3. LA TUMBA DE YARLAN ZEY

Durante tres años, Rorden no hizo sino ligeras referencias casuales al propósito de su trabajo. El tiempo transcurría con bastante rapidez, pues había muchas cosas que aprender y el conocimiento de que su meta no era totalmente inalcanzable daba paciencia a Alvin. Así, un buen día, cuando estaba tratando de comparar dos mapas dispares del mundo antiguo, el asociador principal comenzó a reclamar atención. Rorden se apresuró a dirigirse a la máquina y regresó con una larga tira de papel totalmente cubierta de escritura. La leyó rápidamente y se quedó mirando a Alvin con una sonrisa en los labios.

—Pronto podremos saber si el primer camino sigue abierto todavía —le informó con calma.

Alvin pegó un salto, esparciendo los mapas en todas direcciones.

—¿Dónde está? —preguntó apresuradamente.

Rorden se echó a reír y empujó al muchacho para que se sentara de nuevo en la silla.

—No te he tenido esperando todo este tiempo por deseo personal —dijo—, aunque es cierto que eres todavía demasiado joven para abandonar Diaspar, en el supuesto de que supiéramos cómo podrías hacerlo. Pero ésta no es la única razón por la que has tenido que esperar. El primer día que viniste a verme puse en funcionamiento las máquinas para que buscaran por todos los registros a fin de que dieran con alguna referencia que nos ayudara a descubrir si alguien había intentado salir de Diaspar después de la época de Alaine. Pensé que quizá no eras el primero en intentarlo, y no me equivoqué. Hubo varios, el último de ellos hace como unos quince millones de años. Todo fueron muy precavidos y no nos han querido dejar indicios ni claves, con lo que creo adivinar la influencia de Alaine. En su mensaje subrayaba que sólo a aquéllos que buscan por sí mismos debe serles permitido encontrar el camino, así que tuve que explorar muchos callejones que no llevaban a ninguna parte. Sabía que el secreto había sido ocultado cuidadosamente, pero no lo suficientemente como para que resultara imposible hallarlo.

»Hace algo así como un año —siguió explicando— comencé a pensar en la idea del transporte. Resultaba obvio que antaño Diaspar tuviera importantes lazos y contactos con el mundo externo e, incluso, aun cuando el mismo puerto fue enterrado por la arena del desierto hace muchas Eras, pensé que bien podría haber otros medios de viajar. Exactamente al comienzo me di cuenta de que los asociadores no respondían a preguntas directas: Alaine, sin duda, puso un bloqueo, exactamente como yo hice contigo para tu propio beneficio. Desgraciadamente yo no puedo hacer desaparecer el bloqueo de Alaine, así que tuve que decidirme a emplear métodos indirectos. Si antaño hubo un sistema de transporte que conducía al exterior lo cierto es que ahora no queda ni el menor rastro de ello. Por lo tanto, si existe la manera, ha sido borrada deliberadamente. Puse en acción los asociadores para que realizaran sus investigaciones y nos informaran de todas las grandes operaciones de ingeniería realizadas en la Ciudad desde que se estableció el Departamento de registros. Éste es un informe sobre la construcción de Central Park y Alaine le había añadido una nota que él redactó personalmente. Tan pronto como dio con su nombre, desde luego, la máquina supo que había de terminar su búsqueda y puso en marcha su llamada para que me enterara de ello.

Rorden miró el papel como si volviera a leer una parte de su contenido. Prosiguió:

—Siempre consideramos normal que todos los caminos móviles converjan en el Parque. Y, sin embargo, esa circunstancia no es completamente normal, pues este informe dice que el Parque fue construido después de la fundación de la ciudad, realmente muchos millones de años después. Consecuentemente los caminos móviles debieron conducir anteriormente a alguna otra parte.

—¿A un aeropuerto, tal vez?

—No, los vuelos sobre la ciudad nunca fueron permitidos, salvo en tiempos ya muy remotos, antes de que los caminos móviles fuesen construidos. ¡Diaspar no es tan vieja! ¡Pero escucha lo que dice la nota de Alaine…!

