Era ya muy entrada la noche cuando Alvin despertó. La oscuridad nocturna de la montaña con toda su intensidad le aterrorizaba. Pero, además, había sucedido algo que le molestó, quizá fue un rumor, un débil sonido que había hallado eco en su mente por encima del estruendo de la catarata. Se irguió, permaneciendo sentado con los ojos fijos en el país invisible, oculto, con su latido permanente. Contuvo la respiración y prestó atención al estruendo de las aguas al caer y al delicado rumor de la vida animal en los árboles que le rodeaban.
No había nada visible. La luz de las estrellas era demasiado débil para iluminar los kilómetros de tierra que había a cientos de pies bajo él. Sólo unas líneas más oscuras, en el horizonte, ocultaban las estrellas y le recordaban las montañas del Sur. En la oscuridad, Alvin oyó a su amigo que se movía en su lecho y que se sentaba.
—¿Qué es lo que pasa? —oyó que le preguntaba como en un murmullo.
—Me pareció oír un ruido.
—¿Qué clase de ruido?
—No lo sé. Quizá sólo ha sido un sueño.
Guardaron silencio mientras sus ojos escudriñaban en el misterio de las tinieblas de la noche. De pronto Theon apretó el brazo de su amigo.
—¡Mira! —murmuró.
Lejos, hacia el Sur, brillaba un solitario punto de luz, bajo, demasiado bajo en el cielo para ser una estrella. Era una luz blanca, brillante, con ciertas tonalidades de color violeta. Los dos amigos la observaron. La luz fue ganando en intensidad hasta que sus ojos no fueron capaces de soportar el seguir mirándola. Después, la luz hizo explosión y tuvieron la impresión de que un rayo había caído al otro extremo del mundo visible. Por unos momentos las montañas y la gran extensión de terreno que habían estado contemplando parecieron un aguafuerte de fuego contra la oscuridad de la noche. Poco después, aunque les pareció que habían transcurrido siglos, llegó a sus oídos el eco de una tremenda explosión y en el bosque, a sus pies, un fuerte viento sacudió inesperadamente las ramas de los poderosos árboles. De pronto todo pasó, y una tras otra, las estrellas, eclipsadas por la luminosidad de la tierra, aparecieron de nuevo en el firmamento.
Por primera vez en su vida Alvin sintió el terror de lo desconocido, esa maldición del hombre primitivo. Era un sentimiento tan extraño que durante algún tiempo no pudo siquiera hallar un nombre para identificar su sensación. Pero cuando supo lo que había pasado, su terror se desvaneció y Alvin volvió a ser él mismo.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró.
Hubo una pausa tan larga que tuvo tiempo de repetir su pregunta.
—Estoy tratando de recordarlo —dijo Theon y de nuevo guardó silencio durante un momento. Después volvió a hablar:
—¡Tiene que ser Shalmirane! —dijo simplemente.
—¡Shalmirane…! ¿Existe verdaderamente?
—Estaba ya casi olvidada en mi memoria —replicó Theon—, pero ahora vuelve el recuerdo. Mi madre me dijo en cierta ocasión que la fortaleza se encuentra en esas montañas. Naturalmente hace ya años que está en ruinas, pero se cree en la posibilidad de que aún viva alguien allí.
¡Shalmirane!
Eran dos muchachos, hijos de dos razas distintas, muy separados y distintos en cultura e historia y, sin embargo, este nombre tenía para ambos mucho de mágico. En la ya larguísima historia de la Tierra no hubo jamás un episodio épico tan grandioso como la defensa de Shalmirane, contra un invasor que había logrado conquistar el Universo.
La voz de Theon volvió a resonar en la oscuridad de la noche.
—La gente que vive en el Sur podrá decirnos muchas cosas al respecto. Ya les preguntaremos en nuestro viaje de regreso.
Alvin apenas si lo oyó: estaba sumido profundamente en sus propios pensamientos, recordando las historias que Rorden les había contado hacía ya mucho tiempo. La Batalla de Shalmirane ocurrió en el alba de la historia registrada. Señaló el final de la Era legendaria de las conquistas del Hombre y el comienzo de su largo declinar. En Shalmirane, si en algún lugar de la Tierra, estaba la respuesta que venía atormentándole desde hacía muchos años. Pero las montañas del Sur seguían estando todavía muy lejos.
