Los dos robots estaban junto a él flotando inmóviles en el aire. Cuando Alvin trató de aproximarse al cuerpo, los tentáculos de las máquinas se opusieron. No había nada que pudiera hacer para evitar que los robots defendieran el cuerpo sin vida de su antiguo amo. Alvin, en aquella cámara desolada, sintió frío y una fuerte congoja estremeció su corazón. Era la primera vez que veía el rostro marmóreo de la Muerte y tuvo la seguridad que algo de su niñez moría en él para siempre.
La muerte del anciano significaba el fin de una extraña hermandad, quizá de la última de ese tipo que llegaría a conocer en su vida. Aunque la existencia de aquellos hombres que permanecieron fieles al Maestro había constituido un auténtico desengaño, la inútil espera de un ideal no realizado, ciertamente no podía decirse que hubieran desperdiciado íntegramente su vida. Habían salvado conocimientos del pasado, como por un milagro, que sin ellos se hubieran perdido para siempre. Ahora su orden podía seguir el mismo camino que habían seguido miles de otras fes y religiones del pasado que también, en su tiempo, se creyeron eternas.
Dejaron al anciano dormido en su tumba, entre las montañas, donde nadie lo molestaría jamás hasta el final de los tiempos. Para guardar su cuerpo, quedaban allí las máquinas que le habían servido en vida. Alvin estaba convencido de que jamás lo abandonarían en ninguna circunstancia. Los robots quedarían allí, pendientes de su mente, esperando órdenes que nunca llegarían hasta que las montañas se derrumbaran en el cataclismo final.
El pequeño animal cuadrúpedo que antaño, muchos millones de años había servido al hombre con la máxima devoción y fidelidad, la misma que los robots, había desaparecido hacía ya tanto tiempo que el muchacho ni siquiera había oído hablar del perro.
Alvin y Theon caminaron en silencio hacia la nave que esperaba y, desde la altura, la fortaleza fue de nuevo como un lago oscuro entre las montañas. Alvin no hizo nada para dirigir la nave que se levantó perpendicular en el aire hasta que toda la tierra de Lys se extendió bajo ellos como una gran isla verde en medio de un mar naranja. Nunca con anterioridad había volado Alvin a tanta altura. Cuando la nave cesó su ascensión, el crescente de la Tierra era visible bajo ellos. Lys era un pequeñísimo punto, sólo una sombra diminuta entre el gris y el naranja del desierto. Pero un poco más bajo, en la línea del horizonte, algo resplandecía como una joya brillante de múltiples colores. Así, por primera vez, Theon vio la ciudad de Diaspar.
Se quedaron largo tiempo contemplando el girar lento de la Tierra bajo ellos. De todos los antiguos poderes del hombre, éste era sin duda el último que debía perder. Alvin hubiera querido que en aquel momento los gobernantes de Lys y de Diaspar pudieran gozar de aquella visión terrestre que se ofrecía a sus ojos.
—Theon —le preguntó a su amigo— ¿crees que es justo lo que estoy haciendo?
La pregunta sorprendió a Theon que no sabía nada de las dudas que, en ocasiones, atenazaban a su amigo. No le resultaba fácil responder desapasionadamente. Al igual que Rorden, aunque con menos motivo para ello, Theon se daba cuenta de que su carácter quedaba ensombrecido, como vencido por la personalidad de su nuevo amigo, arrastrado hacia el vértice que Alvin dejaba tras sí con su forma de entender y vivir la vida.
—Sí, creo que sí —le respondió lentamente al cabo de un rato de reflexión—. Nuestros dos pueblos han vivido separados demasiado tiempo.
Eso era cierto, aunque sabía que sus propios sentimientos no estaban del todo acordes con la respuesta. Y Alvin siguió preocupado pese a la aprobación de su amigo.
—Hay un problema en el que no he pensado hasta ahora —continuó con voz entrecortada— y es el de la diferencia de ritmo del tiempo que existe entre nosotros.
No tuvo que decir nada más, pero cada uno de ellos sabía lo que pensaba el otro.
—También yo me he preocupado por ello en muchas ocasiones —admitió Theon— pero creo que el problema se resolverá por si solo cuando nos lleguemos a conocer mejor. Ambos no podemos tener razón… Nuestras vidas pueden ser demasiado cortas, pero con toda seguridad, las vuestras son demasiado largas. Con el tiempo quizá se llegue a un compromiso entre ambas posturas.