Rorden comenzó a leer:

—«Cuando el desierto cubrió el puerto de Diaspar, el sistema de emergencia que había sido construido contra esa eventualidad estuvo en condiciones de hacerse cargo del resto del transporte. Finalmente fue cerrado por Yarlan Zey, el constructor del Parque, y continuó sin ser utilizado desde el período de la Migración».

Alvin se le quedó mirando un tanto intrigado.

—Realmente eso no me dice gran cosa —se quejó.

Rorden sonrió.

—Me parece que has dejado a los asociadores que se hagan cargo de pensar por ti más de lo que debieras —le amonestó cordialmente—. Al igual que el resto de la declaración de Alaine, este párrafo es, también, deliberadamente oscuro para que las personas no capacitadas no puedan obtener de él grandes resultados. Pero, a mi entender, ya nos aclara bastante. ¿No te dice nada el nombre de Yarlan Zey?

—Creo que empiezo a entenderle. ¿Tal vez se refiere al Monumento?

—Sí. Se encuentra exactamente en el centro geométrico del Parque. Si se prolongan los caminos móviles todos acaban por coincidir en ese punto. Es muy posible que en tiempos ya muy lejanos realmente terminaran allí.

Alvin se puso en pie súbitamente.

—¡Vayamos a comprobarlo! —exclamó.

Rorden negó con la cabeza.

—Has visto la tumba de Yarlan Zey muchas veces y no has notado nunca en ella nada que se salga de lo corriente. Antes de precipitarnos hacia allí, ¿no opinas que sería mejor que volviéramos a preguntarles a las máquinas?

Alvin no tuvo más remedio que reconocer que su amigo tenía razón, y, así, mientras esperaban, comenzó a leer el informe que el asociador les había facilitado anteriormente.

—Rorden —le preguntó—, ¿qué quería decir Alaine al referirse a la Migración?

—Se trata de un término usado frecuentemente en los más antiguos registros —le respondió el Archivero Mayor—. Se refiere a la época lejana cuando las otras ciudades ya habían entrado en franca decadencia y toda la raza humana se dirigía a Diaspar para concentrarse aquí.

—¿Significa eso que el «sistema de emergencia», cualquiera que sea, conduce a ellas?

—Casi con toda seguridad.

Alvin meditó durante un rato.

—¿Quiere decir con eso que, aunque encontremos el sistema, sólo nos llevará a cierto número de ciudades en ruinas?

—Incluso dudo que consigamos eso —replicó Rorden—. Cuando esas ciudades fueron abandonadas, las máquinas dejaron de funcionar y, con toda seguridad, hoy deben estar plenamente enterradas, tragadas por el desierto.

Alvin se negó a admitir ese desolador balance.

—¡Pero, en ese caso, Alaine ya lo sabría! —protestó.

Rorden se encogió de hombros.

—No podemos hacer otra cosa sino lanzarnos al terreno de la elucubración —dijo—, y, de momento, el asociador no cuenta con más información. Le llevará varias horas tratar de conseguir algo más, pero puesto que se trata de un tema tan restringido y concreto, estoy convencido de que dispondremos de un resumen y un análisis de todos los datos acumulados antes del término del día. Creo que, después de todo, debemos seguir tu consejo.

Los telones de cierre de la ciudad estaban ya bajados y el sol brillaba intensamente, aunque sus rayos hubieran parecido muy débiles a los hombres de las Edades del Alborear. Alvin había hecho ese camino cientos de veces antes, pero, no obstante, tenía la impresión de que se trataba de una aventura nueva.

Cuando llegaron al final del camino móvil, examinaron la superficie que los había transportado a través de la ciudad. Por primera vez en su vida, Alvin comenzó a comprender algo de esa maravilla. Allí, el camino estaba inmóvil y, sin embargo, a menos de cien metros, se movía con una velocidad mayor de la que un hombre a toda carrera podía desarrollar.

Rorden le contemplaba con atención, pero interpretó erróneamente el motivo de su curiosidad.

