Se hizo un breve silencio mientras los interlocutores se contemplaron mutuamente. El anciano habló y las máquinas hicieron eco a su voz durante un momento, hasta que algo las desconectó.
—Así que usted es del Norte y su pueblo ha olvidado ya a Shalmirane.
—¡Oh, no! —le replicó Theon rápidamente—. No hemos olvidado. Pero no sabíamos con certeza que todavía siguiera viviendo alguien en este lugar. Y desde luego menos aún que usted no deseara ser molestado por nadie.
El anciano no respondió nada. Se movió con una lentitud que resultaba penosa de contemplar y cruzó la puerta desapareciendo al otro lado. Las tres máquinas le siguieron flotando silenciosamente tras él. Alvin y Theon se contemplaron sorprendidos. No deseaban seguir al anciano pero no cabía duda que su despedida, si es que lo había sido, resultaba demasiado brusca. Iban a comenzar a discutir el asunto entre ellos cuando una de las máquinas reapareció de repente.
—¿Qué es lo que esperan? ¡Vamos, vengan! —les ordenó y desapareció de nuevo.
Alvin se encogió de hombros.
—Al fin somos invitados. Nuestro anfitrión parece un tanto excéntrico, pero amistoso.
Desde la puerta abierta en el muro una amplia escalera de caracol descendía unos metros. Terminaba en una pequeña cámara circular de la cual partían varios corredores. Pero no había posibilidad de que se equivocaran de camino pues todos los pasos, excepto uno, estaban bloqueados por escombros y bloques pétreos.
Alvin y Theon habían avanzado sólo unos metros cuando se encontraron en una amplia habitación increíblemente sucia, llena de una gran variedad de los más extraños objetos. Uno de los rincones alejados de la cámara estaba lleno de aparatos domésticos —sintetizadores, destructores, equipos de limpieza y cosas semejantes— que, normalmente, uno espera que estén escondidos entre los muros y bajo el suelo. En torno a ellos se apilaban cajas llenas de discos de pensamientos y transcriptores, formando una serie de pirámides que casi llegaban al techo. La habitación, en conjunto, resultaba poco confortable, muy calurosa debido a la presencia de una docena de fuegos perpetuos repartidos por el suelo. Atraído por la radiación, Krif voló hacia una de las esferas de metal y extendió sus alas ante ella… Y se quedó dormido de inmediato.
Pasó un rato antes de que los muchachos se dieran cuenta de que el anciano y sus máquinas los estaban esperando en un pequeño espacio libre de objetos que le recordó a Alvin un calvero en medio de un bosque. En ese espacio sólo había algunos muebles: una mesa y tres confortables divanes. Uno de ellos era viejo y desgastado por el uso pero los otros resultaban tan llamativamente nuevos que Alvin tuvo la seguridad de que acababan de ser creados en los últimos momentos. Mientras observaba el brillo familiar del campo del sintetizador que temblaba sobre la mesa, su anfitrión señaló con un gesto silencioso los cómodos divanes. Los muchachos le dieron las gracias y comenzaron comer y beber los alimentos y bebidas que de repente aparecieron sobre la mesa. Alvin se dio cuenta de que estaba un poco cansado de comer siempre los invariables y monótonos productos del sintetizador de Theon y recibió con agrado el cambio.
Comieron en silencio durante un rato, dirigiendo de vez en cuando una mirada furtiva al anciano, que parecía sumido en sus propios pensamientos y haberse olvidado casi por completo de sus invitados. Pero tan pronto como éstos dejaron de comer y beber se los quedó mirando y empezó a interrogarlos. Cuando Alvin le dijo que él no era un nativo de Lys sino de Diaspar, el anciano no dio muestra de particular extrañeza. Theon hizo todo lo posible por responder adecuadamente a las preguntas del hombre: para tratarse de una persona a la que no le agradaban los visitantes parecía demasiado ansioso por conocer detalles del mundo exterior. Alvin decidió, por su cuenta, que la anterior actitud del anciano debió ser una pose falsa motivada por un deseo de impresionar a los recién llegados.