Theon, posiblemente, debía compartir, al menos parcialmente, los poderes de su madre, pues pareció leer sus pensamientos y le dijo con tranquilidad:
—Si nos levantamos al amanecer, podremos llegar a la fortaleza antes de la caída de la noche. Nunca estuve allí, pero creo que podré encontrar el camino.
Alvin meditó las palabras de su amigo. Estaba cansado, tenía rozaduras en los pies y los músculos de sus piernas le dolían a causa de un esfuerzo al que no estaba acostumbrado. Resultaba tentador dejar la empresa para otra ocasión, pero pensó en la posibilidad de que no volviera a ofrecerse una nueva posibilidad. Y, además podía ser, también, que la explosión actínica hubiera sido una señal de petición de auxilio.
Bajo la débil luz de las estrellas, Alvin luchaba con sus pensamientos. Finalmente tomó una decisión. Nada había cambiado: las montañas seguían manteniendo su vigilancia sobre la Tierra dormida. Pero un punto crucial de la historia había pasado y la raza humana se movía hacia un futuro nuevo y extraño.
El sol apenas si aparecía ya sobre la muralla oriental de Lys cuando los dos muchachos llegaron a los límites del bosque. Allí la naturaleza había vuelto por sus fueros; incluso Theon parecía desconcertado, perdido entre los árboles gigantescos que bloqueaban los rayos solares y lanzaban manchas sombrías en el suelo de la jungla. Afortunadamente, el río que se formaba con las aguas de la catarata se deslizaba hacia el Sur en una línea demasiado recta para ser natural y, siguiendo a sus orillas, se podía evitar la espesura. Theon gastaba una buena parte de su tiempo controlando a Krif, que desaparecía ocasionalmente en la jungla y volaba libremente sobre las aguas. Incluso Alvin, para quien todo esto era demasiado nuevo, podía darse cuenta de que el bosque ejercía una fascinación que no poseían los pequeños campos y praderas cultivadas del norte de Lys. No había muchos árboles iguales: la mayor parte de ellos se hallaban en otras etapas de su evolución y muchos habían vuelto, a través de las Eras Histórico-geológicas, a recuperar casi todas sus formas naturales. Muchos de ellos, obviamente, no provenían de la Tierra y, quizá, ni siquiera del sistema solar. Vigilando como centinelas sobre otros árboles más bajos estaban las gigantescas secoyas, muchas de las cuales pasaban de los cien o los ciento veinticinco metros de altura. Anteriormente se les había llamado los más viejos seres de la Tierra y, realmente, eran aún más viejas que el Hombre.
El río se ensanchaba; de vez en cuando formaba pequeños lagos en los cuales había islas diminutas. Abundaban los insectos, criaturas brillantemente coloreadas que volaban aparentemente sin objeto de un lado a otro sobre la superficie del agua. En una ocasión, pese a las órdenes de Theon, Krif se alejó de ellos para reunirse con sus alejados parientes. Instantáneamente desapareció entre una nube de alas que se agitaban incesantemente y el zumbido furioso de los insectos llegó hasta ellos. Un momento después la nube de las alas se alzó y Krif regresó sobre las aguas volando tan rápidamente que los ojos casi no podían seguirlo. A partir de ese momento siguió volando siempre muy cerca de Theon y, aparentemente, no pareció sentir ganas de alejarse de nuevo en busca de aventuras.
Cerca ya de la caída de la tarde, pudieron ver ocasionalmente las montañas frente a ellos. El río les había sido un guía muy fiel hasta entonces, pero parecía como si sus meandros fueran agotándose, como si también él estuviera aproximándose al fin de su camino. De todos modos, debieron aceptar el hecho de que no podrían llegar a las montañas antes de que se hiciera de noche. Realmente, antes de la puesta del sol el bosque se había oscurecido tanto que resultaba imposible seguir adelante. Los grandes árboles formaban espesas sombras y un viento frío azotaba sus ramas. Alvin y Theon acamparon para pasar la noche bajo una gigantesca secoya, cuyas más altas ramas seguían todavía iluminadas con la luz solar.