—Cuando el Parque fue construido —dijo—, supongo que debieron quitar la última sección del camino móvil. No creo que puedas enterarte de nada examinándolo.

—No estaba pensando en eso —explicó Alvin—. Me preguntaba cuál será la causa de que el camino móvil funcione de la manera en que lo hace.

Rorden se le quedó mirando atónito, pues ese pensamiento jamás se le hubiera ocurrido a él. Desde que el hombre vivía en las ciudades había aceptado, sin preocuparse por las causas, los numerosos servicios que se le ofrecían y que consideraba como naturales. Y cuando las ciudades se convirtieron en totalmente automatizadas, había cesado de darse cuenta de que tales servicios existían.

—No debes preocuparte por eso —le dijo—. Podría poner ante tus ojos miles de enigmas y misterios mucho más interesantes. Por ejemplo, trata de explicarme cómo trabajan mis máquinas informadoras, cómo recogen y conservan su información para facilitarla en el momento oportuno.

Así, sin pensar más sobre el asunto, Rorden desechó el tema de los caminos móviles, que era uno de los mayores logros de la ingeniería humana. Las muchas Eras de investigación que habían llevado a la producción de materia anisotrópica no significaba gran cosa para él. Si se le hubiera dicho que una sustancia podía tener las propiedades de un sólido en una dimensión y de un líquido en las otras dos, ni siquiera hubiera dado muestras de la menor sorpresa.

El Parque tenía unos cinco kilómetros de anchura; dado que todos los caminos eran curvos, las distancias aparecían aumentadas considerablemente. Cuando era más joven, Alvin se había pasado mucho tiempo entre los árboles y las otras plantas del Parque, que era el mayor espacio verde de la ciudad. Lo había explorado en su totalidad en alguna que otra ocasión, pero en los últimos años había desaparecido una gran parte de su encanto. En esos momentos comprendió el por qué: había estudiado los viejos archivos y registros y sabía que el parque apenas si era una pálida sombra de lo que fuera antaño, de la belleza que se había desvanecido del mundo.

Se encontraron con mucha gente mientras caminaban por las avenidas bordeadas de árboles, cuya edad se perdía en los tiempos, o sobre la hierba enana y perenne que no necesitaba ser cortada ni sembrada. Al cabo de un rato se sintieron cansados de responder a tantos saludos, pues todo el mundo conocía a Alvin y casi todo al Archivero Mayor. Decidieron dejar de lado las sendas más transitadas y caminaron por veredas estrechas bajo las sombras de los frondosos árboles. En ocasiones, los troncos estaban tan próximos unos de otros que impedían ver las torres de la ciudad. Durante unos momentos, Alvin pudo pensar que se hallaba en ese mundo antiguo, remoto y desvanecido, con el que tan frecuentemente había soñado.

La tumba de Yarlan Zey era la única construcción en el Parque. Una avenida de árboles eternos conducía a la baja colina sobre la que se alzaba la tumba con sus grandes columnas de color rosa intenso resplandecientes bajo los rayos del sol. El techo se abría al cielo y la única cámara que la formaba estaba pavimentada con grandes losas de lo que parecía ser piedra natural. Pero durante muchas eras geológicas, millones y millones de pies humanos habían pasado y vuelto a pasar sobre ellas sin haber dejado la menor huella de desgaste o de roce en aquel material inconcebiblemente duro. Lentamente, Alvin y Rorden entraron en la cámara y caminaron hasta encontrarse frente a la estatua de Yarlan Zey.

El creador del gran Parque estaba sentado con los ojos bajos como si estuviera examinando unos planos que tenía extendidos sobre sus rodillas. Su rostro ofrecía una curiosa expresión esquiva que durante muchas generaciones venía intrigando al mundo. Para muchos esa expresión no era otra cosa que un detalle del genio del artista que hizo la estatua, pero otros creyeron ver en esa expresión, una sonrisa levemente burlona con la que Yarlan Zey festejaba una broma secreta que sólo él conocía. Alvin comprendió en esos momentos que, realmente, estaban en lo cierto los defensores de la segunda opinión.

