Seranis se lo quedó mirando un momento con aire de preocupación. Después se levantó y se dirigió hacia la escalera por la que Alvin y sus acompañantes habían entrado.
—Por favor, espera un poco —le dijo—. Tengo que hacer algo importante y Theon, como bien sé, tiene muchas preguntas que le gustará le respondas.
Seguidamente se marchó y, durante los siguientes minutos, Theon abordó a Alvin con un aluvión de preguntas que expresaban su ignorancia sobre Diaspar. Indudablemente, Theon había oído mencionar la gran ciudad y había visto los registros de las grandes ciudades del mundo antes de que se produjera su total decadencia, pero no podía imaginarse de ningún modo cómo pasaban su vida sus habitantes. Alvin se sintió divertido con algunas de sus preguntas hasta que se dio cuenta de que su propia ignorancia sobre Lys era aún mayor.
Seranis estuvo ausente varios minutos. Cuando regresó su expresión continuaba siendo tan inexpresiva como siempre.
—Hemos estado hablando de ti —le dijo, sin explicarle a quién se refería con ese plural—. Si vuelves a Diaspar, toda la ciudad se enterará de nuestra existencia. Aun cuando hagas las más solemnes promesas, el secreto no podrá ser guardado.
Un leve presentimiento de terror acometió a Alvin por un momento. Seranis debió haber leído sus pensamientos, pues sus palabras siguientes fueron tranquilizadoras.
—No deseamos que te quedes aquí contra tu voluntad, pero si sigues insistiendo en regresar a Diaspar, tendremos que borrar de tu mente todo recuerdo de Lys…
Seranis vaciló por un momento.
—Esto es algo que jamás ocurrió antes. Todos los que te precedieron en un viaje semejante vinieron para quedarse entre nosotros.
Alvin reflexionó intensamente.
—¿Qué importancia tiene que vuelva y recuerde lo que he visto aquí? —dijo—. Creo que será beneficioso para los dos pueblos que Diaspar vuelva a conocer vuestra existencia.
Seranis lo miró disgustada.
—Nosotros no lo creemos así. Si de nuevo se abrieran las puertas para todos —dijo—, nuestras tierras serían invadidas por los curiosos, los buscadores de emociones, los sensacionalistas. Tal y como estaban las cosas hasta ahora, sólo los mejores entre el pueblo de Diaspar podían ponerse en contacto y llegar hasta nosotros.
Alvin se dio cuenta de que por momentos aumentaba su preocupación y comprendió que la actitud de Seranis era en gran parte inconsciente.
—Eso no es cierto —dijo con energía y seguridad—. Pocos de nosotros saldrían de Diaspar. Si me dejáis volver esto no perjudicará en nada a Lys; realmente no establecerá la menor diferencia.
—La decisión no está en mis manos —replicó Seranis—, pero expondré al Consejo tus ideas cuando nos reunamos dentro de tres días. Hasta ese momento puedes quedarte entre nosotros como invitado y Theon te mostrará nuestro país.
—Me gustaría mucho hacerlo, pero Rorden estará ya esperándome. Sabe dónde estoy y si no regreso quién sabe las cosas que podrían suceder.
Seranis sonrió suavemente.
—Sí, esto nos ha hecho pensar más de lo que crees —admitió—. Hay unas cuantas personas que en estos momentos están tratando de hallar una solución al problema… Ya veremos si lo han logrado satisfactoriamente.
Alvin se mostró enojado consigo mismo al no haber tomado en consideración algo tan obvio. Sabía que los ingenieros del pasado habían construido sus máquinas para la eternidad —el viaje a Lys así lo había demostrado—. Y sin embargo, le causó extrañeza el ver que la pantalla cromática del visófono le mostraba los aspectos, para él tan familiares, del interior de la habitación de trabajo de Rorden.
El Archivero Mayor levantó los ojos para mirar su propio receptor desde el otro lado de la mesa junto a la que se sentaba. Su mirada se animó al ver a Alvin.
—No esperé que regresaras tan pronto —dijo, y en el tono de sus palabras se notaba que se sentía aliviado por ello, aunque no lo confesara—. ¿Quieres que vaya a recogerte?
Mientras Alvin vacilaba, Seranis se acercó y Rorden la vio por vez primera. Sus ojos se abrieron por la sorpresa y se adelantó para poder contemplarla mejor. Ese movimiento resultó totalmente inusual y automático. El hombre no lo había perdido pese a que ya llevaba usando el visófono desde hacía mil millones de años.