Cuando finalmente, el sol, oculto por los árboles, se puso, la luz crepuscular siguió danzando sobre las aguas onduladas por el viento. Los dos muchachos permanecían en la sombra, observando el río y pensando en todo lo que habían visto. Cuando Alvin comenzó a sentir sueño, se preguntó cuánto tiempo había durado su camino y cuánto había de durar aún.
El sol estaba muy alto cuando salieron del bosque a la mañana siguiente y, por fin, se encontraron al pie de las murallas montañosas de Lys. Sobre ellos el terreno se elevaba hacia el cielo en olas de roca desnuda. Allí el río terminaba de modo tan espectacular como había comenzado, pues la tierra se abría de repente ante él y sus aguas desaparecían en el subsuelo.
Por un momento, Theon se quedó mirando el remolino y el abismo abierto. Después señaló un punto en la colina.
—Shalmirane está en esa dirección —dijo confidencialmente.
Alvin se le quedó mirando con sorpresa.
—Me habías dicho que nunca habías estado aquí.
—Y no he estado.
—En ese caso, ¿cómo conoces el camino?
Theon se lo quedó mirando, intrigado.
—No lo conozco… Y nunca había pensado en ello antes. Debe tratarse de una especie de instinto, pero lo cierto es que adondequiera que vayamos en Lys, siempre sabemos instintivamente nuestro camino.
A Alvin eso le pareció difícil de creer y siguió a Theon con considerable escepticismo. Pronto llegaron al pie de la colina y comenzaron a ascenderla. Sobre ellos había una curiosa plataforma cuyos bordes se inclinaban suavemente. Tras un momento de vacilación, Theon comenzó a subir. Alvin le siguió lleno de dudas y, a medida que ascendía, iba pensando en un pequeño discurso que le hizo después a su amigo. Si la ascensión resultaba inútil, Theon sabría, al menos, lo que él pensaba sobre su instinto de orientación.
Cuando se aproximaron a la cumbre, la naturaleza del suelo cambió repentinamente. Las ondulaciones y las rocas que vieron hasta entonces eran de origen volcánico, piedras porosas rodeadas de arenas, y cenizas sucias y grises. De repente, la superficie se convirtió en durísimas placas cristalinas, suaves, resbaladizas y traicioneras. El final de la plataforma se hallaba frente a ellos abriéndose sobre el abismo. Theon fue el primero en llegar y unos segundos después Alvin estaba a su lado enmudecido por la sorpresa. Contrariamente a lo que habían esperado no se hallaban únicamente al filo de la plataforma sino sobre una profunda depresión en forma redondeada, como una especie de campana gigantesca invertida, de casi un kilómetro de profundidad y kilómetro y medio de diámetro. Ante ellos, el terreno descendía paulatina, lentamente, sobre el nivel del valle para volver a alzarse después en el borde opuesto. Pese a que el sol brillaba con todas sus fuerzas la totalidad de aquella depresión abombada parecía casi negra. Los muchachos no podían adivinar qué clase de material formaba aquel cráter, pero era tan negro como si las rocas que lo componían jamás hubieran conocido el sol. Y eso no era todo: bajo sus pies, y rodeando el cráter en su totalidad, había una banda metálica, completamente lisa, como de unos treinta metros de anchura, cubierta con la pátina del tiempo, de innumerables Eras, pero sin mostrar la más mínima muestra de erosión.
Cuando sus ojos se acostumbraron a esa escena extraterrestre, Alvin y Theon se dieron cuenta de que la negrura de la abertura del cráter no era tan absoluta como en un principio habían pensado. Aquí y allá, tan furtivas y breves que sólo podían verlas indirectamente, se producían ligeras explosiones luminosas que reverberaban en las paredes del cráter. Se acercaban a los muros para desvanecerse con la misma rapidez con que habían surgido, como los reflejos de las estrellas sobre un mar agitado.
—¡Esto es maravilloso! —exclamó Alvin—, pero ¿qué es?