Rorden estaba de pie, inmóvil frente a la estatua, como si la contemplara por primera vez en su vida. Después retrocedió unos pasos y se puso a contemplar detenidamente las grandes losas del suelo.

—¿Qué es lo que hace? —preguntó Alvin.

—Emplear un poco de lógica y una gran cantidad de intuición —le replicó Rorden.

El Archivero Mayor se negó a explicarse con mayor claridad y no añadió ni una sola palabra. Alvin continuó examinado detenidamente la estatua. Aún seguía entregado a ello cuando oyó tras él un débil sonido que le llamó la atención. Rorden estaba sonriendo levemente mientras se hundía lentamente en el suelo. Y su sonrisa se convirtió en risa al ver la expresión de asombro del muchacho.

—Me parece que sé cómo hacerlo —dijo, mientras desaparecía—, pero si no vuelvo inmediatamente tendrás que sacarme con un polarizador de gravedad. No creo que sea necesario.

Las últimas palabras sonaron graves, alteradas por el eco. Alvin, cerca del agujero rectangular que dejaba tras sí el hundimiento de una de las losas, se dio cuenta de que su amigo se hallaba a muchos metros por debajo de la superficie. Mientras observaba, vio como Rorden se hundía más y más en el suelo hasta transformarse, por la distancia, en una pequeña mancha que no delataba en absoluto la forma de una silueta humana. Después, para alivio de Alvin, el amplio rectángulo luminoso comenzó a aproximarse y, de improviso, Rorden estuvo de nuevo a su lado.

Por unos instantes reinó un profundo silencio. Seguidamente, Rorden, sonriente, comenzó a hablar.

—La lógica —dijo— puede obrar maravillas si tiene algo en qué basar su trabajo. Esta edificación es tan simple que no puede ocultar nada y, consecuentemente, el único camino de salida tenía que estar a través del suelo. Pensé que, de ser así, tenía que estar señalado de algún modo, así que examiné con atención las piedras que lo pavimentan hasta encontrar alguna ligeramente distinta de las demás.

Alvin se inclinó y observó el suelo.

—¡Pero si es exactamente idéntica a las otras! —protestó, refiriéndose a la losa que se había hundido, llevándose el cuerpo del Archivero a las profundidades de la tierra.

Rorden puso sus manos sobre los hombros del joven y lo giró hasta hacer que se quedase mirando de frente a la estatua. Por un momento Alvin la contempló con intensidad. Después movió lentamente la cabeza con aire de comprensión.

—¡Ya lo veo…! —murmuró—. ¡Conque ése es el secreto de Yarlan Zey!

Los ojos de la estatua no estaban fijos en los planos que había sobre sus rodillas, como en un principio podría parecer a un observador menos atento, sino que contemplaban el suelo precisamente en el lugar donde Alvin tenía sus pies. No, no podía equivocarse. Alvin se movió hacia una de las losas próximas y vio que los ojos de Yarlan Zey ya no miraban sus pies.

—Ni una sola persona entre mil daría con el secreto salvo que tuviera idea de que existía y tratara de descubrirlo —dijo Rorden— y, hasta en ese caso, el que la estatua mirase esa determinada losa, raramente podría significar nada para él. Al principio, cuando me di cuenta de dónde estaba fija la mirada de la estatua, me sentí verdaderamente perplejo y tuve que pasar a través de distintas combinaciones de pensamientos controlados antes de lograr que la losa se moviera. Por suerte, los circuitos deben ser sencillos y altamente tolerantes y comprendí que la frase clave era «Alaine de Lyndar». En un principio lo intenté con «Yarlan Zey», pero no pasó nada, contrariamente a lo que había esperado. Eso era lógico, podría resultar que por casualidad alguien se hubiera colocado en la losa y en ese mismo momento pensara intensamente «Yarlan Zey», con lo que el mecanismo hubiera funcionado de pura chiripa al usar el pensamiento clave. Con Alaine de Lyndar esa posibilidad se eliminaba.

