4. EL CAMINO INFERIOR

Ahora que por fin le parecía tener el camino libre ante él, Alvin comenzó a sentir una extraña reluctancia a abandonar el mundo familiar de Diaspar. Comenzaba a descubrir que tampoco él se hallaba inmune a los temores que con tanta frecuencia había despreciado en los otros.

En una o dos ocasiones Rorden trató de disuadirlo, pero realmente esos intentos no fueron muy rigurosos. A cualquier hombre de los que vivieron en las Edades del Alborear les hubiera parecido extraño que ni Alvin ni Rorden pudieran ver el menor peligro en lo que estaban haciendo. Pero, durante millones de años, el mundo no tenía ya nada que pudiera amenazar al hombre y ni siquiera Alvin podía suponer la existencia de seres humanos que se diferenciaran grandemente de los que poblaban Diaspar y que él tan bien conocía. Por lo tanto, resultaba inimaginable para él el pensamiento de que podría ser detenido contra su voluntad. Lo peor que podía pasarle era que no lograra descubrir nada en absoluto.

Tres días más tarde, Rorden y Alvin se dirigieron de nuevo a la cámara de los caminos móviles. Bajo sus pies la flecha luminosa aún seguía señalando hacia Lys. Y estaban dispuestos a seguir esa dirección.

Cuando penetraron en el túnel, sintieron de inmediato el familiar tirón del campo peristáltico y seguidamente se vieron arrastrados sin esfuerzo alguno a las profundidades. El viaje duró apenas medio minuto y cuando terminó se hallaron en uno de los extremos de un recinto estrecho y largo en forma de semicilindro. En el otro extremo, dos túneles débilmente iluminados se adelantaban hacia el infinito.

Los hombres de la mayor parte de las civilizaciones que habían existido desde el Alborear, hubieran encontrado aquel lugar completamente familiar. Pero para Alvin y Rorden era como una visión de otro mundo. El propósito de la larga máquina estilizada y aerodinámica, semejante a un proyectil dispuesto a ser lanzado, que se hallaba al otro extremo del túnel, resultaba obvio, pero no por ello dejaba de ser una extrema novedad para ellos. Su parte superior era transparente y, mirando a través de sus paredes, Alvin pudo ver unas filas de asientos cómodos y lujosos. No había nada que señalara dónde se encontraba la entrada, y la máquina sencillamente flotaba como a unos treinta centímetros de distancia del simple raíl de metal que se perdía en la distancia, desapareciendo en uno de los túneles. A pocos metros, otro raíl conducía a otro de los túneles pero no había aparato alguno flotando sobre él. Alvin estaba convencido, como si se lo hubiera dicho alguien de cuya palabra no podía dudar, que en algún lugar desconocido, lejos de Lys, la segunda máquina estaba esperando en una cámara semejante a aquélla.

—Bien —dijo Rorden con tono un tanto inseguro—. ¿Estás listo?

Alvin asintió.

—Me gustaría que viniera conmigo —dijo el muchacho, pero rápidamente se arrepintió de ello al ver la inquietud que se reflejaba en el rostro de su amigo. Rorden se había convertido en el amigo más íntimo que jamás tuviera, pero no podría romper jamás la barrera que rodeaba a todos los de su raza.

—Estaré de regreso dentro de seis horas —prometió Alvin, hablando con cierta dificultad, pues un misterioso temblor conmovía su garganta—. No se moleste en esperarme. Si regreso antes de lo convenido le llamaré. Por aquí debe haber algún comunicador.

Todo aquello resultaba normal, lógico, se estaba diciendo Alvin a sí mismo. Pero no pudo menos que dar un salto de entusiasmo cuando una de las paredes de la máquina se abrió y todo su interior, magníficamente diseñado, pleno de belleza, quedó por completo ante sus ojos.

Rorden estaba hablando con rapidez y emoción.

—No tendrás la menor dificultad en el manejo de la máquina —le explicó—. ¿Te has dado cuenta de que obedece a los pensamientos de mi mente? Entraré y daré un vistazo para ver si el tiempo del viaje está determinado.

Alvin entró en la nave. Dejó las pertenencias que llevaba para el viaje en el asiento más próximo y se volvió para mirar a Rorden que estaba de pie en el marco casi invisible de la puerta. Durante, un momento reinó un silencio completo como si cada uno de ellos estuviese esperando que el otro fuera el primero en hablar.

No tuvieron que decidirse. Un leve resplandor translúcido, intermitente, brilló varias veces y de nuevo la pared de la máquina se cerró, dejando a Rorden fuera. En el momento en que Rorden comenzó a agitar su mano en un gesto de despedida, el largo cilindro comenzó a ponerse suavemente en movimiento hacia adelante. Antes de que entrara en el túnel, su velocidad había aumentado considerablemente.

Rorden, lentamente, emprendió el camino de regreso hacia la cámara de los caminos móviles con su gran pilastra central. La luz del sol penetraba por la abertura cada vez más clara a medida que se aproximaba a la superficie. Cuando de nuevo emergió frente a la estatua de Yarlan Zey, se sintió desconcertado, aunque no sorprendido, al ver un grupo de curiosos que lo contemplaron asombrados.

—No hay razón alguna para alarmarse —les dijo con tono grave y seguro—. Aunque no parezca necesario alguien tiene que hacer esto cada pocos miles de años. Los cimientos de la ciudad son perfectamente firmes, estables y seguros, no se han movido ni un micrón desde que el Parque se construyó, pero resulta conveniente comprobarlo.

