A mediodía aterrizaron en la pradera de Airlee sin el menor temor ni preocupación. Alvin se preguntó si alguna otra vez, a lo largo de toda la Historia, un navío espacial había vuelto a la Tierra trayendo una carga tan especial… si, como parecía, Vanamonde, venía dentro del espacio físico del aparato. No había habido rastro de él durante el viaje: Theon creía, y sus conocimientos sobre el asunto eran más directos que los de Alvin, que debía admitirse que sólo la esfera de atención de Vanamonde tenía alguna locación en el espacio físico.
Dejaron la astronave y las puertas se cerraron suavemente tras ellos. Un leve viento agitó sus ropas. Inmediatamente después la máquina era sólo una flecha de plata surcando el cielo, de regreso al mundo al cual pertenecía y donde permanecería hasta que Alvin volviera a necesitarla de nuevo.
Seranis los estaba esperando, cosa que Theon sabía y Alvin había esperado. Se quedó mirando a los muchachos en silencio durante un momento y, seguidamente, se volvió hacia Alvin.
—Nos estás complicando un poco la vida, ¿no te parece? —le dijo.
No había enfado ni rencor en sus palabras, sólo una especie de humorística resignación e incluso un tanto de aprobación indirecta.
Alvin entendió el significado de sus palabras de inmediato.
—¿Quiere eso decir que Vanamonde ha llegado? —preguntó Alvin aunque ya conocía la respuesta.
—Sí, hace horas. Desde este amanecer hasta ahora hemos aprendido más de historia que en todos los millones de años de existencia de nuestro pueblo.
Alvin se la quedó mirando con cierta extrañeza. Pero pronto comprendió: no era difícil de imaginar el impacto que Vanamonde debió haber causado entre ese pueblo con sus poderosas dotes de percepción y su maravillosa capacidad de comunicación intermental. Habían reaccionado con sorprendente rapidez y Alvin se imaginó a Vanamonde tal vez un poco asustado rodeado psíquicamente por los mejores y más poderosos intelectos de Lys.
—¿Han descubierto ustedes lo qué es?
—Sí, eso no presentó la menor dificultad, aunque aún no sabemos su origen. Es pura mente y sus conocimientos parecen ilimitados. Pero está en plena niñez. Sí, podéis tomar estas palabras literalmente.
—¡Naturalmente! —exclamó Theon—. ¡Debí suponerlo de inmediato!
Alvin se lo quedó mirando extrañado y ello provocó en Seranis un gesto de compasión ante la falta de comprensión del muchacho.
—Quiero decir que, aunque Vanamonde posee una mente colosal, tal vez infinita, todavía está inmaduro y sin desarrollar. Su inteligencia actual es menor a la de un ser humano adulto normal —dijo Seranis un tanto a disgusto, como el maestro que repite una lección facilísima que supone que sus discípulos deberían saber perfectamente—. Sin embargo, su proceso de pensamiento es mucho más rápido y aprende con gran velocidad. Posee, además, algunos poderes que no conocemos todavía. Todo el pasado parece ser como un libro abierto en su mente, que obra de un modo que resulta dificilísimo de describir. Debe haber utilizado esa habilidad para seguir vuestra ruta por el espacio de regreso a la Tierra.
Alvin se quedó silencioso y en esta ocasión un tanto sobrecogido. Se dio cuenta de lo acertada que había sido la idea de Theon de traerse a Vanamonde a Lys. Comprendió lo feliz que debía sentirse el muchacho al haber logrado imponerse a su madre; eso era algo que no ocurriría dos veces en su vida.
—¿Quiere decir —preguntó— que Vanamonde acaba de nacer justamente ahora?
—Sí, considerando ese «ahora» dentro de sus niveles de desarrollo y evolución. Su edad actual, real, es muy grande aunque, al parecer, menor que la del Hombre. Lo extraordinario del asunto es que insiste en que nosotros lo hemos creado. No hay la menor duda de que sus orígenes constituyen uno de los mayores misterios del pasado.
—¿Qué ocurre ahora con Vanamonde? —preguntó Theon con voz un tanto posesiva, como quien pregunta por algo que le pertenece personalmente.
