LA TERRIBLE CÓLERA DE LEMMIKAINEN
Athi Lemmikainen, el habitante de la isla, el habitante del promontorio de Kauko, hallábase ocupado en labrar su campo, en trazar surcos en sus tierras; Athi el de la aguda oreja, el del oído fino y sutil.
Y oyó un gran ruido hacia la parte de la aldea, un rumor sordo del otro lado de los pantanos, fuertes pisadas en el hielo y un estruendo de trineos a través de las landas. Entonces una idea vino a su cabeza, un presentimiento se deslizó en su cerebro: Pohjola está hoy de bodas, Pohjola celebra un festín en secreto.
Torció la boca, meneó la cabeza, sacudió su negra cabellera; y la sangre desapareció de su rostro, y sus mejillas palidecieron. De repente suspendió su tarea, dejó el surco empezado, montó a caballo y llegó de una galopada a casa de su madre siempre querida, la que lo alimentó a sus pechos.
Tomó la palabra al llegar y dijo: «Oh madre, mi anciana madre; vete al aitta de la colina y tráeme mis finas camisas, mis mejores vestiduras, para vestirme de fiesta y engalanar mi cuerpo».
La anciana preguntó: «¿Adónde vas, pues, hijo mío?, ¿vas a la caza de la nutria o de la ardilla?».
El bullicioso Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, respondió: «No, madre mía, no voy a la caza de la nutria ni del alce ni de la ardilla; voy a las bodas de Pohjola, al festín que allá celebran en secreto. Tráeme mis camisas de lino, mis vestidos mejores; quiero vestir de fiesta para la boda, quiero engalanarme para el festín».
La madre se esfuerza en disuadir al hijo de su proyecto; la esposa trata de retener al esposo.
Dice la madre: «Guárdate, hijo mío, mi hijo muy amado, guárdate de asistir a las bodas de Pohjola puesto que no se te ha invitado; nadie te ha mandado a decir que eras esperado allí».
El jovial Lemmikainen, respondió: «¡Los pobres diablos son los que solamente acuden a las fiestas adonde han sido invitados; los audaces no necesitan invitación. Yo tengo una perpetua invitación, un mensaje siempre sonoro, en el acero de mi afilada espada, en la punta de su hoja fulgurante!».
Trajeron a Lemmikainen su cota de mallas, su vieja armadura de guerra; tomó en sus manos la inmortal espada, la compañera de combate de su viejo padre, y apoyó fuertemente la punta contra las vigas del suelo. La espada se cimbreó bajo su mano como la fresca corona del cerezo, como la rama del verde enebro; y con una voz henchida de amenazas, dijo el héroe: «¡No, no habrá nadie en toda Pohjola que se atreva a afrontar esta espada, que ose mirar fijamente esta resplandeciente hoja!».
Y descolgó su arco, su arco poderoso, del muro donde estaba suspendido, y levantó la voz diciendo: «Llamaría yo hombre y tendría por héroe a aquel de Pohjola que fuese capaz de tender este arco, de plegar este tallo de acero».
Después el bullicioso Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, se puso su cota de mallas, su vieja armadura de guerra, y llamando a su esclavo, le dijo: «Oh esclavo comprado, esclavo pagado a peso de plata, apresúrate a enjaezar mi caballo de batalla, y engancharlo al trineo, pues quiero acudir a las bodas de Pohjola». El humilde, el dócil esclavo, obedeció en el acto; enjaezó el caballo de guerra, el flamígero corcel, y lo enganchó al trineo; después volvió junto a su amo y dijo: «Ya está hecho lo que mandaste; el caballo está enjaezado, el relumbrante corcel está enganchado al trineo». Lemmikainen tomó asiento en su trineo, fustigó al caballo con su látigo guarnecido de perlas, y el caballo se lanzó al galope, devorando el espacio.
