18. EL RENACIMIENTO

Alvin dirigió una rápida mirada en torno a la gran habitación sobre la que se había hecho un absoluto silencio. Los consejeros, en su mayor parte, permanecieron rígidos en sus sillas, contemplando a Rorden con una inmovilidad que parecía de trance. Incluso para Alvin, que ya conocía algunos fragmentos de la historia relatada por Rorden, las palabras de éste conservaron la excitación de un nuevo drama que se oye por vez primera. Sobre los consejeros, el impacto ocasionado por las revelaciones del Archivero Mayor debió ser agobiador.

Rorden volvió a hablar con su mismo tono tranquilo y la voz reposada con que relató la historia de los últimos días del Imperio. Ésa fue la Era, decidió Alvin, en la que le hubiera gustado vivir. Una Era plena de aventuras, soberbia en su valor y en su ambición de saber y conquista, con un valor capaz de trocar en victoria la más amenazadora y terrible de las derrotas.

—Aun cuando la Galaxia había sido arruinada por la «Mente Loca», los recursos del Imperio seguían siendo enormes y su espíritu continuaba sin doblegarse. Con un valor del que sólo podemos maravillarnos, se reanudó el gran experimento y la búsqueda del flagelo que había traído aquella catástrofe. Naturalmente hubo timoratos que se opusieron al trabajo y predijeron nuevos desastres pero estos pocos fueron arrollados. El proyecto siguió adelante y en esta ocasión, se convirtió en un éxito.

»Así —continuaba el relato de Rorden— nació una nueva raza con un intelecto potencial que ni siquiera podía ser medido. Pero se trataba de una raza completamente infantil. No sabemos si sus creadores esperaban una cosa así, pero lo más probable es que supieran que resultaba de todo punto inevitable. Tendrían que pasar millones y millones de años antes de que esa raza nueva consiguiera su madurez, pero eso era una consecuencia lógica imposible de esquivar. Nada podía hacerse para dar mayor rapidez al proceso. Vanamonde fue la primera de esas mentes. Debe haber otras en otras partes de la Galaxia, pero sabemos que si es así, su número debe ser escaso, puesto que Vanamonde jamás encontró a ninguno de sus “hermanos”.

»La creación de la mentalidad pura fue el mayor logro de la civilización galáxica y en ella el hombre tuvo el papel más importante y quizá hasta dominante. No he querido hacer ninguna referencia directa a la Tierra puesto que su historia es demasiado estrecha para resaltarla dentro del gigantesco mosaico de la Historia del Universo. Dado que nuestro planeta siempre fue privado de sus espíritus más aventureros, se volvió conservador y, al final, la Tierra se opuso a los científicos que crearon a Vanamonde. Ciertamente nuestro planeta no desempeñó ningún papel en la última parte del acto final.

»Pero la misión del Imperio estaba cumplida. Los hombres de esa Era alzaron la vista a las estrellas, a las que habían asolado en los momentos de desesperado peligro y tomaron la decisión que podía esperarse: dejar el Universo a Vanamonde.

»La elección no fue difícil puesto que el Imperio acababa de tener sus primeros contactos con una civilización muy avanzada y extraña al otro lado de la curva del Cosmos. Esa civilización, si los indicios que tenemos son correctos, se había desarrollado dentro del plano puramente físico mucho más de lo que podría creerse posible. Al parecer hay más de una solución para el logro de la inteligencia suprema. Claro está que esto es sólo una suposición. Todo lo que sabemos de cierto es que nuestros ancestros y sus otras razas con las que compartían el Imperio, en un corto período de tiempo recorrieron un camino que no podemos seguir. Los pensamientos de Vanamonde parecen bloqueados, limitados al ámbito de la Galaxia, pero a través de su mente hemos observado el comienzo de la gran aventura…

Convertida en un espejismo de su antigua gloria, la rueda girante de la Galaxia colgaba de la nada… A todo lo largo y lo ancho de su gran inmensidad estaba el vacío de los grandes desgarrones causados por la «Mente Loca», heridas que debían ser llenadas en años venideros por astros caídos, pero que nunca devolverían a la Galaxia su esplendor perdido.