—Está siendo interrogado por los historiadores de Grevarn, quienes tratan de reconstruir el mapa de los acontecimientos más importantes del pasado, pero indudablemente ese trabajo será cuestión de años. Vanamonde puede describirnos el pasado con todo detalle, pero dado que no comprende lo que ve, resulta muy difícil trabajar con él.
Alvin se preguntó cómo era posible que Seranis supiera todo eso. Pero, seguidamente, pensó que todas las mentes despiertas de Lys debían estar en esos momentos siguiendo los progresos de la gran investigación.
—Rorden debería estar aquí —dijo Alvin como quien llega de repente a una firme decisión—. Iré a Diaspar para traerlo conmigo.
Se quedó pensativo durante un momento y añadió:
—Y también a Jeserac.
Rorden nunca había conocido un torbellino, pero si alguno lo hubiera cogido en su vórtice, la experiencia le hubiera resultado perfectamente familiar. Había momentos en que su sentido de la realidad dejaba de funcionar y sentía como si todo lo que le estaba sucediendo fuese un sueño. Esa sensación lo anegaba. Así se sentía en esos momentos.
Cerró los ojos y trató de recordar mentalmente la habitación familiar de Diaspar que antaño formara parte integrante de su personalidad y una barrera contra el mundo externo. Se preguntó cómo hubiera reaccionado, qué hubiese pensado, si la primera vez que se encontró con Alvin hubiera podido ver el futuro y conocer las consecuencias de aquel encuentro. No lo sabía pero sí estaba seguro de una cosa: que ahora no se volvería atrás por nada de este mundo.
El barco se movía lentamente por el lago con un débil balanceo que Rorden encontró realmente agradable. No podía imaginarse la razón por la cual habían decidido construir la ciudad de Grevarn en una isla. Le parecía una ubicación sumamente inconveniente. Ciertamente que las casas coloreadas, que parecían flotar ancladas sobre las débiles olas, componían una escena de una belleza tan grande como irreal. Todo eso estaba muy bien, pensó Rorden, pero uno no puede pasarse toda la vida contemplando un bello paisaje. Y recordó que eso, precisamente, era lo que hacían muchos de esos individuos excéntricos de Lys.
Pero excéntricos o no, lo cierto era que poseían mentes merecedoras de respeto. Para él los pensamientos y las ideas de Vanamonde eran tan carentes de significado como si estuviera oyendo miles de voces que gritaran al mismo tiempo en una caverna enorme y plena de ecos. Pero los hombres de Lys podían separar esas voces, registrarlas para analizarlas a su gusto. Ya la estructura del pasado, que pareció anteriormente perdida para siempre, se estaba convirtiendo en algo débilmente visible. Y lo que averiguaban resultaba tan extraño e inesperado que parecía no tener nada que ver con la historia que Rorden había conocido y en la que había creído.
Dentro de unos meses presentaría su primer informe en Diaspar. Aunque aún no estaba convencido de cuál sería su contenido, sabía que acabaría para siempre con el estéril aislamiento de su raza. Las barreras entre Lys y Diaspar desaparecerían cuando el origen común de ambos pueblos fuese conocido y comprendido y la unión, o reunión, de ambas culturas daría como resultado un fortalecimiento de ambas, que se desarrollaría a lo largo de las futuras edades. Y eso que parecía tan importante, no era más que uno de los más insignificantes productos colaterales, secundarios, de la gran investigación que en, esos momentos se estaba desarrollando. Si lo que Vanamonde había dejado entrever era cierto, como parecía lógico suponer, el horizonte del hombre muy pronto no sólo abarcaría la Tierra sino que se extendería a las estrellas e incluso saldría fuera de las galaxias. Pero todavía era pronto para pensar en cuáles podían ser los límites, o la falta de límites, de ese nuevo horizonte que se abría a la raza humana.
