ESCENA IV

Explanada delante del Palacio. Noche oscura.

(Entran Hamlet, Horacio y Marcelo.)

HAMLET.—El viento corta implacable. Hace mucho frío.

HORACIO.—Este viento hiela y te traspasa.

HAMLET.—¿Qué hora es?

HORACIO.—Creo que casi las doce.

MARCELO.—No, ya las han dado.

HORACIO.—¿Ah, sí? No he oído nada. Entonces se acerca la hora en que el espectro acostumbra a vagar.

(Toque de trompetas y dos salvas.)

¿Qué significa esto, señor?

HAMLET.—El rey trasnocha y alza el codo, está de borrachera, baila como un remolino y, cada vez que se atiza su vino del Rin, rebuznan las trompetas y timbales celebrando su brindis.

HORACIO.—¿Es la costumbre?

HAMLET.—Vaya que sí. Pero, a mi juicio y aunque vine al mundo aquí y estoy hecho a ella, es una costumbre que más honra perder que conservar.

(Entra el Espectro.)

HORACIO.—¡Mirad, señor, ahí viene!

HAMLET.—¡Los ángeles del cielo nos protejan! Seas espíritu del bien o genio maldito, traigas auras celestiales o rachas del infierno, sean tus propósitos malvados o benignos, tu aspecto tanto mueve a preguntar que voy a hablarte. Te llamaré Hamlet, rey, padre, excelso danés. ¡Ah, contesta! No me dejes que estalle en la ignorancia, sino dime por qué tus restos consagrados han roto su mortaja, por qué el sepulcro al que en calma descendiste abre ahora sus pesadas mandíbulas de mármol para arrojarte de sí. ¿Qué puede suceder para que tú, estando muerto, bajo la tenue luna aparezcas otra vez revestido de acero, llenando la noche de espanto, y a nosotros, juguetes de la vida, nos perturbes con pensamientos que rebasan nuestra mente? ¿Por qué? Di. ¿Por qué razón? ¿Qué hemos de hacer?

(El Espectro le hace señas.)

HORACIO.—Os llama para que le sigáis, como si quisiera haceros una confidencia.

MARCELO.—Mirad, con un gesto cortés os llama a un lugar más apartado. ¡No vayáis!

HORACIO.—No, de ningún modo.

HAMLET.—Se niega a hablar. Tengo que seguirle.

HORACIO.—¡Señor, no!

HAMLET.—Pero, ¿a qué viene el miedo? Mi vida no vale para mí ni un alfiler y, en cuanto a mi alma, ¿qué puede él hacerle si es tan inmortal como él mismo? Me vuelve a llamar. Voy a seguirle.

HORACIO.—Señor, ¿y si os condujese hacia las aguas o a la espantosa cima de la roca que se descuelga amenazante sobre el mar y adoptase alguna forma aterradora que os privara del poder de la razón y os llevase a la locura? Pensadlo bien.

HAMLET.—Me sigue llamando. Ya voy, te sigo.

MARCELO.—No debéis ir, señor.

HAMLET.—¡Quítame las manos!

HORACIO.—Hacednos caso, no vayáis.

HAMLET.—Me llama el destino, y la más fina arteria de este cuerpo es tan potente cual las fibras del león de Nemea[6]. Aún me hace señas. ¡Soltadme, señores! Por Dios, que a quien me pare volveré un espectro. ¡Fuera ya! Vamos, te sigo.

(Salen el Espectro y Hamlet.)

HORACIO.—Sus fantasías le trastornan.

MARCELO.—Sigámosle. No conviene obedecerle.

HORACIO.—Vamos tras él. ¿Adónde puede llevar esto?

MARCELO.—Algo podrido hay en Dinamarca.

HORACIO.—El cielo dispondrá.

MARCELO.—Nosotros sigámosle.

(Salen.)