Después de unos minutos de conversación se hizo de nuevo el silencio. Los dos muchachos esperaron con toda la paciencia de que eran capaces. El anciano les había hecho muchas preguntas pero, en contraste, no les había contado nada de sí mismo ni les había explicado qué era lo que estaba haciendo en Shalmirane. La señal luminosa emitida por el anciano y que les había conducido hasta allí continuaba siendo un misterio tan grande como antes. Sin embargo, no se atrevieron a hacer una pregunta directa, a pedir una explicación.
Así, siguieron durante unos momentos en un incómodo silencio. Sus ojos curiosos y sorprendidos recorrieron la habitación encontrando a cada momento algo nuevo e inesperado. Por fin, Alvin se atrevió a interrumpir los ensueños del anciano.
—¡Tenemos que marcharnos pronto! —observó.
Más que una afirmación fue una insinuación. La arrugada faz del hombre de Shalmirane se volvió hacia él, pero los ojos seguían muy lejos de allí. Casi de inmediato, la voz vieja e infinitamente cansada comenzó a hablar. Era una voz tan suave y baja que en un principio apenas si podían oírla. El anciano pareció darse cuenta de su dificultad pues, de repente, las tres máquinas comenzaron a repetir sus palabras como si fuesen un triple eco.
Mucho de lo que el viejo les comunicó no pudieron comprenderlo jamás. A veces utilizaba palabras totalmente desconocidas para ellos; en otras ocasiones repetía frases e incluso párrafos enteros que otros debieron haber escrito mucho tiempo antes. Pero la línea general temática de la historia quedaba clara y llevó los pensamientos de Alvin a las remotas edades en las que siempre soñara desde sus tiempos de niño.
El relato comenzaba como muchos otros entre el caos de los Siglos de Transición, cuando los Invasores ya se habían marchado pero el mundo aún seguía recuperándose de sus profundas heridas. En esos tiempos apareció en Lys el hombre que posteriormente pasaría a ser conocido como «el Maestro». Había llegado acompañado de tres extraños aparatos —esas máquinas que ellos estaban contemplando en esos mismos momentos— que actuaban como sus sirvientes y poseían inteligencia propia claramente definida. Su origen era un secreto que jamás descubrió a nadie y, eventualmente, se supuso que provenía del espacio y había logrado, quién sabe cómo, aludir el bloqueo espacial de los Invasores. Muy lejos, entre las estrellas, posiblemente existían todavía islas de humanidad que no habían sido arrasadas por la destructora marea de la guerra.
El Maestro y sus máquinas tenían poderes que el mundo había perdido y en torno a él se congregó un número de personas a las que hizo partícipes de su ciencia y su sabiduría. Debió haber tenido una personalidad muy fuerte y Alvin pudo comprender la fuerza de ese magnetismo que hizo que tanta gente acudiera a él. Desde las ciudades agonizantes los hombres llegaron a Lys a millares buscando la paz y la tranquilidad de mente después de tantos años de confusión. Allí, entre los bosques y las montañas, escuchando la voz del Maestro, por fin podían encontrar la paz tan ansiada.
Al fin ya de su larga vida, el Maestro les pidió a sus amigos que lo llevaran a campo abierto para que pudiera contemplar las estrellas. Había esperado, mientras sus fuerzas se desvanecían, a la culminación de los Siete Soles. En el momento de morir, la resolución con que había guardado el secreto de su origen pareció flaquear y reveló muchas cosas con las que se escribieron incontables libros en edades futuras. Una y otra vez, el moribundo se refirió a «Los Grandes» que habían abandonado el mundo pero que, con toda certeza, regresarían un día. Y encargó a sus seguidores y discípulos que estuvieran dispuestos a saludarlos y darles la bienvenida cuando decidieran volver. Ésas fueron sus últimas palabras racionales. Después de haberlas pronunciado ya no fue consciente de dónde se hallaba y de quiénes lo rodeaban; pero de nuevo, poco antes de producirse el fin, murmuró una frase que revelaba, al menos en parte, su secreto y que se prolongaría a través de las edades para conmover la mente de todos aquéllos que las oyeran:
«Es maravilloso contemplar las sombras coloreadas de los planetas de luz eterna».
Después de esto, murió.