Alvin se sorprendió. El camino, ciertamente, dejaba paso a la esperanza, pero no le cabía duda de que los años de transición serían duros. Volvió a recordar las amargas palabras de Seranis: «Nosotros ya estaremos muertos cuando tú todavía seguirás siendo un muchacho». Bien, así era. Él estaba dispuesto a aceptar las condiciones. Incluso en Diaspar todas las amistades estaban oscurecidas por esa misma sombra. Lo ocurrido hacía cien años o un millón de años no se diferenciaba apenas entre sí a los ojos de la gente. El bienestar y la supervivencia de la raza exigía el que las dos culturas volvieran a asimilarse y combinarse entre sí y frente a esa necesidad la felicidad individual no tenía demasiada importancia. Por un momento Alvin vio a la humanidad como algo mucho más importante que la base vital en la que se asentaba su propia existencia y aceptó sin vacilar la desgracia individual que su decisión pudiera acarrearle un día. No volverían a hablar de eso jamás.
Bajo sus pies, la Tierra seguía girando lentamente, eternamente. Al darse cuenta del estado de ánimo de su amigo, Theon no se atrevió a decirle nada. El silencio fue roto de nuevo por el muchacho de Diaspar.
—Cuando salí de Diaspar —dijo— no sabía en absoluto lo que buscaba ni lo que iba a hallar. El hallazgo de Lys debió haberme satisfecho… y quizá fue así al principio, pero ahora, todo, la Tierra entera, me parece pequeño e insignificante. Cada descubrimiento que he realizado me ha presentado un nuevo y mayor interrogante y, ahora, no podré darme por satisfecho hasta que no logre averiguar quién era el Maestro y por qué vino a la Tierra. Y si alguna vez logro saberlo comenzaré a preocuparme por los Grandes y los Invasores, y así sucesivamente.
Theon jamás había visto a Alvin tan pensativo y preocupado y no quiso interrumpir su soliloquio. En los últimos minutos había aprendido mucho sobre el carácter de su amigo.
—El robot me dijo que esta máquina puede alcanzar los Siete Soles en menos de un día —continuó Alvin—. ¿Crees que debo ir allí?
—¿Crees que puedo detenerte? —fue la respuesta tranquila de Theon.
Alvin sonrió.
—Eso no es una contestación —dijo— aun cuando pueda haber mucho de verdad en ello. No sabemos en absoluto lo que hay en el espacio, fuera de nuestro sistema. Es posible que los Invasores hayan abandonado el Universo, pero puede haber otros seres inteligentes enemigos del hombre.
—¿Por qué razón? —preguntó Theon—. Ésa es una de las cuestiones que nuestros filósofos vienen debatiendo desde hace miles y miles de años. Una raza realmente inteligente no debería ser enemiga del hombre.
—Pero los Invasores…
Theon señaló al desierto que se extendía a sus pies, interminable y eterno.
—Antaño teníamos un imperio. Pero ahora, ¿qué tenemos que otros seres inteligentes puedan desear?
Alvin se mostró un tanto sorprendido ante el punto de vista de su compañero.
—¿Piensa toda tu gente como tú?
—Sólo una minoría. El término medio de la gente ni siquiera se preocupa con la cuestión y, probablemente, diría que los Invasores, si verdaderamente deseaban destruir la Tierra ya hubieran vuelto hace millones de años. Sólo muy pocas personas, entre ellas mi madre, tienen miedo todavía de la vuelta de los Invasores.
—Las cosas son distintas en Diaspar —dijo Alvin—. Mi pueblo es un pueblo de cobardes. Pero lo siento por tu madre, ¿crees que te impedirá que vengas conmigo?
—Estoy convencido de que sí —replicó Theon con gran énfasis. Pero, como Alvin ya había esperado esa respuesta, casi ni siquiera reaccionó ante ella.
Alvin reflexionó un momento.
—Ahora ya estará informada de la existencia de esta nave y supondrá lo que pienso hacer. Debemos regresar a Airlee.
—No, no sería seguro. Yo tengo un proyecto mucho mejor.
El pequeño pueblecito en el que aterrizaron estaba sólo a unos veinte kilómetros de Airlee, pero Alvin se mostró sorprendido al ver las grandes diferencias en arquitectura y situación. Las casas eran más altas, de varios pisos y fueron construidas a orillas de un lago, siguiendo la curva de sus aguas y de cara a éstas. Un amplio número de buques de colores brillantes flotaban anclados junto a la orilla. A Alvin aquello le fascinó, pues nunca había oído hablar de aquellas cosas y se preguntó cuál podía ser su misión.