Calitrax, el jefe de los historiadores de Lys, lo recibió en el pequeño desembarcadero. Era un hombre alto, ligeramente encorvado, y Rorden se preguntó cómo era posible que, sin la ayuda de su máquina, del Maestro Asociador, hubiera logrado aprender tantas cosas en una vida tan corta. No se le ocurrió pensar que la ausencia de tales aparatos era precisamente la razón de la gran memoria que había hallado en los hombres de Grevarn.
Caminaron juntos a orillas de los numerosos e intrincados canales que hacían la vida en la ciudad tan azarosa para los forasteros. Calitrax parecía un poco preocupado y Rorden comprendió que una parte de su mente seguía todavía ocupada con los pensamientos de Vanamonde.
—¿Ha puesto ya en marcha su proceso de fijación de fechas? —le preguntó Rorden que se consideró un tanto olvidado y menospreciado.
Calitrax recordó sus deberes de anfitrión y rompió el contacto mental con Vanamonde con claro disgusto.
—Sí —le explicó—. Debe tratarse de un método astronómico. Estamos convencidos de que las fechas que nos da Vanamonde son justas con un margen máximo de error de diez mil años incluso en los tiempos de la Era del Alborear. Creo que podríamos afinar más ese margen de error y reducirlo mucho, pero aun así resulta más que adecuado para situar las principales épocas de nuestra historia.
—¿Y qué hay de los Invasores? ¿Ha logrado Benson localizarlos en el tiempo? —le preguntó.
—No; lo intentó una vez pero sin resultado. De momento resulta de todo punto inútil buscar ningún período aislado. Lo que estamos haciendo es retroceder al comienzo de la historia y después dividirla en secciones a intervalos regulares. Y así iremos avanzando hasta llenar esos períodos con los necesarios detalles. ¡Qué distinto sería todo si Vanamonde pudiera comprender lo que ve del pasado! Pero como le falta la capacidad de selección, de comprensión, nos vemos obligados a trabajar dentro de una enorme masa de material irrelevante hasta separar de él algunas cosas importantes para nuestro propósito.
—Me pregunto qué pensará Vanamonde de todo este asunto. Debe parecerle algo sumamente extraño —aventuró Rorden.
—Sí, creo que así debe ser. Pero es una criatura muy dócil y amistosa y me parece que se siente feliz, si es que puede usarse esta palabra, aplicada a él. Theon, desde luego, lo cree así y parece que entre él y Vanamonde existe una curiosa afinidad afectiva. ¡Ah, aquí llega Benson con los diez últimos millones de años de historia! Le dejo en sus manos.
La Cámara del Consejo había cambiado bien poco desde que Alvin estuvo allí por última vez y el equipo de proyección y comunicación era tan conspicuo que fácilmente podía pasar inadvertido. Había dos sillas vacías a lo largo de la gran mesa: una de ellas, según sabía, era la de Jeserac. Pero aunque Jeserac estaba en Lys, estaría presenciando la reunión como seguramente lo estaría haciendo todo el mundo.
Si Rorden recordó su última presencia en aquel lugar, se guardó bien de mencionarlo. Pero no cabía duda de que los Consejeros sí que lo recordaban, como Alvin pudo apreciar por las miradas ambiguas que se fijaron en él a su llegada. Se preguntó qué estarían pensando cuando oyeron la historia que les fue relatada por Rorden. El presente, en sólo unos meses, había cambiado lo inimaginable… Y sabían bien que estaban a punto de tener que despedirse del pasado.
Rorden comenzó a hablar. Los grandes caminos móviles de Diaspar debían hallarse vacíos de tráfico: toda la ciudad debía estar guarecida en sus moradas de un modo como jamás antes, con una sola excepción, Alvin había visto en su vida. La ciudad esperaba, esperaba que el velo del pasado les fuera levantado de nuevo —si Calitrax tenía razón— mostrándoles la historia de más de mil quinientos millones de años.
Brevemente Rorden mencionó la historia ya aceptada de la raza, una historia que Lys y Diaspar siempre aceptaron sin la menor duda. Se refirió a los pueblos desconocidos de la Civilización del Alborear, que no habían dejado tras sí más que un puñado de grandes nombres y las desdibujadas leyendas del Imperio. Ya al principio, así decía la historia, el hombre deseó conquistar las estrellas y, por fin, había logrado alcanzarlas. Durante millones de años se había extendido por la Galaxia, conquistando sistemas solares unos tras otros. Después, desde los bordes más lejanos del Universo, los Invasores los habían atacado y los arrojaron, derrotados, de todos los lugares por ellos conquistados.