—Ahora que usted me lo explica, todo parece sumamente sencillo —admitió Alvin—, pero creo que yo solo no lo hubiese descubierto ni en miles de años. ¿Es así como trabajan los asociadores?

—Tal vez. En ocasiones percibo las respuestas antes de que ellos me las ofrezcan, pero a mí me ocurre sólo en ocasiones, mientras que ellos lo consiguen siempre, absolutamente siempre. —Hizo una pausa—. Bueno, haremos el viaje. Tenemos que dejar abierto el agujero. No creo que nadie se caiga por él.

Mientras se hundían suave y velozmente en el suelo, el rectángulo de cielo que quedaba sobre sus cabezas iba disminuyendo de tamaño por la distancia hasta ser apenas un pequeño punto de luz en la lejanía. El túnel o mina, iluminado por una especie de fluorescencia que parecía formar parte de sus paredes, tendría unos cuatrocientos metros de profundidad. Las paredes eran completamente lisas y no daban señales de contener ningún aparato o maquinaria que transportara sus cuerpos.

El camino que había al fondo del agujero se abrió automáticamente tan pronto se dirigieron a la puerta de acceso. Dieron sólo unos pocos pasos por aquel corredor pequeño y se encontraron en medio de una gran caverna circular cuya inmensidad les sobrecogió. Sus paredes se unían, en una curva grácil y suave a unos cien metros de altura sobre sus cabezas. Las columnas que sostenían la bóveda parecían demasiado frágiles y delgadas para poder sostener el peso de las muchas toneladas de roca que sobre ellas gravitaban. Seguidamente, Alvin se dio cuenta de que realmente esas columnas no sustentaban nada y ni siquiera formaban parte integral de la construcción de la caverna, sino que habían sido edificadas mucho tiempo después. Rorden había llegado a la misma conclusión.

—Estas columnas —explicó— se han construido, simplemente, para contener el árbol mecánico que nos ha hecho llegar hasta aquí. Nos hallamos en el punto final de los caminos móviles, que antaño debieron converger en este lugar.

Alvin había visto, sin darse cuenta de lo que eran, los grandes túneles que partían de la circunferencia de la cámara. Se dio cuenta de que ascendían suavemente y reconoció la superficie de color gris, tan familiar, de los caminos móviles. Allí, en ese punto, muy por debajo del mismo corazón de la ciudad, convergían todos los caminos, todas las rutas del maravilloso sistema de transporte que sostenía el tráfico entero de Diaspar. Pero ahora sólo eran unos pesados muñones que soportaban los grandes caminos. El extraño material que les daba vida estaba congelado y en la mayor inmovilidad.

Alvin comenzó a andar en dirección hacia el más próximo de los túneles. Había andado sólo unos cuantos pasos cuando se dio cuenta de que algo estaba ocurriendo bajo sus pies. Se estaba volviendo transparente. Unos cuantos metros más adelante y tuvo la impresión de estar flotando en medio del aire sin ningún apoyo visible. Se detuvo y se quedó mirando hacia abajo, al vacío.

—¡Rorden! —llamó—. ¡Venga aquí y vea esto!

Rorden acudió a reunirse con Alvin y ambos se quedaron mirando las maravillas que tenían bajo ellos. Débilmente visible a una profundidad indefinida, había un enorme mapa, una gran red de líneas que convergían en un punto muy cerca del centro. En un principio parecía un confuso laberinto pero al cabo de un rato de observación, Alvin pudo distinguir sus límites principales. Como era usual, apenas había comenzado sus propios análisis cuando Rorden ya había concluido los suyos.

—Antaño la totalidad de este piso debió ser transparente —dijo el Archivero Mayor—. Cuando esta cámara fue sellada y se construyó la central, los ingenieros debieron tomar las medidas convenientes para hacer opaco el suelo. ¿Te haces cargo de lo que esto es, Alvin?

—Creo que sí —replicó el muchacho—. Se trata de un mapa del sistema de transportes y esos pequeños círculos deben ser las otras ciudades de la tierra. Puedo ver algunos nombres junto a ellas, pero están tan borrosas que no se pueden leer.