Alvin esperó en su nave espacial mientras Theon salía para ver a sus amigos. Resultaba divertido ver la consternación y la sorpresa de las gentes que se habían congregado en torno a la máquina sin darse cuenta de que estaban siendo observados desde dentro. Theon estuvo fuera sólo unos minutos y tuvo dificultades en volver a entrar por la escotilla, en medio de tanta gente como se había congregado. Lanzó un suspiro de alivio cuando volvió a hallarse en el interior de la nave y la puerta se cerró tras él.
—En dos o tres minutos mi madre habrá recibido el mensaje. No le he dicho dónde pensamos ir, pero estoy seguro de que lo supondrá en seguida. Y además, tengo otras noticias que creo te interesarán bastante.
—¿Qué noticias?
—El Consejo Central ha decidido celebrar conversaciones con Diaspar.
—¡Cómo…!
—Es totalmente cierto, aun cuando todavía no se haya hecho público el comunicado de manera oficial. Ese tipo de cosas no pueden guardarse en secreto.
Alvin ya se había dado cuenta de ello. En más de una ocasión se había preguntado si en Lys podía guardarse algo en secreto.
Alvin sonrió con cierta tristeza, como si tuviera un poco de remordimiento.
—Así que piensas que el miedo ha triunfado donde fallaron la lógica y la persuasión.
—Así parece. Lo cierto es que anoche llegaste a impresionar a los consejeros. Estuvieron hablando entre sí mucho rato después de que te fuiste a la cama.
Alvin se sentía muy satisfecho por la intención de los habitantes de Lys de entrar en conversaciones con los de Diaspar, aunque no sabía a ciencia cierta cuáles podían ser las razones justificantes del hecho. Lys y Diaspar se habían mostrado lentos en su reacción, pero ahora los acontecimientos los habían forzado a salir de su marasmo. La crisis había llegado a su punto álgido. Alvin no quería pensar que existía la posibilidad de que la crisis tuviera desagradables consecuencias para él. En realidad eso no le importaba demasiado.
Se hallaban a gran altura cuando le dieron al robot sus últimas instrucciones. El navío espacial estaba casi inmóvil y la Tierra, quizá a dos mil kilómetros por debajo de ellos, parecía llenar el cielo por completo. Alvin se preguntó cuántas otras naves espaciales del pasado se habían elevado desde allí para emprender viaje a otros mundos.
Se produjo una pausa apreciable, como si el robot estuviera comprobando controles y circuitos que no habían sido empleados desde hacía eras geológicas. Seguidamente, se produjo un leve ruido, el primero que Alvin le había oído a la máquina. Era como un suave pitido que ascendía en la escala, octava tras octava, hasta quedarse perdido casi al límite de la capacidad de escucha del oído humano. No se produjo la menor sensación de cambio de movimiento o velocidad pero, de repente, se dio cuenta de que las estrellas parecían precipitarse contra la pantalla. La Tierra reapareció y después desapareció, para volver a aparecer en una posición distinta. El navío espacial parecía tratar de orientarse en el espacio como una aguja de brújula que busca su norte. Durante minutos, el cielo giró hasta que, finalmente, la nave espacial puso rumbo a su destino como un gigantesco proyectil siguiendo una trayectoria cuyo fin estaba en las estrellas.
En el centro de la pantalla, el gran anillo de los Siete Soles resplandecía con la belleza de un arco iris. Todavía seguía viéndose en una esquina de la pantalla un pequeño trozo de la Tierra, como en un creciente oscuro cuyo borde resplandecía dorado bajo los rayos del sol. «Algo está ocurriendo ahora», se dijo Alvin. Era algo que sabía por encima de toda experiencia. Esperó, rígido en su asiento, mientras que los segundos pasaban y los Siete Soles aumentaban de tamaño en la pantalla.
No había el menor ruido, sólo una especie de temblor casi imperceptible. Y la Tierra había desaparecido ya como si una mano gigante la hubiera quitado del Universo. Estaban solos en el espacio, a solas con las estrellas y un extraño y desfalleciente Sol. Era como si la Tierra jamás hubiera existido.
