XIX

OCASO Y NUEVO AMANECER

Marjatta, la hermosa niña, vivía desde hacía largo tiempo en la ilustre casa de su padre, en la renombrada casa de su madre. Vivía en la inocencia, guardando fielmente su castidad. Se alimentaba de frescos peces y de pan moreno; pero se negaba a comer huevos de gallina que hubiera fecundado el gallo, o carne de oveja cubierta por el morueco.

Su madre le ordenó ir a ordeñar, y ella rehusó, diciendo: «Una doncella como yo no toca ubre de vaca que ha sido llevada al toro; solo la ordeñaría si aún fuese becerra y, siéndolo, diera leche».

Su padre la invitó a montar en su trineo tirado por el caballo garañón; y ella se negó, diciendo: «Nunca me dejaré conducir por caballo que ha frecuentado yeguas; solo admitiré en mi trineo un potrillo joven, un potro de cuatro años».

Marjatta, la hermosa niña, la tímida y casta virgen, fue encargada de apacentar las ovejas. Las guiaba por las faldas y cumbres de las colinas, atravesando los bosques, internándose en el espeso alisal, mientras el cuco de oro cantaba, mientras la voz de plata modulaba sus trinos.

Marjatta, la hermosa niña, cuidó largo tiempo su rebaño, que es peligroso menester, sobre todo para una muchacha, ya que la serpiente se desliza por la yerba, los reptiles venenosos infestan el pastizal. Pero ella no tropezó con ninguna serpiente entre la yerba, no encontró reptiles venenosos en la pradera.

Un arándano de la colina, un arándano rojo, alzó su voz y dijo: «Ven, oh muchacha, a recogerme; ven, oh virgen de la fíbula de estaño, del cinturón de cobre, de las rosadas mejillas, ven a arrancarme de mi tallo antes que el gusano me haya roído, antes que la negra serpiente me haya devorado. Ya cien niñas, mil doncellas y una innumerable muchedumbre de muchachos, han llegado a visitarme; pero ninguno ha tendido la mano para cogerme».

Marjatta, la hermosa niña, avanzó unos pasos para ver el pequeño fruto, para cogerlo con la punta de sus lindos dedos. Pero la baya de la colina, el rojo arándano, estaba demasiado alto para alcanzarlo con la mano, y por otra parte, también estaba demasiado bajo para pensar en trepar al árbol. Entonces Marjatta cortó una vara y golpeó con ella la rama hasta que el arándano rodó por tierra.

Y dijo Marjatta: «¡Trepa, pequeño arándano, trepa hasta el borde de mi vestido!». El arándano trepó hasta el borde del vestido. «¡Trepa, pequeño arándano, trepa hasta mi cintura!». El arándano trepó hasta la cintura. «¡Trepa, pequeño arándano, trepa hasta mi pecho!». El arándano trepó hasta el pecho. «¡Trepa, pequeño arándano, trepa hasta mis labios!». El arándano trepó hasta los labios. Y de sus labios pasó a su lengua. Y de la lengua se deslizó a la garganta. Y de la garganta descendió hasta el vientre.

Y Marjatta, la hermosa niña, fue fecundada por el arándano; y su regazo comenzó a henchirse.

Marjatta caminaba desde entonces con el brial flojo, sin cinturón; visitaba secretamente la cámara de baños, deslizándose en las tinieblas de la noche.

Su madre la observaba inquieta, preguntándose sin cesar: «¿Qué faltará a nuestra Marjatta?, ¿qué habrá sucedido a nuestra paloma para que camine así con los vestidos sueltos y visite en secreto la cámara de baños entre las sombras de la noche[35]?».

Cuando llegó el décimo mes, la joven virgen se sintió presa de horribles dolores. Y suplicó a su madre que le preparase un baño: «¡Oh madre mía, haz disponer un rincón bien apartado y caliente, para refugio de la doncella, para dar asilo a su dolor de mujer!».

La madre dijo: «¡Oh malhaya la hija prostituida! ¿A quién te has entregado, pues? ¿Ha sido a hombre casado, o acaso a un héroe mancebo?».

Marjatta, la hermosa niña, respondió: «No me he entregado a hombre alguno, casado ni por casar. He ido a la colina a buscar bayas, a coger arándanos rojos; y he tomado uno entre mis labios, y se deslizó por mi garganta hasta mi vientre. ¡El arándano fue quien me fecundó!».

