—Si quieres ir a espiar de nuevo, en cuanto estés curado, dudo de que podamos detenerte —dijo Gerik—. Pero podrías poner en peligro a todos los kenders de la región, tanto si están con nosotros como si no. Además, tendrías que contener tu lengua con esos kenders, y ¿eres capaz de ello?

—No puedo no hablar, pero no siempre es importante lo que digo. Quiero decir, no sé ser grosero, si puedo ser educado sin decirles nada que no deberían saber…

Shumeen parecía dispuesta a pisotear el pie de su compañero antes de que él cediera. Para entonces, Gerik estaba seguro de poder confiar en Patomaduro y los cinco kenders Recogevertidos fugitivos. Anotó mentalmente la necesidad de mantener vigilado al resto del clan, por si el hecho de que los fugitivos fueran amigos de Ellysta y acarreara una venganza sobre sus parientes.

Ya lo pasaría bastante mal defendiendo la hacienda Tirabot. Tendría pocas armas y menos ayuda de los kenders que defendían la ley.

—¿Y bien? —dijo Gildas Aurinius—. No estoy seguro a bordo de barcos de la tierra a la que serví con las armas durante casi cuarenta años. Como retiro, es completamente injusto.

—¿Quién imparte justicia en Istar, en los últimos años? —preguntó Haimya—. Son demasiados, diría yo, los que no la reconocerían aunque se les acercara y les mordiera en… —Acabó con un explícito gesto.

—Muy cierto —dijo Aurinius. Miró hacia el mar—. ¿El propio Torvik ha jurado conducir la flota a Suivinari?

—No he hablado con él —dijo Pirvan—. Y los rumores suelen ser falsos. Pero es lo que esperaría de él. Como hijo de Jemar y Eskaia, tiene amistades sólidas en toda la flota, además de su propia reputación.

—Y una madre cuyo corazón se partiría si él cayera mandando la flota —dijo Aurinius como si hablara para sí mismo, haciendo un gesto de asentimiento.

—Su corazón se partiría antes si él rechazara el mando —dijo Haimya. Incluso Pirvan dio un paso atrás ante la mordacidad de su voz—. También se partiría tu cabeza si Eskaia creyera que tienes algo que ver con el hecho de que Torvik rehusara.

Pirvan recordó que Haimya conocía a Eskaia desde hacía más tiempo que cualquiera otro, desde cuando las dos apenas eran mayores que la tocaya de Eskaia ahora. Cuánto acero había debajo de aquel exterior afable, incluso juvenil, Haimya lo sabía mejor que cualquiera de ellos.

—Me contendré —dio Aurinius, mirando de nuevo al mar.

Ahogando el rumor de los remos, así como los gritos de alerta de los marineros, una larga medialuna de aves de anchas alas planeó sobre sus cabezas. La luz del sol arrancaba fuego de sus alas rojas, por lo que cautivaron todas las miradas hasta que no eran más que motas lejanas sobre el horizonte y sus graznidos habían disminuido hasta convertirse en ecos asimismo lejanos.

—Grullas rojas —dijo Aurinius—. Algunas vuelan hacia el norte, a mar abierto, cada primavera por estas fechas. Hay quien dice que son las hembras, que van a anidar en islas ignotas muy al norte, cerca de las tierras de los minotauros, Otros dicen que sólo son las viejas las que vuelan hacia el norte, a una muerte limpia en alta mar. La segunda teoría me gusta más.

Pirvan detuvo a Haimya cuando la mujer iba a reprochar a Aurinius sus palabras de mal agüero o antes de que hiciera un gesto de aversión, o probablemente ambas cosas. En efecto, algunas eran aves viejas, pero había demasiadas jóvenes realizando el viaje a Suivinari para que Aurinius hubiera formulado una verdadera profecía.

Aun así, en lo más profundo de su corazón y de su mente, Pirvan dedicó una breve oración a Habbakuk, amigo de los viajeros por mar, y a Kiri-Jolith, amigo de la justicia.