La retirada del resto del Sistema Solar había sido la más amarga y debió durar muchas eras geológicas. Apenas si pudieron salvar la Tierra gracias a las fabulosas batallas que tuvieron lugar en Shalmirane y sus alrededores. Cuando todo eso quedó atrás, el hombre quedó solo con sus recuerdos de pasadas grandezas y confinado al mundo que lo había visto nacer.
Rorden hizo una pausa y sus ojos recorrieron la Cámara para detenerse durante un breve instante en los de Alvin.
—Bien, éstas son las leyendas que venimos creyendo desde que comenzaron nuestros registros y archivos. Ahora no tengo más remedio que decirles que son falsas… falsas en todos sus detalles… tan falsas que ni siquiera ahora hemos podido reconciliarlas con la verdad.
Esperó un instante para que el pleno significado de sus palabras llegara al fondo de la comprensión de los que lo escuchaban. Luego, continuó hablando en voz lenta, meditando cada una de sus palabras, pero transcurridos los primeros minutos dejó de consultar sus notas y transmitió a la ciudad el conocimiento que habían obtenido de la mente inmensa de Vanamonde.
No, no era cierto que el hombre hubiera alcanzado las estrellas. El total de su pequeño imperio no había sobrepasado jamás la órbita de Perséfone, pues el espacio interestelar resultó ser una barrera que el hombre no pudo superar. La entera civilización de la raza humana se concentró en torno al sol y era todavía muy joven cuando… ¡fueron las estrellas quienes llegaron a ella!
El impacto debió ser terrible. Pese a sus fracasos, el hombre jamás había llegado a dudar de que un día estaría en condiciones de conquistar los espacios más profundos y remotos. Estaba convencido de que era posible que el Universo contuviera seres iguales a él, pero en ningún caso seres superiores. Ahora sabía que ambas creencias habían sido igualmente falsas y que en lejanas estrellas y galaxias había mentes mucho más inteligentes y grandes que la mente humana. Durante muchos siglos en las naves espaciales de otras razas y más tarde en aparatos construidos por el hombre, pero gracias al conocimiento y sabiduría prestados de otras razas, el hombre había explorado su Galaxia. Por todas partes encontró culturas que podía comprender, pero con las cuales no estaba en condiciones de competir y en alguna que otra parte encontró mentes que estaban muy por encima de su comprensión.
El impacto, como había dicho, fue tremendo, pero sirvió para conocer las limitaciones de la raza. Entristecido, pero infinitamente más sabio, el hombre regresó al sistema solar para tratar de seguir explorando y adelantando los conocimientos que había adquirido. Estaba dispuesto a aceptar el desafío y, lentamente, fue desarrollando un plan que le ofrecía esperanzas para el futuro.
En esos días las ciencias físicas habían ocupado el mayor interés del hombre. Pero a partir de entonces se volvió con mayor devoción y coraje a las ciencias genéricas y al estudio de la mente. Costara lo que costara, el hombre estaba dispuesto a desarrollarse con la mayor rapidez posible hasta el límite extremo de su evolución.
El gran experimento consumió todas las energías de la raza durante millones de años. Todos los esfuerzos, todos los sacrificios y trabajos se concentraron en sólo unas cuantas palabras en el relato de Rorden. Habían llevado al hombre a sus mayores victorias. Había logrado vencer totalmente las enfermedades. Había conseguido vivir eternamente si así lo deseaba, y al conseguir el dominio de la telepatía se había hecho con la más sutil de todas las fuerzas de su voluntad.
Conseguido eso, se consideró en condiciones de lanzarse de nuevo a la conquista del imperio, explorando los extremos más remotos de los grandes espacios de la Galaxia. Se encontraría de igual a igual con las razas de otros mundos que antaño los despreciaron. Y jugaría su gran papel en toda su inmarcesible potencia dentro de la historia del Universo.