De nuevo se produjo el débil pitido como si por vez primera los generadores estuvieran ejerciendo una fracción apreciable de su capacidad productora de energía. Por un momento pareció, sin embargo, como si no sucediera nada más; después Alvin se dio cuenta de que también había desaparecido el Sol y las estrellas pasaban como si le fueran abriendo camino a la nave. Miró hacia atrás por un momento y no vio nada… nada en absoluto. Era como si todos los cielos se hubieran extinguido, borrados, por un hemisferio de noche. El navío espacial viajaba a mayor velocidad que la luz y Alvin sabía que ya no estaban en el familiar espacio ocupado por el Sol y la Tierra.
Cuando de nuevo, por tercera vez, se produjo el silbido característico, el corazón de Alvin casi dejó de latir. La extraña confusión de la visión se hizo patente con mayor intensidad y todo lo que le rodeaba pareció distorsionarse hasta casi hacerse irreconocible. El significado de esa distorsión le llegó como un relámpago intuitivo que no podía explicar. Supo que aquello era algo real y no una ilusión de sus ojos: en cierto modo iba captando, al pasar por la delgada película del presente, una perspectiva de los cambios que se estaban produciendo en el espacio que los envolvía.
En ese instante el pitido de los motores se convirtió en un roncar vibrante que hizo temblar la nave. Se trataba de un sonido impresionante que conmovió a Alvin, pues era la primera vez que oía el rugido de una máquina que parecía como un grito de protesta. De repente pasó todo y un inesperado silencio hirió sus oídos. Los grandes generadores habían realizado su trabajo y no serían necesitados hasta el fin del viaje. Las estrellas, fuera, brillaban con luz blanco-azulada para desvanecerse en el ultravioleta. Como consecuencia de cierta magia de la ciencia o la naturaleza, los Siete Soles seguían siendo visibles, aun cuando su posición y sus colores habían cambiado sutilmente. Ahora el navío espacial se dirigía hacia allí a lo largo de un túnel de oscuridad situado fuera de los límites del espacio y el tiempo, a una velocidad demasiado enorme para que la mente pudiera entenderla.
Parecía imposible aceptar que habían escapado fuera del sistema solar a una velocidad que, si no era controlada, los sacaría pronto del corazón de la galaxia para conducirlo al gran vacío fuera de ella. Ni Alvin ni Theon podían concebir la real inmensidad de su viaje: las grandes sagas de la exploración espacial habían cambiado por completo el concepto del hombre con respecto al Universo e incluso, todavía, millones de siglos después, las viejas tradiciones no habían muerto por completo.
Una leyenda hablaba de una nave espacial que circundó el Cosmos en el espacio comprendido entre la salida y la puesta del Sol. Los billones y billones de kilómetros de distancia entre las estrellas no significaba nada en absoluto para las tremendas velocidades que esas naves podían alcanzar. Para Alvin el viaje se limitaba a ser un poco más largo y un poco más peligroso, quizá, que el de Diaspar a Lys en la primera vez que salió fuera de los muros de su ciudad.
Fue la voz de Theon la que rompió el silencio expresando sus pensamientos sobre los Siete Soles que brillaban en la pantalla.
—Alvin —observó—, esa formación estelar no puede ser de origen natural.
Él otro afirmó:
—Ya venía pensando una cosa así, desde hace años, pero la idea aún me parece fantástica.
—Ese sistema tal vez no ha sido construido por el hombre —replicó Theon—, pero puede haber sido creado por otra forma de inteligencia. La Naturaleza jamás pudo producir un círculo tan perfecto de estrellas, una con cada uno de los colores primarios del arco iris, todas igualmente brillantes. En todo el universo visible no existe, además, nada parecido al Sol Central de ese sistema.
—Pero ¿con qué objeto se habría construido una cosa semejante? —preguntó Alvin aun sabiendo que su amigo tampoco estaba en condiciones de dar una respuesta siquiera aproximada a su pregunta.
Pero Theon estaba dispuesto a emitir no una sino varias teorías.
—Puedo pensar en un buen número de razones justificativas —dijo con seriedad—. Puede ser una señal para que cualquier nave espacial extraña que entre en el Universo sepa dónde debe buscar vida inteligente. Tal vez marca el centro de la administración de la galaxia. O, tal vez, y creo que ésta es sin duda la más posible de todas las explicaciones, se trata simplemente de la mayor y más espectacular de todas las obras de arte. Pero resulta estúpido especular con esto. Dentro de poco sabremos la verdad de manera directa.