Así surgió la religión de «Los Grandes», pues en religión se habían convertido las ideas del Maestro. Tras su muerte, muchos de sus seguidores se separaron de su fe, pero otros siguieron fieles a sus enseñanzas que fueron perfeccionadas lentamente en el transcurso del tiempo. Al principio, creyeron que «Los Grandes», fuesen quienes fuesen, regresarían pronto a la Tierra, pero con el transcurrir de los siglos esa fe se fue desvaneciendo. Sin embargo, la hermandad continuó sumando nuevos miembros procedentes de las tierras próximas y lentamente su influencia y poder crecieron hasta que dominó toda la región Sur de Lys.
A Alvin le resultaba bastante difícil seguir la narración del anciano. Empleaba las palabras de un modo tan extraño y complicado que le costaba trabajo diferenciar lo que había de leyenda y lo que había de verdad en lo que oía. Eso en el caso de que hubiera algo de verdad en toda la historia. Sólo podía hacerse un cuadro confuso de generaciones y generaciones de fanáticos esperando que se produjera un acontecimiento grandioso que no estaban en condiciones de situar en el tiempo, pero que confiaban tendría lugar en un momento del futuro.
«Los Grandes» nunca volvieron. Poco a poco, el poder del movimiento fue decreciendo hasta desaparecer y el pueblo de Lys se trasladó a las montañas antes de refugiarse en Shalmirane. Pero incluso allí, algunos no perdieron por completo su fe y se conjuraron para que, por larga que fuese la espera, siempre hubiera alguien dispuesto a dar la bienvenida a «Los Grandes» cuando éstos se dignaran llegar. Hacía ya mucho tiempo que el hombre había descubierto el modo de vencer al tiempo y ese conocimiento sobrevivió aun cuando muchos otros se perdieron quizá para siempre. Dejando sólo un número reducido de los suyos para vigilar Shalmirane, el resto de los que aún creían en «Los Grandes» entraron en el dormir sin sueños de la animación suspendida.
El número de éstos fue decreciendo a medida que los durmientes fueron despertados para sustituir a los que habían muerto, pero los vigilantes que esperaban la llegada de «Los Grandes» no perdieron la fe en el Maestro. A juzgar por las palabras que éste había pronunciado, ya en la agonía, podía suponerse casi con certeza que «Los Grandes» vivían en los planetas de los Siete Soles, así que en los últimos años se llevaron a cabo varios intentos de enviar señales a ese lugar del espacio. Hacía ya mucho tiempo que esas señales habían pasado a convertirse en un rito sin significado práctico alguno.
La historia iba llegando a su fin. Al cabo de algún tiempo solo quedaron en Shalmirane el anciano y las tres máquinas vigilando sobre los esqueletos de los hombres que habían llegado hasta allí muchos siglos antes movidos por una causa que sólo ellos podían comprender.
La delgada voz del anciano se desvaneció. Los pensamientos de Alvin regresaron al mundo que conocía. Nunca se había sentido tan inundado por la desagradable sensación de su ignorancia. Un débil fragmento del pasado se había iluminado durante unos breves instantes, pero de nuevo, poco después, la oscuridad volvió a caer sobre ellos.
La historia del mundo consistía en una masa de tales tendencias desconectadas y nadie estaba en condiciones de afirmar lo que era importante de ellas y lo que, por el contrario, carecía totalmente de trascendencia. Entre las muchas leyendas que habían sobrevivido de las civilizaciones del Alborear, unas podían tener más de verdad que otras, pero no resultaba fácil saber cuáles. En cuanto a las tres máquinas, eran algo completamente distinto de todo lo que Alvin había visto hasta entonces. No podían desechar toda la historia, como había estado tentado de hacer, considerándola como una fábula basada en un autodesengaño y fundada en la locura.
—Esas máquinas —dijo Alvin— seguramente deben haber sido interrogadas, ¿no es así? Si vinieron a la Tierra con el Maestro, sin duda deben conocer sus secretos.
El anciano sonrió débilmente.
—Sí, las máquinas conocen el secreto —dijo—, pero jamás hablarán. El Maestro se cuidó de ello antes de ceder su control. Nosotros hemos intentado en innumerables ocasiones hacerlas hablar, pero sin resultado alguno.