El hombre decidió abandonar su Universo y pronto no sólo el hombre sino los millares de otras razas inteligentes que habían colaborado con él en la creación del Imperio abandonaron sus respectivos mundos. Se congregaron juntas en uno de los extremos de la Galaxia, con toda la inmensidad más espesamente poblada de estrellas entre ellos y el objetivo que no llegarán a alcanzar durante Eras y Eras geológicas.

La larga línea de fuego cruzó el Universo, como rebotando de una estrella a otra. En un solo momento de tiempo murieron un millar de soles alimentando con sus energías la forma opaca y monstruosa que había girado en torno al eje de la Galaxia y que retrocede hacia los abismos cósmicos…

—El Imperio, pues —continuó Rorden— abandonó entonces el Universo para buscar su destino en otra parte cualquiera. Cuando sus herederos, las mentalidades puras, hayan logrado su completa madurez, volverá… Eso es lo que creemos. Pero ese día debe estar aún muy lejano.

»A rasgos generales —añadió Rolden— ésta es la historia de la civilización de nuestra Galaxia. Nuestra historia propia, que creemos tan importante, no es más que un acontecimiento tardío que hasta el momento no hemos examinado en detalle. Parece ser, sin embargo, que algunas de las razas más viejas y menos aventureras se negaron a abandonar sus países. Entre ellos se cuentan nuestros antepasados directos. Varias de esas razas entraron en un período de decadencia y se extinguieron. Nuestro mundo apenas si escapó a ese mismo desastre. En los Siglos de la Transición —que realmente duraron millones de años— los conocimientos del pasado fueron perdidos o, deliberadamente, destruidos. Esto último parece ser lo más probable. Creemos que el hombre cayó en una barbarie supersticiosa durante la cual creó esta distorsión de la historia para compensar su sentimiento de fracaso e impotencia. La leyenda de los Invasores es ciertamente falsa y la Batalla de Shalmirane un mito. Ciertamente que existe Shalmirane y que fue una de las armas más potentes que jamás se forjaran, pero fue usada contra un enemigo no inteligente. Una vez, la Tierra tuvo un solo satélite gigante, la Luna. Cuando empezó a caer, se construyó Shalmirane para destruirla y evitar que con su caída sobre la tierra provocara una catástrofe. En torno a esa destrucción nació esa leyenda conocida. Y hay muchas otras con semejante origen.

Rorden hizo una pausa y sonrió un poco desalentado.

—Existen otras paradojas que todavía no han sido resueltas pero el problema cae más dentro del campo de los psicólogos que de los historiadores. Ni siquiera puedo confiar absolutamente en mis registros y archivos, pues existen evidencias de que fueron alterados en el pasado.

»Sólo Diaspar y Lys sobrevivieron a ese período de decadencia: Diaspar gracias a la perfección de sus máquinas; Lys debido a su aislamiento parcial y a los poderes intelectuales, poco comunes de sus habitantes. Pero ambas culturas, aun cuando hubieran luchado para volver a recuperar su anterior nivel, estaban distorsionadas por los temores y los mitos heredados.

»Ya no tenemos necesidad de dejarnos asustar por esos temores —puso fin a su explicación Rorden—. En el transcurso de los tiempos hemos podido comprobar que siempre hubo hombres que se rebelaron contra ellos y mantuvieron un débil lazo de unión entre Diaspar y Lys. Ahora esos lazos pueden aumentarse y derribarse las barreras para que nuestras dos razas puedan caminar juntas hacia el futuro… cualquiera que sea éste y los acontecimientos que nos traiga.

—Me pregunto qué diría Yarlan Zey de esto —dijo Rorden pensativamente—. ¿Crees que lo aprobaría?

El Parque había cambiado considerablemente y en gran parte para mal. Pero el camino hacia Lys estaba ahora abierto para todos aquéllos que quisieran recorrerlo.

—No lo sé —le respondió Alvin—. Lo cierto es que aunque cerró aquí los caminos móviles, no los destruyó y eso que estuvo en sus manos el poder hacerlo. Un día descubriremos la historia completa que se oculta detrás del Parque… y de Alaine de Lyndar.

