LOS DOS RIVALES
El viejo, el impasible Wainamoinen, se puso a pensar, a reflexionar profundamente. Y resolvió ir a solicitar la mano de la doncella, la de hermosos cabellos, la orgullosa prometida de Pohjola.
Revistió su navío de vadmel[25], empurpuró sus bordas, tachonó de oro y plata las planchas. Y un día, una mañana, deslizó sobre los pulidos rodillos el esquife trabado con cien vigas, y lo botó al agua.
Plantó el mástil y enarboló las velas: una vela roja y una vela azul. Después se sentó al timón y se hizo a la mar.
Anniki, la del celebrado nombre, Anniki, la hija de la noche, la virgen del crepúsculo, que siempre se levantaba antes del alba, lavaba sus vestidos, tendía su ropa blanca en la extremidad del promontorio nebuloso, de la isla rica en umbrías.
Volvióse y miró en torno suyo en todas direcciones; levantó la mirada al cielo, la tendió a las orillas. Sobre su cabeza brillaba el sol; ante sus ojos chispeaban las olas.
Volvió sus ojos al lado del mediodía y divisó un resplandor, una estela azul en la superficie del mar.
Anniki, la celebrada virgen, conoció que era un barco, un barco formado por cien vigas bien labradas, que flotaba en el mar, y dijo: «Si eres el barco de mi hermano o la barca de mí padre, pon rumbo a nuestra casa. ¡Si eres un navío extraño, enfila la alta mar y vete a atracar a otras orillas!».
Pero aquel barco no era el de su familia ni tampoco el de un desconocido extranjero; era el barco de Wainamoinen, el barco del inmortal runoya. Se acercó al alcance de la voz.
Anniki, la hija de la noche, la virgen del crepúsculo, dijo: «¿Adónde te encaminas, Wainamoinen, adónde vas, favorito de las ondas?, ¿adónde te diriges tan brillantemente vestido, gala de la tierra?».
El viejo Wainamoinen respondió desde la borda de su navío: «Me he propuesto ir a pescar el salmón; quiero ver cómo juegan los peces en el río de Tuoni, en el profundo abismo».
Anniki, la celebrada virgen, dijo: «Ahórrate inútiles mentiras. También yo conozco las artes de la pesca; mi viejo padre tenía costumbre en otro tiempo de salir a la pesca del salmón, pero iba equipado de muy distinta manera; su barco iba cargado de toda clase de aparejos: nasas, horcas, redes y arpones. ¿Adónde vas, Wainamoinen, adónde te diriges?».
El viejo Wainamoinen, respondió: «Ven a mi barco, oh doncella. Aquí te diré toda la verdad».
Anniki, la doncella adornada con una fíbula de estaño, dijo con acento burlón: «¡Que la tempestad se desate sobre tu barco, que los vientos se desencadenen contra él! Yo lo haré naufragar, yo lo echaré a pique si no pones fin a tus mentiras, si no me confiesas con franqueza y verdad hacia dónde te encaminas».
El viejo Wainamoinen, respondió: «Si hasta aquí he fingido, ahora te diré toda la verdad. Me he puesto en camino para ir a pretender la mano de una doncella a la sombría Pohjola, a ese país donde los hombres son devorados, donde se precipita a los héroes en el mar».
Anniki, la hija de la noche, la virgen del crepúsculo, comprendió que esta vez Wainamoinen había renunciado a la mentira, y que le había confesado la verdad. Entonces dejó a un lado las ropas que había venido a lavar, y levantando entre sus manos los pliegues del vestido, echó a correr a casa de Ilmarinen; llegó y entró en la fragua.
El herrero Ilmarinen, el inmortal forjador, hallábase ocupado en fabricar un escabel de hierro; lo fabricaba con hierro y plata ligados. Su cabeza aparecía cubierta por una vara de escoria, sus hombros por una brasa de hollín.
Anniki, la celebrada virgen, le dijo: «Oh herrero Ilmarinen, hermano mío ¿sueñas todavía en tomar por esposa a aquella cuya mano pediste tiempo ha, aquella con quien contabas por compañera?