Se alejó de allí caminando con rapidez. Antes de salir de la tumba, dirigió una rápida mirada hacia atrás y se dio cuenta de que el grupo de curiosos estaba deshaciéndose con rapidez. Rorden conocía a sus conciudadanos lo suficientemente bien como para estar seguro de que ya habrían dejado de pensar en el asunto.

Alvin se retrepó en su cómodo asiento y dejó que sus ojos recorrieran el interior del aparato. Por primera vez se dio cuenta del panel indicador que formaba parte de la pared delantera. En él había una sola indicación:

LYS

35 MINUTOS

Mientras seguía mirando el número pasó a «34». Por lo menos se trataba de información útil, pensó, aunque, como no tenía idea de la velocidad del aparato, ello le decía bien poco de la distancia a que debía encontrarse la ciudad. Los muros del túnel eran un continuo grisáceo y la única sensación de movimiento era una vibración sumamente leve que no hubiera sido apreciada de no haber estado esperándola.

Diaspar debía quedar ya a muchos kilómetros de distancia y sobre él estaría el desierto con sus onduladas dunas arenosas. Quizá en ese momento estaba marchando por debajo de las quebradas colinas que había visto de niño desde la Torre de Loranne.

Sus pensamientos volvieron a Lys, como le había ocurrido de continuo en los últimos días. Se preguntaba si esa ciudad seguiría existiendo y una vez más tuvo que reconocer que el hecho de que aquel sistema de comunicación continuara funcionando podía ser el preámbulo de una respuesta afirmativa. ¿Qué clase de ciudad sería? Por mucho que se esforzara, su imaginación sólo podía ofrecerle una imagen semejante, en pequeño, a Diaspar.

De repente, se produjo un cambio en la vibración del aparato. Estaba disminuyendo su velocidad, de eso no cabía duda. El tiempo había pasado mucho más rápidamente de lo que Alvin había pensado. No sin cierta sorpresa miró el indicador.

LYS

23 MINUTOS

Se sintió un tanto extrañado y preocupado y acercó su cara a la pared del aparato. La velocidad seguía haciendo que los muros del túnel no fueran otra cosa que una superficie gris sin la menor interrupción en su monocromía sin formas. No obstante, de tiempo en tiempo, podía divisar un instantáneo pasar de marcas que desaparecían con la misma rapidez que se habían aproximado. Ahora, cada vez que una de estas marcas aparecía, observó, permanecía un poco más de tiempo en su campo de visión.

De pronto, sin el menor aviso, las paredes del túnel parecieron abrirse, separarse, a ambos lados del aparato, que no obstante seguía deslizándose a gran velocidad por un espacio enorme y vacío, mayor todavía que la gran cámara de los caminos móviles.

Mirando a través de la pared transparente del vehículo, Alvin pudo ver una intrincada red de raíles guías; raíles que se cruzaban entre sí hasta desaparecer en un laberinto de túneles a ambos lados. Por encima de él, una larga línea de soles artificiales iluminaban la cámara con su resplandor y a contraluz pudo ver las siluetas de grandes máquinas transportadoras. La luz era tan fuerte que le hacía daño en los ojos, y Alvin comprendió de inmediato que ese lugar no había sido construido para el hombre. Para qué o quién había sido construido quedó claro un momento después, cuando el aparato pasó rápidamente dejando atrás hileras e hileras de cilindros que descansaban inmóviles sobre sus raíles guías. Eran más largos que el aparato en que viajaba y Alvin comprendió de inmediato que se trataba de transportadores de carga. En torno a ellos se agrupaban máquinas y aparatos para él incomprensibles, todos silenciosos e inmóviles.

Casi con la misma rapidez que había hecho su aparición, la cámara enorme y abandonada se desvaneció, al desaparecer tras él. Pero su paso dejó cierta impresión de temor en la mente de Alvin. O de respeto. Por primera vez comprendió el significado del gran mapa semioscurecido situado debajo de Diaspar. El mundo contenía muchas más maravillas de lo que él jamás llegó a soñar.

Alvin miró de nuevo el indicador. No había cambiado. Por lo tanto el paso relampagueante por esa gran caverna había durado menos de un minuto. El aparato volvió a aumentar su velocidad aunque, como antes, no se apreciaba la menor sensación de movimiento. A ambos lados, las paredes del túnel continuaban deslizándose a una velocidad que ni siquiera podía suponer.

Tuvo la impresión de que habían transcurrido muchos siglos antes de que el indefinible cambio de vibración volviera a ocurrir. El indicador marcaba:

LYS

1 MINUTO

Un minuto que fue el más largo que jamás conoció Alvin en tu toda su vida anterior. El aparato comenzó a moverse cada vez a menor velocidad hasta que, transcurrido ese minuto, se detuvo por completo.

Suave y silenciosamente, el largo cilindro había dejado el túnel para entrar en una cámara o caverna que parecía gemela de la existente bajo Diaspar. Por un momento Alvin se sintió demasiado excitado como para ver nada con claridad. Sus pensamientos vacilaban y ni siquiera pudo controlar mentalmente la puerta, que se abrió y se cerró varias veces antes de que lograra dominarse. Cuando descendió de la máquina dirigió su última mirada al indicador. En esta ocasión no sólo había cambiado la cifra sino también las letras.

El mensaje que Alvin leyó en ellas tenía mucho de tranquilizador:

DIASPAR

35 MINUTOS