Y el hombre realizó todas esas cosas. A partir de esa Era, tal vez la más larga en toda la historia, procedían las leyendas del Imperio. Había sido un imperio de muchas razas, pero eso fue olvidado debido a la conmoción causada por la tragedia, el drama tremendo en el que todo aquello había encontrado su fin.
El Imperio duró al menos un billón de años. Debió conocer muchas crisis, tal vez incluso guerras, pero todo eso fue barrido en la natural evolución hacia la madurez.
—Debemos sentirnos orgullosos —continuó Rorden— de la parte que nuestros antepasados desempeñaron en su historia. Incluso después de que hubieron alcanzado su nivel cultural, no perdieron ninguna de sus iniciativas. Ahora estamos tratando con conjeturas más que con hechos comprobados, pero parece cierto que los experimentos que llevaron a la caída del Imperio como aquéllos que coronaron su gloria, estuvieron inspirados directamente por el hombre.
»La filosofía que subrayaba esos experimentos parecía ser ésta; el contacto con otras especies le había mostrado al hombre hasta qué punto la visión que una raza tiene del mundo depende de su cuerpo físico y de los órganos de sus sentidos. De esto se deducía que una imagen cierta del Universo sólo puede conseguirse —si es que resulta posible en algún caso— por una mente que esté libre de tales limitaciones… es decir, una mente pura. Esta idea fue compartida por la mayor parte de las antiguas religiones y muchos la consideraban como el objetivo principal de la evolución.
»Debido en gran parte a las experiencias conseguidas por su propia generación —siguió su explicación el Archivero Mayor— el hombre sugirió la necesidad de crear algunos de esos seres y se lanzó al intento. Fue el mayor desafío lanzado jamás a la inteligencia del Universo y, después de siglos y siglos de debate, fue aceptado. Todas las razas que poblaban la Galaxia se lanzaron de lleno al logro de su cumplimiento.
»Medio millón de años separaron el sueño de su realización. Muchas civilizaciones se alzaron y cayeron una y otra vez, pero jamás se olvidó ese objetivo común. Un día conoceremos el resultado de este esfuerzo, el mayor y más sostenido de la historia. Hoy sólo sabemos que su fin fue un desastre que casi acabó por dejar a la Galaxia entera convertida en un campo de ruinas.
»La mente de Vanamonde se niega a penetrar en ese período. Hay una estrecha franja de tiempo que le está bloqueada pero, según creemos, eso es sólo a causa de sus propios temores. En su comienzo nos encontramos al Imperio en la cumbre de su gloria, entusiasmado por la expectación del esperado éxito.
Al final del período vedado a Vanamonde, sólo pocos miles de años más tarde, el Imperio se derrumba. Sobre la Galaxia pende un telón de terrores, un miedo que va unido al nombre de «Mente Loca». Lo que debió ocurrir en ese período no es difícil de suponer. La mentalidad pura había sido creada pero o bien fue una mente insana o, como parece más probable por otras fuentes, era una mente con un odio implacable contra la materia. Durante siglos fue asolando el Universo hasta que llegó a ser controlada por fuerzas que no podemos llegar a suponer. Cualquiera que fuese el arma utilizada por el Imperio, su poder dependía de los recursos de las estrellas. Del recuerdo del conflicto surge la fuente parcial, aunque no total, de la leyenda de los Invasores. Pero, con relación a ese tema, aún me quedan algunas cosas que decir.
Rorden continuó casi sin pausa:
—La «Mente Loca» no podía ser destruida puesto que era inmortal. Fue, pues, enviada a uno de los extremos más remotos de la Galaxia y, allí, fue aprisionada por métodos y medios que desde luego no estamos en condiciones de entender en absoluto. Su prisión fue una estrella artificial conocida como «El Sol Negro». Y es allí donde sigue todavía. Cuando el Sol Negro muera, la «Mente Loca» volverá a verse libre. Lo que no estoy en condiciones de decir es a qué distancia de nosotros, en el tiempo, se encuentra ese terrible futuro.