Alvin lo comprendía. Pensó en los Asociadores de Diaspar y los límites que Alaine había puesto a la comunicación de sus conocimientos. Esos límites, esas barreras, sabía que podían ser saltados con el tiempo y eso que el Maestro Asociador era un aparato mucho más complejo que esos tres pequeños robots esclavos. Se preguntó si Rorden, tan diestro en penetrar en los más oscuros secretos del pasado podría estar en condiciones de interrogar con éxito a las máquinas de Shalmirane y sacarles sus conocimientos ocultos. Pero la prueba no podía ser hecha pues Rorden estaba lejos, muy lejos, y nunca abandonaría Diaspar.
De manera repentina se le ocurrió un plan de acción. Sólo una persona muy joven pudo haber pensado en ello pues el asunto requería al máximo toda la autoconfianza de Alvin. Pero una vez que tomó la decisión se movió con determinación hacia la consecución de la meta prevista.
Señaló a las tres máquinas.
—¿Son las tres idénticas? —preguntó—. Quiero decir, ¿puede cada una de ellas hacerlo todo o están especializadas de algún modo?
El anciano se lo quedó mirando un tanto extrañado.
—Nunca se me ocurrió pensar en ello —dijo—. Cuando necesito algo se lo pido a cualquiera de ellas. No, no creo que haya entre ellas diferencia alguna.
—En la actualidad no creo que tengan mucho trabajo que realizar —comentó Alvin inocentemente. Theon se lo quedó mirando con cierta extrañeza, pero Alvin, con cuidado esquivó la mirada de su amigo. El anciano respondió sin interés.
—No —dijo con tristeza—. Shalmirane es ahora muy distinto.
Alvin hizo una pausa tratando de demostrar con ella su simpatía. Después, rápidamente, comenzó a hablar. Al principio el anciano pareció no entender su propuesta. Más tarde, cuando por fin la comprendió, Alvin no le dio ocasión de que lo interrumpiera. Habló de las grandes casas de almacenaje de conocimientos existentes en Diaspar y de la destreza con que el Archivero Mayor sabía usarlos. Aun cuando hasta ese momento las máquinas del Maestro habían resistido toda investigación, era posible que revelaran su secreto al Archivero Mayor. Sería una auténtica tragedia el desaprovechar esa ocasión, pues jamás volvería a repetirse.
Arrastrado por el entusiasmo de su propia facundia, Alvin terminó su requisitoria.
—Présteme usted una de las máquinas… No las necesita a las tres. Ordénele que obedezca mi control y la llevaré conmigo a Diaspar. Le prometo devolvérsela tanto si el experimento da resultado como si no.
Incluso Theon se quedó mirando a su amigo con expresión de asombro. En cuanto al rostro del anciano fue auténtico horror lo que se leyó en él.
—¡No puedo hacer una cosa así! —murmuró.
—¿Por qué no? Piense en lo mucho que podríamos llegar a aprender.
El hombre movió la cabeza con firmeza.
—Iría contra los deseos y la voluntad del Maestro.
Alvin se sintió contrariado y desilusionado. ¡Y enojado! Pero era joven y su oponente, anciano y cansado. Comenzó a insistir exhibiendo sus mismos argumentos una y otra vez, acentuando cada vez más los beneficios que del experimento podían extraerse. En esos momentos, por primera vez, Theon vio en Alvin algo que no había supuesto: la posesión de una fuerte personalidad… lo que sorprendió incluso al propio Alvin. Los hombres de la Era del Alborear no habían permitido que los obstáculos les cerraran el camino por mucho tiempo y la fuerza de voluntad y la determinación que habían sido su herencia, no había desaparecido por completo de la Tierra. Ya incluso de niño, Alvin se había resistido con éxito a todas esas fuerzas que trataban de amoldarle a los requerimientos y al sistema de Diaspar. Ahora ya era mayor y contra él no estaba la mayor ciudad del mundo sino sólo un anciano que no deseaba otra cosa sino que lo dejaran descansar en paz. Una paz y un descanso que, con toda seguridad, no tardaría mucho en llegarle definitivamente.