—Parece una especie de reflector…
—Me cuesta trabajo suponer que esta superficie tan negra pueda reflejar nada.
—Piensa que sólo es negra a nuestros ojos. No sabemos qué tipos de radiación empleaban los que la construyeron.
—De todos modos creo que debe ser algo más que un simple reflejo. ¿Dónde está la fortaleza?
Theon señaló hacia la parte más baja del cráter, donde estaba aquello que Alvin había tomado por un montón de piedras. Cuando volvió a mirar, pudo darse cuenta de que aquellas piedras estaban ordenadas de acuerdo con un plan determinado y que no se trataba simplemente de bloques de rocas agrupadas por el azar. Sí, allí estaban las ruinas de lo que antaño fueron poderosas edificaciones, vencidas ya por el tiempo.
Durante los primeros cientos de metros, las paredes eran demasiado resbaladizas para que los chicos pudieran caminar erguidos, pero después de un trecho alcanzaron las suaves pendientes y pudieron caminar sin dificultad. Cerca del fondo del cráter, el aterciopelado marfil de su superficie terminaba en una delgada capa de tierra que los vientos de Lys debieron depositar allí en el transcurrir de los siglos.
Como a unos quinientos metros de distancia, titánicos bloques de piedra se amontonaban unos sobre otros como los juguetes abandonados de un niño gigantesco. Allí podía reconocerse una sección de muro macizo; más allá, dos obeliscos cóncavos señalaban lo que antaño debió ser la entrada principal de la fortaleza. Por todas partes crecían plantas y arbustos semiagostados y algunos pequeños árboles. Incluso el viento parecía guardar silencio.
Así, Alvin y Theon llegaron a las ruinas de Shalmirane. Junto a esos muros, si la leyenda respondía a la verdad, fuerzas que podían convertir en cenizas a todo un mundo habían tronado y llameado hasta que finalmente fueron derrotadas. Antaño, esos cielos, ahora tranquilos y pacíficos, habían ardido con los fuegos escapados del corazón de los soles y las montañas de Lys debieron temblar como criaturas vivientes bajo la furia de sus amos.
Nadie pudo jamás capturar Shalmirane. Pero ahora la fortaleza, la antaño inexpugnable fortaleza, había caído por fin capturada y destruida por los dedos pacientes del tiempo, y generaciones infinitas de ciegos gusanos que fueron minando sus entrañas.
Abrumados por la majestuosidad de lo que contemplaban, los dos jóvenes caminaron en silencio en dirección a las ruinas colosales. Llegaron a la sombra de un muro medio derrumbado y penetraron en un cañón formado en el lugar donde las grandes montañas roquizas debieron agrietarse a impulsos de una fuerza desconocida e inconmensurable.
Ante ellos se abrió un gran anfiteatro, entrecruzado por cúmulos de cascotes que debían señalar el lugar de las máquinas enterradas. Antaño, la totalidad de ese tremendo espacio debió estar vacío, pero hacía ya mucho tiempo que el techo se había desplomado. Sin embargo, la vida tenía que seguir existiendo en alguna parte, en medio de esa tremenda desolación y Alvin pensó que esas ruinas posiblemente sólo eran superficiales. La mayor parte de la fortaleza debía permanecer edificada bajo tierra, libre del alcance de las garras del Tiempo.
—Tenemos que regresar al mediodía —dijo Theon— porque no nos podemos quedar mucho tiempo. Podremos realizar nuestra exploración más concienzudamente si nos separamos. Yo me haré cargo de la parte oriental y tú puedes explorar este otro lado. Grita llamándome si encuentras algo interesante, pero no te alejes demasiado.
Se separaron. Alvin comenzó a trepar sobre los restos de rocas y casquetes, bordeando los grandes montones de rocas. Cerca del centro del anfiteatro, se halló de repente en un pequeño espacio circular libre de obstáculos y liso, que debía tener unos doce o quince metros de diámetro. Había sido cubierto por las yerbas, pero éstas estaban secas y ennegrecidas por el tremendo calor y se convertían en cenizas cuando las pisaba. En el centro del círculo había un trípode que sostenía una especie de recipiente de metal pulido que parecía ser algo aproximado a una maqueta de Shalmirane. El recipiente era móvil en altitud y azimut, y en su centro se apoyaba una espiral de una sustancia desconocida. Cerca del reflector y soldado a él, había una caja negra de la cual partía un cable delgado que se extendía por el suelo.