Marjatta suplicó a su padre que le mandase preparar un baño: «¡Oh padre querido, haz disponer un refugio bien apartado y caliente, donde la pobre niña pueda encontrar alivio a sus dolores!».

El padre contestó: «¡Huye lejos de mí, perdida! ¡Vete, mala mujer; ve a refugiarte en el oscuro cubil del oso; y pare allí tus cachorros!».

Marjatta, la hermosa niña, respondió cuerdamente: «¡No soy yo una prostituta, ni una mala mujer! ¡Yo daré a luz un hijo extraordinario, yo pariré un héroe insigne que acabará con el poder de todos los encantamientos, que vencerá al mismo Wainamoinen[36]!».

La virgen se debatía presa de lancinantes dolores, sin saber adónde ir, a quién acudir, de quién obtener el baño que le era necesario. Tomó la palabra y dijo: «¡Oh Pillti, la más humilde de mis criadas, la mejor de mis sirvientas: vete a pedir un baño para mí por toda la aldea, por todas las casas de Sariola[37], para que pueda hallar un alivio a mis dolores, un término a mis tormentos! ¡Pronto, no te detengas; mi angustia crece por momentos!».

Pillti, la humilde sierva, dijo: «¿A quién pedir un baño, de quién implorar auxilio?».

Marjatta respondió: «Pide el baño a Ruotus, a Ruotus de Sariola».

La pequeña Pillti, la humilde sierva, desapareció como una vaporosa nube, como un jirón de humo, recogiendo los pliegues de su vestido, y se dirigió a casa de Ruotus. Las colinas se inclinaban a su paso, oscilaban las montañas, las pinas silvestres danzaban en la espesura del bosque, se hundían las movedizas arenas del marjal. Así llegó al término de su viaje.

El horrible Ruotus comía y bebía como un gran señor, sentado a la cabecera de la mesa, y cubierto por una túnica de largos pliegues; una túnica solamente. Sin interrumpir su banquete, preguntó con voz cavernosa, apoyando sus codos sobre la mesa: «¿A qué vienes tú aquí?, ¿qué pretendes de mí, harapienta?».

Pillti, la joven sierva, respondió: «Vengo a pedirte un baño donde la parturienta pueda encontrar alivio a sus dolores; donde la infortunada encuentre auxilio y refugio».

La mujer del horrible Ruotus avanzó bruscamente hasta el centro de la estancia, y dijo: «¿Para quién solicitas ese baño, para quién buscas refugio y auxilio?».

Pillti, la joven sierva, respondió: «Es para nuestra Marjatta».

Entonces la mujer del horrible Ruotus se expresó así: «No hay ninguna casa de baños en toda la aldea, no hay ningún baño disponible en Sariola. Pero en la cumbre de la montaña de Kyto, en un bosque de abetos, hay un establo donde podrá parir esa perdida; donde la mala mujer podrá soltar su cachorro. ¡El húmedo aliento del caballo será su baño!».

Pillti, la joven sierva, se apresuró a llevar a Marjatta la respuesta de aquella mala mujer.

Marjatta, la pobre niña, se deshizo en llanto; después tomó la palabra y dijo: «¡Triste es tener que refugiarse como una sierva, como una esclava a sueldo, en la cumbre de Kyto, en la espesura de abetos!».

Y recogiendo los pliegues de su vestido se dirigió apresuradamente, con las entrañas desgarradas por bárbaro dolor, a la choza de abetos, al establo situado en la colina.

Y una vez dentro del establo, dijo: «¡Oh mi buen caballo, oh vigoroso potro: echa sobre mí tu aliento, envuélveme en tu vapor como en un baño dulcemente tibio que sea alivio a mi flaqueza, auxilio y sedante a mi infortunio!».

El buen caballo, el nervioso potro, echó su poderoso aliento sobre el regazo dolorido, y su vaho fue como un baño caliente, como un bálsamo de bendición.

Entonces Marjatta, la pobre niña, la dulce y casta virgen, bañada en el abundante vaho, dio a luz un niño, un tierno niño, entre las pajas del establo, en el pesebre del caballo de largas crines.

Y lavó a su hijo, y lo envolvió en pañales, y lo acostó sobre sus rodillas, apretándolo contra su regazo. Y acarició a su precioso tesoro, su dorado fruto, su báculo de plata. Y le dio de mamar, y peinó sus cabellos, y lo meció entre sus brazos.