»Tú machacas el hierro, tú forjas sin cesar; has pasado todo el invierno y todo el estío herrando tu caballo; has consagrado tus días y tus noches a fabricarte un trineo, un magnífico trineo para ir a Pohjola a buscar a tu esposa. Y he aquí que uno más astuto y más ilustre que tú se te ha adelantado; va a robarte lo que es tuyo, va a apoderarse de tu amada, de aquella por quien has suspirado durante dos años, de aquella que hace tres años te fue prometida. Wainamoinen boga sobre el mar azul, en su barco de proa de oro, de timón de cobre. Y se dirige a la sombría Pohjola».
El herrero fue presa de una punzante angustia, el forjador quedó abrumado un largo espacio; las tenazas resbalaron de entre sus dedos, el martillo se le cayó de las manos.
Y dijo: «Anniki, mi querida hermana, yo te forjaré una lanzadera, yo te forjaré lindos anillos, dos o tres pares de arracadas, cinco o seis cinturones de metal. Pero, por tu parte, prepárame un baño dulce como la miel; hazme calentar una agradable lumbre con ramas menudas de árbol, con pequeñas astillas; procúrame además un poco de agua de lejía, un poco de jabón esponjoso, para lavar mi cabeza, para purificar mi cuerpo del hollín que lo cubre desde el otoño, de las escorias que lo manchan desde el invierno».
Anniki, la celebrada virgen, hizo calentar secretamente la lumbre. Después hizo agua de lejía con leche agria, preparó jabón con tuétano de huesos, un jabón espumoso para lavar la cabeza del prometido, para blanquear y purificar su cuerpo.
El herrero Ilmarinen, el inmortal forjador, se dirigió al baño. Y se bañó cuidadosamente; lavó y embelleció su rostro, acicaló sus cejas, dejó su cuello tan blanco como un huevo de gallina, purificó todo su cuerpo. Después entró en su cámara completamente transformado, resplandeciente el rostro, y ligeramente rosadas las mejillas.
Y dijo: «Anniki, mi hermana querida, tráeme ahora una camisa de lino, tráeme hermosos vestidos, para que me vista y me engalane como conviene a un desposado».
Anniki, la celebrada virgen, trajo una camisa de lino para el cuerpo ungido de Ilmarinen, y vestiduras hechas por su propia madre, para sus caderas libres de hollín, para sus caderas donde no se acusaba ningún hueso.
Y el herrero se cubrió con aquellos vestidos, y cuando estuvo dispuesto llamó a su esclavo, diciendo: «Engancha mi fogoso caballo a mi trineo, pues ha llegado mi hora de partir, de trasladarme a Pohjola».
El esclavo enganchó el corcel, el hermoso corcel, al trineo. Y puso en él seis cuclillos cantores, siete pájaros azules, para cantar sobre las colleras, para gorjear en el pescante; y una piel de oso para el asiento de su señor, y una piel de nutria para cubrir el trineo.
Entonces Ilmarinen, el inmortal forjador, invocó a Ukko, rogó al dios del trueno: «¡Oh Ukko, haz caer una fina nevada, haz destilar una delgada lluvia de nieve para que el trineo pueda resbalar, para que el hermoso trineo pueda volar velozmente!».
Ukko hizo caer una fina nevada, una delgada lluvia de nieve, que cubrió los tallos del brezo y se elevó sobre los tallos de las bayas, en toda la extensión del campo.
Y el herrero Ilmarinen montó en el trineo de acero; tomó las riendas en una mano, empuñó el látigo con la otra, y azotó los flancos del caballo diciendo: «En marcha, mi corcel, mi bello corcel de crin de lino ¡al galope!».
Ilmarinen lanza su trineo a toda velocidad. Camina un día, camina dos días, camina casi tres días. Alcanza a Wainamoinen y le dice: «¡Oh viejo Wainamoinen, hagamos un pacto de paz, aunque sigamos como dos rivales el camino de bodas, aunque vayamos como rivales en busca de la misma esposa: juremos no apoderarnos de ella por la violencia, no conducirla contra su voluntad a la casa del hombre!».