Pronto llegó a la mansión de Pohjola, ante una empalizada de acero, una barrera forjada de hierro, que se hundía en la tierra a una profundidad de cien brazas, que se elevaba al cielo hasta una altura de mil brazas. Las estacas estaban formadas de largas serpientes, ensortijadas de negras culebras, entrelazadas de lagartos. Colgaban las monstruosas colas, agitábanse sin tregua las chatas cabezas, silbaban las híspidas lenguas. Las colas caían hacia dentro, las cabezas hacia fuera.
Lemmikainen no se inquietó poco ni mucho ante tal obstáculo. Desenvainó su cuchillo, su cuchillo de terrible hoja, y comenzó a segar en el seto, hasta abrir una brecha en el cerco de hierro, en la empalizada de serpientes, entre seis postes, entre siete postes; después lanzó por ella su trineo y llegó a la puerta de Pohjola.
Una serpiente estaba tendida en el umbral; era larga como una viga del techo, gruesa como un pilar de la puerta; tenía cien ojos y mil dientes; ojos grandes como cedazos, dientes largos como un mango de chuzo, como un mango de rastrillo; y lomos anchos como siete barcas.
Lemmikainen se detuvo; no se atrevió a pasar sobre la serpiente de cien ojos, sobre el monstruo de mil lenguas.
Entonces recordó las antiguas palabras, las misteriosas fórmulas que antaño había aprendido de su madre, que la que le amamantó a sus pechos le había enseñado. Y el jovial Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli dijo: «Oh negro reptil de las profundidades de la tierra, larva teñida con los colores de la muerte, tú que llevas en tu piel los colores de los brezales y de la tierra desnuda, los colores todos del arco iris ¡apártate del camino del viajero, deja libre el paso al héroe, deja a Lemmikainen seguir su marcha hasta las bodas de Pohjola, hasta el festín de la inmensa muchedumbre!».
Y a estas palabras la serpiente comenzó a desenrollar sus anillos, el monstruo de cien ojos, el gigantesco reptil, se deslizó fuera del umbral, dejando libre el paso al viajero, dejando a Lemmikainen continuar su camino hacia las bodas de Pohjola, hacia el misterioso festín de la inmensa muchedumbre.
Cuando el bullicioso Lemmikainen, el mancebo alborotado y jovial, hizo su aparición en el interior de la casa de Pohjola, el suelo de maderas de tilo tembló, las paredes de madera de abeto oscilaron.
Y alzó su voz y dijo: «¡Salud a todos vosotros a quienes visito, y salud al que os saluda! Dime, padre de familia: ¿tienes en casa cebada para mi caballo?, ¿tienes cerveza para el héroe?».
El padre de familia de Pohjola, sentado a la cabecera de la larga mesa, respondió: «Tal vez haya alojamiento conveniente para tu caballo, y tal vez no rehusaríamos recibirte a ti mismo, si nos prometes permanecer tranquilo, si te conformas con quedar a la puerta, bajo la viga del umbral[27]».
El bullicioso Lemmikainen sacudió su cabellera negra como un carbón, y dijo: «Ni mi padre ni mi abuelo han aceptado jamás semejante sitio. Siempre encontraron una buena cuadra para su caballo, una cámara limpia y cómoda para ellos, y muros guarnecidos de clavos para colgar sus guantes y manoplas, para suspender su espada. ¿Por qué no había de ser tratado yo como lo fue mi padre?».
Y Lemmikainen avanzó hasta el centro de la estancia, se dirigió a la cabecera de la mesa y se sentó en el extremo del escaño. El escaño tembló a su contacto, el asiento de abeto se estremeció.
El bullicioso Lemmikainen, dijo: «Bien veo que no soy un huésped grato ya que nadie ofrece cerveza al extraño. Esto quiere decir que la cena ha terminado, las bodas han sido celebradas, acabó el festín, la cerveza se ha consumido; el hidromiel se agotó, las copas y escudillas amontonadas ante los invitados están vacías.