Alvin vio con claridad que aquél tenía que ser el aparato fuente de la luz que vieran la noche anterior y comenzó a seguir el cable. No resultaba fácil, pues el hilo se hundía en el suelo, de manera imprevista, para volver a aparecer en los lugares más inesperados. Finalmente, lo perdió por completo y gritó llamando a Theon para que acudiera a ayudarle.
Alvin se había agachado debajo de una roca colgante cuando una sombra repentina se interpuso entre él y la luz. Alvin pensó que sería su amigo y salió de la especie de cueva en la que se había metido, para hablar con él y explicarle su descubrimiento. Pero no pudo hacerlo. Las palabras se helaron en sus labios.
Flotando en el aire frente a él, había un gran ojo oscuro, rodeado por un sistema de satélites de ojos más pequeños. Al menos ésa fue la primera impresión de Alvin: después se dio cuenta de que se hallaba frente a una máquina muy compleja… ¡Y la máquina lo observaba a él!
Alvin rompió el penoso silencio. Durante toda su vida estaba acostumbrado a dar órdenes a las máquinas y, aunque jamás había visto nada parecido a la que ahora tenía frente a él, decidió que, probablemente, estaba dotada de inteligencia.
—¡Vuélvete! —ordenó experimentalmente.
No ocurrió nada en absoluto.
—¡Camina! ¡Ven! ¡Cae! ¡Avanza!
Ninguna de las convencionales órdenes de control produjeron el menor efecto. La máquina siguió despreciativamente inactiva.
Alvin dio unos pasos hacia adelante y los ojos retrocedieron con cierta precipitación. Desgraciadamente, su ángulo de visión parecía estar limitado, pues la máquina se detuvo de repente al tropezar con Theon que en el curso del último minuto había sido un espectador interesado y curioso de la escena. Con una reacción perfectamente humana, aquel aparato dio un salto de unos siete metros en el aire dejando al descubierto una serie de tentáculos y miembros articulados que surgían en torno a un rígido cuerpo cilíndrico.
—¡Baja! —le gritó Theon—. No queremos hacerte ningún daño.
Algo habló. No la voz cristalina y desapasionada de una máquina sino el vacilante hablar de un hombre muy anciano y muy cansado.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es lo que están haciendo en Shalmirane?
—Mi nombre es Theon y éste es mi amigo Alvin de Loronei. Estamos explorando la parte Sur del país de Lys.
Hubo una breve pausa. Cuando la máquina volvió a hablar, su voz contenía un tono inconfundible de petulancia y fastidio.
—¿Por qué no pueden dejarme en paz? ¡No tienen idea de las veces que he pedido ya que me dejen solo!
Theon, que de usual tenía un buen carácter, se sintió afectado visiblemente.
—Nosotros somos de Airlee y no sabemos nada en absoluto de Shalmirane.
—Además —añadió Alvin con tono de reproche—, vimos su luz y pensamos que existía la posibilidad de que se tratara de alguien que pedía auxilio.
Resultó enormemente extraño escuchar un suspiro tan humano procedente de una máquina tan impersonal.
—Habré hecho señales ya un millón de veces y lo único que he conseguido es despertar la curiosidad de Lys. Pero ya veo que ustedes no pretenden causarme daño. ¡Síganme!
La máquina flotó lentamente sobre las rocas destrozadas y se dirigió hacia un oscuro agujero, en la destruida pared del anfiteatro, ante el que se detuvo. En las sombras de la caverna algo se movió y una figura humana surgió a la luz del sol. Era el primer ser humano físicamente envejecido que Alvin había visto en toda su vida. Su cráneo estaba completamente calvo, pero una mata de pelo blanco purísimo cubría la parte baja de su rostro. Llevaba sobre sus hombros, descuidadamente, una capa de cristal tejido, y a cada uno de sus lados flotaba un par de aquellas extrañas máquinas multiojos.