El viejo Wainamoinen, respondió: «Consiento en hacer contigo el pacto de paz; yo me comprometo a no apoderarme de la doncella por la fuerza, a no conducirla contra su voluntad a la casa del hombre. La doncella debe ser para aquel a quien elija su corazón, sin que por ello guardemos uno contra el otro el largo odio, la eterna enemistad».
Y los dos héroes siguieron cada cual su camino: cuando la barca surca las olas, la orilla se estremece; cuando el caballo galopa, tiembla la tierra.
Poco tiempo transcurrió. En seguida el perro gris se puso a ladrar, el centinela lanzó el grito de alarma en la sombría Pohjola. Primero fue un débil murmullo, después un ladrido más fuerte, y entrecortando sus aullidos golpeaba sonoramente el suelo con su cola.
El padre de familia de Pohjola, dijo: «Nuestro perro gris no ladra en vano, no da la voz de alarma el viejo, no gruñe sin razón a los abetos del bosque».
Y salió en persona de la casa a ver lo que ocurría en el último límite del campo, hacia los lejanos caminos.
Un barco de púrpura se acercaba, bogando en el golfo; un soberbio trineo se deslizaba por el camino.
El ama de casa de Pohjola y la doncella de Pohjola se apresuran a asomarse al corral, volviendo los ojos hacia el golfo, bajo los rayos del sol; y ven avanzar al navío, al navío de cien planchas. Relumbra el barco de vadmel; brillan sus costados de púrpura; un hombre de arrogante presencia se yergue a popa manejando el timón de cobre, y ven también un caballo al galope y un rojo trineo, un trineo de mil colores, lanzado a toda velocidad por el camino: seis cucos de oro cantan en las colleras, siete pájaros azules cantan en el pescante; un hombre arrogante se yergue en el trineo, un verdadero héroe maneja las riendas.
El ama de casa de Pohjola, dijo: «¿A cuál de los dos preferirás entregarte, cuando vengan a pedirte por eterna compañera, por arrulladora paloma de su soledad?
»El que llega en el barco es el viejo Wainamoinen; trae un cargamento de grano, una carga de tesoros. El que conduce el trineo de mil colores es el herrero Ilmarinen; solo trae engaños; su trineo viene cargado de mágicas runas.
»Cuando hayamos entrado en la casa toma una escudilla de hidromiel y ofrécela al que hayas elegido. Ofrécesela al viejo Wainamoinen, que trae cosas útiles en su navío, que trae el barco cargado de tesoros».
La doncella de Pohjola era discreta y respondió así: «Oh madre mía, tú que me has llevado en tu seno, tú que me has criado en mi niñez; no quiero entregarme al poderoso en riqueza y en sabiduría. Me entregaré al que es bello en su rostro y fuerte en todo su cuerpo. Ninguna doncella se ha vendido jamás por un cargamento de grano. Mejor será entregarla desinteresadamente al herrero Ilmarinen, al que ha forjado el sampo, al que ha labrado a golpe de martillo las relucientes aspas».
La madre de Pohjola, dijo: «¡Ah, inocente y simple mozuela! ¿Vas a entregarte al herrero Ilmarinen para enjugar su frente espumante de sudor, para hacer la colada de sus miserables harapos, para lavar su cabeza?».
La doncella respondió: «No aceptaré en modo alguno a Wainamoinen, no seré el báculo del anciano decrépito. Incómoda y enojosa es la vejez».
El viejo Wainamoinen llegó el primero. Hizo atracar su rojo barco y lo sacó a tierra sobre rodillos de hierro, sobre troncos de cobre. Después se dirigió presurosamente a la casa, entró bajo su techo, y en el umbral, bajo la dintelada viga de la puerta, habló así: «¿Vendrás conmigo, oh doncella, para ser mi eterna compañera, para ser la esposa de mi vida, la paloma que arrullará mi soledad?».