»Oh madre de Pohjola, oh anciana de largos dientes: has invitado a los pobres y a los miserables, has invitado a los tullidos, a los vagabundos, a los rústicos, a los astrosos jornaleros; has invitado a todo el mundo. Solo yo he sido excluido.
»No, no sería yo quien soy, ni me llamaría Lemmikainen, ni me consideraría digno de estimación, si no se me sirve cerveza, si no se pone la olla al fuego con una buena tajada de cerdo, para que yo coma y beba, ya que he llegado al término de mi viaje».
El ama de casa, llamó a la sirvienta y dijo: «Muchacha, pon la olla a la lumbre, echa la carne a cocer, y sirve cerveza a nuestro huésped».
La sirvienta echó en la olla espinas y cabezas de pescado, hojas secas de nabo, mendrugos de pan duro; después ofreció a Lemmikainen un cuenco de cerveza podrida para apagar su sed, diciéndole: «¿Serás capaz de beber esta cerveza, de vaciar este cuenco?».
Lemmikainen, el astuto mancebo, lo examinó atentamente: un gusano se arrastraba en el fondo, venenosos reptiles cubrían las paredes del vaso, hormigueaban serpientes por los bordes, bullían lagartos en la cerveza.
Entonces buscó en sus bolsillos, registró en su bolsa. Sacó un anzuelo de hierro y lo metió en el vaso de cerveza paseándolo por el interior del líquido. Los reptiles venenosos se adhirieron al garfio, las serpientes se enredaron en sus dientes de hierro, y el héroe extrajo del fondo del vaso cien ranas, mil lagartos negros, que arrojó al suelo juntamente con los reptiles y las serpientes. Después empuñó su cuchillo de afilada hoja, de aguzada punta, y cortó la cabeza a todos los monstruos.
Hecho esto, bebió el negro líquido, vació con satisfacción el cuenco de cerveza, y dijo: «No me consideraría yo un huésped de buen grado acogido si no se me ofrece una cerveza mejor, si no se me ofrece con más generosa mano y en un vaso mayor; si no se mata en mi honor un carnero, un buey, un toro de poderosas ancas, por el buen nombre de esta casa».
El padre de familia, dijo: «¿A qué has venido aquí?, ¿quién te ha invitado al banquete de bodas?».
El bullicioso Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, respondió: «Si orgulloso es el huésped invitado, más orgulloso lo es aún el que no lo ha sido. ¡Escucha, señor de esta casa: yo pagaré tu cerveza, yo compraré a peso de oro mi derecho a beber!».
El padre de familia de Pohjola al oír esto fue presa de una violenta cólera, de un sin igual furor, y con palabras mágicas invoco un río, un río que vino a desbordar sobre el suelo de la casa a los pies mismos de Lemmikainen. Entonces tomó la palabra y dijo: «¡Bébete ese río, trágate ese lago!».
Lemmikainen no se dejó desconcertar. Tomó la palabra y dijo: «No soy una vaca, yo no soy un buey de largo rabo, para beber este río, para tragar este lago». Y echando mano a su vez de sus encantamientos, hizo aparecer un buey, un enorme buey de cuernos de oro. Y el buey se tragó el lago, se bebió entero el río. El padre de familia de Pohjola, dijo: «No será agradable el festín si el número de invitados no disminuye. ¡Retírate, pues, de estos lugares, huye lejos de la muchedumbre de los hombres, miserable; vuélvete a tu país, huésped inmundo!».
El bullicioso Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, respondió: «Un hombre, aunque sea el último de los nacidos, no abandona el sitio que ha ocupado ante el temor de simples conjuros».
El padre de familia de Pohjola alcanzó su espada del muro donde estaba colgada, su espada de afilada hoja, de hoja fulgurante, y dijo: «¡Oh Athi, oh hermoso Kaukomieli, midamos nuestras espadas y veamos cuál de los dos es el mejor!».