Seranis puso sus manos sobre los hombros de Alvin y comenzó a hablar. Cuando terminó, Rorden guardó silencio durante un rato.
—Haré todo lo que pueda —dijo seguidamente—. Comprendo que tienen que decidir entre enviar a Alvin de regreso sometido a una especie de hipnosis que le haga olvidar lo que ha visto… o que vuelva sin restricción alguna. Sin embargo, creo poder prometer que incluso en el caso de que Diaspar conozca vuestra existencia, no le concederá la menor importancia.
—No dejaremos de tomar en cuenta esa posibilidad —le contestó Seranis, no sin cierto tono de disgusto. Rorden lo detectó inmediatamente.
—¿Y qué pasará conmigo? —preguntó sonriendo—. Yo sé tanto como Alvin sabe.
—Alvin es un muchacho —le respondió Seranis rápidamente— y usted ocupa un cargo importante que es tan antiguo como la propia ciudad de Diaspar. Ésta no es la primera vez que Lys ha hablado con un Archivero Mayor de Diaspar y jamás ninguno de sus antecesores en el cargo traicionaron nuestro secreto. No creemos que ahora vaya a ser la excepción.
Rorden no hizo el menor comentario. Se limitó a decir:
—¿Cuánto tiempo piensan ustedes retener a Alvin?
—Cinco días como máximo. El Consejo se reúne dentro de tres días.
—Muy bien —aceptó el Archivero—. Oficialmente Alvin estará ocupado en extremo trabajando conmigo en ciertas investigaciones históricas durante estos cinco días. No es la primera vez que eso ha ocurrido… pero tenemos que procurar estar fuera del alcance de las llamadas de Jeserac.
Alvin se echó a reír.
—¡Pobre Jeserac! Parece como si me pasara el tiempo tratando de ocultarle cosas.
—Has tenido en eso menos éxito de lo que te crees —le replicó Rorden con tono un tanto desconcertante—. Sin embargo, no creo que haya problemas. ¡Pero no tardes en volver más de cinco días!
Cuando desapareció la imagen del visófono, Rorden siguió sentado durante un rato con los ojos puestos en la pantalla, ahora oscurecida, de su receptor. Siempre había supuesto que el sistema mundial de comunicaciones seguía existiendo, pero las claves de su puesta en funcionamiento habían sido perdidas y los billones de circuitos jamás podrían ser descubiertos por el hombre. Resultaba extraño el pensamiento de que incluso ahora los visófonos podrían llamar inútilmente a las ciudades muertas y abandonadas. Tal vez llegaría el momento en que también su receptor sonara en vano y no hubiera allí un Archivero Mayor para responder a la llamada del desconocido comunicante…
Comenzó a sentir miedo. La inmensidad de lo que estaba ocurriendo comenzó a penetrar lentamente en sus pensamientos ensombreciéndolos. Hasta ese momento, Rorden no había pensado demasiado en las consecuencias de sus acciones. Su interés por la Historia y su afecto por Alvin habían sido razón suficiente para motivar su actuación. Aunque había animado y alentado a Alvin, no había creído en la posibilidad de que ocurriera algo como lo que estaba sucediendo.
Pese a los siglos y siglos de diferencia de edad que existían entre él y el muchacho, la voluntad de este último siempre fue más fuerte que la suya propia. Ahora ya era demasiado tarde para corregir los errores del pasado. Rorden sentía que los acontecimientos se precipitaban y lo arrastraban hacia una situación crítica que escapaba por completo a su control.
—Realmente, ¿es todo eso necesario? —preguntó Alvin—. Vamos a estar fuera sólo dos o tres días y al fin y al cabo llevamos un sintetizador con nosotros.
—Probablemente no —respondió Theon colocando el último contenedor de alimentos en su pequeño vehículo terrestre—. Me parece que se trata de una antigua costumbre, pero lo cierto es que jamás hemos sintetizado algunos de nuestros mejores alimentos… Nos gusta verlos crecer. Es posible que nos encontremos con otros excursionistas y es un deber de cortesía intercambiar con ellos nuestra comida. Casi cada uno de los distritos tiene sus alimentos especiales, típicos, y Airlee es famoso por sus melocotones. Ésa es la razón por la que he puesto tantos a bordo… ni siquiera tú podrías comértelos todos.