—Temo que esas cosas tendrán que esperar —dijo Rorden— hasta que hayamos resuelto otros problemas mucho más importantes. De todos modos yo tengo una imagen clara de la mente de Alaine. Es posible que él y yo tengamos muchas cosas en común.

Caminaron en silencio unos cien metros, siguiendo el límite de las grandes excavaciones. La tumba de Yarlan Zey surgía sucia y llena de polvo junto a la enorme zanja en el fondo de la cual trabajaban furiosamente varios equipos de robots.

—¡Ah… de paso…! —dijo Alvin de manera brusca—. ¿Sabe que Jeserac ha decidido quedarse en Lys? ¡Precisamente Jeserac! Le gusta aquello y no piensa volver. Naturalmente eso dejará un puesto libre en el Consejo.

—Así es —dijo Rorden como si nunca se hubiera parado a pensar las implicaciones de ello. Hacía algún tiempo habría pensado que pocas cosas resultaban más imposibles para él que el ganarse un puesto en el Consejo. Pero ahora sabía que era sólo cuestión de tiempo. Estaba seguro de que habría otras dimisiones en el futuro. Varios de los consejeros más viejos se sentían incapaces de enfrentarse con los nuevos problemas que planteaba el gobierno de Diaspar.

No se apreció el menor movimiento en la colina que conducía a la Tumba por su larga avenida de árboles eternos. Al final del paseo la nave espacial de Alvin bloqueaba el camino.

—Éste es el mayor de los misterios —dijo Rorden de improviso—. ¿Quién fue el Maestro y de dónde sacó su nave espacial y sus robots?

—He estado pensando en ello —le respondió Theon—. Nosotros sabemos que proceden de los Siete Soles y lo más posible es que hubiera allí una cultura muy elevada cuando la civilización de la Tierra se hallaba en su momento más bajo. Por lo que respecta a la astronave puede estar seguro de que es obra del Imperio. Yo creo que el Maestro estaba huyendo de su propio pueblo. Tal vez tenía ideas con las cuales los demás no se hallaban de acuerdo. Se encontró aquí con nuestros antepasados, amistosos y supersticiosos y trató de educarlos, pero no logró entenderlos y sus enseñanzas fueron deformadas. «Los Grandes» no eran sino los hombres del Imperio… pero no era de la Tierra de donde se habían marchado sino que habían abandonado el Universo entero. Los discípulos del Maestro no entendieron o no creyeron esto y, así, basaron toda su mitología y todos sus ritos en una premisa falsa. Tengo intención de profundizar un día en la historia verdadera del Maestro y así descubriré por qué intentaba ocultar su pasado. Creo que puede resultar una historia sumamente interesante.

—Tenemos muchas cosas que agradecerle —dijo Rorden cuando entraban en la nave espacial—. Sin él jamás hubiéramos llegado a saber las verdades de nuestro pasado.

—No estoy seguro de ello —le replicó Alvin—. Más tarde o más temprano Vanamonde hubiera sido descubierto… o mejor dicho, él nos hubiera descubierto a nosotros. Y, créeme, estoy convencido de que hay más astronaves ocultas en la Tierra y espero encontrarlas un día.

La ciudad se hallaba ya demasiado distante para reconocer la obra del hombre y el planeta comenzaba a descubrir su curvatura. Dentro de poco podrían ver la línea del crepúsculo a miles de kilómetros de distancia en su marcha infinita sobre el desierto. Arriba y abajo de ellos, las estrellas, todavía brillantes pese a la gloria perdida.

Durante bastante rato, Rorden se quedó mirando el desolado panorama que se extendía a sus pies y que él jamás antes contemplara. Sintió un repentino desprecio y rabia por los hombres del pasado que habían dejado morir, por su propia desidia, la belleza maravillosa del planeta Tierra. Si llegaba a realizarse uno de los sueños de Alvin y, en efecto, todavía seguían existiendo las grandes plantas transmutadoras, no tendrían que transcurrir muchos siglos antes de que los océanos volvieran a existir de nuevo.