El bullicioso Lemmikainen respondió: «¿Para qué puede servir mi espada que ya ha sido rota contra los huesos, que ya se ha mellado contra los cráneos? Sin embargo, si no hay aquí fiesta más brillante, consiento en medirla con la tuya para ver cuál de nosotros es el mejor. Antaño mi padre no retrocedía ante los duelos de espada. ¿Por qué habría de ser menos su hijo?, ¿por qué no habría yo de haber heredado su valor?».
Y Lemmikainen sacó su acero fulgurante, de la vaina de espeso cuero, y los dos héroes midieron sus espadas. La del padre de familia de Pohjola era un poco más larga que la de Lemmikainen, como el negro de una uña, como la mitad de una articulación del dedo. Athi Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, dijo: «Tu espada es más larga ciertamente. ¡A ti te corresponde, por lo tanto, el primer golpe!».
El padre de familia blandió su espada tratando de herir, pero sus golpes no alcanzaron a Lemmikainen; cayeron sobre la viga del umbral, sobre las jambas de la puerta, partiéndolas en dos, en tres pedazos.
Athi Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, dijo: «¿Qué mal te ha hecho la viga del umbral, qué mala acción han cometido las jambas de la puerta, para que así las castigues, con toda la fuerza de tus golpes?
»Escucha, padre de familia de Pohjola, escucha: resulta poco agradable batirse en una habitación, es enojoso luchar en presencia de mujeres. Vamos a hacer trizas la casa, que está nueva; vamos a manchar de sangre el suelo. Salgamos, mejor, al corral a campo abierto. Más vale la sangre al aire libre, más bella es sobre la tierra desnuda, brillante sobre la arena».
Y los dos campeones salieron al cercado. Allí encontraron una piel de vaca y la tendieron en el suelo para marcar el campo de lucha.
Athi Lemmikainen tomó de nuevo la palabra y dijo: «Escucha, oh guerrero de Pohjola: tu espada es más larga, más temible que la mía. Pero sabe que solo debemos retirarnos de aquí cuando haya caído la cabeza de uno de los dos. ¡Tira, pues, oh guerrero de Pohjola!».
El guerrero de Pohjola atacó; atacó una vez, y dos veces y tres veces; pero no logró alcanzar su propósito; ni llegó a tocar la carne, ni siquiera a rozar la piel.
Athi Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, dijo alzando la voz: «Ahora me toca a mí ensayarlo. Ha llegado mi vez».
El guerrero de Pohjola no hizo caso de tales palabras; seguía golpeando, golpeando sin descanso, pero sin alcanzar a herir.
La espada chispeante, el terrible acero flameaba en la mano de Lemmikainen; pronto su resplandor se reflejó en el cuello de su adversario.
Entonces el hermoso Kaukomieli, dijo: «¡Pobre de ti, guerrero de Pohjola! ¡Tu cuello está ya rojo como una salida de sol!».
El guerrero de Pohjola bajó los ojos al oírlo, pero en el mismo instante el alegre Lemmikainen lo alcanzó de un tajo: su espada brilló como un relámpago, y la cabeza del guerrero de Pohjola cayó de los hombros; cayó como una espiga desprendida del tallo, como una aleta arrancada al vientre de un pez. Y rodó sobre el suelo del cercado como un gallo silvestre alcanzado, en la cima de un árbol, por una flecha mortal.
Cien postes, mil postes coronados de cabezas humanas se alzaban en la colina. Solo uno de ellos estaba todavía libre; entonces el bullicioso Lemmikainen cogió la cabeza de su enemigo y la clavó en la punta.
Athi Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, regresó inmediatamente a la casa de Pohjola, y dijo: «¡Tráeme agua, mala mujer, para purificar mis manos de la sangre de tu bárbaro amo!».
La vieja de Pohjola, arrebatada de cólera, comenzó a ejercitar su mágico poder; e invocó hombres armados de cuchillas, héroes armados de lanzas: mil hombres, mil héroes, para matar a Lemmikainen, para exterminar al Kaukomieli.