Alvin le tiró su melocotón a medio comer a Theon, que se echó a un lado para esquivarlo. Los chicos se habían hecho amigos y bromeaban entre ellos.
En ésos momentos se produjo una especie de iridiscencia y un agitar de alas invisibles cuando Krif descendió y se posó sobre la fruta caída para sorber su jugo. Alvin no acababa de acostumbrarse a Krif. Le costaba trabajo comprender que el gran insecto, aunque solía acudir cuando se le llamaba y, en ocasiones, hasta obedecía algunas órdenes sencillas, estaba casi completamente desprovisto de inteligencia. Hasta esos momentos, para Alvin, vida había sido siempre sinónimo de inteligencia, en ocasiones incluso una inteligencia más elevada que la del Hombre. Por eso no comprendía la existencia de aquel gran insecto.
Cuando Krif estaba posado, descansando, sus seis alas ligeras y transparentes, se quedaban dobladas, pegadas a su cuerpo largo que brillaba a través de ellas como una joya. Se trataba del insecto más bello y más desarrollado que el mundo jamás había conocido, quizá la última de las criaturas que el hombre había elegido como animal doméstico, como compañía.
El país de Lys se hallaba lleno de sorpresas y Alvin lo estaba comprobando por propia experiencia. También su sistema de transporte, un tanto simple y sencillo, pero no por ello menos eficiente, le había sorprendido. El vehículo-tierra, por lo que pudo apreciar, trabajaba de acuerdo con el mismo principio que la gran máquina que lo había llevado desde el subsuelo de Diaspar hasta allí, pues flotaba sobre el suelo a unos cuantos centímetros. La única diferencia notable era que en este caso no se veían rieles guías. Theon le había dicho que el vehículo sólo podía marchar por determinados trayectos o vías. Así, todos los centros de población se hallaban enlazados, pero las partes más alejadas del país sólo podían ser alcanzadas a pie. Este estado de cosas le pareció, en su conjunto, extraordinario, pero Theon, por su parte, lo consideraba una excelente idea, así como el más práctico medio de transporte.
Al parecer, Theon había preparado su viaje con considerable antelación. La Historia Natural era su principal pasión y Krif era sólo el más llamativo de sus muchos animales domésticos. En esa expedición confiaba en encontrar nuevos tipos de insectos en las partes no habitadas del sur de Lys.
El proyecto había entusiasmado a Alvin cuando oyó hablar de él a su amigo. Lógicamente, estaba interesado al máximo en conocer todo lo que pudiera de ese país desconocido y maravilloso, aun cuando no le quedaba más remedio que reconocer que su campo de interés difería notablemente del de Theon. Ambos buscaban conocimientos distintos, pero esto no impedía que entre ellos existiera un lazo de unión y un compañerismo, que ni siquiera Rorden había logrado despertar en su amigo.
Theon proyectaba dirigirse hacia el Sur en su vehículo hasta el punto más extremo al que éste pudiera conducirlos —algo más de una hora de viaje desde Airlee— y continuar después el viaje a pie. Sin dejarse impresionar, o tal vez ignorando las implicaciones que esto podría tener, Alvin no puso la menor objeción a los proyectos de su nuevo amigo.
Para Alvin el viaje a través de Lys, fue como un sueño irreal. Silencioso como un fantasma, el vehículo se deslizó por las onduladas planicies y se abrió camino a través de los bosques, sin desviarse ni un solo instante de sus invisibles vías. Su velocidad era aproximadamente doce veces superior a la que el hombre podía alcanzar en un caminar confortable y sin apresuramientos. En Lys nadie sintió jamás la necesidad, la prisa, de viajar a mayores velocidades.
En muchas ocasiones cruzaron pueblos y aldeas, algunas incluso mayores que Airlee, pero casi todas ellas construidas siguiendo las mismas normas. Alvin se mostró sumamente interesado al apreciar pequeños y sutiles cambios que, sin embargo, implicaban diferencias en la ropa e incluso en el aspecto físico de los habitantes de unas y otras comunidades. La civilización de Lys se componía de cientos de distintas culturas, cada una de las cuales contribuía con los matices especiales de su talento a la formación de su conjunto.