Pero, de repente, el pequeñuelo saltó de sus rodillas, del regazo materno, y desapareció.

Marjatta, la pobre virgen, fue presa de un inmenso dolor; y corrió detrás, en busca de su pequeñuelo, de su fruto de oro, su báculo de plata. Lo buscó bajo la rueda del molino, entre las llantas del trineo, bajo el cedazo harinero, bajo los baldes de madera. Lo buscó de árbol en árbol, entre el césped y la delgada yerba. Y en los bosques de abetos, en la cumbre de las colinas, entre los matorrales y el brezal florido, hurgando entre las ramas, excavando al pie de las raíces.

A la mitad de su jornada el sol salió a su encuentro. Marjatta se inclinó ante él y le dijo: «Oh sol creado por Dios ¿sabes tú qué ha sido de mi hijo, mi pequeñuelo, mi manzana de oro?».

El sol respondió sabiamente: «Sí, yo sé lo que ha sido de tu hijo, como sé también que yo he sido creado para alegrar los días y caminar vestido con mi manto de oro, para daros la luz con mis galas de plata.

»Sí, pobre mujer, yo sé lo que ha sido de tu hijo: tu pequeñuelo, tu fruto dorado, está hundido en el cenagal hasta la cintura, enterrado en la landa hasta los brazos».

Marjatta, la pobre virgen, corrió precipitadamente al cenagal, sacó de allí al niño y lo volvió a llevar consigo a casa.

Y junto a la buena Marjatta el lindo pequeñuelo crecía; pero todavía no tenía nombre: su madre le llamaba «botón de rosa», los extraños le llamaban «maldito holgazán».

Se buscó, pues, a alguien que lo bautizase. El viejo Wirokannas se presentó; tomó la palabra y dijo: «No bautizaré yo a un ser sumido en el error, no haré cristiano a un cualquiera si no es examinado y juzgado previamente[38]».

¿Quién se encargará de juzgar al niño? El viejo, el impasible Wainamoinen, el runoya eterno, fue el encargado de esta misión.

Y el viejo, el impasible Wainamoinen pronunció su sentencia: «Si el niño ha sido sacado del pantano, si ha sido engendrado por el arándano de la colina, preciso será enterrarlo junto a una mata de arándanos, o bien llevarle nuevamente al pantano y allí estrellarle la cabeza contra un árbol».

El pequeñuelo, el niño de dos semanas, habló y dijo: «¡Malhaya el viejo estúpido! ¡Malhaya, viejo ciego, pues has pronunciado una sentencia injusta, un fallo insensato! Nadie te ha llevado a ti al pantano, nadie te ha estrellado la cabeza contra un árbol, cuando has cometido crímenes bastante más graves, bastante más perversas acciones: cuando en tu juventud entregabas a tu hermano, al hijo de tu propia madre, para salvar tu vida. Ni se te ha conducido al cenagal cuando, en tu juventud también, arrojabas a las doncellas en medio de las profundas olas, entre el fango negro».

Y Wirokannas bautizó al niño y le ungió como rey, nombrándole soberano absoluto de Karelia.

Entonces el viejo Wainamoinen se sintió presa al mismo tiempo de una gran cólera y una gran vergüenza. Se alejó, vagando por la orilla del mar; y rompió a cantar por última vez. Y por virtud de su canto creó una barca, una linda barca de cobre.

Después se sentó al timón y puso proa a alta mar; y mientras hendía las olas, alzó la voz y dijo: «Pasarán los tiempos, nuevos días nacerán y volverán a morir. Y entonces nuevamente tendréis necesidad de mí; me aguardaréis, me llamaréis para que os conquiste un nuevo sampo, para que os haga un nuevo kantele, para que os rescate la luna y el sol desaparecidos. ¡Para devolver al mundo su alegría desterrada[39]!».

Y el viejo Wainamoinen se lanzó en su navío a través de las procelosas aguas hasta perderse en el lejano horizonte, entre los últimos pliegues del cielo. Allí se detuvo con su barca, y allí permanece.

Pero dejó su kantele, su instrumento melodioso, a Finlandia; dejó a su pueblo la eterna alegría, y las sublimes runas a los hijos de su raza.