¡Cuánto había por hacer en los años futuros! Rorden sabía perfectamente que se hallaba entre dos Eras: en torno suyo podía sentir el pulso de la humanidad que de nuevo volvía a latir con energía y regularidad como el enfermo que vuelve a la vida.

Había grandes problemas a los que enfrentarse y Diaspar sabría hacerlo. El establecimiento de la cronología del pasado, con toda su necesaria precisión histórica, tardaría siglos en terminarse, pero cuando lo fuera, el hombre habría recobrado todo lo que había perdido. Y, como fondo de toda la cuestión, siempre seguiría existiendo el gran enigma, tal vez insoluble, de Vanamonde…

Calitrax tenía razón. Vanamonde se había desarrollado mucho más rápidamente de lo que sus creadores habían esperado, y los filósofos de Lys seguían confiando en una futura cooperación que no confiarían a nadie. Habían llegado a sentirse muy unidos, casi afectuosamente ligados, a esa supermente infantil y quizá pensaban que podrían disminuir los eones que su evolución natural requería y lo convertirían en un ser adulto, maduro antes de lo esperado. Pero Rorden sabía que el destino definitivo de Vanamonde era algo en lo cual el hombre no podía participar. No, el hombre no podía alterar la suerte futura del niño-mente. Había soñado y había creído que su sueño era realidad, que al final del Universo, Vanamonde y la «Mente Loca» se encontrarían uno a otra entre los cadáveres de las estrellas.

Alvin interrumpió sus sueños y Rorden apartó sus ojos de la pantalla del visualizador.

—Deseaba que viera usted esto —le dijo Alvin con tranquilidad—. Tal vez tengan que transcurrir siglos antes de que tenga una nueva oportunidad de hacerlo.

—¿No vas a abandonar la Tierra?

—No. Incluso en el caso de que exista otra civilización en esta Galaxia, dudo que merezca la pena el esfuerzo que hay que hacer para dar con ella. ¡Y hay tantas cosas que hacer aquí en la Tierra!

Alvin contempló el gran desierto, pero en vez de la arena sus ojos vieron las aguas que un día, quizá en miles de años, los volverían a anegar y los convertirían en mares de maravillosa belleza. El hombre había vuelto a descubrir su mundo y tras este redescubrimiento estaba obligado a devolverle su belleza. Y después de aquello…

—Voy a enviar la astronave fuera de la Galaxia para que siga a los hombres del Imperio doquiera que éstos marchen. La búsqueda tal vez requiera Eras y Eras, pero el robot no se cansará ni desistirá. Un día, nuestros parientes recibirán mi mensaje y sabrán que aquí, en la Tierra, estamos esperándolos. Regresarán y espero que para entonces, nosotros habremos sabido hacernos dignos de ellos, por muy grandes que hayan llegado a ser.

Alvin guardó silencio, como si estuviera contemplando el futuro que él había comenzado a dar forma, pero cuya plenitud, quizá, jamás llegaría a ver. Y mientras el Hombre estaba reconstruyendo su mundo, la nave espacial estaría cruzando la oscuridad entre las Galaxias y tal vez dentro de miles de años regresaría a la Tierra. Confiaba en estar todavía aquí para recibirlo, pero si no era así no le importaba demasiado y se sentiría igualmente satisfecho.

En esos momentos se encontraban sobre el Polo y el planeta bajo ellos era una esfera casi perfecta. Mirando hacia abajo, sobre el cinturón del crepúsculo, Alvin se dio cuenta de que por un instante estaba viendo al mismo tiempo el orto y el ocaso en horizontes opuestos de la Tierra. El simbolismo resultaba tan perfecto y tan conmovedor que sabía que ese momento lo recordaría durante toda su vida.

En un Universo estaba cayendo la noche; las sombras se adelantaban hacia el Este, un Este que no conocería ningún otro amanecer. Pero en otras partes, las estrellas aún eran jóvenes y la luz de la mañana se aprestaba a despertarlas. Y, así, a lo largo de la senda que antaño siguiera el Hombre, la aurora volvería a lucir de nuevo.