Una o dos veces Theon se detuvo para hablar con amigos, pero esas detenciones fueron breves, y todavía no era el mediodía cuando la pequeña máquina de transporte se detuvo a los pies de una colina, que formaba parte de una montaña cubierta por un bosque espeso y frondoso. Era la mayor montaña que Alvin había visto en su vida, aunque realmente no era demasiado elevada ni extensa.
—Aquí tenemos que empezar a caminar a pie —le explicó Theon con entusiasmo, mientras sacaba el equipo del vehículo—. No podemos seguir viajando en el coche.
Mientras se complicaba con las correas y mochilas que lo convertirían en una bestia de carga, Alvin miró vacilante la gran masa rocosa que se alzaba ante él.
—Tenemos que dar una gran vuelta para rodearla, ¿no es así? —le preguntó a su amigo.
—No vamos a rodearla sino a escalarla —replicó Theon—. Y quiero que estemos en la cima antes de que se haga de noche.
Alvin no dijo nada. Pero en realidad, desde que se detuvieron a sus pies, siempre pensó, con temor, que ésta fuera la intención de su amigo.
—Desde aquí —dijo Theon, alzando la voz para que su compañero pudiera oírle por encima del ruido de la cascada— puedes ver la totalidad del país de Lys.
Alvin no tuvo la menor dificultad en creerlo. Hacia el Norte se extendían kilómetros y kilómetros de bosque, interrumpido de vez en cuando por calveros y campos de cultivo y el curso de cientos de ríos y arroyos. Oculto en alguna parte de ese magnífico paisaje debía estar Airlee. Alvin se jactó de que podía divisar en la lejanía el resplandor del gran lago, pero acabó por convencerse de que sus ojos le habían traicionado. Mucho más; al Norte, los bosques y los campos se fundían formando un inconmensurable tapiz verde, interrumpido sólo de vez en cuando por las hileras de colinas y montañas. Y más atrás aún, al final de todo, las grandes montañas que servían de frontera y protección entre Lys y el desierto, parecía formar un banco de nubes lejanas.
Hacia el Este y el Oeste, el paisaje que se ofrecía a los ojos era realmente muy poco distinto, pero hacia el Sur, las montañas parecían estar más próximas, sólo a pocos kilómetros de distancia. Alvin podía verlas claramente y se dio cuenta de que eran mucho más elevadas que la cima de la pequeña montaña en la que se encontraban.
Pero lo más maravilloso, lo más bello y encantador de todo lo que hasta entonces habían descubierto sus ojos asombrados, era la cascada. Desde la misma cara de la montaña una ancha cinta de agua se precipitaba sobre el valle curvándose en el espacio hacia las rocas que se hallaban a trescientos o cuatrocientos metros por debajo. Las aguas se pulverizaban al caer y tenían una especial luminiscencia. Desde el fondo, donde las aguas caían sobre las rocas, llegaba un ruido monótono, atronador, continuo, que se repartía en miles de ecos sobre las caras de la montaña con sus hendiduras y grietas.
Y abajo, ingrávido y sutil en el aire, sobre la base de la catarata, estaba el último de los arco iris que todavía quedaban en la Tierra.
Los dos muchachos permanecieron durante largos minutos tumbados al borde del acantilado desde el que se precipitaba el agua hasta el valle, observando el último Niágara y las tierras desconocidas que había tras el valle.
Se trataba de unas tierras distintas de las de la zona que acababan de dejar tras ellos. Daban la impresión de estar desiertas y vacías. Podían suponer, sin temor a equivocarse, que el hombre no había vivido allí desde hacía muchos, muchísimos años.
Theon respondió a la pregunta, no pronunciada, de su amigo, con naturalidad.
—En cierta época —le explicó—, la totalidad del país de Lys estaba deshabitado. Pero de esto hace ya mucho tiempo. En aquellos días sólo los más diversos animales pacían a su placer por estas tierras.
Realmente, allí no podía apreciarse la menor señal de vida humana.
Ninguno de aquellos calveros que se veían era obra del hombre, ni tampoco encauzados y controlados por la inteligencia humana ninguno de los ríos.
Sólo en un lugar había indicaciones de que el hombre hubiera estado y habitado allí en épocas remotas: a muchas millas de distancia, unas ruinas blancas y solitarias destacaban entre el bosque como una presa capturada. Por lo demás, en todas partes, la jungla había vuelto a adueñarse de la tierra.