La doncella respondió sin vacilar: «¿Has fabricado ya el barco prometido?, ¿has construido el alto navío con las astillas de mi huso, con los trozos de mi lanzadera?».
El viejo Wainamoinen, dijo: «Sí, he construido el barco, he fabricado un navío sin par, firme en la tempestad; un navío que, bajo las ráfagas del huracán, surca serenamente las olas y franquea los estrechos; se eleva como una burbuja y nada como una hoja de nenúfar en el mar de Pohjola, entre las olas de borbollantes crestas».
La hermosa doncella de Pohjola, dijo: «No hay que hacer mucho caso de los hombres de mar, de los héroes que surcan las olas: el viento les trastorna la cabeza, la tempestad les nubla el cerebro. Por eso no puedo seguirte, no puedo entregarme a ti para ser tu eterna compañera, para ser el arrullo de tu soledad, para preparar tu lecho y mullir la almohada de tu cabeza».
Ilmarinen el herrero, el inmortal forjador, se apresuró a su vez a entrar en la casa, traspasando el umbral.
Una copa de hidromiel, una copa llena del azucarado jugo, fue presentada al héroe. Y cuando él la tuvo entre sus manos, dijo: «Jamás, mientras dure esta vida, mientras la luna espléndida brille, beberé este licor antes de haber contemplado a aquella que me pertenece. ¿Está dispuesta aquella por quien me he desvelado, aquella a quien he velado?».
El ama de casa de Pohjola, respondió: «No está dispuesta, graves impedimentos tiene aquella por quien te desvelaste, aquella a quien has velado. Uno de sus pies aún está descalzo y el otro solo calzado a medias. Solo estará dispuesta, aquella por quien te desvelaste, la que legalmente debías desposar, una vez que hayas labrado el campo lleno de víboras, roturado de arriba a abajo el campo lleno de serpientes, sin necesidad de yunta, sin que tu reja tiemble».
El herrero Ilmarinen se presentó en la cámara de la doncella y le dijo: «Oh virgen de la noche, hija de las tinieblas ¿te acuerdas de cuando yo construía el sampo, cuando forjaba las brillantes aspas; y de cómo, entonces, juraste con juramento eterno, ante el Dios revelado, a la faz del Todopoderoso, prometiendo entregarte a mí, al bravo héroe, para ser la compañera de toda mi vida, la arrulladora paloma de mi soledad? Pues bien: tu madre se niega ahora a entregarme a su hija, mientras no haya labrado el campo lleno de víboras, roturado de arriba a abajo el campo colmado de serpientes».
La joven prometida acudió en su ayuda con este consejo: «Oh herrero Ilmarinen, oh inmortal forjador: fragua un arado de oro, un arado de plata. Con él labrarás el campo de víboras, roturarás de arriba a abajo el campo lleno de serpientes».
El herrero Ilmarinen arrojó oro en su fragua, llenó de plata la hornilla, y forjó un arado. Después se hizo unos zapatos de hierro, se ajustó brazales de acero a los muslos; se revistió con una cota de mallas metálicas, ciñó a su cuerpo un cinturón de acero, codal de hierro y manopla de piedra; y unció al arado su caballo flamígero, su buen corcel.
Así Ilmarinen labró el campo de víboras, llenó de surcos el campo de serpientes. Después regresó y dijo: «Ya he labrado el campo de víboras, ya he roturado de arriba a abajo el campo lleno de serpientes ¿me será entregada ahora la doncella, me llevaré conmigo a mi bienamada?».
El ama de casa de Pohjola, respondió: «La doncella te será entregada, el ánsar azul estará pronto a seguirte, cuando hayas pescado el sollo lleno de escamas, el pez de las rápidas aletas, en el río de Tuoni, en las profundidades del abismo de Manala, sin ayuda de una red, ni siquiera de una red de mano. Cien hombres han intentado esa pesca, pero ninguno ha logrado regresar».