—Anteriormente debió existir una forma de iluminación interna que desconocemos —dijo Rorden con aire ausente. Su mirada estaba fija en los muros de la cámara.

—También lo creo así. ¿Te has dado cuenta de cómo esas líneas radiales conducen hacia los túneles pequeños?

Alvin había podido observar que, junto a los grandes arcos de los caminos móviles, había innumerables pequeños túneles que conducían fuera de la cámara, túneles que descendían en vez de ascender.

Rorden continuó hablando sin esperar una respuesta del joven.

—Se trataba de un sistema magnífico. La gente debía bajar por los caminos móviles, elegía el lugar que deseaba visitar y después seguía la apropiada línea del mapa.

—¿Y qué ocurría entonces?

Como era normal en él, Rorden se negó a especular.

—No tengo suficiente información —respondió—. Me gustaría que pudiéramos leer los nombres de las ciudades —se quejó, cambiando rápidamente de tema.

Alvin había dado una vuelta en torno al pilar central. Su voz llegó a Rorden apagada ligeramente y deformada por los ecos de las paredes de la cámara.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Rorden, que no deseaba moverse de su sitio debido a que creía estar a punto de descifrar un grupo de caracteres. Pero Alvin siguió hablando con voz insistente, por lo que decidió unirse a él.

Más abajo estaba la otra mitad del mapa gigantesco con sus débiles redes radiando hacia los puntos cardinales. Pero en este mapa no todo estaba tan debilitado como para no poder ser visto con claridad, pues una de las líneas, y sólo una, estaba brillantemente iluminada. Parecía no tener conexión con el resto del sistema y señalaba, como una flecha resplandeciente, hacia uno de los túneles descendentes. Cerca de su fin, la línea cruzaba un círculo de luz dorada y, cerca del círculo, se podía leer una sola palabra: «LYS». Eso era todo.

Durante un buen rato Alvin y Rorden se quedaron mirando hacia abajo, hacia aquel símbolo silencioso. Para Rorden aquello no significaba nada más que una nueva pregunta que presentar a sus máquinas de datos, pero para Alvin era una promesa sin fronteras. Trató de imaginarse aquella gran cámara como debió ser en los viejos días pasados, cuando se terminó el transporte aéreo entre las ciudades del mundo y, sin embargo, éstas continuaron comerciando y comunicándose entre sí. Pensó en los incontables millones de años que habían transcurrido mientras el tráfico siguió todavía funcionando, siempre en continuo descenso, y las luces del gran mapa se fueron apagando una tras otra, hasta que sólo quedó una única, ésta. Se preguntó cuánto tiempo llevaba brillando allí, a solas, entre sus otras compañeras apagadas, esperando para guiar unos pasos que nunca llegaron, hasta que finalmente Yarlan Zey había sellado los caminos móviles que conducían al exterior y dejó a Diaspar completamente aislada del mundo.

Eso había ocurrido cientos de millones de años antes. Debió ser entonces cuando Lys perdió su contacto con Diaspar. Parecía imposible que pudiera haber sobrevivido desde entonces. Lo más probable, después de todo, era que aquel mapa ya no tuviera el menor significado.

Por fin, Rorden le despertó de su ensoñación. Parecía un tanto nervioso y embargado por un raro malestar que Alvin no alcanzó a comprender.

—Creo que ya es hora de que regresemos —dijo—. No creo que, por hoy, debamos continuar adelante.

Alvin se dio cuenta del tono que vibraba por debajo de la voz de su amigo y comprendió que no debía discutir con él. Estaba ansioso por continuar adelante con su investigación y exploración, pero aceptó que no resultaría conveniente ni inteligente continuar sin mayores preparativos.

A disgusto, se dio la vuelta y volvió al pilar central. Mientras caminaba hacia la abertura del mecanismo que los había llevado hasta allí, el suelo a sus pies se fue oscureciendo hasta recuperar, gradualmente, su opacidad. Y el brillante enigma que quedaba debajo de sus pies fue desapareciendo lentamente de la vista.