Ilmarinen comenzó a sentirse inquieto; la prueba le parecía arriesgada. Acudió nuevamente a la cámara de la doncella y le dijo: «Una nueva empresa me ha sido impuesta; tengo que pescar el sollo cubierto de escamas, sin servirme de nasa ni red, ni de ningún otro utensilio».
La joven prometida le prestó ayuda con este consejo: «No tengas ninguna inquietud, oh Ilmarinen: fórjate un halcón deslumbrante, un poderoso pájaro de blanco plumaje. Con él podrás pescar el sollo, el enorme pez de las rápidas aletas, en el negro río de Tuoni, en los abismos profundos de Manala».
El herrero Ilmarinen, el inmortal forjador, se forjó un halcón poderoso, de deslumbrante plumaje blanco. Le hizo espolones de hierro, garras de acero; le labró las alas con las planchas de un navío. Después cabalgó a su lomo, entre las largas puntas de sus alas.
Y comenzó a guiar con sus consejos al poderoso pájaro: «Oh halcón mío, mi buen halcón: tiende tu vuelo y dirígete, te lo suplico, al río de Tuoni, a las profundidades de Manala. Y una vez allí, lánzate sobre el escamoso sollo, sobre el enorme pez de las rápidas aletas».
El halcón, el ave majestuosa, batiendo el aire con sus alas, tendió el vuelo y se dirigió en busca del sollo, del pez armado de terribles dientes, hacia el río de Tuoni, hacia los abismos de Manala. Con un ala roza el agua, con la otra acaricia el cielo; sus garras aran el mar, su pico golpea las rocas.
Ilmarinen sondea el río de Tuoni; el halcón vigila a su lado. Entonces aparece el sollo de Tuoni, el terrible perro de las aguas: su lengua es larga como dos mangos de hacha; sus dientes, como un mango de rastrillo; su boca es ancha como tres cataratas; su lomo, largo como siete barcas. Trata de atacar a Ilmarinen, de tragarse al herrero.
Pero el halcón de garras de hierro arrebató al sollo escamoso hasta la copa de una encina, hasta la frondosa copa de un pino. Y allí se puso a devorar la carne del pez; abriéndole el vientre, desgarrándole el pecho, separándole violentamente la cabeza del cuerpo.
Entonces el herrero Ilmarinen cogió la cabeza del sollo y se la llevó como presente a su suegra, diciéndole: «¿Está dispuesta al fin aquella por quien me desvelé, aquella por quien he velado?».
La madre dijo: «Sí, dispuesta está al fin aquella por quien te desvelaste, aquella a quien has velado. Mi hija, mi polluela, debe ser entregada al herrero Ilmarinen para ser la eterna compañera de su vida, la arrulladora paloma de su soledad».
Un niño acostado en la cocina, un pequeñuelo de dos semanas, habló y dijo: «Fácil es esconder un caballo, ocultar a ojos ajenos un corcel de bellas crines; pero es difícil guardar a una doncella, ocultar a ojos ajenos una virgen de hermosa cabellera. Inútilmente harías construir un castillo de piedra en medio de los escollos del mar, para guardar en él a tus hijas, para criar en él tus palomas; tus hijas no serían guardadas, no crecerían las vírgenes, sin que lograsen penetrar hasta su retiro los pretendientes del país, la muchedumbre de mancebos, y los hombres de soberbio casco en sus herrados caballos[26]».
El viejo Wainamoinen, triste y con la cabeza gacha, emprendió el regreso a su país, diciendo: «¡Pobre y desdichado de mí, que no me ocupé de bodas en mi juventud, que no busqué esposa en los mejores días de mi vida! Todo debería ser motivo de angustia y arrepentimiento, para el que ha de lamentar no haberse casado a tiempo, no haber engendrado hijos en su juventud, no haberse hecho una familia en la flor de sus años».
Después el viejo Wainamoinen exhortó a los hombres viejos a no pretender doncellas, a no solicitar mano de moza. Les disuadió de nadar por bravata, de remar por apuesta, y de rivalizar con los jóvenes en el cortejo de una virgen.